Argentina: No queremos comunistas aunque no veamos ni pinga
Una crónica de la labor de los médicos cubanos en Bolivia y el rechazo de una parte de la sociedad argentina.
CAPAC- Tomado de El Destape/ Foto de portada: ABC/ Archivo.
El 26 de septiembre del 2007 era un día como cualquiera del año en Santa Cruz de la Sierra: el sopór de los eternamente húmedos treinta y cinco grados a la sombra, en nada se diferencian con los días de diciembre o marzo en esa pequeña casi ciudad metida en la punta de la amazonía.
De modo que así transcurría la vida, trabajando frente al ventilador bastante destartalado, hasta que sonó el teléfono.
-Buen día compañero, llamo para decirle que Terán está aquí.
-Ajá…y cual Terán sería ese?
-El sargento Terán, ese Terán. El sargento.
Tras un largo silencio, pensé en voz alta:
-Yo creía que estaba muerto.
-Si…pero no. Vino para que lo operemos. Lo trajo su hijo. Vamos a proceder con los exámenes…ya tu sabes…el protocolo de siempre y eso, porque este está de verdad jodido. ¡No ve ni pinga!
La que me llamaba era Yoarlén, una de las medicas cubanas de la Misión Milagro, que se había instalado en Bolivia a principios del gobierno de Evo Morales.
El tal Terán, era el sargento Mario Terán, que el 9 de octubre de 1967, había fusilado al Che Guevara en la infausta sala de la escuelita de La Higuera. Y que cuarenta años después, viejo y ciego, concurría al centro oftalmológico, conocido como “Che Guevara” a que lo operaran bien y gratis, de unas cataratas perniciosas que lo tenían en una oscuridad casi absoluta.
El día se me fue tratando de convencer sin éxito al cónsul cubano, sobre la conveniencia de publicar eso. La respuesta fue cerrada: “No. Tu sabes que nosotros no hacemos eso. Ese hombre es un paciente que como cualquiera necesita atención, no publicidad. Y ya. Si me entiendes?”
De nada sirvió recordarle que los grupitos fascistas de Santa Cruz afilaban su odio e ignorancia arrojando de noche bombas lacrimógenas a las casas de los residentes cubanos, ni que en un pueblo cercano habían secuestrado a tres y los había tirado monte adentro, desnudos y descalzos, bajo el lema “no queremos comunistas”, en una muestra más de la brutalidad que genera ese narcicismo rural del que hicieron gala, festejando la ”histórica hazaña” con cerveza y banda de música y tiros al aire.
Igual se supo. El propio hijo de Terán había ido, tímido pero porfiado, a un diario a pedir que le publicaran una nota de agradecimiento a los médicos cubanos.
El gobierno de facto boliviano (al igual que Bolsonaro) tuvo entre sus primeras acciones después del golpe de Estado, extraditar a los médicos cubanos.
Estos médicos dejaron atrás de si, en Bolivia, un saldo de más de seis millones de consultas clínicas y gentes curadas de las más diversas enfermedades, y más de setecientas mil operaciones de cataratas y otro tanto de otras dolencias de la vista, siempre absolutamente gratis y muchas veces, abriendo sendas en unos páramos a donde casi ningún médico boliviano aceptó ir.
El final de los médicos cubanos en Bolivia fue un micro hacia el aeropuerto, entre insultos y mentiras y gritos de “fuera comunistas” de una población bestialmente azuzada desde los medios de prensa. La misma población a la que no le importó que fueran cubanos, mientras trajeran diagnósticos y recetas y hasta remedios efectivos y gratuitos.
Augusto, uno de los médicos cubanos, me diría dos meses después: “humillación? Claro que no. Ellos nomas se degradan solitos”.
La gente pareciera no recordar cuántas veces EE UU invadió Haití entre junio de 1915 y septiembre de 1994. Pero todo el mundo vio como el país del norte le donó a Haití algunas vituallas durante el terremoto del 2010. Fue como siempre: con helicópteros, marines, cascos blancos y muchas, pero muchas, cámara de televisión. Y eso que fueron cuatro días.
Lo que nadie sabe decir a ciencia cierta, es desde cuando están allí los médicos cubanos. Algunos memoriosos hablan de más de veinte años, curando gente en esa media isla atravesada por todo tipo de peloteras, catástrofes y epidemias. Ni Guadalupe Pérez, que es una suerte de bitácora viviente de los médicos cubanos, sabe desde que tiempos están. Cuando alguna vez le pregunté, soltó su carcajada de tabaco negro y respondió: “cómo tú crees que voy yo a acordarme de eso!? Pues desde siempre! Supongo que al ratito de Péiton, aunque lo seguro seguro, es que fue desde Fidel”.
Lo cierto es que estarán allí mientras exista una necesidad. Como en tantos otros países, que suman más de veinte. Siempre en silencio.
Y llegamos a Argentina, donde un coro que se divide entre odiadores pentagramistas e ignorantes propaladores, ante la posibilidad de que vengan médicos cubanos, repiten (mientras queman barbijos y toman cerveza y café amontonados en los bares) “no queremos comunistas” como si entonaran en canon el Himno a la Alegría. Y agregaron “no los necesitamos”, regando de la forma más miserable, el germen patriotero de “¡tenemos buenos médicos ARGENTINOS! ¡No queremos comunistas!”. Y entonces no los llamaron. Y no vinieron.
Nadie dudó jamás de la calidad de los médicos argentinos, nadie dudó de ellos ni de sus capacidades, y aun de sus estómagos. Y eso se ve cuando tienen que atender a los que van a manifestaciones contra el cuidado, cuando tienen que entubar a uno que tomaba cerveza amontonado y todavía ceder una cama en terapia intensiva a alguien que saltando de alegría, quemaba barbijos en nombre de la libertad.
Esos de verdad heroicos médicos argentinos que hoy dicen que no dan a basto, que están reventados de trabajar salvando las vidas de todos los que llegan, aun la de aquellos estúpidos a los que hice referencia. Esos médicos argentinos que van mucho más allá de cualquier fuerza humana, con sueldos de lastima y horarios de catástrofe.
O sea, faltan médicos, porque destazamos a los que tenemos. Y quizá alguno piense que es buena idea hablar con Cuba. Y sé que los médicos cubanos vendrían. Como siempre, en silencio, aun sabiendo que cuando todo pase, los propaladores volverán a gritar “no queremos comunistas”.