Nuestra América bajo el coronavirus
Con la expansión global del Covid-19, se ha planteado un debate sobre si la crisis actual potenciará la solidaridad, la regulación socio-estatal de la economía y un cambio emancipatorio, o si reforzará el individualismo, el autoritarismo y la desigualdad.
CAPAC – Por José Seoane (*). Tomado de Notas Periodismo Popular.
En las últimas semanas ha circulado una amplia gama de reflexiones sobre los efectos políticos y las mutaciones futuras que plantea la expansión global del Covid-19 o coronavirus. Se ha planteado así un debate sobre si la crisis actual potenciará la solidaridad, la regulación socio-estatal de la economía y un cambio emancipatorio o si reforzará el individualismo, el autoritarismo -con mayor control estatal digital de la conducta de individuos y poblaciones- y la desigualdad.
Existe un mayor acuerdo sobre la profundidad de los cambios que acarreará. Nos encontramos frente a esos acontecimientos que marcan un punto de inflexión, de reconfiguración en el corto y largo plazo, de las tendencias y dinámicas societales. Los interrogantes sobre el sentido futuro de esos cambios, como en tantas oportunidades, se responderán a partir de los resultados de las intensas disputas que se libran hoy en todos los ámbitos de la sociedad a nivel regional y global.
El último informe del Observatorio de la coyuntura de América Latina y el Caribe (OBSAL) elaborado desde la Oficina Buenos Aires del Instituto Tricontinental examina justamente la forma que asumen estas disputas en Nuestra América durante el mes de marzo. Un mes que se inició con la movilización de las mujeres en defensa de sus derechos y en cuestionamiento al régimen patriarcal para luego reconfigurarse bajo la expansión de la pandemia y sus efectos económicos, sociales y políticos. Hechos que señalan, en direcciones distintas, la centralidad política que asume en estos tiempos neoliberales el ámbito de las relaciones de reproducción social y de la vida.
La potenciación de las crisis y de las tendencias en curso
En términos generales, el análisis del impacto de la pandemia en Nuestra América puede resumirse alrededor de tres consideraciones. Por una parte, la aceleración, en algunos casos dramática y con imprevisibles consecuencias, de la dinámica de crisis civilizatoria que caracteriza la neoliberalización capitalista y de las contradicciones que ese proceso potencia a nivel regional y global. Así, si las previsiones respecto de la marcha de la economía global eran ya poco optimistas en 2019, la pandemia ha precipitado un escenario de recesión global que posiblemente -como lo advierten incluso el FMI y el Banco Mundial- tendrá una significación mayor que la crisis de 2008 y cuyo despliegue recién está comenzando.
En el orden regional, si 2019 también había sido un año de desaceleración y crisis económica sumando seis años de tendencia negativa, el 2020 bajo la pandemia anuncia una retracción económica más profunda, calculada por la CEPAL a fines de marzo en una caída del 1,8% del PBI latinoamericano.
Este escenario económico regional y global augura, de no mediar cambios sociales, un incremento de la desigualdad, la precariedad de la vida, el desempleo, la pobreza y la indigencia. Se acentuaría así trágicamente la tendencia característica del neoliberalismo y, en particular, la dirección que imprimió en nuestro continente la ofensiva neoliberal conservadora en los últimos años. Realidades y previsiones que interrogan sobre los efectos que tendrá la profundización social de la crisis sobre la legitimidad de los regímenes políticos y las luchas populares.
En el plano global, la pandemia ha intensificado también las disputas por la hegemonía.
En el plano global, la pandemia ha intensificado también las disputas por la hegemonía y las tendencias en desarrollo en los últimos años. En esta dirección, se profundizó la crisis de la Unión Europea ya golpeada tras el Brexit. China, por su parte, controló la situación y reapareció en el terreno internacional desarrollando una política de cooperación y solidaridad basada en su potencia económica que ha sido su característica en el pasado. De igual manera, la respuesta del gobierno estadounidense ha acentuado el carácter prepotente, mezquino y autoritario, sustentado en su relativa ventaja militar y el control del dólar.
