Volver a Lenin: Única forma de entender lo que está pasando
El show montado la semana pasada en la Casa Blanca con el presidente de Estados Unidos y el líder del régimen neonazi de Ucrania como actores protagónicos de la trama copó los espacios informativos durante varios días.
CAPAC.- Sergio Rodríguez Gelfenstein, tomado de Prensa Latina
El morbo se apoderó de todos, la mugrosa camisa de Zelenski que pretende que su uso lo transforme en estratega militar de alto vuelo así como el estentóreo lloriqueo de la embajadora ucraniana en Washington tuvieron tanta importancia como los insultos que se profirieron ambos «estadistas» y el fracaso de una Cumbre que más que producirse en la cima, pareció desarrollarse en la sima.
No debería haber sorpresas, todo lacayo que asiste a la Casa Blanca sabe que si no cumple lo que le ordenan es tratado de esa manera. Así ha sido siempre, lo que pasó es que ahora se transmitió en «vivo y en directo».
Ya lo dijo José Martí en su ensayo «Nuestra América» en enero de 1891: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos».
A veces, ello ocurre incluso fuera de la Casa Blanca. Hace pocos días pudimos ver al canciller de Panamá rogando y mendigando indulgencias al secretario de Estado Marco Rubio en el propio aeropuerto del país del istmo. Al final, tras posteriores declaraciones de fraudulenta defensa de la soberanía y quiméricos manifiestos de dignidad, tanto Mulino como Zelenski, se arrodillaron y aceptaron sendas propuestas que encarnan el bochorno y la ignominia.
Al otro lado del Atlántico, los líderes europeos no podían salir del estupor. Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, llamó a la celebración de una cumbre «inmediata» entre Estados Unidos y Europa para «limar asperezas». Por su parte, el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer, invitó a más de una decena de líderes europeos a una cumbre para «impulsar la acción europea» sobre Ucrania de cara a una «paz justa y duradera».
Dejando claro que hay europeos de primera y de segunda, algunos líderes fueron convocados, otros no. ¿ Quien participó en la reunión? ¿Los miembros de la Unión Europea? No, estaba el Reino Unido y Turquía ¿Era un encuentro entre europeos? No, estaba Canadá. ¿Era un conclave de la OTAN? Tampoco, faltaron más de 15, entre ellos Estados Unidos. Parece que era un club de amigos. Los bálticos que vomitan histeria anti rusa cada vez que hablan no fueron invitados, lo cual motivó una queja que nadie se preocupó en responder.
Al final, después de mucho ruido, palabras ostentosas y emotivas manifestaciones de amor eterno a Ucrania, no llegaron a ningún acuerdo, ni siquiera a una posición común para apoyar un plan de paz que recogiera los puntos de vista de Kiev en su proceso de suicidio político. A pesar de previas palabras rimbombantes respecto de enfrentar a Rusia con soldados propios, a la hora de la verdad el pánico, la actitud pusilánime y la cobardía se impusieron. Los europeos son patéticos, esta forma de actuar configura su parte en el show que mantiene entretenida a la opinión pública mundial. Mientras tanto, detrás del telón de este teatro del absurdo se ocultan las verdaderas razones de lo que está ocurriendo,
Mucha gente está sorprendida. Es verdad que la forma que está adquiriendo esta trama era impensable hace solo unas semanas, pero el estado de las cosas y un mínimo análisis en perspectiva estratégica nos da las pautas que pueden explicar el trasfondo de lo que está ocurriendo. Lo que si es cierto es que nadie que utilice el marxismo como método de análisis científico de la sociedad y el Estado, de la economía y la política, puede decir que no sabía que irremediablemente, en algún momento del desarrollo histórico, esta situación sucedería (en drama, en comedia o en la realidad).
