¿Qué recuerdos marcaron la infancia de Fidel Castro? (+ fotos y video)
En el Día Internacional de la Infancia, Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas comparten fragmentos de algunas emotivas entrevistas donde el Comandante en Jefe evoca con nostalgia y afecto sucesos de los años infantiles de su vida.
por Equipo Editorial Sitio Fidel Soldado de las Ideas – tomado de Cubadebate
Fidel Castro tuvo una infancia feliz, rodeado de la naturaleza y de un entorno familiar cordial y cálido. Desde sus primeros años, mostró una personalidad curiosa y ávida por aprender todo sobre su entorno. Esa etapa de su vida marcó profundamente su desarrollo y personalidad, como él mismo expresó en una ocasión: “Yo, que nací en pleno campo y de mi infancia guardo no pocos recuerdos”.
Asistir a la escuela era muy importante para él. Aprendió a leer y escribir en la escuela pública rural de Birán y continuó la enseñanza primaria en los colegios católicos privados de La Salle y Dolores, en la ciudad de Santiago de Cuba.
«Yo, que nací en pleno campo y de mi infancia guardo no pocos recuerdos»
Fidel Castro
Lo recuerdos de la infancia de Fidel han sido preservados a través de sus propias memorias y recopilados en los libros de varios autores como: Katiuska Blanco, Ignacio Ramonet, Frei Betto entre otros.
En el Día Internacional de la Infancia, Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas comparten fragmentos de algunas de esas emotivas entrevistas en las que el líder evoca con nostalgia y afecto aquellos años de su vida que nos permiten acceder a una visión más completa de los orígenes y la formación de Fidel Castro.
Del libro “Cien horas con Fidel” de Ignacio Ramonet:
Ignacio Ramonet: ¿Qué otros recuerdos lo marcaron en su pequeña infancia en Birán?
Fidel Castro: Me acuerdo de muchas cosas. Y algunas deben haberme necesariamente influenciado. Pero, por ejemplo, la muerte no marcó mi infancia. Aunque perdí a una tía, Antonia, que murió de parto cuando aún no tenía yo cumplidos los tres años, y aún recuerdo aquella tristeza, aquella atmósfera de tragedia. Era una hermana de mi madre, casada con un español, trabajador de la finca, Soto se llamaba. Me acuerdo del entierro, caminando por un caminito de tierra, entre la caña de azúcar, con personas llorando, hasta una casita de madera. Lo recuerdo, pero no debe haberme impresionado fuertemente porque yo no sabía de qué se trataba, no tenía conciencia.
También me acuerdo de la primera vez que vi una locomotora. Todo en una locomotora de vapor impresiona, sus ruedas, su ruido, su fuerza, su silbido. Venían al central vecino a buscar la caña. Y me parecían monstruos fabulosos.
Cuando era escolar de primaria, tendría yo 6 ó 7 años, escuché hablar del viaje de Barberán y Collar.
Allá en Birán se afirmaba: “Por aquí pasaron Barberán y Collar”, dos pilotos españoles que cruzaron el Atlántico y siguieron hacia México. Pero después no hubo más noticias de Barberán y Collar, todavía se discute en qué lugar cayeron, si en el mar entre Pinar del Río y México, o en Yucatán o en algún otro lugar. Pero nunca más se supo de Barberán y Collar, que habían cometido la osadía de cruzar el Atlántico en un avioncito de hélice que se había casi recién inventado. Perecieron en un avioncito lleno de tanques de gasolina, porque era lo único que podían hacer en ese tiempo, despegaron, hicieron una acción tan audaz como ésa, la de cruzar el Atlántico. Salieron de España y llegaron a Cuba; volvieron a salir, con intención de llegar a México, pero no lo lograron.
Vi ciclones desde muy pequeño. Vientos huracanados, trombas de agua, tempestades con ráfagas de viento de gran velocidad. Hasta sentí un terremoto una vez cuando debía tener 4 ó 5 años.* Nuestra casa se puso a temblar. Todos esos fenómenos naturales deben haberme marcado de alguna manera.
Ignacio Ramonet: ¿Qué otra cosa influyó, según usted, en la formación de su personalidad?
Fidel Castro: Un privilegio y una suerte. Yo era hijo de terrateniente, no era nieto de terrateniente. Si hubiera sido nieto de ricos habría nacido ya en un reparto aristocrático y todos mis amigos y toda cultura habrían estado marcados por el sentido de sentirme superior y todo eso. Donde yo nací eran pobres todos, hijos de obreros agrícolas y campesinos pobrísimos… Y mi propia familia, por parte de mi madre, eran pobres, y algunos primos de mi padre, que vinieron de Galicia, eran pobres, y la familia de mi padre en Galicia era también muy pobre.
