“Revolución, la obra más hermosa”, un libro que debe convertirse en lectura obligada para todo cubano

En víspera del 90 cumpleaños del General de Ejército Raúl Castro Ruz, se presentó el libro #Revolución, la obra más hermosa», una compilación de discursos, entrevistas y declaraciones de Raúl, pronunciadas durante los años en que ocupó las máximas responsabilidades en la conducción de Cuba.

 

CAPAC- Por Abel Prieto Jiménez/ Tomado de Cubadebate/ Video: Canal Caribe/ Foto: Canal Caribe.

Este libro tan valioso, tan importante y trascendente que presentamos hoy ha sido compilado y editado con esmero particular por la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República y es el primer título de su sello editorial Ediciones Celia, que rinde homenaje a esa figura de tanta relevancia en nuestro proceso revolucionario, en la guerra y en la paz, y que tanto hizo en especial por la preservación de su historia.

Es una bellísima edición que estamos presentando la víspera del cumpleaños de su autor, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, y viene a ser un obsequio a Raúl en este aniversario de su natalicio, y es también, sin ninguna duda, un gran obsequio para el pueblo cubano.

Debo decir que Revolución, la obra más hermosa iba a ser prologado por nuestro inolvidable Eusebio Leal, que tuvo una relación de amistad muy estrecha con Raúl, a quien llamaba, como todos recordamos, “el General Presidente”. Eusebio estaba enfermo, y sus padecimientos, que se agravaron más y más, no le permitieron prologar este libro.

Concebido en dos tomos, con diseño y acabado de máxima calidad y un índice analítico minucioso y muy útil, este título reúne discursos, alocuciones, entrevistas y declaraciones del General de Ejército entre el 14 de junio de 2006 y el 1º de mayo de 2019.

Con excepción del primer texto, todos los demás están fechados después de la Proclama del Comandante en Jefe al pueblo de Cuba, del 31 de julio de 2006, donde Fidel explicó que por razones de salud debía abandonar provisionalmente sus responsabilidades al frente del Partido, el Estado y el Gobierno y delegarlas en Raúl. El 18 de febrero de 2008, se haría público el Mensaje del Comandante en Jefe, en el que comunicó que se retiraba definitivamente de todo cargo para continuar la lucha como “un soldado de las ideas”.

La Asamblea Nacional eligió a Raúl el 24 de febrero de 2008 presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y, más tarde, el VI Congreso del Partido, en abril de 2011, lo eligió primer secretario.

Estas páginas recorren más de una década en que ocurrieron hechos trascendentales para la nación, como el debate y la aprobación de los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución; el reencuentro de los Cinco Héroes, finalmente todos en su patria, tal como lo había prometido Fidel; el restablecimiento de relaciones diplomáticas con EE.UU., luego de conversaciones en las que Cuba no hizo concesión alguna; la partida física del Comandante en Jefe, sus honras fúnebres y el masivo, doloroso y comprometido adiós de su pueblo; y el amplísimo debate popular y la subsiguiente aprobación en referendo de la nueva Constitución.

Al propio tiempo, Raúl, junto al peso enorme de las responsabilidades que ocupaba, pasó en lo personal por momentos muy amargos. Revisitando esos momentos y el contexto nacional e internacional en que nacieron estas páginas, crece nuestra admiración por Raúl, por su valor, por su entereza, por su estatura como líder y como ser humano.

Este libro nos revela el hilo ininterrumpido que une sin fisuras el pensamiento de Fidel y de Raúl: la identificación absoluta de los dos hermanos en términos de ideales, valores, principios −fruto de haber compartido, juntos, todos los desafíos y riesgos que implicaba enfrentar y vencer a la tiranía batistiana y la hazaña de hacer “una revolución socialista en las propias narices de los EE.UU.”.

Fue una sabia decisión de los editores abrir el primer tomo de Revolución, la obra más hermosa con el discurso pronunciado en el 45 aniversario del Ejército Occidental. Raúl explica en ese discurso cómo, a partir de la cruzada contra el terrorismo lanzada por Bush en 2003 y del peligro real de una agresión, se decidió “incrementar cuanto hacíamos para fortalecer la defensa” (T1, 2) y cómo, tras llevarse a cabo exitosamente el Ejercicio Bastión 2004, se logró dar “un salto cualitativo considerable en la capacidad defensiva del país” (T1, 5).

