19 y 20 de diciembre de 2001: inspirarse en el pueblo, por el pueblo y para el pueblo
En diciembre de 2001 la Argentina burguesa explotaba, en otra de sus cíclicas crisis. Debemos inspirarnos en la lucha popular para hacernos fuertes y defender al país contra sus enemigos.
por Leonardo Del Grosso
Hace 18 años en Argentina se generalizaba la movilización popular, con cortes de ruta multiplicados por la geografía nacional, con saqueos por comida a los supermercados, con paros generales, con manifestaciones en la Plaza de Mayo. El pueblo argentino había ido recorriendo todos los caminos de la desesperanza, de las falsas promesas, y finalmente llegó a la conclusión y al deseo de “que se vayan todos”. Tenía razón. Toda una clase dominante, con su casta de politicastros, no habían hecho más que empobrecer al pueblo y enajenar la Nación.
El “peronismo”, con Menem a la cabeza (ya masacrado el peronismo auténtico por el cipayaje de la dictadura del ‘76) había sido, hasta ese momento, no más que el vector político del neoliberalismo, o sea: anti-estatismo (sí fuerte presencia del Estado en la represión en las calles contra el pueblo y en el asesinato de argentinos de a pie, pero nula presencia del Estado contra la codicia sin límites de la usura y las corporaciones capitalistas) y anti-nacionalismo (Menem había vehiculizado la ejecución del capital social nacional como “pago” -privatizaciones- de una deuda externa ilegítima y fraudulenta y había llevado adelante todo tipo de maniobras deshonestas al servicio del Imperio, como el tráfico encubierto internacional de armas a cuenta de la OTAN).
O sea que si el fundador de ese movimiento político denominado peronismo desarrolló una doctrina estatista y nacionalista, en ese 2001 el “peronismo” estaba representado exactamente por lo contrario a eso (la ezquizofrenia burguesa sigue denominando a la estafa menemista, peronismo, sin comillas).
El radicalismo que, en general (salvo honrosas minorías yrigoyenistas) había sido siempre importante socio civil de todas las dictaduras antiperonistas y que, sin embargo (nuevamente la esquizofrenia burguesa) se presenta siempre como la personificación del republicanismo y la democracia, había inaugurado su gobierno de «la Alianza» en 1999 con la masacre del Puente General Belgrano, el que sobre el río Paraná comunica Corrientes y Resistencia, el 17 de diciembre de 1999, masacre donde fueron asesinados dos argentinos y varias decenas resultaron heridos. Su “democratismo” y “republicanismo” siguió comprobándose en los años siguientes con más represión y más asesinatos, mientras la economía argentina -dirigiéndose al default debido al mega-endeudamiento inducido por los usureros internacionales- se encontraba en un proceso de creciente inflación, destrucción de la moneda, parálisis productiva… y todas las etcéteras de la “eficacia” a la que los perfumados y correctos republicanos radicales nos tienen acostumbrados (como hoy con el eficiente gobierno de Macri, sus probos radicales y todo el “mejor equipo en 50 años”, que nos deja un país sin pobreza, con los argentinos unidos, y con el narcotráfico erradicado del territorio nacional… ¿no es cierto? Ja, ja, ja….).
