Sionismo: Lo que mal empieza, mal termina

La historia de la comunidad judía al igual que la de otras denominaciones religiosas, está llena de episodios oscuros que deberían recordarnos lo crueles, destructivos e inhumanos que podemos ser como especie. Y nada justifica ese tipo de hechos, lamentables y categóricamente punibles. Pero nada justifica tampoco que hace ya casi 75 años la nación palestina se convirtiera en el daño colateral y parte del precio de los horrores cometidos en la Europa nazi.

CAPAC.- Por *Rafael Araya Masry, tomado de Palestina Soberana

Son muchas las veces que hemos escuchado aquel verso que advierte que aquello que mal empieza, mal termina. Y parecería que el sionismo está lejos de ser la excepción.

La historia de la comunidad judía al igual que la de otras denominaciones religiosas, está llena de episodios oscuros que deberían recordarnos lo crueles, destructivos e inhumanos que podemos ser como especie. Y nada justifica ese tipo de hechos, lamentables y categóricamente punibles. Pero nada justifica tampoco que hace ya casi 75 años la nación palestina se convirtiera en el daño colateral y parte del precio de los horrores cometidos en la Europa nazi.

Las distintas comunidades judías a lo largo del mundo, en su afán por sentirse “resguardadas” en un “hogar nacional propio” (un Estado-nación exclusivamente judío), fueron tentadas por los planteamientos del sionismo que no es nada más y nada menos que una ideología política que actualmente constituye la principal fuente de racismo, exclusión, odio y violencia contra los palestinos.
Israel surge entonces como ese anhelo que, hábilmente basado en la manipulación de escritos sagrados judeo-cristianos, está presuntamente destinado a velar por la protección y subsistencia de los judíos del mundo.

Se me ocurre pensar que si el territorio sobre el cual Israel decidió erigirse hubiera estado vacante y carente de una población originaria preexistente, seguramente no enfrentaríamos hoy los numerosos reparos que existen con respecto a su presencia y los inicios de su historia. Sin embargo, Israel nació, creció y se desarrolla hasta el día de hoy sobre la base de un proyecto de colonización que partió de la limpieza étnica de una población autóctona y el cometimiento de crímenes de guerra y lesa humanidad que aún persisten.
Es decir que Israel, un país que reclama su construcción en función a textos sagrados, es el mismo país que se fundó en la inobservancia de al menos dos mandamientos: “no robarás” y “no matarás”.

Previa la declaración del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, se sucedieron una serie de eventos atroces perpetrados por 3 grupos armados sionistas que, a través de actos terroristas, saquearon y “allanaron el terreno” para la construcción de su país. Esto supuso la limpieza étnica de al menos 530 aldeas, pueblos y ciudades palestinas (I. Pappé 2006; N. Masalha 2012); el asesinato de cientos de civiles y la expulsión de más de 700 mil palestinas y palestinos, población originaria que tras más de 7 décadas en el exilio forzado conforma más de 6 millones de refugiados – la población de refugiados más longeva de la historia contemporánea-.

Esa limpieza étnica persiste. Israel mantiene una obsesión criminal por borrar todo vestigio palestino del territorio que ocupa –tanto el que conformó Palestina Histórica, como el territorio del actual Estado de Palestina, reconocido internacionalmente como ocupado (Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU)-.

Tras la Nakba algunos miles de palestinos lograron escapar de la muerte y el despojo, y hoy conforman alrededor del 22% de la población con ciudadanía israelí. Los denominados “árabes israelíes” –en un intento por desconocer su etnia palestina-, sufren de discriminación y son sujeto de constantes políticas que buscan borrar su identidad.
El cambio de nombres de calles, ciudades, aldeas y pueblos palestinos de su idioma original árabe al hebreo, la creciente judaización o “israelización” de la Ciudad Antigua de Jerusalén, la erradicación de la lengua árabe como uno de los idiomas oficiales y la eliminación de la historia palestina de textos escolares son algunas de las medidas que enfrentan. A ello se suma la constante implantación de población judía extranjera inmigrante en barrios y propiedades palestinos. Haifa, Akka, Nazaret, Lydda o Sheikh Jarrah son tan solo algunos ejemplos, pero en su conjunto constituyen la muestra evidente de las políticas sistemáticas que integran el proyecto israelí de “despalestinizar” Palestina.
Esto, junto con la persecución de la población palestina “árabe israelí”, ha empujado a una serie de ONG de renombre – Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la israelí B’Tselem y la palestina al-Haq, entre otras -, a designar al régimen en Tel Aviv como uno de apartheid “desde el río al mar” – es decir, el territorio reconocido como israelí y el Territorio Palestino Ocupado-. Ningún palestino está a salvo del sistemático e institucionalizado orden racista de colonización implantado formalmente en 1948.

Lo que mal empieza, mal termina.
Los palestinos somos un pueblo que tiene una importante y creciente presencia demográfica en todo el territorio que históricamente perteneció a Palestina. Por su parte, Israel acelera ferozmente la importación y trasplante de población judía del mundo entero – desde Argentina hasta Etiopía, Colombia, Rusia y Ucrania -, para tratar de ganar una batalla que sabe que perderá. Esta situación está destinada a implosionar en tanto crece la insatisfacción de la población palestina autóctona que se niega a seguir ocupando el último peldaño en el sistema de castas israelí. Todo ello mientras aumenta la presencia de población sionista radicalizada en un extremismo casi fascista y, paralelamente, se fortalece el pequeño pero creciente segmento de la población israelí que proclama el fin de la ocupación y el régimen de apartheid sobre el pueblo palestino.

Lo que mal empieza, mal termina.
Como testigo de la perseverancia, resiliencia y dignidad con la que mi pueblo ha resistido fiel al derecho sobre su tierra y todo lo que hay en ella, estoy convencida de que veremos el fin de la ocupación. Pero para ello es necesario exigir el fin absoluto de la ocupación de nuestro territorio y del sistema de apartheid que gobierna nuestras vidas, de la mano de un proceso de justicia transicional que garantice el acceso a la verdad, la memoria y las respectivas reparaciones.
Para que exista una paz justa y sostenible es fundamental empezar por entender y reconocer que Israel fue constituido a costa de las vidas, la historia, el pasado y el presente de Palestina y su pueblo. Comprender que desde sus inicios se erigió sobre una base ideológica criminal que supuso eliminar a una población autóctona de su territorio, es entender que aquello que mal comenzó, no puede dar buenos frutos. Ni Israel ni la Comunidad Internacional pueden esperar que aquello que surgió a costa del sufrimiento de otros, persista sin visos de cambio. Únicamente el asumir esto y las consecuencias de más de siete décadas de crímenes son clave para el futuro de Israel, Palestina y la región.

*Rafael Araya Masry,  Presidente de la COPLAC, Confederación Palestina Latinoamericana y del Caribe. Diputado Miembro del Consejo Nacional Palestino.

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