Hart Dávalos: “El 26 de Julio y Fidel en mis recuerdos”
En un nuevo aniversario del nacimiento de Fidel Castro (13 de agosto de 1926) las hondas reflexiones y testimonio del destacado intelectual y patriota cubano Armando Hart Dávalos.
CAPAC – por Armando Hart Dávalos – tomado de Cubadebate
El 26 de julio de 1953 el país se estremeció con los heroicos sucesos del Moncada. Aquel domingo histórico nos enteramos de la noticia en horas de la mañana. Mi hermano Enrique y yo empezamos a indagar por todas las vías posibles acerca de lo ocurrido. Las versiones iniciales hablaban del alzamiento de una parte del Ejército contra Batista, pero ya a las dos o las tres de la tarde, un dirigente de la Juventud Ortodoxa me llamó para informarme de que Fidel era el jefe del asalto. Por la noche, la prensa daba los datos e informaciones oficiales del acontecimiento. En días sucesivos se recibirían nuevos informes de la épica hazaña.
Aquellas acciones tenían el propósito de tomar sorpresivamente los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, además de la Audiencia Provincial y el Hospital Civil, para luego convocar a la huelga general en todo el país. El último discurso de Eduardo Chibás debía ser retransmitido al pueblo de Cuba. Si fracasaba la acción, el plan contemplaba la posibilidad de continuar la lucha en las montañas. Fidel, ante el revés que tuvo lugar, puso en práctica esa alternativa, pero fue detenido por una patrulla militar al mando del teniente Sarría, quien, con una dignidad excepcional en aquel ejército, lo condujo al Vivac para presentarlo ante los tribunales y no lo entregó a Chaviano, el comandante a cargo del Cuartel Moncada. El azar operó esta vez en favor de la Revolución.
La periodista Marta Rojas, describió los dramáticos acontecimientos en tres artículos que para la revista Bohemia y aunque en su momento fueron censurados, se convirtieron en documentos de un enorme valor histórico.
Los crímenes fueron denunciados durante el proceso del juicio oral por Fidel, quien explicó los trabajos organizativos, el programa y la plataforma política de aquel empeño, en su histórica defensa conocida como “La historia me absolverá”. En recuerdo de los mártires y héroes reproduzco algunos párrafos de la misma:
[…] El plan fue trazado por un grupo de jóvenes, ninguno de los cuales tenía experiencia militar; y voy a revelar sus nombres, menos dos de ellos que no están ni muertos, ni presos: Abel Santamaría, José Luis Tasende, Renato Guitart Rosell, Pedro Miret, Jesús Montané y el que les habla. La mitad han muerto, y en justo tributo a su memoria puedo decir que no eran expertos militares, pero tenían patriotismo suficiente para darles, en igualdad de condiciones, una soberana paliza, a todos los generales del 10 de marzo juntos, que no son ni militares, ni patriotas. […]
Con ellos estaba Abel Santamaría, el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba. Ya veremos la suerte que corrieron y cómo quiso escarmentar Batista la rebeldía y heroísmo de nuestra juventud. […]
En los anales del crimen merece mención de honor el sargento Eulalio González, del cuartel Moncada, apodado El Tigre. Este hombre no tenía después el menor empacho para jactarse de sus tristes hazañas. Fue él quien con sus propias manos asesinó a nuestro compañero Abel Santamaría. Pero no estaba satisfecho. Un día en que volvía de la Prisión de Boniato, en cuyos patios sostiene una cría de gallos finos, montó el mismo ómnibus donde viajaba la madre de Abel. Cuando aquel monstruo comprendió de quién se trataba, comenzó a referir en alta voz sus proezas y dijo bien alto para que lo oyera la señora vestida de luto: “Pues yo sí saqué muchos ojos y pienso seguirlos sacando”. Los sollozos de aquella madre ante la afrenta cobarde que le infería el propio asesino de su hijo, expresan mejor que ninguna palabra el oprobio moral sin precedentes que está sufriendo nuestra patria. A esas mismas madres, cuando iban al Cuartel Moncada preguntando por sus hijos, con cinismo inaudito les contestaban: “¡Cómo no, señora!; vaya a verlo al Hotel Santa Ifigenia [1] donde se lo hemos hospedado”. ¡O Cuba no es Cuba, o los responsables de estos hechos tendrán que sufrir un escarmiento terrible! [ … ][2]
En enero de 1954 fui invitado por la Universidad de Oriente a dar una conferencia sobre Martí. La actividad iba a tomar necesariamente un cariz político de lucha contra la tiranía, y las autoridades académicas, aunque mantenían una firme oposición al régimen, optaron por suspenderla. Aproveché mi estancia en la ciudad de Santiago para realizar labor de proselitismo y, a la vez, interesarme por Abelardo Crespo, asaltante del Moncada que, herido y preso, estaba recluido en el hospital.