«Yo era hijo de terrateniente, no era nieto de terrateniente. Si hubiera sido nieto de ricos habría nacido ya en un reparto aristocrático y todos mis amigos y toda cultura habrían estado marcados por el sentido de sentirme superior y todo eso»
Fidel Castro
Pero seguramente lo que más ha influido es que, donde yo nací, vivía con la gente más humilde. Recuerdo a los desempleados analfabetos que hacían colas en las proximidades de los cañaverales, sin que nadie les llevara ni una gota de agua, ni desayuno, ni almuerzo, ni albergue, ni transporte. No puedo olvidar tampoco a aquellos muchachos que andaban descalzos.
«Pero seguramente lo que más ha influido es que, donde yo nací, vivía con la gente más humilde»
Fidel Castro
Todos los compañeros con los cuales yo juego, en Birán, con los que voy para arriba, para abajo, por todas partes, son la gente más pobre, algunos de los cuales, incluso, a la hora del almuerzo, yo les llevaba una lata llena de la comida excedente, por no decir sobrante. Yo iba con ellos al río, a caballo o a pie, por todas partes, a tirar piedras, a cazar pájaros, una cosa condenable pero era la costumbre de usar el tirapiedras… En cambio, en Santiago y después en La Habana, yo estaba en colegios de privilegiados, allí sí había hijos de terratenientes.
Ignacio Ramonet: Y usted convivió también con ellos.
Fidel Castro: Eran hijos de gente de dinero. Y, claro, allí tenía amistad con ellos, jugábamos, practicábamos deportes y todo eso. Pero no convivía con ellos en barrios de ricos.
Allí teníamos otras cosas en la cabeza, y principalmente el deporte o las clases, excursiones y todo eso. Yo tenía mucho el hábito del deporte y de escalar montañas, eran dos aficiones espontáneas. Los del colegio de La Salle tenían, además, en Santiago una finca en una península que hoy es una refinería, Renté se llamaba.
Había un balneario, había que poner unas estacas así, de palmas canas, como las llaman, porque era una bahía y había el peligro de los tiburones, que era real, aunque no eran tan peligrosos como parecía. Había trampolines, el primero, el segundo, el tercero… Yo debí ser clavadista, porque recuerdo que cuando llegué allí, la primera vez me tiré del más alto, ya en una especie de desafío de ésos: ¿quién se tira?, y yo, pam, me tiré; por cierto, de pie, menos mal que no me tiré de cabeza; estaba bastante alto pero me lancé.
Ignacio Ramonet: ¿Usted ya sabía nadar?
Fidel Castro: Yo había aprendido a nadar en los arroyos y en los charcos allí por Birán, y todo era con la misma gente.
Ignacio Ramonet: Con sus compañeros modestos, humildes.
Fidel Castro: Sí, con toda esa gente, mis compañeros y mis amigos. Yo no adquiero una cultura burguesa. Mi padre era un terrateniente aislado en realidad. Mis padres no salían y rara vez recibían visitas. No había una cultura de familia de clase rica. Estaban todo el tiempo trabajando. Y nosotros estábamos en relación exclusiva con los que vivían allí en Birán.
Ignacio Ramonet: ¿Entre aquellos niños con los que usted jugaba, había algún negro?
Fidel Castro: En mi casa, nunca me dijeron: “¡No te juntes con éste o con aquél!” Jamás. Y yo estaba a cada rato en los barracones de los haitianos, hasta me regañaban en mi casa. No por cuestiones sociales, sino por razones de salud, porque me iba a comer maíz tostado con ellos. Me amenazaron con mandarme a Guanajay, que era un reformatorio que estaba en La Habana.
Del libro “Guerrillero del Tiempo” de Katiuska Blanco:
Katiuska Blanco: ¿Cómo recuerda el lugar, los amigos, el monte, los árboles, los trabajadores del batey, los vecinos…?
