Guerra contra Rusia: páginas inadvertidas del inexorable conflicto que se orquestó en silencio

Conrado Conci realiza una ilustrativa recapitulación del pérfido y terrorista accionar occidental contra Rusia, de lo que emerge como mayor evidencia la rehabilitación del nazismo para agredir a la Federación presidida por Putin.

por Conrado Conci, delegado oficial de la Korean Friendship Association (KFA) en Argentina

Con el estallido del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, uno de ellos apertrechado financiera y militarmente por buena parte de Occidente, se visibilizaron actos que indudablemente hubiésemos adjudicado, vistos desde la óptica del autodenominado «mundo libre», a los regímenes más insultantes de la razón humana —aunque esta razón bien pudiese caer en la irracionalidad engendrando monstruos y quizás este sea el caso—, y a los que se les señalan con el etnocéntrico dedo acusador —descocadamente— aspectos como la libertad de expresión o los derechos humanos (DD. HH.), supuestos imprescindibles en una “modélica” democracia de corte occidental, como se entiende desde los Estados Unidos (EE. UU.), la Unión Europea (UE) o buena parte de Latinoamérica.

Así, Europa occidental evidenciaría sus oscuras intenciones, su otro rostro, el que permanecía oculto y que exteriorizaría sus incongruencias respecto a los enraizados valores que han dado forma a su “iluminada” sociedad, y es que el cinismo les ha llevado a comportamientos insospechados contra la «operación militar especial» de Rusia en Ucrania o, si se prefiere reemplazar este eufemismo por «guerra», —a pesar de que Rusia, hasta el momento, no la ha declarado oficialmente, por lo que no hay una movilización total por parte de Moscú—.

Raudamente se quebrantó en el Viejo Continente la libertad de prensa en una escalonada naturalización de la censura con un grotesco bloqueo informativo a medios de comunicación rusos en nuestro lado del globo, junto con la abolición de uno de los derechos más sacrosantos de Occidente, constitutivos del sistema capitalista, el de la propiedad privada. Argumento que a los que se le expropiaba eran «amigos» de Vladímir Putin, y lo que significó un nivel superior: la cancelación de la cultura rusa en forma de conciertos musicales; galerías de arte, grupos literarios y la pretendida prohibición de Dostoiesvky; congresos o exposiciones, la detención del fundador de Telegram; Pavel Durov, e inclusive comercios gastronómicos y demás, llegándose incluso hasta el escrache y encarcelamientos por su identidad étnica.

Un hecho puntual que vale mencionar es la introducción de una cláusula al Reglamento europeo de Servicios Digitales (ley de Servicios Digitales de la UE.) para censurar informaciones en «situaciones de crisis» —como lo es la actual—, por lo que empresas mediáticas pueden quitar o dificultar el acceso a las redes sociales o a los portales webs a contenidos que consideren arbitrariamente un tipo de «amenaza», lo que significa menor libertad de expresión y un límite al libre acceso a las informaciones. Por tanto, sacaron de la grilla de canales a aquellos de origen ruso, acotados como parte de la «maquinaria propagandística del régimen de Putin».

Un ejemplo de esto fue el modus operandi adoptado por YouTube que comenzó a bloquearlos en marzo de 2022 a nivel mundial. Todo esto sucedía con el cómplice silencio —y es que muchas veces se miente más por omisión que por acción—, e incluso hasta con el descarado beneplácito de la hegemónica y anestesiante prensa occidental, guardiana de los intereses de la élite económica global, dueña del poder junto con el mantenimiento del orden dado del sistema, diseminando el punto de vista de los verdaderos amos del mundo y confundiendo a la opinión pública —nada nuevo, es gramsciano— y que ya había decidido hacía tiempo, mucho antes de que se desarrollaran los acontecimientos del 24 de febrero de ese año, quién sería el culpable de desatar el conflicto. Esto debería inducirnos al ejercicio de la memoria y retrotraernos a la invasión que nació de la mediatización de ofensas a la verdad y la construcción de un culpable: Irak.