Las impresiones que recibí sobre los heroicos sucesos me dieron una imagen más clara de lo que podía percibirse desde La Habana. Los hechos del 26 de julio de 1953 habían tenido un impacto general en todo el país, pero en la indómita región pude conocer algunos detalles que eran de mi especial interés.
Estuve en casa de Cayita Araújo, a quien conocí entonces. Ella me contó hermosas historias de la gesta moncadista. Siempre interesado en los aspectos ideológicos y morales de los hechos revolucionarios, me produjo gran impresión que el profesor Max Figueroa Araújo, hijo de Cayita, me hablase de que Fidel y sus compañeros habían leído y estudiado a Martí, lo cual resultaba muy importante para mí. Allí me entregaron, el primer Manifiesto de Fidel, en el que describía los sucesos del Moncada y denunciaba los crímenes cometidos. Aquel documento me impactó.[3]
Me percaté de que había surgido un movimiento de gran trascendencia ética y política. Si en La Habana había admirado la hazaña, en Santiago comprendí que aquellos héroes y mártires trasmitían un profundo mensaje que dejaría una huella permanente en la historia de Cuba.
En el 26 de Julio se expresaron la síntesis del pensamiento y el programa de José Martí con las realidades y exigencias de la sociedad cubana de la década del cincuenta. Responde en su forma y estilos de realización y en sus principios a nuestra tradición revolucionaria.
He dicho que en los años cincuenta existía un vacío ético en la superficie política de la sociedad cubana. Como consecuencia de la acción del Movimiento 26 de Julio, se produjo un ascenso moral y cultural de vasto alcance social. La realidad no se halla sólo en los fenómenos que se observan a simple vista, sino también en las necesidades que se encuentran en el sustrato y las esencias de la vida social. Captarlas, asumirlas y descubrir las formas prácticas para satisfacerlas es el mérito de los grandes forjadores de la historia.
El asalto a la segunda fortaleza militar del país significó la réplica necesaria al golpe de Estado. La heroicidad y la audacia de los combatientes repercutieron decisivamente en la situación política y social.
En la génesis de la Revolución Cubana, que en 1961 proclamó su carácter socialista, está el Moncada. Aunque la gesta iniciada entonces no revelaba ese contenido, sí se hallaba en sus exigencias económicas, sociales y morales que, más tarde, desde 1959 y hasta 1961, sirvieron de presupuesto para un programa de esta naturaleza.
Una revolución como la que necesitaba Cuba sólo era posible con una estrategia como la de Fidel, quien poseía radical cubanía y cosmovisión socialista.
En la definición de “pueblo” de “La historia me absolverá” se hace una caracterización social y clasista que se correspondía exactamente con nuestra realidad socioeconómica. Me causó asombro cuando estudié más profundamente las ideas del socialismo, que casi nadie se hubiera percatado entonces de ese contenido revolucionario. Y es que Fidel se alejó de las formas tradicionales con que la literatura política al uso describía estos fenómenos. La profundidad filosófica y cultural en el análisis se logra con una excepcional oratoria que encuentra argumentos jurídicos, políticos, sociales e históricos. El alto nivel intelectual de esta pieza marca lo más elevado del pensamiento cubano en la década del cincuenta.
