Ramón Labañino: La honra de servir y salvar vidas
En la misma década que Ramón Labañino nació, ocurrió un centenar de actos terroristas. Girón, bombardeos, vandálicas guerrillas, un Programa de Acción Encubierta contra el régimen de Castro, el inicio de inversiones millonarias de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos. Mientras había cambios y Revolución, también amenazas y muerte. Los años sesenta.
CAPAC- Por Ana Álvarez Guerrero/ Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Irene Pérez/ Cubadebate.
Marianao. En el interior de un pasillo muy estrecho, una casa modesta y un baño común para varias familias, tuvo sus primeros años Ramón, el más grande de los hermanos.
Su mamá, ama de casa. Su papá, jardinero, seguridad en el Náutico. Y una infancia “que no cambiaría por nada” — dice— en medio de carriolas, trompos y bolas.
“Papi” — como le decían sus padres, familiares y amigos más cercanos — era un niño al que le gustaba, además del deporte, las matemáticas, las ciencias. Tenía la ilusión de vivir tras un microscopio, ser científico, laboratorista, médico. No fue así.
— ¿Cómo cambió el rumbo de su historia?
Se necesitaban economistas. Había incluso, varias carreras vinculadas a la Economía. En esa etapa los amigos influyen mucho. Y al final me decidí por Economía de la Industria. Cuando terminé segundo año, con los cinco puntos de promedio, pasé a Planificación de la Economía Nacional.
En el cuarto año de la universidad se acercaron unos compañeros a preguntarme si quería ser miembro del Ministerio del Interior. Dije que sí. Tendría poco más de 20 años.
Era la época de ‘David’, En Silencio ha tenido que ser, Julito el Pescador. Sentías esos seriales como si fueran tuyos. Ser como David era el anhelo de los muchachos: destruir los planes terroristas, castigar a los traidores, a los asesinos. Creo que eso me marcó, también a mi generación. Sufrimos mucho los actos terroristas. ¡El avión de Barbados, aquello fue terrible! El Comandante dijo: «cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla» y nosotros lo sentimos en carne propia. La impotencia de no poder dar un contragolpe a los terroristas. Lo que no sabía era que en algún momento me tocaba una misión de ese tipo.
Mi mamá, que siempre ha influido mucho en mi vida, siempre quiso que fuera militar. De alguna manera cumplí su sueño, aunque nunca le dije nada. Era un militar sin uniforme, pero me sentía orgulloso de eso.
Cuando terminé la universidad pasé un proceso, más complicado, de estudios dentro del Ministerio. Hicimos trabajos de todo tipo. Finalmente, a principios de los años noventa es cuando se no da la misión de integrar las filas de la Seguridad del Estado para confrontar los actos terroristas que venían, sobre todo, del territorio norteamericano, del área de la Florida. Ahí empezamos a cumplir misiones muy honrosas: defender a la Patria dentro de las entrañas del imperio.
Las décadas del ochenta y noventa están marcadas por el espanto. Artefactos explosivos en hoteles, tiendas, escuelas, embajadas cubanas. Intentos de asesinatos y asesinatos. La Fundación Nacional Cubano Americana y sus “misiones”, los “Hermanos al Rescate” y sus “Flotillas de la Libertad”. La CIA y su manual para liquidar la Revolución.
¿Cómo defendernos? Ahí estaban, están ellos. En secreto, con sus nombres o con otros.
— ¿Qué implica asumir otra identidad?
Es quizás una de las partes más complicadas. Llevas el nombre de otra persona, una biografía completa: lugar donde nació, vivió, estudió, sus paradas de guagua, teléfonos, direcciones… Todo de memoria.
A veces no es una sola personalidad, sino varias. Es un proceso de convencimiento interior. Como un actor, si no crees en el personaje que estás encarnando, pues no sale bien la tarea. Lo disfrutas, pero es difícil.
En el caso de los Cinco, Gerardo, Fernando y yo éramos los que teníamos doble identidad. Es un proceso psicológico, de mucha memoria, hay mecanismos. La lógica ayuda mucho, conocer los detalles de esa biografía. Una vez que ‘estás en el personaje’ ya puedes, te sientes con confianza.
No quiere decir que estés confiado. Al mínimo error cualquiera puede decir ‘el acento tuyo no es de ese lugar, es de otro’ o ‘no pareces boricua’, por ejemplo. Y así vives, con precaución y alerta extremas. Sin caer en la paranoia, pero alerta las 24 horas. Lo más importante es estar pendiente de no cometer errores. Un error te puede llevar al desastre.
Los éxitos los disfrutaba siempre en privado cuando concluía una misión. En la habitación de un hotel o en la casa donde vivía, hacía un brindis. «Por la Revolución. Por la familia. Por nuestros compañeros”.
