Sin luz ni gloria: Las revoluciones de colores

Desde que surgieron, Cuba está en la mirilla de las revoluciones de colores. Las instrucciones del Manual de Gene Sharp hablan de democracia, pero son procedimientos para  torcer las exigencias de los derechos humanos a su favor, no para realizarlos. Actúan en su nombre y luego los traicionan.

CAPAC- Por Carlos Luque/ Tomado de Granma/ Foto de portada: Canal Caribe/ Twitter. 

En Cuba, en Venezuela, dirigen sus técnicas a organizar a quienes manifiesten inconformidades con las dificultades impuestas a sistemas políticos anticapitalistas, explotando las exigencias que se les imponen como modélicas, a la vez que se les obstaculizan con agresiones.

En los países del Este europeo y en las antiguas repúblicas soviéticas, después en muchos otros países, su objetivo ha sido entregarlos al área de influencia de la OTAN, al situarlos en la órbita del imperialismo. Nunca sus símbolos y colores, el puño negro sobre el fondo blanco, han ondeado en países aliados de EEUU, ni en esos escenarios de violaciones cotidianas de los derechos humanos como Colombia u Honduras, por ejemplo.

En febrero de 2005, en la ciudad de Bratislava, junto a todos sus organizadores europeos, George W. Bush brindó con ellos por la «libertad». Allí diría, exultante e histriónico, que aquel ardor libertario llegaría a los más oscuros rincones del mundo. Hasta esos rincones viajaría no mucho más tarde la «libertad» en las bombas y los misiles, para destruir y dominar en nombre, otra vez, de la libertad y la democracia. En aquel ágape, como muestra el documental francés Estados Unidos a la conquista del Este, uno de aquellos títeres de las finanzas de Soros, la CIA y la NED, comunicaba a otro de más experiencia, que le habían preguntado si podrían repetir aquellos éxitos en Cuba. Desde entonces lo intentan.

En nuestro país, los organizadores tras bambalinas procuran aprovechar las insatisfacciones y dificultades materiales para provocarnos y lograr el añejo objetivo de generar alguna manifestación «espontánea» aplicando sus técnicas. También forman en cursos bien financiados «líderes» para nuestro futuro y publicitan criterios adversos a aspectos medulares de la democracia socialista, los órganos del Estado, del Gobierno, o del Partido.

Un acápite del Manual de Gene Sharp indica difundir contenidos al público más amplio posible, sobre todo influir sobre «grupos» bien localizados, mediante el uso de símbolos, textos cortos, generalizadores, la narrativa anecdótica, micronoticias, amarillismo, medias verdades que actúen subliminalmente e invadan la racionalidad, moldeen la subjetividad e impidan el análisis. Se entiende mejor por qué esa «democracia» está a favor y financia la existencia de medios de comunicación privados y periodistas «independientes» en aquellos países donde les ha resultado más difícil penetrar, como nuestro propio país, cómo han aprovechado el caso de la supervivencia de esos medios privados en Venezuela, o cuál ha sido la actitud de esas empresas comunicacionales ante los ataques a los avances democráticos en países como Bolivia, Brasil o Ecuador.

Como dicen las instrucciones y confiesan con cinismo sus ejecutores, no les interesa la ideología de nadie, sino unir a diversas actitudes y opciones en un solo haz efímero y momentáneo para golpear «sin violencia», así como persiguen captar a todo aquel que objete «algo» para, a partir de campañas digitales, respaldadas por algoritmos que las potencien en internet, crear algún protoescenario de una manifestación pública…, esas primaveras que luego convertirán en el invierno de los pueblos.

La malsana hipocresía de sus intenciones consiste en que aprovechan las dificultades que la misma agresión contra Cuba provoca, pero para regresar al país a la dominación del agresor al que sirven.

A la vez, como parte del plan, algunas organizaciones extranjeras, pero en especial su principal financista, la Fundación Open Society de George Soros, bajo el manto de eventos y publicaciones, han procurado atraer cualquier producción intelectual de contenido crítico con respecto a la realidad cubana que les permita cubrir de respetabilidad y prestigio sus verdaderas intenciones.

La provocación política disfrazada de performance artístico que se intentó años atrás en la Plaza de la Revolución; las obscenidades amplificadas en las redes contra nuestra bandera, las ofensas a los bustos de Martí, parecen salidas del cajón de sastre del Manual de Gene Sharp. Detrás de ellas está la trampa de los colores, sin luz ni gloria, del más brutal totalitarismo disfrazado de revolución.

 

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