Pero regresando al presente, además de la desmilitarización de Ucrania, uno de los objetivos declarados por el líder ruso respecto a la operación militar en aquel país fue la «desnazificación», mientras su ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, afirmaba que su país garantizaría lo antedicho. “Sufrimos demasiado por el nazismo” rememoró Lavrov. Pero estas redundantes declaraciones de la Federación de Rusia no son accidentales. Responden a hechos que podemos consultar y que dispondré en las siguientes líneas, pero antes es importante aclarar que si bien el presente trabajo contesta a la pregunta de ¿por qué Putin insiste en «desnazificar» Ucrania?, no niega la existencia de rusos neonazis ya que al igual que en 2023, en marzo de 2024, han incursionado estos tipos de milicianos opositores al Kremlin, adiestrados por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y capitaneados por Ucrania, como lo es el Cuerpo de Voluntarios Rusos (RDK) liderado por el neonazi ruso Denís Nikitin.

Inicialmente realizaban atentados u operaciones de sabotaje en Rusia, luego participó en primera línea del frente en Kursk: desesperada ofensiva ucraniana que pretendía un márquetin político —una operación de relaciones públicas— para mostrar “resultados” hacia sus patrocinadores, generar —erróneamente— terror psicológico en la población rusa de cara a un cambio en el clima político del país y quizás, abrir un nuevo frente para desacelerar los avances rusos con la distracción de sus recursos, porque si la intención era forzar negociaciones con parte del territorio ruso ocupado, lograron el efecto contrario: romper todos los canales y cerrar filas —la unidad de la sociedad rusa—.

Otras organizaciones de rusos de extrema derecha supremacistas son: la “Legión Libertad de Rusia” de las Fuerzas Armadas de Ucrania integrada por desertores rusos, el “Ejército Nacional Republicano de Rusia” al que se le adjudica el asesinato de la periodista Darya Dugina, hija del reconocido Alexánder Duguin y que opera dentro del país; o el “Movimiento Imperial Ruso” (RIM) que lo hace fuera del mismo.

Pero, ¿cómo se llegó a esto? para comprenderlo debemos retrotraernos al año 2006, en el que gracias a la Ley de derogación de crímenes de guerra nazis, se desclasificó un archivo secreto titulado «Aliados de la Guerra Fría: los orígenes de la relación de la CIA con los nacionalistas ucranianos», en el cual se reconoce que la acérrima lucha entre la Wehrmacht de Hitler y el Ejército Rojo de Stalin avivó antiguos odios y rivalidades dentro de Ucrania, dado que muchos de sus ciudadanos despreciaban a los polacos, judíos y comunistas, por lo que aquella conflagración entre la Alemania nazi y la Unión Soviética (URSS) fue, de alguna manera, la ansiada oportunidad para el ensañamiento de aquella aversión, poniéndose a disposición del ejército del Tercer Reich, confabulándose una estrecha y atroz complicidad con los nazis en ese frente bélico.

Hace no mucho tiempo y con la mirada de la mal llamada “comunidad internacional” puesta en otro lado, proliferaron de manera abierta, petulante e impunemente y con un carácter altamente violento, entidades ultranacionalistas de “neonazis” ucranianos, otro eufemismo que puede llevarnos a un relativismo exacerbado que justificaría cualquier cosa y que bien pasaré a intercambiar a partir de este momento por el calificativo descriptivo de “nazis” e intentar devolverle a las palabras el significado que perdieron por la traición del diccionario. Algunas de estas organizaciones son: el partido Svoboda (Libertad), el Tridente de Stepán Bandera, la Asamblea Nacional de Ucrania (Autodefensa de Ucrania), o el Congreso de Nacionalistas Ucranianos (KUN) y demás, que terminarían presidiendo el Euromaidán entre 2013 y 2014 financiado con el dinero de los oligarcas ucranianos depositado en Londres y de las ONGs yankis (recordar la famosa expresión “Fuck the EU”, de Victoria Nuland).

El lema del Svoboda es «Ucrania para los ucranianos», y fue el clamor de Stepán Bandera durante la limpieza étnica y las ejecuciones en masa de judíos, polacos y comunistas ucranianos leales a la URSS en 1943 por parte de sus partidarios aliados al Tercer Reich. Según la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el servicio de inteligencia predecesor de la CIA, para 1945 Bandera había adquirido una brutal notoriedad por erigir un “reino del terror” durante la Segunda Guerra Mundial (IIGM), con actos terroristas contra funcionarios polacos.