Ahora el enemigo, añade Raúl, “enfila sus golpes a debilitarnos ideológicamente (…) con la vista puesta en el futuro, en un escenario que considera más favorable a sus propósitos” (T1, 8). Y se refiere a continuación a la llamada “transición hacia el capitalismo” que han diseñado para Cuba, “apostando por el fin de la Revolución cuando ya no esté su dirección histórica”. Y es que los yanquis saben “que la especial confianza que otorga el pueblo al líder fundador de una Revolución, no se trasmite, como si se tratara de una herencia, a quienes ocupen en el futuro los principales cargos de dirección del país” (T 1, 9).

Por eso, dice Raúl, “repito lo que he afirmado en muchas ocasiones: el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana es uno solo, y únicamente el Partido Comunista, como institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria y garantía segura de la unidad de los cubanos en todos los tiempos, puede ser el digno heredero de la confianza depositada por el pueblo en su líder. Para eso trabajamos y así será…” (T 1, 9).

Ese tema está presente, sobre todo, a lo largo del primer volumen del libro, y tiene que ver con aquel plan tan siniestro y perverso de los yanquis de impedir “la sucesión de Castro”. Se basaba en esperar lo que llamaban cínicamente la solución biológica, o sea, la desaparición física de Fidel, para después aplicar cualquier variante, incluida la intervención militar, e imposibilitar la supervivencia de la Revolución.

Raúl habla de estos planes con el periodista Lázaro Barredo y cita a varios funcionarios estadounidenses que se refieren al asunto. Uno de ellos declaró, según observa Raúl, “que los EEUU no aceptan la continuidad de la Revolución cubana, aunque no dijo cómo piensan evitarlo” (T1, 14). Otro aseguró que la transición en Cuba −es decir, la muerte de Fidel− podría ocurrir en cualquier momento y tenían “que estar preparados para actuar de manera decisiva y ágil”. Prosiguió diciendo que los EE.UU. quieren estar seguros de que “los compinches del régimen no tomen el control” y agregó que “trabajaban para que no haya sucesión al régimen de Castro”.  Y concluye Raúl: “¿Qué otra forma existe de alcanzar esos propósitos que no sea la agresión militar? Por tanto, el país adoptó las medidas pertinentes para contrarrestar ese peligro real” (T1, 17).

Pero, como todos sabemos, Fidel se retiró por razones de salud, renunció a sus cargos y Raúl lo sustituyó en su condición de vicepresidente primero del Consejo de Estado y de Ministros y de segundo secretario del CC del Partido, y además, por sus extraordinarios méritos, por su capacidad sobradamente demostrada, porque siempre había estado junto a Fidel en todos los combates, como indiscutido segundo jefe de la Revolución. El hecho es que Raúl condujo al país con mano firme y se propuso nuevos retos, y el pueblo reaccionó, como el propio Raúl dice en varias intervenciones reunidas en estas páginas, con mucha confianza en la Revolución, con mucha confianza en sí mismo.

Los yanquis creían en la teoría de que cuando el caudillo, como decía la prensa reaccionaria, enfermara o desapareciera, todo iba a derrumbarse en Cuba. Ellos inventan los estereotipos, las caricaturas y las fábulas y terminan creyéndoselos. Fidel no era un caudillo, por supuesto; era un guía, un visionario, un fundador, con raíces muy hondas, con raíces entrañables, y había creado, junto a Raúl y a otros fundadores, junto al Partido, junto al pueblo, una institucionalidad revolucionaria que no iba a derrumbarse.

Era algo que no estaba en los cálculos del Imperio. No habían previsto que Fidel pudiera retirarse con el país en total normalidad, que Raúl asumiera sus cargos y emprendiera un grupo de audaces transformaciones para perfeccionar nuestro socialismo, con el abrumador apoyo del pueblo, sin que apareciera en Cuba la más mínima grieta en la unidad de los revolucionarios. Eso tomó por sorpresa a los políticos yanquis, a sus tanques pensantes, a sus servicios de inteligencia, a los profetas supuestamente especializados en nuestro país y su destino. Igual que los ha tomado por sorpresa que Raúl dejara años después sus cargos en manos de un líder mucho más joven, el compañero Díaz-Canel, y que se fuera produciendo ese proceso, que Raúl ha definido como “transferencia paulatina y ordenada a las nuevas generaciones de las principales responsabilidades de dirección de la nación” (T 2, 88).

