Cien años de fútbol, crímenes y golpes de Estado

Henry Kissinger apoyó y justificó a las dictaduras de Videla y Pinochet. Zorro centenario, sigue cada Mundial con entusiasmo. Su visita a la Argentina en 1978, su paso por la NASL, la actual MLS y cómo influyó en la FIFA.

CAPAC – por Gustavo Veiga en Derribando Muros

En una vida centenaria caben demasiadas cosas. Míster Kissinger tiene cien años y son más conocidos sus crímenes que su pasión por el fútbol. En la exacta mitad de su existencia, allá por 1973, contribuyó como nadie al golpe militar en Chile – con el estadio nacional como campo de concentración – y también ganó el Premio Nobel de la Paz. Un contrasentido que aún hoy se discute. A diferencia de lo que sucede en la célebre novela de Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, el ex secretario de Estado de EE.UU nunca separó su personalidad en dos partes. Al contrario, el homo politicus siempre convivió en armonía con su homo ludens, con el espectador privilegiado del juego. Se valió del fútbol para estrechar vínculos con dictadores como Videla y Pinochet. Y en el Mundial ’78 fue invitado especial del régimen genocida. Después, ya no se perdió casi ninguna Copa de la FIFA.

  Ex comisionado de la North American Soccer League (NASL)- ahora MLS -, convocado a la FIFA en 2011 como asesor de Joseph Blatter, hincha del club alemán Greuther Fürth de la ciudad donde nació y socio del Bayern Munich, Kissigner siempre se mantuvo cerca del fútbol. Aunque sordo y ciego de un ojo, su mente lúcida todavía le permite opinar de política internacional y de la final que ganó Argentina en Qatar: “…fue un gran partido, una maravillosa culminación de la creatividad futbolística, pero personalmente me gusta rememorar el fútbol de una época pasada en la que, en mi opinión, había más fútbol ofensivo y los grandes partidos no se decidían en los penales”. La respuesta es de una entrevista que le concedió a una publicación del Bayern el 26 de mayo pasado, un día antes de que cumpliera los 100.

Cuando era un cuarentón, Míster K ya conspiraba contra el presidente electo Salvador Allende desde antes de asumir el gobierno. En 1970, según documentos desclasificados de EE.UU, le informaba a Richard Nixon: “Las elecciones son mañana y la toma de posesión es el 3 de noviembre (…) Lo que podrían haber hecho es impedir que el Congreso se reuniera. Pero eso no se ha hecho. Está cerca, pero probablemente sea demasiado tarde”. Se refería a los militares a quienes definió como “un grupo bastante incompetente”.

  Ese año Kissinger había quedado deslumbrado por la semifinal del Mundial de México que Italia le ganó a Alemania 4 a 3. La llamaron el partido del siglo por el emotivo desenlace que tuvo en el tiempo suplementario. Beckenbauer terminó jugando con un brazo en cabestrillo. El gran futbolista alemán se convertiría en su asesor dos décadas después. Le recomendó la contratación de Bora Milutinovic para dirigir a la selección de Estados Unidos en la Copa Mundial del ’94, según contó públicamente el técnico serbio.

El personaje más influyente de las relaciones internacionales en la segunda mitad del siglo XX respiraba fútbol mientras iba diseñando la política planetaria de EE.UU. Chile ya era gobernado por el régimen que había contribuido a instalar en el Palacio de la Moneda bombardeado el 11 de septiembre de 1973. Se cumplen 50 años el lunes próximo. El 23 de ese mes moría envenenado en Santiago el poeta universal, Pablo Neruda. Y tres días después, la selección empataba 0 a 0 con la Unión Soviética en Moscú. Era el partido de ida por un repechaje que clasificaba al Mundial de Alemania ’74.

  El hilo de esta secuencia histórica sigue en un semivacío estadio nacional, el mismo donde los esbirros de Pinochet torturaron y asesinaron a Víctor Jara. Pero hubo que esperar hasta el 21 de noviembre. La revancha con la URSS no se disputó. En rigor, fue una parodia. Las tribunas habían sido despejadas de presos políticos para esconder la represión y que Chile saliera a jugar sin rival. Francisco Chamaco Valdez marcó un gol al arco vacío y se dio por finalizada la caricatura de eliminatoria. Para el jugador fue “el momento más vergonzoso que me tocó vivir en el fútbol”. Los soviéticos no habían viajado en repudio a la dictadura. Pero la FIFA habilitó el dislate.