¿Cuál era el contenido presente en el programa y las aspiraciones del Movimiento 26 de Julio, que como una constante recorren la historia de la Revolución? Se halla en que se fusionaron las mejores tradiciones éticas de la sociedad cubana con las necesidades de medidas emancipadoras, económicas y sociales.
Sentido ético de la vida y programa de redención humana y social estuvieron presentes en la médula de aquellos acontecimientos que Fidel describió con magnífica prosa en el documento fundador: “La historia me absolverá”.
La necesidad de llegar a un gran público, tal como lo impone el quehacer político, obliga a una literatura que para ser consecuente con los objetivos propuestos debe poseer rigor intelectual.
Esta línea de pensamiento y sentimiento, muy relacionada con la necesidad de abrirle camino a la acción política, la tomó la Generación del Centenario de la tradición patriótica, literaria y moral que trasmitieron, en medio de grandes obstáculos, la educación y la escuela cubanas. Por ella nos hicimos revolucionarios.
La tradición moral le viene al cubano desde los tiempos de forjación, cuando a comienzos del siglo XIX, el presbítero Félix Varela, en la escuela que fundó, reclamó la abolición de la esclavitud y la independencia nacional. El contenido de nuestra ética está caracterizado por la escuela de Luz y Caballero, quien a mitad de aquel siglo, situó la justicia como el sol del mundo moral y se completó más tarde, logrando alcance universal, cuando José Martí, señaló: “Con los pobres de la tierra / Quiero yo mi suerte echar”.
El sentimiento ético, patriótico, el sentido heroico del Moncada y las exigencias de igualdad y justicia social contenidas en “La historia me absolverá” están en la médula de aquel acontecimiento. Esta articulación llegó hasta nuestros días y se proyecta hacia el porvenir. Ética y justicia social constituyen la principal necesidad de Cuba, América y el mundo de hoy. Por esto el Moncada fue y será un hecho que la historia premió no sólo absolviendo a los combatientes, sino con el agradecimiento eterno de la posteridad.
II El Fidel que he conocido
Con certeza puedo afirmar que mi vida está dividida en dos etapas fundamentales, antes y después de conocer a Fidel Castro. Eso ocurrió primero por referencias, más tarde, personalmente y fue acrecentándose en la medida en que pude constatar no solo sus cualidades personales, sino también su extraordinaria inteligencia, firme voluntad para enfrentar con sabiduría las situaciones más complejas y gran nobleza y solidaridad con sus compañeros de luchas e ideales, que no era más que otra forma de expresión de su infinito amor al pueblo cubano.
Recuerdo que los sucesos del 10 de marzo de 1952 marcaron un momento decisivo en ese rumbo que condujo a ambos a encontrarnos en una estrecha comunidad de ideas y fueron ensanchándose poco a poco en la medida en que me percataba —junto a otros valiosos compañeros— de haber encontrado finalmente el liderazgo que por tanto tiempo habíamos buscado afanosamente, en un país que en esos momentos se debatía ente el total desconcierto y la frustración.
El 26 de julio de 1953 fue para mí la confirmación de todas aquellas ideas y ante nosotros elevó a la categoría de héroe a la figura de Fidel y de los aguerridos jóvenes que lo acompañaron a “tomar el cielo por asalto”. Esos eran, definitivamente, el líder y el movimiento a que aspirábamos, el que Cuba necesitaba y dentro del cual valdrían la pena los mayores sacrificios, incluidos el de entregar la vida misma por esa causa.