Estos hechos marcan un nuevo escalón en el proceso de transición hegemónica global de Occidente a Oriente –tal como el propio Henry Kissinger advirtió preocupado en un artículo reciente- aunque la dinámica que adopte en el futuro próximo es más difícil de estimar. Como sea, la discusión sobre un nuevo orden internacional parece estar hoy más planteada que antes.
Nuevamente, como lo fue en los inicios de 2019, los tambores imperiales de guerra resuenan sobre Venezuela.
También, como venía sucediendo en el último período, el retroceso en el terreno mundial ha intensificado la agresividad de EE.UU. sobre Nuestra América. Nuevamente, como lo fue en los inicios de 2019, los tambores imperiales de guerra resuenan sobre Venezuela. Además de los intereses petroleros y geopolíticos, hoy la invención de un conflicto militar puede ser para Trump una conjura propagandística útil frente a las dificultades que la crisis sanitaria y económica le imponen a su campaña electoral hacia las presidenciales de noviembre.
La serie de acusaciones lanzadas contra el presidente Nicolás Maduro por narcotráfico, la promoción de un gobierno colegiado de transición y la movilización naval y aérea en el Caribe venezolano alertan sobre el peligro de una intervención militar.
En ese marco, y en medio del cerco económico y la guerra híbrida, se destaca aún más el ejemplo de la Revolución cubana, con sus desarrollos biomédicos y su compromiso internacionalista.
El fracaso del neoliberalismo
Por otra parte, en Nuestra América y a nivel global, lo sucedido en el mes de marzo ha demostrado el fracaso absoluto de las políticas neoliberales en afrontar y responder eficientemente a la pandemia. Del negacionismo inicial a los intentos de aprovechar el contexto para proseguir con las reformas de ajuste o privilegiar los subsidios al gran capital; la mayoría de los gobiernos neoliberales han debido ir adoptando -incluso a cuentagotas y regañadientes- políticas sanitarias de aislamiento social, fortalecimiento del sistema público de salud y alguna compensación económica a los sectores populares.
El ejemplo más trágico ha sido la experiencia vivida en Ecuador, que hoy se enfrenta a una catástrofe sanitaria y social, desatada particularmente en Guayaquil.
El ejemplo más trágico ha sido la experiencia vivida en Ecuador, con un gobierno que intentó aprovechar los comienzos de la pandemia para aplicar el paquetazo que el pueblo rechazó en las calles el año pasado y que hoy se enfrenta a una catástrofe sanitaria y social, desatada particularmente en Guayaquil.
En algunos casos, los gobiernos neoliberales han usado o reaccionado ante la aparición y extensión del virus con políticas más represivas, de militarización de la vida pública y control coercitivo de la población, generando nuevas condiciones para la extensión del «estado de excepción». De los toques de queda y la declaración de Estado de sitio en Centroamérica a la represión de los sectores populares ejercida una vez más por la dictadura en Bolivia, estas lógicas dan continuidad a las respuestas autoritarias que venían desplegándose a nivel regional en los últimos años.
También evidencian que las transformaciones neoliberales pueden implicar y han supuesto -particularmente en las últimas décadas- un reforzamiento de la capacidad punitiva del Estado.
En otros casos, las políticas de aislamiento social y reforzamiento sanitario fueron implementadas muchas veces primero por los gobiernos municipales o provinciales -o estaduales y regionales- desplegándose una serie de conflictos institucionales o intraestatales, incluso al interior de las elites.
El caso paradigmático ha sido lo sucedido en Brasil bajo el gobierno de Jair Bolsonaro. Su política contraria a toda cuarentena que interfiera la lógica económica profundizó su aislamiento institucional, político y social e incrementó las demandas de su alejamiento incluso con disputas al interior de su propia coalición y rumores de que el poder real habría pasado ya a manos de los militares que detentaban un lugar central en el gobierno.