Todos estaban lejos. Muy pocos sabían que Ramón, Luis Medina, alias el Oso, estaba tan cerca de Orlando Bosch, autor de decenas de actos terroristas contra Cuba; o de peligrosos personajes de la Fundación Nacional Cubano Americana. Seguía sus acciones, recopilaba información. Su objetivo era evitar que detonaran las bombas aquí o allá, que se afectara a Cuba. Teníamos, tenemos, derecho a defendernos.
12 de septiembre de 1998. Un apartamento pequeño, de los que llaman efficienty. Hollywood Beach. 5:30 de la mañana.
“De pronto sientes que se abalanza sobre ti tanta gente. El FBI. ‘¡Freeze, freeze!’. Te tiran al piso. Estás dormido. Te encadenan. Te ponen las esposas. En ese instante tú casi ni te das cuenta. Reaccionas y dices, ‘esto no puede estar pasando’, ‘es una equivocación’, ‘tal vez una redada contra la droga’, pero nunca piensas que es por la razón real.
En el Estado Mayor de Miami nos realizan una entrevista de convencimiento. Para que traicionáramos, en esencia.
Recuerdo que el oficial del FBI, puertorriqueño, se acerca y dice: ‘Mira, estoy aquí para ayudarte, te estamos dando una oportunidad. Si colaboras con nosotros, te vas para la calle inmediatamente. Lo único que quiero es que me digas tu nombre verdadero, dónde naciste y dónde te criaste’.
—Mi nombre verdadero es Luis Medina, nací en Houston, Texas y me crie en Puerto Rico.
—No, no, no. No acabas de entender, dime la verdad. Además, olvídate de Fidel, de la Revolución cubana. Ya sabes el libro nuestro cuál es. Vas a enfrentar muchos años de cárcel. Muchos. O cosas peores. La única salida que tienes es colaborar conmigo.
—Está bien. Quiero colaborar. Dime qué quieres.
—Dime tu nombre, dónde naciste.
—Mi nombre verdadero es Luis Medina. Nací en Houston, Texas y me crie en Puerto Rico.
El hombre empezó a ponerse rojo y me dice:
—No acabas de entender. La situación tuya es crítica. Si colaboras con nosotros inmediatamente te sacamos, podemos darte una identidad nueva, dinero, lo que quieras. Dime la verdad.
— La verdad es lo que te estoy diciendo. Me llamo Luis Medina, nací en Houston, Texas y crecí en Puerto Rico.
No sé cómo no me cogió por el cuello. Ahí se terminó la entrevista”.
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Los Cinco en el concierto de Silvio Rodríguez en el Estadio Latinoamericano, diciembre de 2014 / Foto: Irene Pérez/ Cubadebate
17 meses en el hueco. Luego las “batallas legales” —como las llama Ramón —. Una historia más o menos conocida, pero en su versión, aparecen nuevos matices.
“El juicio duró alrededor de 7 meses, uno de los más largos en la historia de los Estados Unidos. Tenía de todo, desde espionaje, relaciones internacionales Cuba-Estados Unidos hasta terrorismo. La idea era castigarnos y no íbamos a arrodillarnos ante ellos.
Salimos victoriosos. Desde el primer día demostramos que los terroristas eran ellos. Imagínate, llevarle fotos de Alpha 66 entrenándose con unos fusiles grandísimos, algunos con M-50. Las M-50 son unas ametralladoras con unas balas enormes. Ellos decían que era para matar tiburones. Imagínate tú.
Golpe tras golpe, la fiscalía se escondía debajo de la mesa cada vez que íbamos a hacer una declaración a través de nuestros abogados.
Pudimos decir ‘no le hicimos daño a nadie, no matamos a nadie, no golpeamos a nadie, no teníamos un arma para nada’. Todo era a nivel de inteligencia. Buscar información sobre los grupos terroristas, enviarla a Cuba y allí tomar las medidas para neutralizar la actividad.
De la única forma en que puedes entender nuestro juicio es que fue político, por lo tanto, todas las razones fueron políticas. Cuando hay política, ya no media otra cosa en Estados Unidos. Al final nos declararon culpables de todos los cargos. Eran 26 en total.
Así es como Gerardo termina con dos cadenas perpetuas, más 15 años. Dos cadenas perpetuas es: ‘te mueres una vez, vuelves a nacer y haces otra cadena, te vuelves a morir y entonces haces 15 años más’.
Yo siempre he tenido suerte, a mí me dieron una cadena perpetua, más 18 años, igual que a Tony (una cadena perpetua, más 10). Nosotros moríamos una vez y ya resolvíamos el problema — dice mientras se le achinan los ojos de la risa —.