Fidel Castro: Allí estábamos mezclados con la gente, con los trabajadores, en el ambiente natural con los animales, con todo. Era mucho el contacto que teníamos con la naturaleza, realmente, desde pequeños; y estábamos libres casi todo el tiempo, porque no había ningún niñero en la casa ni nada de eso. Alguien cocinaba y mis padres se encargaban de todas las cosas. Esto trajo como resultado que –yo no sé lo que pasó con Angelita o lo que pasó con Ramón, solo puedo dar testimonio de lo que pasó conmigo– no hubiera una persona que se ocupara de los muchachos. Éramos libres, con la única obligación de ir a comer en tiempo.
«Éramos libres, con la única obligación de ir a comer en tiempo»
Fidel Castro
Mientras mi padre atendía la administración, mi madre también lo ayudaba, porque tenían tienda de víveres, tienda de ropa, ferretería, almacén, panadería, lechería, carnicería, ¡hasta botica! Había de todo allí. Mi madre se ocupaba de administrar dichos negocios, y mi padre, en general, de todas las cosas. Ella invertía mucho tiempo, porque hasta la valla para las lidias de gallos, que alguien tenía arrendada, pertenecía a la familia.
La finca tenía como 800 hectáreas de tierra propia y alrededor de 10 720 hectáreas arrendadas. En mi casa eran dueños de más de 11 000 hectáreas, de una forma o de otra. Las tierras arrendadas pertenecían a Carlos Hevia y Demetrio Castillo Duany, veteranos de la Guerra de Independencia, enriquecidos después con la intervención norteamericana. Las adquirieron casi regaladas, pagaron la hectárea muy barata, a menos de un dólar. Ellos vivían en La Habana y no explotaban dichos terrenos, por eso mi padre firmó un contrato para sembrar caña allí.
Claro, como mi padre era de origen muy humilde, campesino en Galicia, mi madre también, de Pinar del Río, de origen muy humilde; no tenían una cultura de terratenientes. Ellos habían logrado reunir cierta riqueza, tierras, todo eso, pero no tenían una cultura de terratenientes, de burgueses. Mi madre y mi padre eran autodidactas, aprendieron solos a leer y a escribir con muchas dificultades. Una de las cosas que yo recuerdo de mi madre es cuando leía con lentitud y escribía con dificultad. Ella leía, estudiaba casi todos los días; mientras mi padre trataba de leer el periódico u otras cosas, mi madre estaba estudiando, y me acuerdo que prácticamente deletreaba.
Había una escuela. Las dos únicas edificaciones que no eran propiedad de la familia eran el correo y dicha institución. Como tampoco había círculo infantil, desde que aprendí a caminar me mandaron para el aula. ¿Para dónde me mandaban durante el día? Sencillamente para la escuela, y yo iba con Angelita y Ramón.
La escuela pública también era de madera, sobre pilotes, pero bajitos, porque el terreno era inclinado. Me sentaban en la primera fi la. Tenía que estar oyendo todas las clases, era una escuela multigrado, de 20 o 25 alumnos, cada uno en distinto grado. Recuerdo la fecha en la pizarra: tal día de noviembre del año tal. Creo que me acuerdo de aquello desde 1930, posiblemente menos. Desde muy temprano aprendí los números, las letras, a leer, casi sin darme cuenta, porque veía lo que estaba haciendo todo el mundo.
Por supuesto, también me enseñaban el himno, me enseñaban algunos versos de Martí que uno recitaba de memoria, algunas poesías muy sencillas.
Me pareciera como si siempre hubiera sabido leer y escribir, porque no me acuerdo de cuando no sabía hacerlo. En dos palabras: no tengo idea de cuándo aprendí, porque desde que estaba en la escuela recuerdo que leía y escribía, leía la pizarra. No sé qué método pedagógico emplearon conmigo, pero sí sé que, como no había otro lugar donde mandarme, me enviaron a la escuela con los dos hermanos mayores. Íbamos por la mañana y por la tarde.
En mi memoria están la panadería, la tienda, el correo, casi todo lo que había: los árboles frente a la tienda, frente a la panadería, la escuela, la gente que vivía frente a la escuela, el lugar donde peleaban los gallos, otras casas. Parece que en una época se ofrecían viviendas mejores, nunca llegó a dársele un destino a aquella casa. Está todavía allí y viven algunas personas.
Detrás de la tienda hicieron otra casa de dos plantas con piso de cemento, que debe de haber sido anterior a que yo naciera; una panadería y una fonda, donde comían los trabajadores, y otras viviendas.
Yo correteaba por allí, caminaba. Me acuerdo del lugar exactamente como si lo estuviera viendo, de memoria.