Es así como la Argentina burguesa, colonizada, agroexportadora, explotó una vez más como resultado de las propias contradicciones que generó esa naturaleza. El pueblo se volcó masivamente a las calles a repudiar sin escrúpulos ni complejos toda esa gran estafa en la que vivía, donde le decían “justicia”, y era injusticia; le decían “patria”, y era antipatria; le decían “soberanía”, y era la enajenación del país; le decían “democracia”, y era dictadura; le decían “república”, y era tiranía; donde le decían “propiedad”, y era expropiación hacia los de abajo (hasta los ahorros de la avara clase media fueron asaltados por el capital financiero)…
Al frente del poder ejecutivo se encontraban los más “virtuosos” entre los virtuosos, los más “probos” de los probos: Fernando De la Rúa y todo un gabinete de egregios. El De la Rúa de «impecable» carrera política. El “doctor” abogado. El ilustre senador. En aquel diciembre de 2001, ante el desquicio que tenía ante sí (por supuesto que, como Macri ahora, ellos no se hacen cargo de nada), su orden impóluta fue el Estado de Sitio, que el pueblo argentino ignoró soberanamente, saliendo a las calles con más decisión (como sucede hoy en Chile, por ejemplo). Es así como, luego de casi cuarenta asesinados, con una parte de las clases dominantes impacientes por una devaluación que De la Rúa finalmente no decidió, con el pueblo ignorando las órdenes del “excelentísimo”, con la sangre derramándose por la escalinatas del también “excelentísimo” Congreso de la Nación y por las calles y barrios de la Patria, es que Fernando De la Rúa tomó la decisión de subir al helicóptero en la terraza de la Casa Rosada. El pueblo seguía enardecido, parte de las fuerzas represivas habían debilitado su decisión y lealtad al “excelentísimo” para elevar la masacre al pueblo a niveles más altos aún. Los devaluacionistas también querían la renuncia del presidente. Los sirvientes de De la Rúa le informaron que desobedecerían la orden de traerle café… El “excelentísimo” De la Rúa tomó conciencia de que la renuncia era la coronación natural de una realidad que no convenía seguir desafiando si no quería terminar, a la postre, colgado de un poste, linchado por multitudes iracundas.
A falta de un partido genuinamente revolucionario, la salida de la crisis del 2001 no significó el fin del país burgués, aunque sí la resurrección, posterior, y kirchnerismo mediante, de su, al decir de Cooke, «hecho maldito del país burgués», el peronismo, que se revitalizó desde su doctrina auténtica, esa que impulsa el estatismo que le pone límites a las corporaciones capitalistas, y el nacionalismo, para defender la integridad de la Patria.
Hoy vuelve al poder un peronismo que no se sabe aún si tiene o no comillas. Dependerá de la decisión política de quienes conducen el país si para hacer tortillas se romperán huevos, o si por no romper los huevos, el pueblo se quedará sin tortilla. Dependerá de la decisión política de quienes conducen el país si el peronismo será así, a secas, auténtico (y para eso, revolucionario), o volverá a tener comillas, siendo entonces sólo el administrador y normalizador de esta Argentina colonia que Macri nos deja.
En cualquier caso, la movilización popular es el sujeto, y el prestigio de los hombres, su amor propio, nos tienen que importar un bledo. Sea para defender las decisiones valientes del gobierno, o para enfrentar y corregir sus decisiones timoratas o directamente traidoras, el pueblo es y será el sujeto del poder.
Como lo fue en el 2001, debe serlo siempre. A través de una democracia popular, lo más directa posible, que tome en sus manos su destino, sea siendo dirigido desde las más altas esferas del Estado, como lo hizo Chavéz en la Venezuela Bolivariana (Chávez, ese predicador del poder comunal, antiburocrático, de democracia directa), o con los jefes que deba procurarse ante la inconducencia de los “excelentísimos”, “excelentísimos” siempre finamente perfumados, eso sí.
En Bolivia se ha demostrado que nada vale, ningún gesto de buena voluntad republicana vale, frente a las amorales personificaciones del capital. Lo amoral es la manifestación del ego desbocado, del descerebramiento humano. Frente a los mamarrachos camachos de cabeza narcotizada por psicoactivos químicos, religiosos o ególatras, sólo sirve el crudo e implacable poder popular organizado. No olvidemos que aquí en Argentina también existen, agazapados, esos zombies queriendo reproducirse, queriendo contagiar sus virus disolventes, antinacionales, sionistas, supremacistas, secesionistas. La Bullrich es uno de los pastores que trabajan “evangélicamente” en la formación de zombies.
No olvidemos que están ejecutándose, sin pausa, los cronogramas de los planes de adoctrinamiento de mentes desesperadas y resentidas buscando una redención, y las doctrinas supremacistas, de alimentación del ego, son la droga ideológica perfecta para programar las mentes de quienes luego actuarán como pirañas para la disgregación nacional, al servicio del sionismo internacional.