Y eso ha empezado a suceder de manera muy visible, se ha renovado el Comité Central, se han renovado el Buró Político y el Secretariado, se han renovado el Consejo de Estado y el Consejo de Ministros, y en este país nuestro pueblo sigue confiando en la dirección de la Revolución fundada por aquella generación que no dejó morir a Martí en el año de su centenario, que por fortuna para todos nosotros nos sigue acompañando.

Revolución, la obra más hermosa es un libro que debe convertirse en lectura obligada para todo cubano −y, con seguridad, tendrá muchos lectores más allá de nuestras fronteras. Está lleno de pasajes que incitan a la reflexión, al análisis, a la evaluación autocrítica de nuestra propia conducta, que nos colocan frente a frente, con crudeza, ante los errores que los revolucionarios podemos cometer, ante distorsiones, torpezas, actitudes burocráticas, superficiales, rutinarias, dogmáticas.

Otros pasajes son muy emotivos, como aquellos asociados al fallecimiento del Comandante en Jefe: la estremecedora alocución de Raúl del 25 de noviembre de 2016 y sus intervenciones en los homenajes en la Plaza de la Revolución, el 29 de noviembre, y en Santiago, el 3 de diciembre.

Otros son verdaderas lecciones sobre las bases que definen la proyección internacional de la Revolución cubana, gracias a los discursos de Raúl en reuniones del Movimiento de Países No Alineados, del ALBA-TCP, de la Celac, de Cuba-Caricom, de Petrocaribe, de la Cumbre de las Américas en Panamá, de la mesa de conversaciones entre el Gobierno de Colombia y la dirección de las FARC-EP, en distintos eventos de Naciones Unidas, en Río de Janeiro, en Moscú, en Johannesburgo, en Luanda, en Brasilia. Y podría seguir mencionando muchos otros foros de carácter similar que contaron con la participación de Raúl en el periodo comprendido en el libro.

Leyendo de corrido esos discursos, uno se siente muy orgulloso de haber nacido en esta islita del Caribe, pequeña geográficamente e inmensa en su altura moral y solidaria, y de haber podido conocer a este hermano de sangre y de ideas de Fidel, tan modesto (como indica su propio nombre) y al propio tiempo tan admirable.

Revolución, la obra más hermosa nos permite conocer mejor la faceta de Raúl como estadista, como defensor de los pobres de la tierra, de la infancia desamparada, de los inmigrantes acorralados por el racismo y el neofascismo, de los analfabetos, de los desempleados; como defensor de la paz, del multilateralismo, de un nuevo orden económico internacional, del derecho de cada pueblo a darse el sistema político que estime conveniente, de la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, de una concepción de los derechos humanos integral y abarcadora, de los principios fundacionales de las Naciones Unidas, que han sido impúdicamente traicionados por el imperialismo yanqui y sus aliados.

En todos los foros a los que asiste, Raúl introduce el tema de la paz y de la solución de los conflictos por vías pacíficas. Se refiere de modo permanente, al absurdo y peligroso crecimiento de la industria armamentística, con fondos que podrían emplearse en la ayuda al desarrollo y en el enfrentamiento al cambio climático. Recordemos que uno de los proyectos a los que Raúl dedicó más tiempo y esfuerzos fue a la paciente y laboriosa gestación de la Celac, una organización de naciones inspirada en los sueños de Bolívar y Martí, que congrega a Nuestra América y al Caribe sin la presencia de las antiguas ni de las nuevas metrópolis. Además, la Celac emitió, como sabemos, la histórica Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

Por cierto, la vocación pacifista de Raúl no se contradice con la prioridad que ha otorgado en el plano interno a la doctrina de la Guerra de Todo el Pueblo. Para él, nuestra preparación permanente, incesante, consciente, para la defensa, es la única forma de preservar la paz.

En el curso de la actividad internacional de Raúl, podemos advertir su habilidad para tratar temas delicados, complejos, y para construir acercamientos y consensos entre representantes de gobiernos muy diversos, siempre sobre la base de la ética y los principios. Uno de sus empeños más redoblados y visibles ha consistido en tratar de que los países del Sur se unan, se acerquen, independientemente de las diferencias culturales, políticas, religiosas, de toda índole, y que articulen sus fuerzas.