(…) Relativamente desde temprana edad percibí una cierta situación diferente: no tenía necesidades materiales, no tenía hambre, todo abundaba; no se carecía de nada.
En mi casa no había luz eléctrica ni transporte motorizado, todo era a caballo, cuando y a muchas familias, con menos recursos que la nuestra, tenían electricidad, refrigeración y vehículo de transporte.
En una época muy tempranita hubo uno de aquellos vehículos de los años 20, de los que se les daba cranque, como los que aparecen en las películas de entonces. Mi madre manejaba, ella contaba que no tenía velocidad, era de pedales nada más. Luego hubo un largo período, cuando yo tenía seis, siete años, que en mi casa no hubo automóviles, hasta mucho después. Creo que en mi casa volvió a existir un automóvil cuando yo tenía 10 u 11 años, que compraron un pisicorre. En aquel entonces no existían los jeeps, no había carreteras, los caminos eran de fango, totalmente. En época de lluvia no se podía transitar. Las mercancías se traían en carretas de bueyes, que iban a buscarlas hasta la estación del ferrocarril nacional, a cuatro kilómetros, o al ferrocarril cañero, a un kilómetro de mi casa, y venían en un pequeño vehículo de ferrocarril autopropulsado. Una de las vías utilizada por mi familia era un motor de línea.
No era una vida de comodidad, con electricidad y todas esas ventajas modernas; tampoco había radio en mi casa. Tuvimos radio por primera vez cuando yo tendría nueve o diez años. Los periódicos sí llegaban.
Para mí, lo que veía allí era un orden natural. Claro, la gente nos trataba con cierta distinción, con respeto, porque era la familia del propietario. Los trabajadores eran siempre amables con nosotros, posiblemente nos toleraban cosas.
En realidad, desde que pude percatarme de lo que acontecía a mí alrededor, ya estaba en la escuela. Habría que ver cuándo aprendí a leer y escribir algo. No sería extraño que fuera a los cuatro años; porque también, el muchacho que está suelto, con la naturaleza, con un trato con la gente, se adapta más rápido a las realidades, ve cosas nuevas, observa y aprende mucho.
Del libro: “Fidel y la religión” de Frei Betto:
Frei Betto: ¿Y cuándo ingresa usted en el colegio religioso?
Fidel Castro: Yo ingreso en el colegio religioso en primer grado.
Frei Betto: ¿Con qué edad?
Fidel Castro: Bueno, ahora tendría que averiguar; debo haber tenido alrededor de 6 y medio a 7 años.
Frei Betto: ¿El colegio de los Hermanos de La Salle?
Fidel Castro: Sí. Esta es una larga historia de la que voy a contarte algo.
En ese período de que te hablé, cuando me enviaron muy pequeño a Santiago de Cuba, pasé mucha necesidad y mucho trabajo. Alrededor de un año después mejoró un poco la cosa. Un día en mi casa se dieron cuenta de aquellas dificultades, protestaron, me llevaron de nuevo para Birán, pero después de las protestas, las explicaciones de la maestra y de la conciliación subsiguiente, me enviaron otra vez para su casa en Santiago; aunque ya, desde luego, la situación después del escándalo no fue tan difícil. ¿Cuánto tiempo pasé allí en total? Debo haber pasado no menos de dos años en eso.
El hecho es que al principio no me enviaron a ninguna escuela y la madrina era la que me daba clases; las clases consistían en ponerme a estudiar las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir que estaban en el forro de una libreta.
Me las sabía de memoria, creo que me las aprendí tan bien que nunca más se me han olvidado. A veces yo saco cuentas casi con la rapidez con que las puedo sacar en una máquina computadora.
Frei Betto: Sí, yo he percibido eso anoche.
Fidel Castro: Entonces, allí eso era así. No había libro de texto, solo la libreta y algunos dictados. Y claro, aprendí a sumar y todo eso, a leer, a seguir un dictado, a escribir, debo haber mejorado mi ortografía un poco, debo haber mejorado también la caligrafía, y el hecho es que allí pasé como dos años creo que perdiendo el tiempo. Lo único útil fue el saldo de un periodo de la vida dura, difícil, de trabajo, de sacrificios. Creo que fui víctima de cierta explotación, por el ingreso que significaba para aquella familia la pensión que pagaban mis padres por tenernos allí.
(…) Bueno, ya yo voy a la escuela. Al finalizar el tercer año de estar allí, me mandan externo a la escuela. Ahí empiezan las cosas.
Frei Betto: ¿A qué escuela?