No hay mejor manera de entender lo que está aconteciendo que leer a Marx y sobre todo a Lenin. En su obra «El imperialismo, fase superior del capitalismo» escrita en 1916, el líder soviético desentraña la esencia del desarrollo del capitalismo hasta llegar a su etapa imperialista y las contradicciones que ello generaría inexorablemente. Vale tener presente la fecha de publicación de este trabajo. Eran los tiempos de aquella confrontación inter imperialista que recibió el nombre de primera guerra mundial. La lucha revolucionaria en Rusia se encontraba en plena efervescencia. Estados Unidos apenas emergía como primera potencia mundial al abandonar- durante el gobierno del presidente Wilson- la política aislacionista que había heredado de sus padres fundadores.
Lenin- como él mismo dice- intentaba hacer un balance de la situación y concluía que el imperialismo había surgido como desarrollo y continuación directa de las características fundamentales del capitalismo en general. Pero el capitalismo solamente se convirtió en imperialismo capitalista «cuando su desarrollo alcanzó un grado muy alto, cuando algunos de los rasgos fundamentales del capitalismo comenzaron a convertirse en su contrario, cuando tomaron forma y se revelaron las características de la época de transición del capitalismo a un sistema económico y social más elevado. Desde una perspectiva económica, lo esencial de este proceso es la sustitución de la libre competencia capitalista por el monopolio capitalista».
Esto es lo que ha llegado a un nivel de incompatibilidad insoportable poniendo en jaque el sistema y a Estados Unidos como su principal exponente. Contrario a lo que se dice, Trump no está loco, ha tomado nota como ningún otro líder occidental de esta situación y está tratando de tomar medidas que reviertan el proceso, salve a Estados Unidos y salve al capitalismo. Por ello recurre al slogan de «hacer grande a Estados Unidos de nuevo». ¿Por qué hacerlo grande? Y¿ porqué de nuevo? Porque fue a finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando Estados Unidos se transformó en primera potencia mundial. Pasó de exportar US$835.639 millones e importar US$667.955 millones en 1880 a, exportar US$8.108.989.000 millones e importar US$5.278.481 millones en 1920. ¡Alrededor de diez veces más en solo 40 años!
Liberado a través de la llamada guerra de secesión del feudalismo retrógrado que paralizaba el desarrollo de sus fuerzas productivas, en 1930 Estados Unidos exportó US$5.429 millones mientras que Gran Bretaña «sólo» pudo exportar US$4.500 millones ese año. Vale decir que en 1897 las cifras eran US$308 millones y US$ 2.060 respectivamente.
En esas condiciones, en 1898 se introdujo en la guerra hispano-cubana, se apoderó de Cuba y Puerto Rico y adquirió Filipinas y Guam en el Pacífico y en 1903 inició la construcción del canal en Panamá con lo que consolidaba su condición de potencia mundial al permitir la conexión marítima de su costa este con el Pacífico y Asia y la oeste con sus florecientes estados orientales. Décadas antes, se había expandido hacia el oeste hasta llegar al Pacífico a costa de los pueblos originarios primero y de Francia y México después, de la misma manera que lo hizo hacia el sur expulsando a pueblos originarios y españoles de la región.
Todo esto permitió a Wilson introducir al país en la primera guerra mundial y sacar provecho de ella como ninguna otra potencia. Precisamente a esto es a lo que quiere volver Trump, porque en esa época el capitalismo en Estados Unidos era esencialmente productivo. Todavía el capital financiero no irrumpía con la fuerza avasallante de la actualidad.
Volvemos a Lenin. Dice que una de las particularidades del imperialismo, a diferencia de la anterior etapa, es su carácter «parasitario». Dice Lenin: «…la base económica más profunda del imperialismo es el monopolio. […] el monopolio capitalista, es decir, un monopolio surgido del capitalismo, que existe en las condiciones generales de éste, la producción mercantil y la competencia, y está en permanente e irresoluble contradicción con ellas. Sin embargo, como todo monopolio, el capitalista engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y la decadencia. En la medida en que se fijan, aunque sea momentáneamente, precios monopolistas, desaparecen en cierta medida los factores que estimulan el avance técnico y en consecuencia cualquier otro avance, surgiendo así además, la posibilidad económica de retardar deliberadamente el progreso técnico».