Sin embargo, lejos estaba todavía de lo que el destino y la dura lucha me deparaban al respecto y cómo la figura del organizador y jefe de la Generación del Centenario trascendería las estrechas fronteras nacionales y se proyectaría hacia América Latina, el Caribe y el resto del mundo. No podía ser de otra manera, pues quien encabezó, concibió y defendió inteligentemente, pero sin vacilación alguna, la obra gigantesca de la Revolución Cubana, estaba llamado a ser en el convulso universo de hoy, un elevadísimo y poco común ejemplo de ética, cultura, seguridad, experiencia y firmeza de principios: todo en una sola pieza. Tal y como ha sucedido y es motivo para mí de orgullo legítimo en lo personal —como para el pueblo cubano y los demás pueblos que luchan contra la injusticia y la barbarie— haberlo conocido, haberlo seguido y acompañado, aprendiendo de sus decisiones y sus orientaciones oportunas y acertadas.
Y si tuviera que resumir cuál es a mi juicio su rasgo más característico, diría que es su pensamiento ético, demostrado y puesto a prueba en los momentos más difíciles, desde los tiempos del Moncada hasta convertirse en la fuerza esencial de la Revolución que aún lo sigue siendo, con más de medio siglo victorioso. Ahí están su genio y originalidad, por el que fue capaz de llevar al terreno de los hechos, los métodos y principios capaces de relacionar dialécticamente las ideas del Socialismo con la tradición ética de la nación cubana.
El pueblo cubano no debe olvidar nunca sus palabras en el Aula Magna el 17 de noviembre de 2005, las que se convirtieron, a la vez, en un llamado y un alerta que hasta hoy repercuten y han sido recogidos por Raúl, por nuestro Partido y por todo el pueblo trabajador que en estos momentos lleva adelante la inmensa tarea que nos debe conducir a ser capaces de desarrollar nuestro Socialismo, próspero y sostenible, con soberanía y paz.
Desde estas páginas, rindo homenaje a quien llevó el nombre de José Martí en la mente y en el corazón, ha sido su mejor discípulo y ha enriquecido como nadie las ideas del Apóstol cubano, con el conocimiento y las vivencias de la práctica política en estos tiempos; porque como he afirmado en otras ocasiones, mi único mérito —y para mí es bastante— ha sido y es, haber sido parte de la Revolución de Fidel, orientado por las enseñanzas de Martí.
III Fidel: La ética de Nuestra América
Antes de que se implantara sobre mi Patria la sangrienta dictadura de Batista, ya Fidel era una figura conocida en los medios juveniles y estudiantiles de prácticamente todo nuestro país. Sobresalía por sus luchas en el ámbito de la Universidad de La Habana y su protagonismo en las filas del Partido del Pueblo Cubano que había fundado Edy Chibás, para revertir la terrible corrupción que imperaba en aquella república mutilada. Pero indiscutiblemente la estatura política y ética de Fidel creció luego del cuartelazo de Batista, hasta convertirse en uno de los más destacados dirigentes revolucionarios de la juventud cubana.
La primera ocasión en que su personalidad me impactó fue en fecha posterior al 10 de marzo y anterior al Moncada, durante un encuentro en el local del Partido Ortodoxo, situado en Prado 109, cuando un grupo de jóvenes sosteníamos una polémica acerca del tipo de jefe que asumiría la dirección de la Revolución. En aquella ocasión Fidel defendió el criterio de que surgirían dirigentes totalmente nuevos y diferentes. En el encendido debate desatado en el viejo caserón de Prado fui uno de los que coincidió plenamente con Fidel.
De allí salí junto a él. Recorrimos varias calles; con su brazo sobre mi hombro me estuvo insistiendo en el tema. Me sorprendí cuando se interesó en el hecho de que yo visitaba las oficinas de la FEU con un grupo de compañeros para aprender el manejo de las armas. Después del asalto al Moncada, al conocer que el responsable estudiantil del adiestramiento de jóvenes que tenía esa institución, Pedro Miret, era uno de los participantes en aquel hecho heroico, me percaté de que Fidel conocía a través de él a los que íbamos a las oficinas de la organización estudiantil con intenciones insurreccionales.
