Cuba: Las mujeres en el Asalto al Cuartel Moncada
Por Javier Larraín / Tomado de Correo del ALBA.
Sus hechos, no vayan al olvido de la yerba.
Que sean recogidos, uno a uno, allí donde la luz no olvida a sus guerreros (Fina García-Marruz)
Al revisar la historia de Cuba, las y los lectores reconocerán el rol protagónico de las mujeres en las gestas emancipatorias de la isla, encontrándose nombres como el de Amalia Simoni, esposa del Mayor General independentista Ignacio Agramonte y Loynaz; Paulina Hernández y Hernández, negra manumisa de origen carabalí, protectora de José Martí; Mariana Grajales, madre de los hermanos Maceo –imprescindibles luchadores por la independencia–, considerada también Madre de la Patria.
Refrendando la tradición, las acciones acontecidas en la madrugada del domingo 26 de julio de 1953, en que 158 colaboradores y combatientes dirigidos por Fidel Castro planeaban asaltar los principales cuarteles militares de las ciudades de Bayamo y Santiago con el fin de hacerse de armas y emitir un llamado a la insurrección popular de masas para derrocar al dictador Fulgencio Batista, contaron con dos mujeres protagonistas en armas: Melba Hernández y Haydée Santamaría.
Melba y Haydée, heroínas
En respuesta al tenebroso régimen de Batista, con disciplina y voluntad férreas, el joven abogado Fidel Castro durante 16 meses se dedicó personalmente a seleccionar y entrenar a 1.200 potenciales rebeldes, de los cuales solo unos pocos fueron escogidos para materializar los asaltos.
Entre las personas que más estrechamente trabajaron con Fidel, antes y después del episodio, estuvieron la abogada Melba Hernández Rodríguez del Rey (31 años) y la ama de casa Haydée Santamaría Cuadrado (25 años); ambas militantes del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
Mientras que en la residencia de Haydée en La Habana, el departamento de 25 y O, se llevaron a cabo trascendentales reuniones de la dirección política, civil y militar del Movimiento –a la cual pertenecía su hermano, Abel–; el departamento de Melba, en Jovellar 107, fue acomodado, primero, para reuniones políticas; segundo, para depósito de armas; tercero, como taller textil; y, finalmente, como punto de concentración de algunos asaltantes, antes de sus salidas a Bayamo y Santiago.
Fue así que en Jovellar 107, tanto Melba como Haydée, acompañadas de Elena Rodríguez del Rey –madre de Melba–, Delia Terry y otras ayudistas se dedicaron con esmero a confeccionar una cantidad no menor de los uniformes de sargentos del Ejército (amarillo caqui) a ser usados por los insurrectos.
Pero, en la memoria de ambas quedó el mensaje más preciado de sus vidas, emitido por Fidel. Según testimonia Haydée, “el 23 de julio vino Fidel y me dijo que tenía una buena noticia para mí: ‘Vas a reunirte con Abel’”. Al día siguiente, hizo lo propio con Melba.
Abel Santamaría, segundo jefe del Movimiento, desde junio se encontraba en la Granjita Siboney, ubicada a 13 km. de Santiago, al oriente de Cuba. La propiedad alquilada fue transformada en avícola como fachada. Y desde allí partiría el exiguo ejército moncadista. Por esta razón se desplazaron a la granja Haydée y Melba, a la que arribaron con un día de diferencia tras un viaje en tren. Haydée lo hizo cargada de dos pesadas maletas con parque –armas y municiones– para los atacantes. Melba llevó otras dos maletas con armas largas junto a una caja de gladiolos, en la cual escondió debidamente otros tres fusiles.
Las horas previas al asalto, Haydée y Melba las dedicaron a limpiar el patio de la Granjita Siboney para impedir que algún clavo pudiera dañar los neumáticos de cualquiera de los 16 autos que los trasladarían. También tendieron colchones en el suelo para que los recién llegados pudieran descansar unas pocas horas. Mientras tanto ambas ultimaron los detalles en los uniformes de sargentos.