Esto es lo que ha estado ocurriendo en Estados Unidos y lo que trata Trump de impedir. Ha constatado el deplorable estado de la industria estadounidense y el retroceso en su desarrollo científico lo que ha afectado en particular a la industria armamentista, dejando a Estados Unidos en una situación de desventaja estratégica respecto de China y de Rusia a pesar de tener un presupuesto militar que cuadriplica al de China y es siete veces mayor al de Rusia, lo cual no ha sido óbice para que en el desarrollo de los misiles hipersónicos, los aviones cazas de quinta generación, los submarinos y otras naves de superficie, esté pasmosamente atrasado en Estados Unidos en relación a sus enemigos estratégicos.
Por ello, el Secretario de Defensa, Pete Hegseth, dijo que Washington ya no priorizará la seguridad de Europa, determinó que la guerra entre Ucrania y Rusia «debe terminar», pues la preponderancia de los objetivos por cumplir se orientaban a asegurar las fronteras de su país y disuadir la guerra con China. Agregó que las realidades estratégicas actuales impiden que Estados Unidos siga siendo el principal garante de la seguridad en Europa. Estas mismas realidades obligaban a una reducción de las fuerzas estadounidenses en la región destacando que Washington enfrentaba a China, un competidor de gran envergadura que tiene la capacidad y la intención de amenazar la seguridad nacional de Estados Unidos y sus intereses principales en la región del Indo-Pacífico.
Según Hegseth, en estas condiciones su país debía priorizar la disuasión de un conflicto con China en el Pacífico reconociendo la escasez de recursos. Por ello Washington tomaría decisiones difíciles que le permitieran garantizar lo que denominó «disuasión estratégica». Mayor evidencia no puede haber, la crisis económica interna obliga a Estados Unidos a la retirada. Pero, claro como toda potencia imperialista, la retirada es avasallando a los débiles mientras pueda.
Sigamos con Lenin: «Ciertamente, el monopolio capitalista no puede eliminar del todo y por un tiempo muy prolongado la competencia en el mercado mundial. Desde luego, la posibilidad de rebajar los gastos de producción y aumentar los beneficios a través de mejoras técnicas obra en favor de éstas. Pero la tendencia al estancamiento y la decadencia, inherente al monopolio, sigue a su vez operando, y en ciertas ramas de la industria y en ciertos países hay períodos en que se impone». El dirigente ruso agrega que el monopolio en el control de las ricas colonias de la época actúa de la misma manera.
Trump ha detectado que el proceso de deslocalización industrial emprendido por Estados Unidos en la década de los 80 del siglo pasado ha hecho desaparecer el aparato productivo del país. Para los capitalistas era mejor pagar medio dólar la hora de trabajo en Filipinas o Bangladesh que ocho dólares en Estados Unidos. El capital no tiene sentido de patria solo de ganancia: para maximizar los ingresos se llevaron las industrias del país al exterior. Ahora, se da la paradoja que Estados Unidos es importador… de productos estadounidenses. La Coca Cola es de México, igual que los vehículos Ford y Chevrolet. Los pantalones Levi’s son de Pakistán y los zapatos Nike de Filipinas. Las marcas que simbolizaron el esplendor de Estados Unidos son productos de importación. El alto consumo los lleva a tener una balanza deficitaria. En esta situación, la tendencia es hacia el estancamiento y la decadencia, tal como lo visualizó Lenin hace 109 años.
Vladimir Ilich Ulianov más conocido como Lenin, alertaba en el sentido que todo este proceso conducía a crear una capa rentista en la sociedad, es decir «individuos que […] no participan en ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad».