Fidel Castro: A la escuela La Salle.
Después de estar en aquella casa como dos años, o año y medio -no podría precisar bien, tendría que ponerme a investigar eso-, me envían al colegio La Salle, que estaba como a seis o siete cuadras. Por la mañana temprano iba a las clases, volvía, almorzaba -ya en esa época había almuerzo, no había hambre-, y volvía a la escuela. Todavía está el Cónsul de Haití en la casa, el padrino, en ese período en que ya a mí me ingresan en la escuela, externo. Fue un gran progreso porque, por lo menos, iba a una escuela.
Ya allí sí enseñaban sistemáticamente el catecismo y cosas de religión, elementos de la historia sagrada, en primer grado. Tendría entonces de 6 y medio a 7 años, más o menos, porque ya me han atrasado. Yo que aprendí desde tempranito a leer y a escribir, me han hecho perder casi dos años, podría haber estado en tercero.
Cuando ya voy externo a la escuela, hay allí una enseñanza sistemática, pero sobre todo la mejora material y ambiental fue notable al tener profesores, clases, compañeros con quienes jugar y otras muchas actividades, de las que no disfrutaba cuando era un solitario alumno estudiando aritmética en la carátula de una libreta. Esa nueva situación duró hasta que yo mismo tengo que llevar a cabo mi primera rebelión a esa temprana edad.
Frei Betto: ¿Por qué motivos?
Fidel Castro: Sencillamente porque me cansé de aquella situación. De vez en cuando en la casa también daban su nalgada como represión; y si no me portaba estrictamente bien, me amenazaban con mandarme interno. Hasta que un día me di cuenta de que me convenía ir interno, y que estaría mejor interno que en aquella casa.
Frei Betto: Entonces, ¿cómo fue la rebelión?
Fidel Castro: Bueno, aquella gente tenía una educación francesa, realmente, porque sabían hablar francés perfectamente. Entiendo que de ahí vienen también las relaciones con el Cónsul. No recuerdo bien las causas por las cuales aquellas dos hermanas habían recibido una educación francesa; no sé si habían estado en Francia, o en un colegio de Haití. Sabían hablar francés y tenían una esmerada educación formal. Todos esos modales me los enseñaron desde temprano, por supuesto. Entre otras cosas, no se podía pedir. Recuerdo que algunos muchachos muy pobrecitos tenían, sin embargo, un centavo para comprar un rayado o granizado, como le llamaban, o un durofrío, y yo no podía pedirles nada, porque estaba prohibido según las normas de la educación francesa, y si se me ocurría decirle a un muchacho: dame algo, enseguida los muchachos, con su egoísmo propio de la edad y la desesperada pobreza en que vivían, sabían cuáles eran las reglas a las que yo debía atenerme y decían: ¡ah!, estás pidiendo, lo voy a contar en tu casa.
Aquella familia tenía todos sus modales; bien, no critico eso. Había que hacer esto, lo otro, y lo otro, muy disciplinadamente todas las cosas. Había que hablar con mucha educación, no se podía levantar la voz. Por supuesto, no se podía decir una sola palabra indebida. Y cuando me doy cuenta de aquellas amenazas de enviarme interno, estoy cansado; ya había tomado conciencia hacía tiempo de lo que había pasado anteriormente, ya yo tenía, incluso, conciencia del período en que había estado pasando hambre y en que fui objeto de injusticia -no te he contado todo esto en detalle porque no es el objetivo hacer una autobiografía aquí, sino entrar un poco en los temas que tú abordas-, y, entonces, un día llego de la escuela y deliberadamente incumplo todo, desacato todas las órdenes, todos los reglamentos, toda la disciplina, hablo en voz alta, digo todas las palabras que me parecía que estaban prohibidas decir, en un acto consciente de rebeldía con el objetivo de que me mandaran interno para la escuela. Y así la primera rebelión mía, y no fue la única, empezó en el primer grado; máximo de edad, 7 años; habría que ver con precisión en algún archivo.
Frei Betto: ¿Ahí lo mandaron interno?
Fidel Castro: Me mandaron interno a la escuela. Empecé a ser feliz cuando hicieron eso conmigo. Es decir que para mí enviarme interno a una escuela fue una liberación.
Frei Betto: ¿Y cuántos años estuvo interno en La Salle?
Fidel Castro: Casi cuatro años. Estuve la segunda mitad del primer grado, segundo grado, tercer grado, y de tercer grado, por buenas notas, salto a quinto grado y recupero un año de los que había perdido en aquel periodo.