Según relata Haydée, ante la insistencia de ambas en participar del combate y las dudas de Fidel de autorizarlas, el doctor Mario Muñoz Monroy intercedió y las llevó junto a él en calidad de “enfermeras”, para asistir a los probables heridos. Así, integraron parte del contingente de 22 combatientes que, a las órdenes de Abel, coparon el Hospital Saturnino Lora, con el fin de sorprender por la retaguardia a los militares concentrados en el Cuartel Moncada. Sobre este punto, Melba le comentó a la reportera del periódico Granma, Susana Lee: “Cuando empezaron a salir los carros, Fidel nos dijo: ‘Bueno, ustedes se están tranquilitas aquí que nosotros volveremos a recogerlas para seguir adelante’. Fue cuando Yeyé [Haydée] y yo dijimos: ‘No, si es que esta es la acción, queremos pelear también’. Fue un momento muy embarazoso para Fidel, porque Abel y él tenían un estilo de trabajo muy colectivo respecto a Yeyé y a mí. No decidían nada sobre nosotras si no era con la aprobación de los dos, y Abel ya se había ido… Nosotras estábamos tranquilas, muy sedadas, sabiendo que si nos alterábamos no íbamos a convencer a Fidel de que nosotras teníamos derecho a pelear, si llevábamos tanto tiempo, no habíamos cometido errores en el trabajo, era un derecho ganado, y no podía ser por la condición de mujeres. Eso tiene que haberlo tocado a él. Entonces Mario Muñoz que estaba dentro, cambiándose la ropa, porque Fidel le había indicado que no fuera con el uniforme batistiano sino con su bata de médico, oyó aquella conversación, y le dijo: ‘Mira Fidel, las muchachas tienen razón’. Mario era una gente también agradabilísima. ‘Vamos a hacer una cosa, deja que vayan conmigo, al lugar donde yo voy ellas me pueden ser muy útiles, y, además, yo me encargo de informarle a Abel lo que pasó aquí’”.
En palabras de Haydée: “Estábamos en la máquina, Melba, Gómez García, Mario Muñoz y yo. Después y durante todo el viaje al Moncada, pensaba en casa, pensaba en el mañana que vendría: ¿qué pasaría?, ¿qué dirían en casa?, ¿cómo sería el día que comenzaba? Después llegamos. Después fueron los primeros segundos y los primeros minutos y luego fueron las horas. Las peores, más sangrientas, más crueles, más violentas horas de nuestras vidas”.
Por razones azarosas, en pocos minutos se frustró la toma del Cuartel Moncada, cuyo combate, contra lo planificado, finalmente se libró fuera de la fortaleza, dando tiempo a los militares de parapetarse y activar metrallas de gran calibre en puestos claves del recinto, que hicieron huir a los revolucionarios. Paso seguido, las huestes batistianas redirigieron su fuego contra el Palacio de Justicia y especialmente contra el Hospital Saturnino Lora, el que lograron cercar horas después de la operación. Allegados al establecimiento de salud, pasaron sala por sala y cama por cama –los rebeldes se habían “disfrazado” de enfermos, protegidos por las enfermeras– en búsqueda de los revoltosos. El Asalto al Cuartel Moncada dejó un saldo de cinco moncadistas y 11 soldados muertos en el enfrentamiento. Sin embargo, a las pocas horas, Batista dio una orden cruel: “Por cada soldado muerto quiero 10 revolucionarios muertos”.
Quienes maniobraron en el Hospital no escaparon a la sentencia del tirano, siendo apresados, torturados y asesinados 19 de los 22 revolucionarios de esa posición. Por cuestiones fortuitas, no fue reconocido por los esbirros Ramón Pez Ferro (19 años), mientras que Haydée y Melba fueron trasladadas de inmediato al Vivac Municipal para ser puestas a disposición de los Tribunales de Justicia.