Raúl insistió mucho en esos foros en que puede lograrse la unidad dentro de la diversidad, que eso es posible, que hay que concentrarse en los temas que nos son comunes, en los que coincidimos, y poner a un lado y no convertir en obstáculos los temas que nos resultan más difíciles para entendernos. Gracias a la unidad, seremos escuchados y tendremos oportunidades de alcanzar algunas victorias en este mundo egoísta controlado por los intereses de las élites ricas. “Somos ciento veinte Estados No Alineados (…). No puede subestimarse nuestra enorme fuerza cuando actuamos concertadamente”, dijo en septiembre de 2016 en la XVII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados.

Los pueblos del Sur han tenido en Raúl a un vocero apasionado y lúcido. Un vocero leal, que en todo momento reclama un mundo más justo, mejor, curado de los vestigios del colonialismo y de la geopolítica del saqueo; un mundo basado en la colaboración y no en una competencia tramposa y desigual, donde haya apoyo y transferencia de tecnología desde el Norte desarrollado hacia el Sur subdesarrollado, donde se trabaje de conjunto para reducir las brechas abismales en todos los campos. Raúl es del mismo modo un defensor de las potencialidades que tiene la cooperación Sur-Sur.

Con respecto al medioambiente, Raúl mantiene una posición de alerta persistente y de denuncia contra las corporaciones transnacionales y los países industrializados, supremos depredadores del planeta. Critica además la insuficiente voluntad política de las potencias y la falta de compromisos concretos en los eventos sobre un tema inaplazable. A la vez, Raúl llama la atención sobre los efectos devastadores del cambio climático en los pequeños Estados insulares y solicita un trato diferenciado hacia ellos.

Ya en el plano interno, Raúl ha sido un impulsor de la Tarea Vida, “el plan del Estado cubano para el enfrentamiento al cambio climático (…), un asunto de especial significación estratégica para el presente y sobre todo el futuro de nuestro país, dada su condición insular, en el que hemos contado con la participación del potencial científico y tecnológico nacional” (T2, 400).

Volviendo a la dimensión internacional de su labor, hay que recordar que Raúl tiene siempre palabras de aliento, de amistad, hacia el sufrido pueblo haitiano. Recuerda continuamente la deuda de Occidente con esa nación, y cómo Cuba jamás la dejó ni la dejará sola. Reprocha con dureza la “caridad” entre comillas: la “caridad” teatral, pensada para las cámaras de televisión, de algunas potencias hacia Haití. Igualmente, dedica palabras solidarias al continente africano, al pueblo palestino, al pueblo saharaui, a Puerto Rico, a las causas justas que la prensa hegemónica nunca refleja con veracidad.

Hay que resaltar que en la etapa de Obama y sus cambios de política hacia Cuba (mientras arreciaba su ofensiva contra Venezuela), la voz de nuestro país, y en particular la voz de Raúl, se alzó en todas las tribunas para expresar su solidaridad hacia la patria de Bolívar y Chávez y hacia todas las víctimas de la injerencia y los juegos sucios de los EE.UU. y sus aliados.

En la Asamblea General, en que se celebraba el 70 aniversario de la ONU, en septiembre de 2015, Raúl concluyó su intervención con estas palabras:

“Podrá contar siempre la comunidad internacional con la sincera voz de Cuba frente a la injusticia, la desigualdad, el subdesarrollo, la discriminación y la manipulación y por el establecimiento de un orden internacional más justo y equitativo, en cuyo centro se ubique, realmente, el ser humano, su dignidad y bienestar” (t 2, 251).

Revolución, la obra más hermosa nos permite identificar los núcleos primordiales del pensamiento y la acción de Raúl, tanto en su proyección internacional, ya lo hemos visto, como en lo que corresponde a la razón de ser de nuestro Partido, los métodos y estilos de trabajo que deben caracterizar a un dirigente cubano de hoy y del futuro, en el Partido, en el Gobierno, en las organizaciones de masas, los resultados de su permanente y muy aguda valoración crítica de la obra revolucionaria, su visión muy amplia, muy completa, muy profunda y coherente, de los retos que tenemos ante nosotros, su optimismo a prueba de cualquier contingencia y su fe en la victoria.