Ahora uno lo dice así, pero es complicado. Más que todo es atacarte la psiquis para destruirte como ser humano. ‘Vas a pasar el resto de tu vida en este cuadrilátero’ y por muy feo o bonito que esté, es pensar en que no vas a ver más nada. Psicológicamente te afecta. Pero esas fueron las sentencias. Después vino el traslado a la prisión.
Me mandaron para una que le decían ‘tierra sangrienta’, una de las más brutales, igual que la de Gerardo, en Victorville, California. Había muchas mafias. Las mafias son las que controlan las prisiones.
Cuando voy …
Me levantan a las 3 de la mañana, me encadenan los pies, la cintura, me ponen esposas. Una cadena va de los pies a la cintura, otra de la cintura hasta las esposas y encima de eso, una caja negra. No puedes mover las manos para nada, te cortas la piel.
En esas condiciones comer algo es imposible e ir al baño mucho menos. Así desde las 3 de la mañana, hasta las 8 o 9 de la noche que llegas a la prisión. Para entonces lo único que quieres es acostarte en el piso, pero hay un proceso. Rápido, por lo general. El capitán, los tres oficiales de seguridad detrás, el expediente de los presos.
El mío era así — la mano derecha suspendida sobre la izquierda, espacio mediante —, me imagino cuantas cosas había puesto el FBI. Pensé ‘si este hombre empieza hoja por hoja, no acabamos más nunca’. Pero no. Lo primero que hizo fue decirme: ‘Así que tú eres preso político. Ah, eso quiere decir que tú odias a mi presidente Bush».
Año 2002. Una pregunta provocadora con el objetivo de mandarme para el hueco. ¿Qué hacemos los cubanos en situaciones extremas? Nos reímos. Pero una risa de ‘qué embarcado estoy’. Lo que pasa es que el capitán de la prisión no lo interpreta igual, es un americano.
—Ah, tú te crees que eres guapo. Está bien. Te voy a mandar una semana para el hueco, para que tú sepas que esto es serio. Y al cabo de una semana te voy a poner con el cubano más malo que hay en esta prisión, que además es el jefe de la prisión. Así que la vas a pasar mal.
En el hueco aprendí con los compañeros que, aunque las mesas estén vacías en el comedor no te puedes sentar en ninguna. Cada mesa pertenece a una mafia. Si sales a ‘afuera’, cada lugar está distribuido entre las mafias. La política de prisión es otro mundo y tienes que aprender de sus reglas para sobrevivir.
En el caso de nosotros era más complicado porque teníamos que aprender a vivir allí, pero evitar que se nos metiera en la sangre, que termináramos siendo delincuentes.
Termino la semana en el hueco. Me dan la ropa. Voy para la unidad. Nada más que cruzo la puerta principal veo a un hombre que está sentado en una silla. Alto, flaco, el uniforme impecable. Pantalón y camisas planchados, las botas lustradas. Y un pañuelo en la cara, tipo guapo de los años ochenta. A su lado, dos morenitos, dije, ‘los guardaespaldas’, pensando que aquello era una supermafia internacional.
—Ven acá. ¿Así que tú eres uno de los espías de Castro, de esos que dice la prensa por ahí?
En mi mente ya tenía cogido a uno por la oreja, a otro por la nariz. Y le respondo que sí, que soy uno de los hombres de Fidel
— ¿Cuál es el problema? —A esa hora echando guapería yo también—.
El hombre salta de la silla.
— Mi hermano, pero ustedes sí son guapos de verdad. Ustedes son los hombres de Fidel.
Me quedé impactado. Todo el respeto hacia mí o los Cinco era por ser los hombres de Fidel. Una cosa es hablar de Fidel, el símbolo. Otra, es vivir la realidad de que tu vida la salvó él. Si no es por eso, me hubieran matado ahí”.
Ramón explica que uno busca recursos para “salirse de la prisión”. No tiene sentido agobiarse en un espacio mínimo. Mirar la pared. Languidecer. Por eso optó por estudiar. Cuanto curso había en oferta, lo tomaba. Así conserva títulos diversos. Economía del Capitalismo, cómo invertir en la Bolsa de Valores, Bienes Raíces, Caligrafía, Redacción de leyes. Y más.
Con sus manos —toscas y torpes, según su clasificación — hizo collares indios “con unas bolas chiquiticas”, pintó, intentó tocar guitarra, hizo carteras de cuero para cada una de sus hijas, y poca gente lo sabe, se entusiasmó con la técnica del crochet.