Frente a esto, el republicanismo burgués sólo nos conducirá a la derrota. Así sucedió con la República en la España de la década de 1930. Así sucedió en el Chile de Allende, presidente que confió en un cipayo traidor como Pinochet, y fue martirizado, junto con el pueblo chileno, por el cipayo traidor. Bolivia es una página abierta aún, pero convengamos que hemos cedido bastante terreno. Así sucedió en muchas otras partes del mundo donde la estrategia fue abrazar a las bestias. ¿Sucederá en Argentina? Sólo la Historia lo sabe. Mientras tanto, los hombres conscientes tienen el deber de actuar coherentemente con su lucidez y su preparación política. Caso contrario, serán ilustrados «excelentísimos» estilo De la Rúa, y pasarán a la Historia (la de verdad, no la mentirosa que escriben los sicarios como Clarín o La Nación) como lo que son: unos muy buenos representantes de la burguesía, pero por eso mismo cobardes.
video: la ficción de la República Burguesa, que mantiene desarmado al pueblo
Han pasado 18 años desde las masacres del 19 y 20 de diciembre de 2001. Han pasado 18 años desde que explotara la economía burguesa y su República. Han pasado 18 años desde que en pocos días, desde la renuncia de De la Rúa, se sucedieran 4 presidentes en menos de 15 días. Han pasado 18 años desde que, entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001 De la Rúa asesinara a 39 argentinos. Han pasado 18 años y la Argentina, Macri mediante, a vuelto a un punto parecido al de aquellos tiempos: penuria económica, pobreza generalizada, endeudamiento público, inflación, narcotráfico y prostitución extendidos. Néstor Kirchner pudo negociar con los acreedores en relativamente buenas condiciones porque fue uno de los más conscientes de la relación de fuerzas con la que contaba para ello. Néstor tuvo astucia, pero ésta, a su vez, tuvo bases materiales concretas sobre dónde pararse, edificadas éstas desde la lucha de clases, no desde el pragmatismo.
Hoy el pueblo ha elegido la vía institucional para conducir sus aspiraciones. Eligió el voto para echar a Macri y respeta, por el momento, a la actual investidura presidencial. En frente están los sin códigos. Contra el pueblo está la secuencia que viene desde las salas de tortura de la dictadura de Videla; la secuencia que viene desde los aviones navales que soltaron sus bombas sobre la Plaza de Mayo en 1955 asesinando e hiriendo a cientos de civiles; la secuencia que viene de los que decidieron la Guerra de Malvinas por motivos deshonestos, como medio de demagogia, y así nos condujeron a la derrota y a la refirmación de la usurpación inglesa de nuestro territorio; la secuencia que viene de los que admiran a la británica Queen a la vez que desprecian la música de nuestra pachamama; la secuencia que viene desde los que hicieron genocidios con las guerras contra los pueblos originarios, contra las montoneras federales, contra el Paraguay potencia de los López; la secuencia que viene de los que se creen “elegidos”, supremos, y no son más que una camarilla de alcahuetes de los “fuertes”, y de tiranos con los débiles.
Como el pueblo hoy confía más en la representación que en la acción directa, los representantes entonces deben tomar las decisiones que el pueblo espera, y respaldarse en él para enfrentar con eficacia a los que no tienen ningún complejo bondadoso, ningún escrúpulo para utilizar la violencia contra el gobierno constitucional y contra el pueblo. Pero las eventuales decisiones de los representantes en beneficio del pueblo necesitan, si o si, del poder popular, organizado, para respaldar y sostener a las mismas. Así como Alberdi decía (indudablemente desde una posición colonizadora) que “gobernar es poblar”, yo diría, parafraseándolo, que gobernar a favor del pueblo es organizarlo, es armarlo, es promover su poder. Caso contrario, no sólo por una cuestión moral, de que es obligatorio gobernar a favor del pueblo, ya que es el soberano del poder constitucional (lo constitucional es una palabra cara a los académicos de lo jurídico), sino técnica (esta es una palabra cara a los tecnócratas): decisiones a favor del pueblo serán combatidas por sus enemigos, y entonces para sostenerlas solamente el pueblo tiene el poder potencial suficiente para, convirtiendo ese poder en real, defender esas decisiones y derrrotar con efectividad a los monstruos terroristas que el sionismo está formando, ahora mismo, para destruir la Argentina y apropiarse de sus recursos.
Otra posibilidad sería que no se tomaran decisiones a favor del pueblo y que Fernández, entonces, pasara a ser el administrador de la Argentina colonia, donde el Imperio haría concesiones que mejorarían ciertas condiciones de vida (apretar la soga, pero no ahorcar, dejar respirar en alguna medida) para asegurarse el dominio territorial del país frente a la competencia de Rusia y China, pero la Argentina resignaría su soberanía y sus recursos naturales se utilizarían, como exportaciones, para conseguir los dólares para pagar la estafa de la deuda externa de Macri (camino éste también bastante posible, considerando los antecedentes políticos de los actores).
