China – EE.UU: La disputa por el poder hegemónico y la distribución del ingreso

Mientras los Estados Unidos entra en un colapso sanitario, la República Popular China parece haber logrado detener la expansión del virus. ¿Se está dando verdaderamente un cambio de hegemonía en la geopolítica mundial?

CAPAC – por Guido D’Angelo (*)

Estados Unidos es hoy el país con más casos confirmados de COVID-19 y se encamina a ser el de mayor cantidad de muertes. La competencia feroz en el interior del gobierno y entre los gobernadores de los Estados, combinada con medidas no coordinadas, colaboran para prolongar el grave colapso sanitario que se vive en el autodenominado líder del mundo libre.

Mientras tanto, la República Popular China parece haber logrado detener la expansión del virus y progresivamente retorna a su normalidad. Años de un sostenido proceso de crecimiento económico muestran la eficacia de la planificación del desarrollo chino y de su política de inserción internacional, cada vez más expandida. De hecho, algunas mediciones muestran que en el pasado reciente la economía china ha superado en tamaño a la estadounidense.

Décadas de una tasa de crecimiento económico chino superior a la estadounidense ya habían puesto en duda la estabilidad del sistema de poder global. La crisis generada por la rápida difusión de este virus renueva y le da más fuerza a la duda ¿Se está dando verdaderamente un cambio de hegemonía en la geopolítica mundial?

Hace pocos días, un editorial del Washington Post alertaba sobre la posibilidad del declive del liderazgo de Estados Unidos, derivado de su falta de cooperación en las instituciones internacionales y con los gobiernos aliados. No hay conspiraciones ni debilitamientos generados, se afirma que el daño diplomático es infringido por la propia política norteamericana. El editorial llega a alertar sobre un posible “momento Suez” para los Estados Unidos, en referencia a la crisis del canal de Suez en 1956, que marcó el fin de Gran Bretaña como actor hegemónico global2

Pero, aun si existiese ese momento Suez, no está tan cerca como parece. Ya en los inicios del siglo XX la productividad industrial estadounidense era mayor que la británica, y hacía tiempo que no se hablaba del “taller del mundo”. Además, si bien en las dos Guerras Mundiales Gran Bretaña había resultado victoriosa, ambas contribuyeron sin duda a debilitar el papel global del Imperio británico frente a los estadounidenses, quienes jamás fueron afectados en su territorio por las contiendas globales. La crisis del canal de Suez fue entonces la frutilla de la torta, o la gota que rebalsó el vaso.

Si se aprecia la brecha de crecimiento económico entre Estados Unidos y la República Popular China, se ve con claridad un cambio rotundo desde 1978, año a partir del cual se observa el ininterrumpido crecimiento chino hasta nuestros días. El ascenso al poder en China de Deng Xiaoping en ese mismo año puso en marcha una serie de reformas que posibilitaron altos niveles de crecimiento. Su concepción puede resumirse una frase “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”, dando a entender que el gobierno del Partido Comunista de China no sería incompatible con determinadas dinámicas del capitalismo global, restándole importancia al régimen político en la discusión económica.

En paralelo a las reformas chinas, los gobiernos de Estados Unidos y gran parte de Europa comienzan a abrazar la concepción económica monetarista, con Milton Friedman como su máximo exponente. La nueva visión dominante del conflicto político puede verse con claridad en los escritos de Friedrich Hayek. Este nuevo relato será individualista y ultraliberal, dando sustento a la reducción de la participación en la economía de los Estados nacionales. La emergencia de esta nueva concepción no sólo derivará en menores tasas de crecimiento económico, sino también en un incremento exponencial de la desigualdad de ingresos.

Ante la desregulación, la tasa de rendimiento del capital ha superado sostenidamente y por décadas a la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, generando desigualdades económicas que, como bien advierte Thomas Piketty, complican la legitimidad de los sistemas políticos.

Sin embargo, la desigualdad de rentas no parece ser un factor muy distinto entre las economías china y estadounidense. Mientras el 10% de la población china más rica dispone de algo más del 40% de la renta, en Estados Unidos es poco más del 45%. Al mismo tiempo, el 50% más pobre dispone en ambos países del 15% de la renta aproximadamente. Los últimos 40 años de políticas económicas han profundizado las brechas de ingresos que en la actualidad existen en el interior de estas dos potencias.

La diferencia en el desarrollo económico puede encontrarse entonces en la propiedad pública: mientras en la República Popular China el Estado dispone de alrededor del 30% del capital nacional, en Estados Unidos hoy la riqueza neta estatal es negativa. Es decir, si el país americano quisiera cancelar toda su deuda pública con todos sus activos públicos, hoy no podría hacerlo, incluso a costa de quedarse sin activos.

La llamada globalización financiera ha debilitado el poder del Estado norteamericano, generando un enorme monto de deuda pública, gran parte de la cual se encuentra en manos chinas.

Otra diferencia fundamental del modelo chino se expresa en la estructura de la propiedad empresarial. Así, mientras el Estado chino posee aproximadamente el 55% del capital de las empresas del país, los ciudadanos chinos disponen del 33%. Sólo el 12% restante se encuentra en propiedad de extranjeros.

Las características de la estructura de la propiedad no son sino el reflejo de un proyecto político ambicioso y global por parte del Partido Comunista de China, contra el proyecto político estadounidense, cada más más cooptado por intereses privados, en muchos casos contradictorios con los intereses nacionales. Que la economía china será mayor que la estadounidense es el escenario más probable. Sin embargo, otros elementos ponen en duda el cambio de hegemonía global tananunciado. Sólo en el plano militar, la superioridad presupuestaria, naval, aérea y nuclear de Estados Unidos sigue siendo enorme e indiscutible.

Es precipitado afirmar que está llegando el “momento Suez” de ese país, si es que llega, pero de

lo que no caben dudas es que tomará tiempo establecer una nueva hegemonía unipolar global.

Mientras tanto, el posible escenario de multipolaridad y un poder global más equilibrado puede dar lugar a un mundo en donde se regule con más equidad el problema económico.

El conflicto entre las potencias globales puede permitir un mayor margen de acción a países periféricos en el orden global, lejos de la legitimidad absoluta con la que buscó coronarse al

fin de la historia y al choque de civilizaciones.

Propuestas consideradas hasta no hace mucho radicales e insólitas, como impuestos progresivos sobre los patrimonios, toman más fuerza en el contexto de incertidumbre que está viviendo todo el planeta. Quizá ha llegado la hora en que el socialismo se haga indispensable. Pero no cualquier socialismo, sino el socialismo que vislumbró Zygmunt Bauman como “un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad”.

La pregunta es entonces, si el socialismo chino podrá cumplir ese rol.

Lo veremos en breve.

(*) Publicado por el autor en el ensayo del Instituto Democracia con el título «SOPA DE CARPINCHO Ideas a un metro de distancia»

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