Desde la Cárcel de Mujeres de Guanajay, en 1953 Haydée escribe una intensa carta a sus padres en la que hace un primer balance sobre el intento de asalto al Moncada, la muerte de su hermano y la vida de Fidel: “Abel los ha hecho cubanos, Abel ha logrado que ustedes amen esta tierra, amen la hermosa tierra donde él nació y creo que es lo único que él amaba más que a ustedes. […] Mamá, ahí tienes a Abel. ¿No te das cuenta, mamá? Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que, para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa”.
Desde la Cárcel de Boniato, el 6 de octubre de 1953, Melba escribió a sus padres acerca del juicio a los moncadistas y su vida en prisión: “Hoy ha sido un día de infinitas emociones; como habrán visto ya terminó el juicio culminando con las distintas sanciones, entre ellas, la nuestra correspondiente a 7 meses de privación de libertad. […] Aquí llueve desde hace 3 días y mi alma está prendida de esas 60 fosas comunes entre las cuales están las de nuestro Abel y nuestro Boris; bien sé, padres, que ellos estaban por sobre esas pequeñeces, bien sé que ellos ocupan el mejor lugar del espacio, no por pasión lo digo, no porque sean los nuestros tan queridos, no, pero sí porque conozco a fondo, como lo conoció todo el que pudo tratarlos de los grandes valores morales y espirituales que les adornaban, bien lo sé todo, pero no puedo en mi imperfección dejar de imaginarlos en sus muy humildes sarcófagos, quizás hasta inundados por el agua; por otra parte, nada les rinde tanto honor como esos humildes sarcófagos y esas humildes tumbas, semejantes a la de otros grandes de la patria, despojándose con ella hasta de esa vanidad falsa en que caen los hombres hasta siendo superiores”.
Una década más tarde, reflexionando en torno al sacrificio de Abel y sus compañeros de armas, Haydée expresó: “En ese momento una puede arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada, y que tiene sus nombres, que tiene su mirada, que tiene sus manos acogedoras y fuertes, que tiene su verdad en las palabras y que puede llamarse Abel, Renato, Boris, Mario, o tener cualquier otro nombre, pero siempre en ese momento y en los que van a seguir puede llamarse Cuba”.
A medio siglo de distancia, ante la interrogante de si el Moncada significó un fracaso o una victoria, Melba revisitó la gesta y profirió a Lee: “A pesar del aparente fracaso por los compañeros caídos, por los que sufrimos prisión, nunca lo vimos así, sino como una victoria porque nos señalaba el camino. Yo no he tenido que rectificar nunca en mi pensamiento, en mis sentimientos, el 26 de Julio y la acción en Santiago de Cuba. Y si volviera a nacer y se dieran iguales circunstancias, con un desgobierno como el que había entonces, y Fidel me dice: ‘Vamos a la toma del Moncada’, allá voy yo a la toma del Moncada, y dicho con toda modestia, con esa pequeñita participación que me tocó, estoy segura que sin el Moncada no tendríamos lo que tenemos hoy, como también que tuvimos un Moncada porque tuvimos a ese Fidel tan grande que tenemos hoy. Yo lo veo así”.
Naty, desde el silencio
Otra de las mujeres que cumplió un rol decisivo en los meses, días y horas previas al Asalto al Cuartel Moncada fue Natalia Elena Revuelta Clews, por entonces de 27 años.
Casada con un prominente cardiólogo, madre de una niña, políglota y secretaria de la empresa petrolera ESSO, desde muy joven se sumó a las filas del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), donde conoció a Fidel Castro. En entrevista con el periodista Fernando García recordó: “Me hice ortodoxa porque ese partido iba a combatir la corrupción y a luchar por la justicia social y la independencia económica. Aquel 10 de marzo del golpe de Estado me vestí de negro para ir al trabajo”.