Y entonces ya yo cambio. Hay una mejora material al ir como alumno interno para la escuela. Ya puedo jugar allí después de clases en el patio de la escuela con todos los muchachos; ya no estoy solo; ya todas las semanas, dos veces a la semana, nos llevan al campo y al mar, nos llevan a una pequeña península de la bahía de Santiago de Cuba, donde hoy está una refinería de petróleo y otras inversiones industriales. Los Hermanos de La Salle tenían arrendada un área allí cerca del mar, tenían un balneario e instalaciones deportivas. A nosotros nos llevaban los jueves, porque ellos no tenían clases ni los jueves ni los domingos; dividían la semana en dos partes, una de tres días de clases y otra de dos días. Para mí fue una enorme felicidad irme interno, ir todos los jueves para el mar, vida libre allí, pescar, nadar, caminar, practicar deportes, hacer todo aquello también los domingos. Yo estaba más interesado, más preocupado, por todo ese tipo de cuestiones…
Frei Betto: ¿Había fútbol?
Fidel Castro: Fútbol también, y me gustaba mucho.
Frei Betto: ¿Más que el voleibol?
Fidel Castro: Bueno, me gustaba bastante el fútbol, aunque también me gustaba el básquet; además jugaba béisbol, voleibol, hacía todos los deportes. Siempre me gustó mucho el deporte. Eso me servía de entretenimiento, invertía las energías en todo eso.
Estaba ya en una escuela de gente más rigurosa, de mucha más preparación, de mucha más vocación religiosa, en realidad, de mucha más consagración, capacidad, disciplina, que los de la otra escuela, incomparablemente superior; a mi juicio, una escuela en la que me convino ingresar. Me encuentro con gente de otro estilo, unos profesores y unos hombres que se interesan por formar el carácter de los alumnos. Además, españoles; por lo general, pienso que en estas cosas que hemos estado comentando se combinan las tradiciones de los jesuítas, su espíritu militar, su organización militar, con el carácter español. Eran gente que se interesaban por los alumnos, su carácter, su comportamiento, con un gran sentido de rigor y exigencia.
«Estaba ya en una escuela de gente más rigurosa, de mucha más preparación, de mucha más vocación religiosa, en realidad, de mucha más consagración, capacidad, disciplina, que los de la otra escuela, incomparablemente superior; a mi juicio, una escuela en la que me convino ingresar. Me encuentro con gente de otro estilo, unos profesores y unos hombres que se interesan por formar el carácter de los alumnos»
Fidel Castro
Es decir que uno va recibiendo cierta ética, ciertas normas, no solo religiosas; va recibiendo una influencia de tipo humano, la autoridad de los profesores, las valoraciones que ellos hacen de las cosas. Ellos estimulaban el deporte, las excursiones a las montañas, y, en el caso mío, me gustaba el deporte, las excursiones, las caminatas, escalar montañas, todo aquello ejercía gran atractivo sobre mí. Incluso, en ocasiones hacía esperar dos horas a todo el grupo, porque andaba escalando una montaña. No me criticaban cuando hacía alguna cosa de esas, cuando mi tardanza obedecía a un gran esfuerzo, lo veían como prueba de espíritu emprendedor y tenaz; si las actividades eran arriesgadas y difíciles, ellos no las desestimulaban.
Frei Betto: No imaginaban que estaban preparando a un guerrillero.
Fidel Castro: Es que yo mismo tampoco me imaginaba que me estaba autopreparando como guerrillero, pero cuando veía una montaña me parecía casi un desafío. La idea de escalar aquella montaña, llegar hasta arriba, se apoderaba de mí. ¿En qué forma ellos me estimularon en esto? Creo que nunca me pusieron obstáculos para hacer eso. En ocasiones el ómnibus con los demás alumnos estaba esperando dos horas, y yo no había regresado; otra vez era porque habían caído grandes aguaceros y habían crecido los ríos que, en ocasiones, yo cruzaba a nado, no sin cierto riesgo. Esperaban, nunca me criticaron por eso. Es decir, si ellos observaban algunas características con las cuales simpatizaban en sus alumnos -espíritu de riesgo, de sacrificio, de esfuerzo-, las estimulaban, no convertían al alumno en un blandengue. Tampoco los otros, voy a decir, pero estos más; los jesuítas se preocupaban mucho más por el temple de sus alumnos.