Hasta en sus más recientes manifestaciones se observaron carteles propagandísticos con lemas que fueron originalmente acuñados en 1941 por la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) fundada por Yevhen Konovalets y Andriy Melnyk —entre otros— que se terminaría dividiendo en dos facciones: la OUN-M (“M” por “Melnykites”) en honor a Andriy Melnyk, y la OUN-B (“B” por “Banderistas”), también conocida como “OUN-R” (“R” falaz por ser aparentemente “Revolucionaria”), siendo la facción más radicalizada de la OUN, liderada por Bandera y su brazo armado: el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) comandado por Román Shujévich, otro nazi ucraniano que coordinó la matanza de decenas de miles de polacos, participó de los linchamientos de Leópolis en 1941 y fue proclamado póstumamente en 2007 como “héroe nacional de Ucrania”. Ambas bifurcaciones mantuvieron estrecha colaboración con la Abwehr, la Agencia de Inteligencia nazi.

Los colaboracionistas de la OUN-B respaldaron a la Alemania del Führer, sirviéndoles en su luchar contra los soviéticos y facilitando así la ocupación de su propio país durante la Operación Barbarroja en 1941, pues integraron voluntariamente los batallones nazis de Roland y Nachtigall, que constituirían la Legión de Ucrania en aquel año, aunque entre bambalinas Alemania pretendiese quedarse con el país para sí misma. Con el final de la URSS, regresó del exilio a Ucrania la OUN-B para en 1992 mutar en forma de partido político: el KUN, renaciendo en el país junto a su ideología del “nacionalismo integral blanco” como si de un fénix se tratase.

Gracias al financiamiento depositado y procedente de Occidente, diversas organizaciones se vieron favorecidas durante el gobierno de Víktor Yúshchenko, con su Decreto presidencial Nº75/2010 del 28 de enero de 2010, en el que descaradamente se reconocen y enaltecen a todas estas facciones nazis y a sus ideólogos como: «luchadores de la independencia ucraniana”, convirtiéndolos así en “héroes nacionales”. En 2002, el KUN integró la coalición de partidos de Yúshchenko, quien llegó al poder tras la Revolución Naranja del Maidán de 2004.

Curioso es el caso del exdiputado de la Rada Suprema o Consejo Supremo —como se le denomina al Parlamento ucraniano—, Dmitró Yárosh, líder del partido político de extrema derecha fascista y paramilitar que previamente fue una agrupación informal: Sector Derecho (Pravy Sektor), organización que participó en las hostilidades en Donbás y que motivarán a las futuras —y actuales— acciones rusas. Dmitró asesoraría a las Fuerzas Armadas de Ucrania en 2015.

Más recientemente, durante el régimen de Volodímir Zelenski, se le otorgaría el título de “Héroe Nacional” con la Orden de la Estrella Dorada, a Dmytro Kotsyubail, otro líder nazi de la agrupación y autor de la masacre de Odesa en 2014 —posterior al Euromaidán— donde decenas de personas murieron tras ser torturadas y quemadas vivas en la Casa de los Sindicatos al abogar por un referéndum pacífico por el derecho a poder hablar su lengua materna: el ruso, debido a la limitación de su uso en el país por parte de la Rada Suprema.

Todos estos movimientos por antonomasia terroristas, han cubierto durante años las paredes de Kiev con la tan repulsiva simbología ideológica hitleriana, grave afrenta a la memoria del pueblo ucraniano que carga con decenas de miles de fusilados en fosas comunes durante la ocupación nazi, marchando hoy libremente por las calles y entonando eslóganes fascistas tales como «¡Muerte a los enemigos comunistas rusos!», como si estos trasnochados que reniegan de su pasado soviético no se hubiesen percatado de que hace tiempo que Rusia abandonó el sistema socialista, al igual que la mayoría de las demás repúblicas que integraron la URSS —como su país, Ucrania—.

