El Salvador: CECOC, una cárcel para cuellos blancos

 El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, anunció la construcción del Centro de Confinamiento de la Corrupción (CECOC), en el departamento de San Vicente, donde presuntamente irán a parar los ladrones.

CAPAC.- tomado de Prensa Latina

“No es broma, queda cerca del CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo)”, dijo frente a su gabinete de gobierno momentos después de anunciar el martes su “alejamiento” del gobierno para dedicarse a la campaña electoral.

Bukele dijo a los funcionarios que esta sería su última reunión con ellos como presidente, y señaló que quienes hagan bien su trabajo podrán ser reelegidos en próximo periodo para “continuar” en sus cargos.

Este episodio transmitido en cadena nacional de radio y televisión no es nuevo, pues ya el mandatario el 1 de junio de este año anunció una “cruzada” contra la corrupción, algo que puede crearle problemas con sectores que se “salpican” con lo ajeno.

Por definición la corrupción es el mal uso del poder público en procura de obtener una ventaja o beneficio indebido para quien actúa, o para terceros, que genera restricciones para el ejercicio de los derechos fundamentales.

Incluso, hasta para La Biblia, “es el pecado que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado como sistema, se convierte en costumbre mental, una manera de vivir (…). La corrupción no es un acto, sino una condición, un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir”

Este es un tema escabroso que pese a críticas en todos los sistemas sociales pulula y drena el respeto de las mayorías populares a sus instituciones, funcionarios gubernamentales y presidentes.

En El Salvador, por ejemplo, es voz populi que cuando el presidente Alfredo Cristiani (1989-1994), educado en la prestigiosa Universidad de Gorgetown, de Estados Unidos, llegó al poder estaba “quebrado” y salió millonario y “forrado en billetes”.

Ser parte del acto de corrupción, de cualquier tipo que se trate, implica por tanto una transgresión a las instituciones del Estado y a la convivencia social, la cual deteriora en el largo plazo la confiabilidad de las personas en las instituciones y en las mismas personas que cuentan con el poder público, sostienen enciclopedias y estudiosos.

Es un mal que produce desconfianza en los partidos políticos, en los dirigentes políticos y en la mayor parte de instituciones públicas, sin importar ideologías. Es un problema sin fronteras que se extiende por el mundo, y que solo la transparencia pudiera ser un antídoto, algo que muchos gobiernos no permiten.

En el caso de El Salvador, que pudiera ser igual en otros países, hay un cerrojo hermético al acceso al manejo de las finanzas públicas y no son pocas las instituciones políticas que se quejan de no tener conocimiento de cómo se manejan y administran los fondos públicos, de ahí la importancia de la transparencia.

La corrupción se traduce muchas veces en el soborno, el chantaje, la extorsión o el uso selectivo de la persecución, investigación o arresto de terceros, sin hablar de que muchos corruptos de “cuello blanco” utilizan los llamados “paraísos fiscales” para esconder sus robos multimillonarios.

Las denuncias de corrupción pueden ser efectivas pero muchas veces no avanzan porque el denunciado o los denunciados tienen en sus manos las llaves del poder, lo que imposibilita iniciar procesos de investigación e imponer las sanciones correspondientes, respetando la legalidad y el debido proceso.

Para combatir este flagelo en algunos países, como China, la corrupción es un pecado que se pena con la muerte.

Está por verse que ocurrirá en el llamado Pulgarcito de las Américas, donde pese a los anuncios de Bukele, muchos se quejan de la falta de transparencia como antídoto contra ese problema.

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