Este libro ilustra con muchos ejemplos su faceta como líder excepcional,  que defiende esta “Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes” de las agresiones abiertas o solapadas del Imperio y de sus mercenarios y la defiende también, sin descanso, con sus acciones y su palabra afilada, de todos los lastres, en particular del que representan aquellos dirigentes y funcionarios de “mentalidad obsoleta”, de acomodados, sectarios, corruptos y pícaros, y de los que se muestran insensibles ante las necesidades y reclamos de la población.

Son de mucho provecho conceptual y práctico las valoraciones de Raúl sobre la política de cuadros y sobre los rasgos que deben caracterizar a un dirigente nuestro y las insuficiencias que pueden inhabilitarlo. Establece como norma que haya trabajado en la base y ejercido la profesión que estudió. Enfatiza en que, aunque hemos avanzado, todavía se promueven limitadamente a las mujeres y a los negros y mulatos. Insiste en que es un tema de la mayor importancia, que no debemos dejar a la espontaneidad.

Su manera de hablarle al pueblo cubano, transparente, directa, franca, ajustada estrictamente a la verdad, irreconciliable por esencia con cualquier sombra de demagogia, se manifiesta con mucha frecuencia en este libro. Este tipo de comunicación entre Raúl y el pueblo se acompaña de su repetido reclamo de consolidar un debate abierto y profundo:

“Es preciso poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión (dice) y, de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de cincuenta años de cerco enemigo (…).  Es vital explicar, fundamentar y convencer al pueblo de la justeza, necesidad y urgencia de una medida, por dura que parezca. El Partido y la UJC, además de la CTC y sus sindicatos, junto al resto de las organizaciones de masas y sociales, tienen la capacidad de movilizar el apoyo y la confianza de la población mediante el debate sin ataduras a dogmas y esquemas inviables, que constituyen una barrera colosal, que es imprescindible desmontar poco a poco, y lo lograremos entre todos” (T1, 418-419).

Antes ha dicho que no hay que temer a las discrepancias, que “siempre serán más deseables que la falsa unanimidad basada en la simulación y el oportunismo” (T1, 417).

Advierte, con mucho realismo, que “…en la propia medida que avance la implementación del nuevo modelo, se irá configurando un escenario distinto para la organización partidista, caracterizado por la creciente heterogeneidad de los sectores y grupos en nuestra sociedad, que se origina en la diferenciación de sus ingresos. Todo ello impone el reto de preservar y fortalecer la unidad nacional en circunstancias distintas a las que nos habituamos en etapas anteriores” (T2, 307).

Teniendo en cuenta esa misión esencial, destaca que “en el Partido debe acabarse definitivamente el ‘mandonismo’; su fuerza es moral, no jurídica, por eso hay que tener moral para dirigir el Partido y llevar a la masa de militantes ese espíritu” (T2, 13).

Raúl reflexiona en estas páginas, con mucha frecuencia, sobre cómo debe ser el dirigente en todas las instancias. Reitera que tiene que estar permanentemente con los oídos pegados a la tierra, escuchando a la gente, atento a las opiniones. Reprueba las posiciones defensivas y engañosas y todo lo que signifique eludir el análisis de los problemas reales: las visitas “preparadas”, “adornadas”, con un guion previo, a provincias y municipios, por parte de las instancias nacionales; las rendiciones de cuentas ante la Asamblea Nacional justificativas, con intervenciones de alabanza “arregladas”; toda representación, falsa, fingida, que nos aleje del enfrentamiento directo a desaciertos y equivocaciones. Aplica una penetrante evaluación racional para descalificar sistemas de trabajo y hábitos disparatados que se han ido arraigando en distintos sectores y subraya el despilfarro de recursos que implican.

Habla con mucho énfasis de la necesidad de afianzar cada paso que demos en la actualización del modelo. Hay que detectar las distorsiones, las desviaciones, para rectificarlas de inmediato, a tiempo, y no permitir jamás que esas distorsiones se conviertan en algo que todo el mundo acepte, porque, según señala, después se convierte en un problema político rectificarlas.

Una de las preocupaciones fundamentales de Raúl tiene que ver con extirpar la improvisación e implantar entre nosotros aquel concepto de Martí: “Gobernar es prever.” De ahí que señale en el informe central al VII Congreso del Partido: “La cuestión es tener un método, un camino, un proyecto para que las cosas nunca nos sorprendan y evolucionen con naturalidad” (t 2, 316).