La dinámica que adquiere esta crisis política-institucional, la posibilidad de que se abra una situación similar en algún otro país o que se profundice el descrédito social de muchos de los gobiernos neoliberales -sumado a los efectos sociales de la recesión económica- interrogan sobre en qué medida el fracaso neoliberal se traducirá en crisis de legitimidad y potenciará la conflictividad de un ciclo ya iniciado en octubre pasado. Asimismo, apunta sobre cuáles serán las alternativas que se levantarán desde los sectores subalternos.
Los desafíos populares
Esta cuestión ya interroga sobre los desafíos populares que plantea este nuevo escenario de potenciación de las crisis y fracaso neoliberal, ciertamente con la advertencia de saber -como ha sido mencionado tantas veces- que el neoliberalismo ha dado muestras de una particular capacidad de aprovechar las propias crisis a su favor. En esta dimensión, la conflictividad social -aletargada y muchas veces mutada, en tiempos de pandemia, en cacerolazos o acciones locales- ha seguido estando presente.
Los movimientos populares han realizado propuestas orientadas a aliviar el impacto social de la cuarentena.
Los movimientos populares en cada uno de nuestros países y a nivel regional (y global) han realizado propuestas orientadas a aliviar el impacto social de la cuarentena y a fortalecer el sistema público de salud, defender los derechos de los trabajadores y sectores populares y avanzar en transformaciones más profundas. En este campo, como suele suceder particularmente en los momentos de crisis, se desarrolla una verdadera y, más o menos explícita, lucha de clases alrededor de cómo se distribuyen los costos económicos y sociales que implica la pandemia.
Los sectores dominantes del poder económico presionan en la defensa de sus privilegios y ganancias -e, incluso, disputan entre sí- con todas sus herramientas, incluyendo los medios masivos. En el informe del OBSAL de marzo se analizan las principales experiencias en relación con esto. A nivel internacional se destaca el llamamiento de la Asamblea Internacional de los Pueblos del 21 de marzo que, en base a 16 propuestas, convocó a defender y priorizar la vida frente al capital precisando la hoy mentada contraposición entre salud y economía.
La respuesta frente a la pandemia ha puesto en el centro de la escena la acción del sistema público de salud, tan castigado por las olas neoliberales.
Por otra parte, la respuesta frente a la pandemia ha puesto en el centro de la escena a las capacidades y la acción del sistema público de salud, tan castigado por las olas neoliberales pasadas como amenazado por la reciente ofensiva conservadora que se despliega desde 2015. La creciente necesidad de un control estatal-público del sistema sanitario, de reorientar parte del sistema productivo hacia la elaboración de los insumos médicos, de medidas económicas para evitar el crack y ayudar a los sectores más castigados, parecen otorgar nueva legitimidad a las propuestas populares de gestión público-estatal de los sectores económicos claves.
Pero esto no debe traducirse simplemente en la idea de un “Estado fuerte” que habilita, en su doble rostro de Jano, también la coerción que ya señalamos; sino que plantea superar la dualidad liberal Estado – sociedad civil/mercado. Para eso, es importante atender a los procesos de organización y solidaridad que también se gestan en los sectores populares y de trabajadores. Con sus escasos recursos y dificultades, los mecanismos colectivos de resolución de las necesidades, particularmente urgentes en las barriadas populares, ponen sobre la mesa la importancia (política) de estas dinámicas comunitarias y de organización popular, frente al individualismo egoísta que estimula, en el temor al contagio, el rechazo a lo «otro» y que forma parte del bagaje de la ofensiva neoliberal conservadora y, en general, del orden del capital.
Marzo cierra un primer período de la expansión de la epidemia en la región -desde su llegada vía pacientes contagiados en el exterior, a los primeros circuitos de contagio local- pero nuestros pueblos se encuentran aún lejos de haber transitado el pico de la infección que -similar pero posiblemente más grave que la que sucede en Italia y España- se espera alrededor del mes de mayo. Los pueblos de Nuestra América afrontarán en ese momento una situación más difícil, en la que se intensificarán las tendencias y disputas que hemos intentado reseñar. Los resultados que jalonen esos meses futuros condicionarán significativamente los más lejanos escenarios del post-coronavirus.
(*) Director de la oficina en Buenos Aires del Instituto Tricontinental de Investigación Social / OBSAL