Desde entonces estuve junto a Fidel y lo tengo como el más alto paradigma de nuestro tiempo, porque es un genio de la política que se evidencia en su capacidad para sumar voluntades, garantizar la unidad de la nación en las más difíciles circunstancias y movilizar al pueblo hacia objetivos concretos y posibles. Audacia, realismo, firmeza en los principios, sabiduría estratégica e inteligencia para asumir la táctica correcta ante cada coyuntura son los elementos que configuran la enorme dimensión de su extraordinaria actuación política.
Otra de sus grandes virtudes reside en su capacidad para involucrar a las masas en la solución de los problemas. Esa capacidad le viene de la tradición martiana, de su compromiso de servicio público y de una muy cultivada sensibilidad político─social.
A los cubanos, Félix Varela nos enseñó a pensar; José de la Luz y Caballero, nos enseñó a conocer; José Martí, nos enseñó a actuar y Fidel Castro, nos enseñó a vencer. Lo original de Martí se halla en que su erudición enciclopédica la llevó al terreno de la política práctica. Fidel con su inmensa cultura, recogió, recreó y actualizó esta tradición en el siglo XX, en lo que he llamado la Cultura de hacer política, es decir cómo se hace política sobre fundamentos culturales. Precisamente, la fuerza de la política de Fidel ha estado, en que desde su estatura de estadista supo hacer y ejercer una política culta en defensa del pueblo cubano.
Pero la grandeza de Fidel no se puede explicar sin Martí, como tampoco sin la cultura del pensamiento occidental que tuvo sus cumbres en el legado científico social revolucionario de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin. Fidel también simboliza la síntesis de la eticidad de Nuestra América, representada al grado supremo en el verbo y la acción martianas, con lo más avanzado de las concepciones filosóficas, políticas y sociales de la edad moderna.
La historia ha confirmado de manera trágica la certeza de Fidel cuando desde los años iniciales de la Revolución Cubana destacó el papel determinante de los factores morales en la lucha en favor del socialismo. Si Cuba resiste y no ceja en su camino, es porque los principios éticos que sustentan a la Revolución y que Fidel expresó en su práctica política y social, es carne y sangre de nuestras más profundas convicciones y de nuestro proyecto revolucionario. La ética del socialismo cubano no se destruye como los estados o los muros.
Muy grande debe ser un hombre al que sus enemigos solo pudieron aspirar a vencerlo cuando se cumpliera la ley de la biología. Sin embargo, debemos advertirles que los hombres de esa naturaleza se convierten en símbolos que perduran con fuerza más allá de su vida, porque sus vidas revelan una inmensa tradición de lucha y de combate por la liberación humana.
No habrá post-Castro como no hay post-Martí, el cual vive en la Revolución Cubana; no hay, tampoco, post-Bolívar. Estos mitos viven en millones de hombres y mujeres y sus ideas se convierten en programas de combate. En ese sentido recordemos las palabras de José Martí, cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos son los que se revelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana; estos hombres son sagrados.
La universalidad de Fidel Castro está, en que lleva en su conciencia, toda la ética y la sabiduría político─moral que faltó en el siglo XX y sigue estando ausente en el XXI. Por eso cada 13 de agosto, me permito sumarme a los hombres y mujeres que en Cuba, América y en todo el planeta le deseamos a nuestro querido e invencible Fidel, un largo y sonoro: ¡Feliz aniversario Comandante! ¡Que su martiana luz, ilumine nuestro camino para siempre!
[1] Fue una ironía del canalla, pues en realidad Santa Ifigenia es el nombre del cementerio principal en Santiago de Cuba.
[2] Fidel Castro: La historia me absolverá. Edición anotada. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1993, pp. 39, 40, 42, 43, 78 y 79.
[3] Se trata del “Mensaje a Cuba, que sufre”, el Manifiesto a la nación, escrito por Fidel, desde la prisión en Isla de Pinos, con fecha 12 de diciembre de 1953, difundido de forma clandestina.