Pareciera incongruente que grupos explícitamente nazis y fascistoides resurgiesen en un país paradójicamente edificado, desarrollado e industrializado por socialistas durante el pasado siglo; véase el caso de Járkov, uno de los principales polos industriales de la URSS en 1991 y que, durante el desmantelamiento de la misma, Ucrania representase la quinta economía europea, con un potencial industrial solo por debajo de Francia o Alemania, legado de la tan denostada URSS; país por el que se luchó justamente contra esas ideas raciales responsables de las muertes de millones de personas durante la “Gran Guerra Patria” o “Patriótica” —como le llamaron los soviéticos a la IIGM—, superando así todos los límites y que en la actualidad, ha cobrado especial fuerza desde el derrocamiento de Víktor Yanukóvich en 2014, siendo el Ejecutivo ucraniano responsable al no desaprobar rotundamente estos aberrantes actos y hacer absolutamente lo contrario al renombrar infraestructura estatal como avenidas, puentes, monumentos y memoriales con el nombre de “Stepán Bandera”, algo verificable realizando una sencilla búsqueda por Google Maps:

Bochornosa e impunemente el Estado ucraniano reivindicó el nazismo utilizando el lema empleado por la OUN-B y el UPA: «¡Gloria a Ucrania!, ¡Gloria a sus héroes!», cargado de un sombrío significado detrás, vinculado a los partidarios de Bandera que ayudaron a los nazis, algo categóricamente prohibido en Rusia. Desde 2018, bajo la presidencia del sanguinario Petró Poroshenko, es el saludo oficial a las Fuerzas Armadas de Ucrania, y en 2021 desató la controversia e indignación en la Eurocopa 2020, al emplearse esta frase en la camiseta de la selección ucraniana de fútbol, glorificando así a Bandera y siendo interpretado por miles de personas de las repúblicas exsoviéticas como una gran provocación e injuria asociando razonablemente al eslogan con los crímenes del nazismo y el de sus colaboracionistas durante la Gran Guerra Patria.

El resurgimiento de esta ideología en el país tiene autores no solo dentro, sino también fuera de él. Por ejemplo, tenemos a la International Renaissance Foundation (IRF) creada por George Soros, encargada del sostenimiento económico de las campañas callejeras de estas entidades abiertamente nazis que, con el consentimiento de la UE y de los EE.UU., afianzaron el golpe de Estado al presidente Yanukóvich, designando días antes de su derrocamiento —como si tuviesen una bola de cristal— a su ilegítimo sucesor: Arseni Yatseniuk, siendo reconocido inmediatamente —como era de esperarse— tanto por la UE, así como por la administración del muy discutible premiado Nobel de la Paz; Barack Obama, implantándose en Ucrania un régimen rusofóbico en 2014.

A estas alturas sería propicia la reflexión de si se puede concebir el apoyo a tal régimen por parte de un Occidente que vocifera ciertos valores o cuestiones ético-morales, y qué tan consonantes son con los de estas organizaciones ultranacionalistas ucranianas, puesto que es contrario a toda lógica asumir el resultado del Euromaidán como pacífico cuando se logra por medio de agrupaciones que han sembrado el terror, explicitado su culto y devoción por Hitler como lo hiciera el Batallón de Azov, un regimiento de la Guardia Nacional ucraniana dependiente del Ministerio de Asuntos Interiores ucraniano, autor de una espeluznante e inenarrable violencia en el Donbás, ganándose una terrible fama por su bestial proceder.

Muchos sostienen que cuando se les permitió a estas huestes terroristas hacerse con el control del país mediante promesas vacías, Ucrania perdió su independencia. Pero, ¿cómo se financian estas agrupaciones? Esa información apareció hace algunos años en diversas fuentes en Ucrania que daban cuenta que el flujo de dinero partía a través de la Embajada de los EE. UU. Se habló de hasta 80 mil dólares mensuales que recibía tanto el partido Svoboda, así como el Batkivshchina y es sabido gracias a una inspección realizada en la sede de este último en diciembre de 2013, decomisándose 17 millones de dólares en efectivo que llegaron por correo diplomático desde la susodicha sede norteamericana. Tras una charla telefónica filtrada en 2014, estalló la polémica cuando Yulia Timoshenko, lideresa del Batkivshchina y ex primera ministra de Ucrania amenazó de muerte a los rusos residentes en el país.

