Crimen de Barbados: La noticia que un periodista no quiere contar

El 6 de octubre de 1976 ocurría el atentado contra la aeronave CU-455 de Cubana de Aviación que se dirigía desde la isla de Barbados a la de Jamaica con destino La Habana, dando como resultado la muerte de las 73 personas que iban a bordo y considerándose el peor ataque de este tipo en el hemisferio occidental y uno de los más brutales actos de terrorismo ejecutados por personas al servicio de la CIA en contra de la Revolución Cubana. El crimen, que fue orquestado en la ciudad de Caracas (Venezuela) por los terroristas de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila (quienes emplearon a los venezolanos Hernán Ricardo y Freddy Lugo para realizar la colocación de las bombas dentro del avión) aún continúa impune.

Por Claudia González Corrales / Tomado de ACN.

El miércoles 6 de octubre de 1976 nació bajo el signo de Libra, lo que supuestamente constituía el anuncio de un día equilibrado, armonioso. Los titulares del mundo apuntaban a que era una semana especial, porque la gente escuchaba A Fifth Of Beethoven por Walter Murphy.

Ese día, no obstante, para José Manuel Hernández Sánchez, 73 familias y Cuba, no fue ni equilibrado, y mucho menos armonioso, y los ánimos no andaban como para el Murphy, aunque estuviera versionando al mismísimo Beethoven.

Dos miembros de la Agencia Central de Inteligencia, creyéndose amos del universo, quisieron tener su propio Bing Bang. Armados con explosivos C-4 –o dinamita-, y con dosis nulas de escrúpulos y humanismo, hicieron estallar un infierno en la aeronave CUT-1201 de Cubana de Aviación, que ese día transportaba a 73 personas: 57 cubanos, 11 guyaneses y cinco norcoreanos desde Barbados.

Antes de la 1:00 de la tarde, en la Agencia de Información Nacional (AIN), se respiraba una tranquilidad que olía a lluvia y rompió tras el insistente ring. A un lado de la línea se encontraba el joven periodista José Manuel, quien unos pocos segundos más tarde se movería en un auto cuyo destino era el aeropuerto Internacional José Martí.

En este octubre, él se envuelve en sus recuerdos y cuenta: “No conocíamos los detalles, pero sabíamos que se había producido un accidente de aviación. La AIN era la que se ocupaba en ese entonces de proporcionar este tipo de información oficial al resto de los medios, por lo que tuve la misión de dar la mala noticia.

“Llegué al aeropuerto y en una oficina, no recuerdo exactamente en cuál, se encontraba el Comandante de la Revolución Guillermo García Frías, quien en ese entonces era Ministro del Transporte. Ahí fue donde conocí que se había producido una catástrofe con un avión cubano en Barbados. El Comandante comentó en mi presencia que cuando le comunicó a Fidel Castro los detalles, él de inmediato dijo: Esto es un sabotaje”.

De manera especial, Pepe relata: “Todos los compañeros de Cubana de Aviación que se encontraban allí estaban llorosos. Se intentaba constantemente establecer comunicación con la oficina de Barbados, y no había respuesta, no salía nadie. Después se supo que el representante de Cubana en la isla del Caribe se había tirado en un barquito a tratar de llegar al lugar de la catástrofe, y, cuando logró hablar con Guillermo, lo hizo llorando”.

En medio del dolor, se impuso José Manuel Hernández Sánchez, el periodista, quien tenía la misión de elaborar la información oficial que luego saldría replicada en el resto de los medios de comunicación. La nota firmada por el Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba anunciaba que en horas de la tarde había ocurrido un accidente de avión y que se intentaba esclarecer los hechos.

“En ese momento no se aportaron los elementos porque no los teníamos realmente. Fue una información que poco a poco se fue ampliando” –dice. “Más tarde se relacionaron los autores intelectuales, los confesos y nunca encarcelados Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles”.

Cada día la primera plana del diario Granma aparecía con titulares como MÁS NOTICIAS SOBRE EL ACCIDENTE AÉREO, o, IMPORTANTES INFORMACIONES SOBRE LA DESTRUCCIÓN EN EL AIRE DEL AVIÓN CUBANO, además de los nombres de las víctimas, y el dolor se multiplicaba en los miles de rostros que en silencio lloraban a sus muertos.

A José Manuel le es difícil recordar lo que escribió ese primer día, por la fortaleza de las emociones, sin embargo, tiene la certeza de que demoró muy pocos minutos en redactarla. “Para cuando llegué a la oficina central, tenía un boceto de la noticia, que fue revisado por Guillermo y las autoridades de la Aviación Civil, por lo que todo fue rápido con el teletipo. En este tipo de cuestiones no se puede esperar”.

Marcado por el suceso, Pepe ha registrado en su memoria detalles del siniestro. Así, conoce que las primeras imágenes que se transmitieron en ese momento fueron las del avión despegando y que eran de archivo; que algunas personas lograron fotografiar el avión en llamas, cayendo, pero no se han podido rescatar; que solo aparecieron los féretros de ocho de los tripulantes; que Cuba no sabía cómo explicar a las familias que los cuerpos restantes habían sido tragados por el mar; y que temblaba el cuerpo de impotencia cada día en que los autores intelectuales –y confesos- disfrutaban tranquilos de la libertad -lo cual hicieron hasta su último aliento.

Para él también resulta inolvidable la llegada de los pocos restos, el entierro, que sin convocatoria, se convirtió en  un triste suceso multitudinario, y el histórico discurso de Fidel, el 15 de octubre, ante un millón de personas en la Plaza de la Revolución, en el que, para despedir simbólicamente a los caídos, señalara: “No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”.

En situaciones como esa, asegura, uno de los principales retos que tiene un periodista es dejar a un lado la emoción a la hora de abordar, ir a los hechos en concreto. “Incluso cuando uno siente que las emociones se van por encima, debe escribir con mesura, objetividad, tratando de reflejar exactamente los hechos como fueron, para poder dar una imagen real, creíble, de lo sucedido”.

Hoy, ya Pepe no tiene los 34 años de ese entonces, y de ello son testigos sus mejillas y el plateado de su cabello. Sin embargo, cada vez que escucha en televisión la frase “¡Pégate al agua, Felo!”, regresa a ese miércoles de 1976. Una lágrima se desliza. Se entrecorta la voz. Odio, convicción, resignación, esperanza. Y, de nuevo, la noticia que nunca hubiera querido contar.

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