Marzo de 1988 – Lección para la historia en Cuito, aquel 23 (+ Video)
No por casualidad, y con esa visión que siempre lo distinguió, el líder africano Oliver Tambo calificaría a Cuito Cuanavale como «el Waterloo de Sudáfrica».
CAPAC – por Pastor Bautista Valdés – tomado de Granma
Cuito Cuanavale, Angola.–24 de marzo de 1988. Sobre el todavía humeante terreno yacen cuerpos negros sin vida, de aliados, «molidos» por las esteras de los propios blindados sudafricanos que 24 horas atrás (el histórico día 23) lograron escapar, en estampida, ante el poder de fuego y de coraje desatado por cubanos y angolanos, en lo que constituyó el golpe definitivo, letal, frente a la última embestida lanzada por Pretoria allí.
Casi 500 disparos de cañones 130 mm, más de 600 de obús 122 mm, unos 700 cohetes lanzados por las aterradoras BM-21, tanques, armas antitanques, ametralladoras, fusiles, los temibles MIG, minas, muerte, horror, desesperación… serían apenas una parte de lo que les aguardaba.
La lección había resultado determinante. No por casualidad, y con esa visión que siempre los distinguió, el líder africano Oliver Tambo calificaría a Cuito Cuanavale como «el Waterloo de Sudáfrica», mientras para Nelson Mandela esa batalla marcó «el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid».
Acerca de aquella victoria se podría estar hablando o escribiendo horas, días completos. Reverencia desde lo más profundo para cientos de protagonistas, anónimos pero decisivos, que ni allí, ni luego acá, pretendieron glorias individuales.
«Acerca de aquella victoria se podría estar hablando o escribiendo horas, días completos. Reverencia desde lo más profundo para cientos de protagonistas, anónimos pero decisivos, que ni allí, ni luego acá, pretendieron glorias individuales»
Pastor Bautista Valdés
La Tierra completó 37 calendarios desde aquel 23 de marzo, y a menudo acuden a mi memoria los apuntes de un soldado sudafricano llamado V. W. Beling, en su diario, acerca del terror que en sus filas causaban los MIG cubanos, y el deterioro que a la temprana altura de enero ya registraba el estado político moral de las tropas atacantes.

A decir verdad, el «muchacho» estaba mucho más claro que el presidente Pieter W. Botha y varios ministros suyos, quienes, ebrios de arrogancia y de prepotencia, habían tenido la osadía de pasar revista a sus efectivos, internándose en suelo angolano.
La historia no les concedió la posibilidad de volver a hacerlo. Tras un indetenible empuje por el flanco sudoccidental, el agresor fue definitivamente expulsado de suelo angolano, tuvo que aceptar –en calidad de derrotado– lo que jamás imaginaron en la mesa de negociaciones; Namibia logró por fin la ansiada aplicación de la Resolución 435 de la ONU, para su independencia, y el segregacionista régimen del apartheid halló sepultura dentro de su propio patio, en Sudáfrica.