Han pasado 18 años desde que 39 argentinos fueron asesinados por balas sicarias (sin que, por otra parte, la “justicia” -esa misma que todavía tiene de rehenes, de presxs políticxs, a Luis E’Elía, Milagro Sala, Amado Boudou, Julio De Vido y tantos más, le hiciera pasar un sólo día de cárcel al “excelentísimo” asesino). Han pasado 18 años desde que el pueblo hiciera tronar el escarmiento. La democracia burguesa se ha reciclado una vez más, y la Argentina, por ahora, sigue siendo colonia.
En honor a los que tanto han luchado y que han derramado su sangre por nuestra libertad, por el país, por la Patria, enfrentando a gobiernos como el de De la Rúa, no podemos menos que organizar, que promover el poder popular, que impulsar la movilización de masas, que desarrollar la conciencia del pueblo.
Cuando el imperio entienda apropiado que las bestias que está formando entren en acción, los «excelentísimos» parlamentarios y las “honorables” burocracias de todo tipo serán muy poca cosa para hacerles frente, y la solemnidad profesoral resultará insuficiente. Será el pueblo el que los enfrentará, con lo que tenga a mano. Más vale que haya sabios que tomen la decisión de armar bien al sujeto de la Constitución de la Nación Argentina, para que seamos más capaces de defenderla cuando los golpistas actúen, como ya lo están haciendo, donde ya, en el Congreso, no están obstruyendo, por decir, la reforma agraria, sino aún las tímidas medidas que Fernández está tomando para enfrentar la emergencia, medidas que no son de sorpresiva ofensiva contra los capitalistas concentrados (responsables de la debacle), sino de mínima defensiva como para que el pueblo pueda comer. La contra sólo tiene sensibilidad al poder concreto. Si te ve débil, se hace tirana. Si te le plantás fuerte, arrugan. Por lo tanto, la defensiva es lo que fortalece a estos cipayos. Es la ofensiva la verdadera estrategia que seguro los vence.
Por todo lo cual, como hacer concesiones no sirve para nada frente a éstos, o se aplica la ofensiva, o la tragedia de la derrota ensombrecerá a la Patria.
Durante todo el siglo XIX la guerra se enseñoreó en el territorio que es hoy la Argentina. Más de setenta años de francas guerras civiles e internacionales terminaron con la desgracia que significó el final triunfo de la Generación del 80, esa que se agarró todo para ella, conformando el país terrateniente que bloqueó siempre, y lo sigue haciendo, el país desarrollado que todo país puede ser. En la sabiduría y la firmeza de los que hoy tienen altas responsabilidades políticas quizá estén gran parte de las claves que puedan evitar, al mismo tiempo que se puedan ir conquistando derechos y dignidades, que se abran una vez más las guerras que el Imperio promueve, que nos pueden sumir por décadas en enfrentamientos sangrientos. Para ello, nada más certero que el ancestral apotegma: “si quieres la paz, prepárate para la guerra”, porque no se puede defender la paz sin hacerse fuerte contra los que atentan contra ella. Algo se puede aprender de los países que mejor han defendido su integridad nacional frente al Imperio: algo se puede aprender de Cuba, de Nicaragua, de Venezuela. Sería de sensatos mirar la realidad sin prevenciones estúpidas, y tomar las mejores enseñanzas de los que, qué duda cabe, algo de honor patriótico tienen, ¿no? ¿O me equivoco?
A 18 años del levantamiento popular del Argentinazo exclamo, por los argentinos caídos, ¡presente! ¡ahora! ¡y siempre!
Y abrigo la esperanza, y espero no resultar voluntarista, de que Alberto Fernández se convierta en un patriota y, por lo tanto, desarrolle la soberanía política del pueblo y de la Nación y, como aconsejó cálidamente Cristina, apueste al pueblo y enfrente decididamente a las corporaciones y a la usura internacional. La Patria y los mártires de la lucha popular así se lo demandan. Y el presente y el futuro de Argentina así lo necesitan.