Otra de sus preocupaciones se vincula al fortalecimiento de la institucionalidad, desde todos los puntos de vista, jurídico, ideológico, moral, en términos de eficiencia y de servicio al pueblo, en términos de legitimidad. Para ello resultan indispensables el chequeo y el seguimiento sistemático de los acuerdos emanados de los congresos del Partido, de los Plenos del Comité Central, de la Asamblea del Poder Popular, de las distintas instancias políticas y gubernamentales. De ahí que critique tan severamente la tendencia a engavetar acuerdos y documentos y, simplemente, a olvidarlos.

La apatía, la parálisis, la insensibilidad, son pecados capitales en los tiempos que corren. Para Raúl, “lo peor que puede haber, lo peor que puede hacer un revolucionario o una simple persona honesta, comunista o no, es quedarse cruzado de brazos ante un problema” (T2, 297).

Del mismo modo, critica la improvisación y el uso de “campañas”, repletas de agitación ruidosa y efímera, que son realmente ineficaces para la ejecución y el seguimiento de determinadas tareas.

Le preocupa en particular la precipitación y los errores que se derivan de ella: “El ritmo y la profundidad de los cambios que debemos introducir en nuestro modelo deben estar condicionados por la capacidad que tengamos de hacer las cosas bien y rectificar oportunamente ante cualquier desviación. Ello solo será posible si se garantiza una adecuada preparación previa −que no hacemos−, la capacitación y dominio de las regulaciones establecidas en cada nivel y el acompañamiento y conducción de los procesos, aspectos en los que no ha faltado una buena dosis de superficialidades y un exceso de entusiasmo y deseos de avanzar más rápido de lo que somos realmente capaces” (T2, 403-404).

Raúl nos recuerda una y otra vez las advertencias de Fidel en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el 17 de noviembre de 2005, sobre la urgencia de frenar la corrupción para salvar la Revolución, y va más lejos para caracterizar el retroceso en nuestro país de “valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás” (T2, 71).

Para Raúl hay dos prácticas que nos evitarían cometer errores a la hora de trazar estrategias: en primer lugar, la discusión rigurosa, diáfana, “en los diversos órganos colegiados de que disponemos, tanto en el Partido, el Estado como en el Gobierno, de modo que las principales decisiones sean siempre fruto del análisis colectivo, que no excluya las discrepancias honestas ni las opiniones diferentes” (t 2, 333); en segundo lugar, la consulta al pueblo.

“El Partido está obligado (nos dice) a potenciar y perfeccionar de manera permanente nuestra democracia (…) Está en el deber de favorecer y garantizar la participación cada vez mayor de la ciudadanía en las decisiones fundamentales de la sociedad. No tenemos ningún miedo a opiniones distintas ni a las discrepancias, pues solo la discusión franca y honesta de las diferencias entre los revolucionarios nos conducirá a las mejores decisiones” (T2, 311).

Según Raúl, todo lo que nos aparte, por mediocridad, por espíritu defensivo, burocrático, de lo esencial, del núcleo de la verdad, daña a la Revolución, nos desvía, crea un clima turbio donde es difícil reconocer los errores y rectificarlos. Por eso convocó al Consejo de Ministros para que viéramos la obra de La Colmenita Abracadabra y participáramos, guiados por los niños actores, en la búsqueda de la esencia de las cosas −y él se refiere a eso muchas veces.

Si no llegamos a la verdad, a la esencia de las cosas, la visita de inspección a tal o más cual entidad o provincia o municipio no tiene sentido. Más bien nos desvía de nuestros objetivos. Quedamos entrampados en una madeja de mentiras y medias verdades. “Hay que luchar para desterrar definitivamente la mentira y el engaño de la conducta de los cuadros de cualquier nivel”, subraya Raúl y nos recuerda el concepto de Revolución de Fidel: “No mentir jamás ni violar principios éticos” (T1, 416).

Es posible, según expone Raúl, mentir por pura negligencia, como esos compañeros que, “sin un propósito fraudulento, aportan informaciones inexactas de sus subordinados sin haberlas comprobado y caen en la mentira inconscientemente”. El problema, dice Raúl, es que “esos datos falsos nos pueden conducir a decisiones erradas con mayor o menor repercusión en la nación”. “Quien así actúa también miente (dice) y sea quien sea debe ser demovido y no temporalmente del cargo que ocupa y (…) también separado de las filas del Partido si milita en él” (T1, 415-416).