El 10 de diciembre del ’73, Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz compartido con el norvietnamita Le Duc Tho que lo rechazó. Fue tras la firma de los acuerdos por un cese del fuego en la guerra de Vietnam. Un conflicto que siguió dos años más entre bombardeos con Napalm de Estados Unidos, que terminó con su derrota y retrató Francis Ford Coppola en Apocalipse Now.

EL MUNDIAL 78

  Con la trágica experiencia de Chile en su currículum, Kissinger sobrevivió a Nixon como secretario de Estado y siguió en la presidencia de Gerald Ford. Al golpe contra el socialista Allende agregó otro en su raid de operaciones encubiertas contra gobiernos constitucionales en América Latina. Resultaría muy evidente desde el 24 de marzo del ’76. Ese año se reunió dos veces con el canciller argentino, el almirante César Guzzetti. No fue casual que el primer encuentro se realizara en Santiago, durante una reunión de la OEA, en junio. Cuatro meses después volvió a conversar con el marino en Nueva York.

  Documentos desclasificados demuestran que Míster K le dijo a Guzzetti: “Estamos siguiendo de cerca los eventos en Argentina. Esperamos que al Nuevo gobierno le vaya bien y tenga éxito. Vamos a hacer lo que podamos para que tenga éxito”. A lo que siguió el aval para acelerar el Terrorismo de Estado en el marco del Plan Cóndor que Kissinger también ideó. “Comprendemos que deben ustedes adoptar una posición de autoridad bien clara. Si existiesen cosas que deben ser hechas, deberán ustedes hacerlas rápidamente”, agregó.

Con el Mundial ’78 llegó el Nirvana futbolero del secretario de Estado. Había abandonado su alto cargo en el gobierno de EE.UU, pero su influencia continuaba. Viajó cinco días a la Argentina como invitado de la dictadura a presenciar partidos decisivos. Estuvo en Rosario la noche del 6 a 0 contra Perú, cuando ingresó junto a Videla al vestuario visitante antes del partido. Juan Carlos Oblitas, ex delantero del equipo peruano, recordaría años después: “Esa situación fue realmente única y alarmante, no había sucedido jamás. Recuerdo perfectamente la presencia de Videla con un grupo grande personas, entre los que estaba Kissinger… Realmente me llamó la atención y creo que fue algo psicológico, para generar presión”.

  Kissinger es hoy un centenario encorvado. Un hombre de mundo que sigue reuniéndose con jefes de Estado como Xi Jinping. Un alemán que llegó a los 15 años a EE.UU escapando del nazismo con su familia judía. Pasó por Harvard, se graduó con las mejores notas y se puso al servicio de una diplomacia cómplice de dictaduras genocidas. En el caso de Chile el costo fueron 3.065 personas asesinadas y desaparecidas y 250 mil exiliados. En el de Argentina 30 mil desaparecidos. Las secuelas se extienden por décadas hasta hoy.

  Para el hombre que sentó a Ronald Reagan y Joao Havelange en la Casa Blanca y consiguió con ese encuentro que Estados Unidos organizara el Mundial de 1994, “el fútbol garantiza una adicción de por vida a una mezcla de esperanza, miseria y euforia a medida que las expectativas se establecen, se complacen y se superan. Yo he vivido esta experiencia, como muchos otros. He tenido la suerte de estar vinculado al fútbol toda mi vida”.

  Ese fútbol le permitió enmascarar varias de sus fechorías. Se valió de él para utilizarlo como herramienta política. Después del Mundial ’78 declaró en la revista Somos, un medio que fue cómplice de la dictadura: “el país que encontré no es el que publicita la prensa internacional. Su situación es malentendida en Europa y los Estados Unidos. El Mundial ha proyectado una excelente imagen de la Argentina hacia el mundo”.

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