Otro flanco radical del Euromaidán fue Spilna Sprava (Causa Común), encabezado por Oleksandr Danylyuk —curiosamente un “activista de DD. HH.”—, quienes asaltaron varios edificios gubernamentales como lo fueron los ministerios de Agricultura, Energía y Justicia en febrero de 2014, demostrando así que, si hubieran querido, podrían haberse hecho del poder en cualquier momento; lo que justificaría la imposición de la ley marcial en Ucrania mientras se desarrollaban conversaciones con Yanukóvich. En entrevistas, Danylyuk se mostró determinado a tomar la sede de la Administración Presidencial y de la Rada Suprema, pero cuando las cosas se complicaron para él, terminó huyendo del país al igual que su mujer en vuelo chárter hacia el Reino Unido, nación de la que disponían pasaportes. Gracias a un mensaje de texto que se hizo público, se supo que el escape les costó 28 mil dólares y que los estadounidenses, por medio de un empleado de su embajada, les entregaron 200 mil dólares.

Este conflicto, que hace tiempo podríamos calificar como una guerra mundial convencional de desgaste porque hay dos bloques bien definidos: del lado de Rusia se encuentra Irán, Corea del Norte, Bielorrusia (o Belarús), la ambivalente China —que tiene intereses en ambos lados— y hasta no hace mucho la Siria de Ásad, entre otros, mientras que detrás de Ucrania está la UE, los EE.UU., Corea del Sur, Japón, Israel y demás, que utilizan a Kiev como punta de lanza contra la posibilidad de un mundo multipolar. Esto podría converger en un conflicto no convencional si se resuelve el uso de armas nucleares; —algo ya instalado discursivamente— aunque fuesen de las denominadas armas nucleares tácticas, conocidas como «mini bombas nucleares». Quizás debiéramos ser “optimistas” por la dicha de que Putin sea un estratega que no acciona ante pulsiones primarias, porque otras posturas dentro de Rusia como la del Partido Comunista (PCFR) o la del ex presidente Dmitri Medvédev, son mucho menos benevolentes en cuanto a la respuesta que debe darse a Ucrania.

A primera vista, connota de un deleznable cinismo que los autoproclamados abanderados, defensores —y exportadores— de “libertad” señalen a Rusia, cuando EE.UU. siempre supo que la posible integración de Ucrania a la OTAN significaría su desmembramiento debido a las divisiones internas del país, ya que en éste habitan millones de rusos étnicos, por lo que Rusia se vería obligada a intervenir y en el peor de los casos: provocaría una guerra civil. Algo comprobable gracias al siguiente cable —filtración— de WikiLeaks:

Acá debo ser sumamente responsable en advertir con toda entereza que si bien la información del cable es verídica, hay que considerar que es como si de un “grifo” se tratase, que se “abre” cuando el sistema quiere que cambie el paradigma, o dicho de otra manera: es información que las agencias de inteligencia se pueden permitir «perder» —sacar a la luz—, pues nada es fortuito en este difuminado mundo de grises y es que con el advenimiento del desmontaje de la URSS, en su aciago momento, ya se esbozaba en los archivos secretos de los servicios soviéticos el perfil de una agrupación alemana de hackers denominada «CCC» (Chaos Computer Club) con la que negociaban la adquisición de informaciones y a la que un —hoy— reconocido personaje de laboratorio la integraba: Julian Assange, por lo que no es casual que Moscú le negara el asilo solicitado. Pero esta historia es otro cantar que amerita sus párrafos aparte.

Finalmente, con las sanciones internacionales impuestas a Rusia, no solo se pretendió perjudicarla, sino también motivan a una paulatina desindustrialización europea producto del aumento del costo energético, pues es su sedada clase trabajadora quien termina pagando las «sabias» decisiones de sus dirigentes que atentaron contra los que debiesen ser sus legítimos intereses, con el consecuente desempleo acorde al traslado de empresas, especialistas y obreros cualificados a los EE. UU. debido a los incentivos que ofrece a los propietarios de los medios de producción: una sindicalización, sistemas de seguridad social, condiciones laborales, regulaciones y leyes de protección laboral más «flexibles» —precarias— con mano de obra y energía más barata, siendo EE. UU. el principal patrocinador y beneficiario del conflicto a costa de Ucrania y Europa occidental —al igual que colateralmente lo es China—, favoreciéndose con creces.

2012, Afganistán: símbolos nazis desplegados por tropas yankis

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