Adelantándose en el tiempo pudo pronosticar el surgimiento de la economía especulativa que en su época (cuando apenas estaba surgiendo) ya generaba cinco veces mayor beneficio que el comercio exterior. Afirmaba que: «La exportación de capital, una de las bases económicas más esenciales del imperialismo, acentúa todavía más la total separación entre la capa rentista y la producción, imprime un sello de parasitismo a todo el país, que vive de la explotación del trabajo de unos cuantos países y de las colonias de ultramar» y concluye: «¡He aquí la esencia del imperialismo y del parasitismo imperialista!»
Trump quiere destruir el Estado rentista, está en guerra con él, por eso, algunos de sus enemigos más acendrados son Wall Street y personajes como George Soros y Warren Buffet cuyo disfraz de inversores y empresarios liberales los hacen «ser de izquierda»(¡¡¡!!!) en Estados Unidos. Aquí se manifiestan las contradicciones inter capitalistas en función de la vía para obtener sus millonarias ganancias: Soros y Buffet a través de la especulación y la bolsa, Trump a partir del desarrollo del aparato productivo.
Pero el mundo ha cambiado desde la época de Lenin hasta ahora. Lo explica el analista chileno Amador Ibáñez en un artículo publicado en Rebelión bajo el título «Tecnocapitalismo, datos y fetichismo». Dice Ibáñez: «El capitalismo como sistema dinámico y en constante mutación, adapta sus formas de producción y acumulación a nuevas condiciones tecnológicas. En el siglo XXI, bajo el paradigma del tecno-capitalismo, los datos se han convertido en la mercancía suprema, los algoritmos en las nuevas máquinas, y la vigilancia digital en el mecanismo de control social». En esa medida, «…las categorías clásicas del materialismo histórico- plusvalía, alienación, fetichismo- se reconfiguran en un mundo donde lo ´sólido` (el hierro de las fábricas) se ha desvanecido en el aire de los servidores en la nube». Esto explica la alianza estratégica de Trump con los Musk, los Zuckerberg, los Bezos y otros especímenes que reniegan de su condición de seres humanos y exponen su odio hacia todos los que no sean como ellos.
Según Lenin, el mundo quedó dividido entre un grupo de «Estados usuarios» y una mayoría de «Estados deudores». Dice que en caso de que estos últimos no cumplan los compromisos, la Armada de los países poderosos hacen «de alguacil». ¡Vaya que lo sabemos nosotros los venezolanos! A finales de 1902, 14 años antes que Lenin publicara su artículo, nuestros puertos fueron bloqueados y bombardeados por las marinas de guerra de Gran Bretaña, Alemania e Italia como forma de exigir el pago inmediato de deudas contraídas por el gobierno con compañías de esos países.
En ese período, refiriéndose a Gran Bretaña y citando al economista alemán Gerhart Von Schulze-Gaevernitz, Lenin señala que ese país «se está convirtiendo paulatinamente de un Estado industrial en un Estado acreedor». Es lo que le pasa hoy a Estados Unidos, pero Trump desconoce o pretende desconocer las causas recurriendo al expediente de echarle la culpa a los otros: migrantes, chinos, mexicanos, canadienses, europeos y todo lo que no sea Estados Unidos, su sistema y sus instituciones. Señala que: «A pesar del aumento absoluto de la producción y la exportación industrial, crece la importancia relativa para toda la economía nacional de los ingresos procedentes de los intereses y dividendos, de las emisiones, de las comisiones y de la especulación. En mi opinión, esas son precisamente las bases económicas de la supremacía imperialista».
A continuación esboza las repercusiones internas de la existencia del estado rentista, parasitario y decadente que influye en las condiciones sociales de vida del país. Por ello, necesitan la guerra, así se establecen lazos con el capital financiero para generar beneficios «derivado de las contratas, los suministros, etc». Es decir destruyen todo a través de las guerras y después sus empresas lo «reconstruyen». Es el expediente Irak en el pasado y lo que pretenden hacer ahora en Ucrania y Gaza.
