30 de diciembre – «Vaquerito», gigante de la lucha guerrillera

Esa actitud de desafiar el peligro, ese afán de vencer, fue lo que llevó a «Vaquerito», el Capitán Roberto Rodríguez Fernández, a plantearle al Che la necesidad de crear un grupo de asalto para los lugares más peligrosos, el «pelotón suicida».

CAPAC – por Freddy Pérez Cabrera – tomado de Granma

Aproximadamente las 4:30 de la tarde del 30 de diciembre de 1958, mientras trataba de tomar la Estación de Policía, se produjo una de las pérdidas más irreparables para las fuerzas guerrilleras que trataban de conquistar la ciudad de Santa Clara. Ese día cayó combatiendo el capitán Roberto Rodríguez Fernández, el «Vaquerito», quien había tejido una leyenda de audacia y valor digna de una novela.

Su caída se ocasionó mientras disparaba contra el objetivo enemigo desde el techo de una casa situada a unos 60 metros del lugar. Como era su costumbre, combatía de pie, enfrentando el pecho a las balas enemigas, por lo que Leonardo Tamayo, segundo al mando del Pelotón Suicida, le exigía insistentemente:

«Tírate al suelo que te van a matar». Sin embargo, de nada valió aquel reclamo. Una bala enemiga atravesó su cabeza, provocándole el fallecimiento de manera instantánea.

Al conocer la perdida de Roberto Rodríguez, el Che escribió como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Las Villas: «…recuerdo que tenía el dolor de comunicar al pueblo de Cuba la muerte del Capitán Roberto Rodríguez, El Vaquerito, pequeño de estatura y de edad, jefe del Pelotón Suicida, quien jugó con la muerte una y mil veces en lucha por la libertad».

«…recuerdo que tenía el dolor de comunicar al pueblo de Cuba la muerte del Capitán Roberto Rodríguez, El Vaquerito, pequeño de estatura y de edad, jefe del Pelotón Suicida, quien jugó con la muerte una y mil veces en lucha por la libertad»

Che Guevara

Yo vine a pelear a la Sierra

El 25 de abril de 1958 llegó a la Sierra Maestra un joven pequeño de estatura, de apenas 22 años de edad, quien había escuchado rumores acerca de la existencia en las montañas de oriente  de un grupo de barbudos interesados en cambiar la situación del país. Venía descalzo, desarmado y extenuado por la larga travesía.

Capitán Roberto Rodríguez Fernández, «Vaquerito»

Luego de una larga conversación con el Che, este se lo presentó a Fidel, quien le preguntó qué tipo de arma traía. Ante la respuesta negativa del recién llegado, el jefe de la Revolución se molestó, argumentando que el Movimiento 26 de Julio tenía órdenes bien precisas de no enviar a nadie a la Sierra Maestra sin armas, por lo cual se negó rotundamente a aceptarlo en las filas rebeldes.

Ante tal decisión, Roberto Rodríguez Fernández, que era el nombre del joven, se deshizo en explicaciones y súplicas ante el líder rebelde con tal de que lo admitieran en la tropa, alegando las peripecias que debió sortear durante más de un mes para llegar hasta allí y en el hecho de que a él no lo había mandado nadie.

Mientras transcurría el diálogo, llegó Celia Sánchez, quien al contemplar la firme decisión del mozalbete de permanecer en las montañas, intercedió en su favor, logrando finalmente que Fidel lo aceptara en las filas insurrectas, lo que provocó una gran felicidad en Rodríguez Fernández.

Fue la propia Celia, la que suministró a la nueva adquisición de la guerrilla, el único par de zapatos que existían en aquel momento en el campamento: unas boticas mexicanas grabadas en blanco que ella tenía guardadas. Al ponérselas, y ante la gracia que provocaba ese calzado en aquella diminuta figura, alguien lo bautizó enseguida con el sobrenombre que lo acompañaría hasta el final de su vida: «El Vaquerito».

Cuentan que en los momentos de descanso, el líder de la Revolución conversaba con Roberto Rodríguez, quien se mostraba muy ameno en la conversación, en la cual contaba aspectos de su vida personal y de su familia, lo que muchas veces provocaba la risa de Fidel, que llegó a tomarle un gran aprecio al muchacho.

