Éramos pocos y ganó Trump
El triunfo del magnate republicano en las elecciones estadounidenses augura tiempos oscuros para la región. Al igual que sucede con otros liderazgos de ultraderecha, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, es un reflejo de la insatisfacción de gran parte de la sociedad con el sistema democrático vigente y, a su vez, la consolidación de los discursos reaccionarios.
CAPAC – por Hector Bernardo en Contexto
El candidato republicano, Donald Trump, se impuso en las elecciones norteamericana, este martes 5 de noviembre, tras vencer a la demócrata – y actual vicepresidenta – Kamala Harris.
Trump, que ya fue mandatario estadounidense durante el período 2017 – 2021, volverá a conducir los destinos de los norteamericanos desde 2025 hasta 2029.
Si bien, la administración de Joe Biden y Kamala Harris no dejó aportes positivos para América Latina, el triunfo de Trump puede empeorar la situación de la región. Basta con solo ver quienes, desde el Cono Sur, esperaban este resultado: Jair Bolsonaro, ex presidente de Brasil, y Javier Milei, actual mandatario argentino.
La crisis de la democracia
¿Trump gana por su discurso autoritario, xenófobo y machista o gana a pesar de ese discurso?
Si los partidos que se autodenominan progresistas, de izquierda, nacional populares o, incluso, liberales no mejoran con sus gestiones la calidad de vida de sus pueblos, no debe extrañar que estos le den su voto a aquellos proyectos que se presenten una alternativa en apariencias nueva (lo sean realmente o no).
En relación a la elección de 2020, los demócratas perdieron votos entre los latinos, los árabes y los afroamericanos.
Si bien, Trump promete deportar a los latinos que estén de manera ilegal en el país, la administración Biden-Harris ya deportó a un millón y se calcula que para el fin de su mandato la cifra alcanzará el millón y medio.
Por otra parte, Trump tiene un discurso pro israelí, pero la administración Biden-Harris es la que le ha proporcionado las armas para que el gobierno sionista de Benjamín Netanyahu lleve adelante el actual genocidio que ya ha dejado más de 40 mil muertos (al menos de 14 mil de ellos, son niños).
Tampoco caben dudas de que el norteamericano blanco y tradicionalista del centro y sur de los Estados Unidos no se sintió contenido por las políticas llevadas adelante por los demócratas.
El cambio de paradigma de Estados Unidos, que comenzó hace décadas y que llevó con el paso del capital productivo al capital financiero-especulativo tuvo como consecuencia abandono y destrucción del cordón industrial y sus correspondientes puestos de trabajo.
Trump ha logrado que el trabajador norteamericano de baja formación se ilusione con la reactivación de esa industria y lo acompañe con su voto.
En ese marco, los sectores reaccionarios ven incrementar su poder con su discurso antiestado y antipolítica. Discurso que se fortalece ante la pérdida de “los marcadores de certeza” (a decir de Juan Carlos Monedero) quienes nacieron, crecieron y naturalizaron un orden social determinado y que se sienten amenazados ante la transformación de ese orden social.
Por otra parte, ¿si con la democracia no se come, no se cura y no se educa, es decir, no se genera trabajo digno, no se tiene acceso a la educación y a la salud (bases fundamentales para la ilusión y la posibilidad del acenso social), para qué sirve?
Las libertades y los derechos solo tienen valor para aquellos sectores cuyas condiciones subjetivas y objetivas le permiten su ejercicio pleno.
El patio trasero
Durante su primer gobierno, Trump tuvo políticas muy agresivas hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Contra la mayor de las Antillas, en el marco del bloqueo que ya lleva más de seis décadas (boqueo sostenido tanto por demócratas y republicanos), se implementaron más de 240 medidas nuevas para asfixiar al pueblo cubano con el fin de provocar un estallido social que genere un cambio de gobierno (para poner allí, obviamente, un gobierno títere a fin a sus intereses).
Entre las muchas medidas coercitivas que se le aplicaron a la isla, se puede destacar, como ejemplo, las que se impusieron en plena pandemia de Covid-19, con la imposibilidad adquirir respiradores, medicamentos o jeringas para aplicar las vacunas (cabe aclara, que la llegada de Biden al poder no cambió esta situación).
Contra Venezuela ocurrió algo similar. Las sanciones, que tuvieron como base el decreto firmado por el demócrata Barack Obama, en el que se declaraba a ese país suramericano “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de Estados Unidos”, impidieron que Venezuela pudiera comercial con su principal fuente de ingreso: el petróleo.
Los ingresos petroleros cayeron de 55 mil millones de dólares y solo 700 millones de dólares. Es decir, se perdió casi el 99% de sus ingresos, lo que produjo una profunda crisis económica y social en ese país.
Por otra parte, el golpe de Estado en Bolivia contra Evo Morales en 2019, tenía el sello de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano, con un rol destacado de un alfil de la Casa Blanca, Luis Almagro, el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
No hay ningún indicio de que, en este segundo mandato, algún aspecto de esta política injerencista vaya a ser distinto o, ni de que esa forma de agresión no se amplíe Colombia, Brasil, Honduras y México.
La llegada de Trump también permitirá el envalentonamiento de los líderes de las ultraderechas locales y de quienes militan los discursos de odio. Estará, como siempre lo ha estado, en manos de los pueblos de la región la responsabilidad de hallar las formas de enfrentar esta tormenta reaccionaria