Pero además, citando ahora al economista inglés John Hobson quien dijo que: «La mayor parte de las batallas mediante las cuales conquistamos nuestro imperio Indio las sostuvieron tropas nativas; en la India, como últimamente en Egipto, grandes ejércitos permanentes se hallan bajo el mando de británicos; casi todas nuestras guerras de conquista en África, con excepción del sur, las hicieron los indígenas para nosotros». ¿No les parece conocido y reciente? ¿Qué creen que pasa en Ucrania? Cualquier semejanza con la realidad no es mera coincidencia, solo que esta vez Rusia impidió que realizaran sus objetivos. Trump ha verificado que Kiev no puede derrotar a Moscú y en medio de la grave crisis económica necesita detener la sangría financiera que esto significa para las arcas estadounidenses.
Continuando con Hobson, Lenin recuerda que éste dijo que Europa podría transformarse en un paraíso para los ricos mientras profesionales y comerciantes trabajan para ellos al mismo tiempo que un gran número de sirvientes y obreros están ocupados en el transporte y en la industria manufacturera. Entonces apunta premonitoriamente: «Las ramas principales de la industria desaparecerían y los productos alimenticios básicos y los bienes semielaborados provendrían, como un tributo, de Asia y África (…) Aquí vemos las posibilidades que abre ante nosotros una alianza más amplia de los Estados occidentales, una federación europea de las grandes potencias, la cual, lejos de impulsar la civilización mundial, podría implicar el peligro gigantesco de un parasitismo occidental: un grupo de naciones industriales avanzadas cuyas clases superiores obtendrían enormes tributos de Asia y África».
He aquí la crisis actual de Europa. Un continente sin riquezas: la energía provenía de Rusia, el comercio lo realizaban principalmente con China y la defensa se las garantizaba Estados Unidos. La Unión Europea y la OTAN no son otra cosa que una «…alianza más amplia de los Estados occidentales, una federación europea de las grandes potencias, la cual, lejos de impulsar la civilización mundial, podría implicar el peligro gigantesco de un parasitismo occidental». ¡Brillante! ¡Extraordinario anticipo en la historia!
Lenin no duda que lo planteado por Hobson podría ocurrir, pero agrega que ello traería como consecuencia adicional que los oportunistas, incluso aquellos vinculados a los trabajadores se plegarían a estos vencedores transitorios porque la gigantesca riqueza producida por el imperialismo permite «sobornar a las capas superiores del proletariado, y con ello nutre el oportunismo, le da forma y lo refuerza». Aquí en un pie de página el líder ruso explica el nefasto papel jugado por la social democracia y la II Internacional ¿Se entiende ahora de donde salen los Lula, los Boric y Bachelet, los Petro y los Mujica? No debemos olvidar, sin embargo- dice Lenin- a «las fuerzas que contrarrestan al imperialismo en general y al oportunismo en particular…». He ahí la importancia de la resistencia de Cuba, de Venezuela, de Nicaragua, de Palestina, de China y de Rusia, de Irán y del profundo sentido anti colonialista que está emergiendo en África.
Este es el trasfondo de lo que ocurre. Trump quiere que el sistema que hizo grande a Estados Unidos en condiciones del capitalismo productivo de finales del siglo XIX y comienzos del XX funcione en las condiciones actuales de imperialismo decadente. Eso es imposible. La situación interna como internacional son otras. Por estas razones, su proyecto va al fracaso y recurre a lo único que tiene: la fuerza. No escatima entre amigos y enemigos. Eso es lo que dimensiona el tamaño de la crisis. No importa que se use una mugrosa camisa ucraniana o elegantes trajes de modistos franceses. Tampoco es relevante que sea un musulmán del Asia Occidental o un pomposo señorito de Ottawa. No entiende la diferencia entre Shanghái y Copenhague. No interesa que sea de Panamá o de Berlín.
Necesita salvar a Estados Unidos, necesita salvar al capitalismo. En esta situación, todo vale.