En un inicio, integraría la escuadra No. 14 de la Columna 1 José Martí, donde cumplió diversas misiones en el llano como mensajero; tareas en las que arriesgo la vida con tal de conseguir datos precisos sobre el movimiento de las tropas enemigas y otras informaciones solicitadas por el jefe rebelde.

A pesar de cumplir de manera disciplinada todas las encomiendas, con el paso de los días comprendería que no había ido a la Sierra solo para llevar mensajes. Al enterarse de que los hombres que integraban su grupo no participarían en la invasión que se preparaba, la que comandarían Camilo y Che y que tenía el objetivo de llevar la guerra al occidente y centro del país, el pequeño combatiente fue hasta donde estaba Fidel, a quien dijo: «a esa misión, aunque fuera de soldado, yo voy».

Entre las razones esgrimidas con tal de conseguir el permiso, hubo una que causó la risa de Fidel, y fue el momento en que el «Vaquerito» explicó que le gustaba más combatir en las ciudades porque allí veía al enemigo más de cerca y se podía meter en los cuarteles, como en las películas.

Ante esa voluntad y los rasgos de un carácter que mucho podía ayudar a los invasores en las duras jornadas que tendrían por delante, al formarse las dos columnas que llevarían a cabo la travesía, el muchacho de las botas de vaquero pasó a integrar la Número Ocho «Ciro Redondo», que estaría liderada por el Comandante Ernesto Che Guevara, quien tenía la misión de llegar hasta Las Villas. En los lugares de mayor peligro

Luego de una azarosa travesía, vencidos por el hambre y la sed, llegaron al territorio villareño. Tan pronto se iniciaron los ataques a las posiciones de la tiranía, el muchacho de las botas mexicanas y del sombrero alón comenzó a demostrar que no tener miedo a la muerte, siendo uno de los primeros en cada una de las misiones asignadas por el Che.

La temeridad que lo caracterizaba resultaba evidente en cada uno de los combates. Así, durante el ataque a Caibarién, una bala rozó su cabeza; y lejos de amilanarse, se pegó aún más al cuartel a conversar con los guardias para conminarlos a la rendición. Más, al ver que el jefe de la guarnición no quería rendirse, lo desafió a un duelo a pistola delante de todos los uniformados.

En otra ocasión, en Caracusey, el Che lo mandó a explorar la zona donde estaba el acantonamiento de la tiranía, y al regresar, le preguntó: « ¿Y el cuartel?». «Allá está –respondió Roberto–; lo esperan a usted para acabar de rendirse. Vi que estaba fácil, le entramos a tiros y lo tomé». Cuentan que ese día el Che daba patadas en el piso y decía: « ¡Tú no cumpliste la orden! ¡Te adelantaste!».

«Vi que estaba fácil, le entramos a tiros y lo tomé»

«Vaquerito»

Esa posición de desafiar una y otra vez el peligro fue la que lo llevó a plantearle al Che la necesidad de crear un grupo capaz de asaltar los lugares más comprometidos. Cuentan que el jefe de la columna rebelde lo miró serio y le dijo: «Entonces tú lo que quieres es un pelotón de suicidas», a lo que el pequeño combatiente contestó: «¡Eso mismo: un pelotón suicida!». Y ahí vino la otra pregunta: « ¿Y quién va a ser el jefe?, porque ese tiene que ser el primero en todo». El «Vaquerito» abrió los brazos y dijo muy serio: «Eso no es problema. El jefe soy yo»

Sobre el Pelotón Suicida el Comandante Guevara diría. «Era un ejemplo de moral revolucionaria, y a ese solamente iban voluntarios escogidos. Sin embargo, cada vez que un hombre moría, y eso ocurría en cada combate, al hacerse la designación del nuevo aspirante, los desechados realizaban escenas de dolor que llegaban hasta el llanto…».

«Era un ejemplo de moral revolucionaria, y a ese solamente iban voluntarios escogidos. Sin embargo, cada vez que un hombre moría, y eso ocurría en cada combate, al hacerse la designación del nuevo aspirante, los desechados realizaban escenas de dolor que llegaban hasta el llanto…»

Che Guevara

Cuentan que por esas muestras de desprendimiento hacia la vida y de valor probado, el Che siempre tuvo un especial cariño por el «Vaquerito», quien por escasas horas, no tuvo la dicha de ver el triunfo revolucionario por el que tantas veces arriesgó su vida.

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