De los participantes del levantamiento, Naty era la que tenía mejor posición económica, con un ingreso anual de 6.756 pesos, cuando la inmensa mayoría de los asaltantes no percibían siquiera 1.000 pesos anuales. Dato valioso si se considera que, según constata la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de Cuba, decenas de fusiles utilizados por los moncadistas fueron comprados por Héctor de Armas Errasti con cheques girados por Revuelta, quién además empeñó objetos personales y solicitó un suculento préstamo bancario para ponerlo a disposición del Movimiento. Sin mencionar que parte de ese parque y armas compradas fueron guardadas en su casa, ubicada en el residencial barrio habanero de El Vedado, facilitada desinteresadamente a Fidel para sus planes, como rememora Revuelta: “Mandé hacer unas llaves de mi casa para que estas personas pudieran disponer de ella y de lo que necesitaran, pues teníamos posibilidades”.
Pero, sin dudas, la tarea más valiosa que desempeñaría Naty aquel domingo 26 de julio fue otra: “Antes del asalto, me explicó Fidel que iban a ocupar la estación de radio de Santiago para leer un manifiesto y otros documentos; pero para llenar los tiempos sin voz necesitaban un tipo de música especial, que movilizara pero que no fuera alegre, pues podía haber muertos de ambas partes”, confesó a García.
En efecto, una obligación estratégica del plan contemplaba tomar radios de Santiago y La Habana y hacer un llamamiento a la población para alzarse contra Batista. La actividad consistiría en la retransmisión del mensaje del político Eduardo Chibás, “El último aldabonazo”, seguido de la recitación de dos poemas de Raúl Gómez, “Ya estamos en combate” y “Reclamo del centenario”, y de la lectura del “Manifiesto” de los rebeldes, escrito horas antes por Gómez. Todo lo cual se complementaría con Las polonesas de Frédéric Chopin, la Sinfonía No. 3 “Heroica” de Ludwig van Beethoven, el Himno Nacional de Cuba, entre otras.
Tal y como como está documentado, Naty no solo consiguió aquellas cintas musicales, sino que fue la encargada de mecanografiar durante el 24 de julio el “Manifiesto” rebelde. Fidel le confió además la misión de difundirlo a primera hora del 26. Lo llevó a las radios y dejó copias a periodistas y políticos. En la citada entrevista, Naty evoca aquel día: “Lo tenía que distribuir en La Habana. Tuve que hacerlo sola. Había que distribuir el documento entre políticos y periodistas fiables, sincronizadamente con la hora en que estarían ocurriendo los asaltos a los cuarteles de Santiago y el cercano Bayamo. Me levanté de madrugada. Salí a la calle a las cinco y cuarto, hora de los asaltos, busqué un taxi y empecé con las visitas. Vi a Pelayo Cuervo, senador; a Raúl Chibás, hermano de Eduardo; a Cosme de la Torriente, presidente de la Asociación de Amigos de la República; a Sergio Carbó, director de Prensa Libre. Ya en casa de Carbó me dieron noticias terribles: sabían del asalto y había muchos muertos, sobre todo atacantes. Quedé desolada”.
Habiendo cumplido exitosamente su cometido pero sin saber la suerte de sus compañeras y compañeros, quizás Naty se aprestaba a cumplir la última petición encomendada por Fidel la tarde del 24: “Me pidió que me ocupara de su mujer y su hijo Fidelito. Me veía como la buena persona que podía ayudarles”.
Las Marianas
Tras ser liberadas de prisión junto otras participantes del recién creado Movimiento 26 de Julio (M-26-7) Melba y Haydée se dedicaron a recopilar, ordenar, editar, publicar y distribuir el inmortal alegato de Fidel, La historia me absolverá.
Pocos años más tarde Melba, Haydée y otras tantas mujeres, devendrían en guerrilleras y fundarían en la Sierra Maestra el Pelotón Mariana Grajales –en el que destacarían Celia Sánchez y Vilma Espín, entre otras–. Todas ellas darían lo mejor de sí en la causa por la liberación definitiva de Cuba y la consolidación de una revolución socialista que ya ha cumplido sus primeros 60 años.