“Tejer. Me da tremenda risa. Yo, con una agujita. Cogía una rapidez… Le dedicaba horas y horas. Te olvidabas de que el mundo existía. Empezaba a hacer figuras tan bonitas y combinaciones. Rojo con verde. Rojo con azul. Cosas locas que se le ocurren a uno. Aprendí lo básico, pero quería saber más. Y con una amistad nuestra de la solidaridad en California le mandé a pedir un libro de crochet. La mujer diría: ‘¿a este tipo que le ha dado ahora?’. Me compré los hilos, disponibles en la prisión y muy baratos, las agujas. Me puse, invertí cantidad de tiempo en eso.
Fíjate el vicio, que a veces llegaba a un lugar y si no tenía las agujas, inventaba con un lápiz. Picaba con una cuchilla de afeitar la punta, como si fuera un ganchito. ¡Perfecto! Lo que los huecos (los puntos) me salían más grandes”.
También escribía cartas, poesías. Allí nacieron Gaviota Blanca y Poemas Diáfanos, dos de sus libros ya publicados. También las historias, salidas de su diario, compiladas en Hombre del Silencio, del que pronto, habrá una segunda parte.
Lo otro era leer.
“Me gustaban mucho los libros de historia general, biografías, de Lenin, de Hitler… El mejor libro de todos los que me leí en la prisión se llama Hombradía de Antonio Maceo. ¡Tremendo! Es de los que tiene gancho desde la primera página y no lo puedes soltar. Otro que me gustó fue El socialismo traicionado. Interesantísimo. Me lo mandaron Roger Keeran y Thomas Kenny, dos escritores norteamericanos marxistas y economistas. También leí muchos libros de ciencias ficción. Hasta Harry Potter. Y la poesía que no podía faltar. Martí, Mario Benedetti… El favorito es Martí. El diccionario martiano siempre me ha acompañado. Lo tengo como referencia. No sé que tiene Martí que cuando lo lees te dan ganas de escribir, de leerlo más”.
—¿Hubo miedo en la prisión?
“Todos sentimos miedo, el problema está en vencerlo. Lo más difícil es la cotidianidad. Vives entre criminales. Hay gente que te puede matar por 10 pesos, por 100 pesos. Esa situación la tienes todos los días. Pero el miedo se convierte en un arma de defensa. Te mantiene alerta.
Alguna vez sentí un peligro inminente. Uno en la prisión empezó a decir que ‘a los agentes de Castro había que matarlos’. Lo confronté. ‘¿Pasa algo?’ Por suerte el hombre reaccionó bien y dijo que ‘no había problemas’. Es un estado perpetuo de tensión. Después que salimos libres fue como… ‘Ah, ya descansé’”.
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Los Cinco en casa / Foto: Irene Pérez/ Cubadebate
La historia del regreso ya la conocemos. 17 de diciembre de 2014. Los nervios, la emoción, la alegría. Desde entonces ha sido aprender, conocer, abrazar a parte del pueblo que lo asume como familia, cosa que disfruta y la pandemia le ha prohibido, pero la cual le da “satisfacción, tremendo honor, una responsabilidad altísima de nunca fallarles”.
Ramón no imaginó que podría ser “David”, hasta que en silencio tuvo que ser. Y dice, es una honra que lleva siempre en el pecho: “formar parte de la Seguridad del Estado”, del Minint, que es también: la Policía Nacional Revolucionaria, la Dirección Técnica de Investigaciones, de Tránsito, de Tropas Guardafronteras, de Investigación Criminal y Operaciones, de Atención a Menores, de Seguridad Personal, de Establecimientos Penitenciarios, el Cuerpo de Bomberos y otras entidades, que justo hoy, celebran sus 60 años.
“En la actualidad todavía existen actos terroristas y ahí están los compañeros nuestros. Hay otra batalla que es contra la subversión, el golpe blando. Nos están aplicando el manual con todas las letras y con todos los algoritmos. Contra eso estamos también.
En este 60 aniversario es bueno pensar en las mujeres y hombres valiosísimos que han empeñado sus vidas por el bienestar del pueblo. Algunos han muerto en la batalla, de otros nunca se sabrá porque viven en el anonimato. Unos están aquí, otros allá, donde haga falta descubrir un plan subversivo o terrorista en contra de Cuba.
Los compañeros del Ministerio del Interior tienen un alto profesionalismo. Nuestro trabajo, el de los Cinco, es muestra de ello. Sin dudas, a nosotros nos prepararon y lo hicieron bien. Podemos estar confiados y seguros de que tenemos una organización de máximo nivel. Internacionalmente reconocida, por los servicios especiales enemigos, incluso, como una de las mejores del mundo.
Nosotros no nos movemos por dinero, no nos movemos por mezquindades humanas, ni intereses materiales. Nos movemos por conciencia y amor a nuestro pueblo. Es la honra de servir y salvar vidas. Por eso es que el trabajo del Minint es tan sublime y bonito”.