Estas tendencias que revelan superficialidad, ligereza y debilidades éticas pueden contaminar, incluso, a una tarea tan vital como el trabajo ideológico. Raúl nos deja en estas páginas valoraciones medulares sobre los retos que tenemos en este campo y los antídotos a los que debemos acudir con un enfoque integral:

“A la par que salvaguardamos en el pueblo la memoria histórica de la nación y perfeccionamos la labor ideológica diferenciada, con especial énfasis hacia la juventud y la niñez, debemos afianzar entre nosotros la cultura anticapitalista y antimperialista, combatiendo con argumentos, convicción y firmeza las pretensiones de establecer patrones de la ideología pequeñoburguesa caracterizados por el individualismo, el egoísmo, el afán de lucro, la banalidad y la exacerbación del consumismo. El mejor antídoto contra las políticas de subversión consiste en trabajar con  integralidad y sin improvisación; hacer bien las cosas; mejorar la calidad en los servicios a la población; no dejar acumular problemas; reforzar el conocimiento de la historia de Cuba, la identidad y cultura nacionales; enaltecer el orgullo de ser cubano y propagar en el país un ambiente de legalidad, defensa del patrimonio público y respeto a la dignidad de las personas, los valores y la disciplina social” (T2, 313).

En estos dos volúmenes hay un importante conjunto de ideas de hondura conceptual, fundamentos morales y proyección en términos prácticos que nos ofrecen una guía de palpitante actualidad para hoy y para el futuro. Aquí hallamos un caudal de lecciones para todos los revolucionarios y en particular para los dirigentes, jóvenes y menos jóvenes. Con Revolución, la obra más hermosa, Ediciones Celia ha hecho una contribución difícilmente calculable a la preparación de nuestro pueblo para las batallas presentes y futuras.

El penúltimo texto incluido en Revolución, la obra más hermosa es el discurso de Raúl ante la Asamblea Nacional, con motivo de la proclamación de la Constitución de la República (recordemos que Raúl presidió la Comisión creada por la ANPP para redactar el anteproyecto e introducirle luego, antes del referendo, las muchas modificaciones de valor que surgieron de la consulta popular). Está fechado el 10 de abril de 2019.

“El tono del Gobierno de los EE.UU. contra Cuba es cada vez más amenazador (señala Raúl), al tiempo que se dan pasos progresivos para deteriorar las relaciones bilaterales. Se culpa a Cuba de todos los males, usando la mentira en el estilo de la propaganda hitleriana. Jamás abandonaremos el deber de actuar en solidaridad con Venezuela. No renunciaremos a ninguno de nuestros principios y rechazaremos enérgicamente toda forma de chantaje. (…) Hemos hecho saber a la administración norteamericana, con la mayor claridad, firmeza y serenidad (…), que Cuba no teme a las amenazas y que nuestra vocación de paz y entendimiento está acompañada de la inconmovible determinación de defender el derecho soberano de los cubanos a decidir el futuro de la nación, sin interferencia extranjera” (T2, 523).

Y finalizó su intervención con estas palabras:

“En 60 años frente a las agresiones y amenazas los cubanos hemos demostrado la férrea voluntad para resistir y vencer las más difíciles circunstancias. A pesar de su inmenso poder, el imperialismo no posee la capacidad de quebrar la dignidad de un pueblo unido, orgulloso de su historia y de la libertad conquistada a fuerza de tanto sacrificio. Ya Cuba ha demostrado que sí se pudo, sí se puede y sí se podrá luchar y alcanzar la victoria. No existe otra alternativa” (T2, 525).

Con este llamado al combate, ante un imperio en su versión más agresiva y fascistoide, se cierra el segundo tomo de Revolución, la obra más hermosa. Aunque conocíamos muchos de estos discursos, leerlos compilados aquí, en orden cronológico, ha sido una experiencia inigualable, enriquecedora y muy intensa. Ningún cubano revolucionario, ningún cubano digno, debería renunciar a vivir esa experiencia y a nutrirse de ella.

Termino agradeciendo a los compañeros Alvariño y Suárez, a la compañera Belkys Duménigo y al resto del equipo de Ediciones Celia por este libro tan cargado de ideas y de espíritu revolucionario. Un libro que nos permite aproximarnos de una manera renovada y apasionante a la personalidad de Raúl, a su pensamiento, a su coherencia, a su sabiduría.

Gracias a usted, querido Raúl, por tantas enseñanzas. Felicidades por el día de mañana.

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