«La derecha convoca a las masas y le arrebata a la izquierda la épica de la insurrección»
El autor de «La era de la conspiración» analiza el asalto a los poderes en Brasil y afirma: «La nueva derecha está dispuesta a dar un golpe de otra forma: salen a la calle para generar caos y, así, catalizar la participación de las fuerzas armadas, en una suerte de convocatoria».
CAPAC.- tomado de TELAM
Pocos días después de que el periodista, semiólogo y sociólogo Ignacio Ramonet publicara «La era de la conspiración», en el que sostiene que la toma del Capitolio en Estados Unidos fue un hecho fundante que permite entender el clima de época y el devenir de la historia, los seguidores de Jair Bolsonaro asaltaron las sedes de los tres poderes en Brasilia, algo que confirma la hipótesis y, además, la complejiza: la derecha instrumenta golpes de Estado con nuevas estrategias y amparada en la frustración social la forma en la que la información se desvirtúa en las redes sociales y el accionar de líderes inescrupulosos.
Español, formado en Europa y conocedor de la geopolítica latinoamericana, Ramonet explica en «La era de la conspiración. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio» (Siglo XXI), que la toma de enero del 2021 «es un evento clave para el porvenir de la democracia, no solo en Estados Unidos». Lo califica como el «testimonio más impresionante de lo enfermo que está el sistema democrático». El analista va más allá de los hechos históricos y se propone entender a los atacantes. Explica entonces cómo buena parte de la clase trabajadora y media blanca norteamericana votó a Trump en contra de los intereses de su clase por motivos identitarios y que, al sentirse defraudados, optaron por abrazar las tesis conspiracionistas.
– El libro comienza con una cita a Foucault en la que él se pregunta qué es la actualidad. ¿Por qué decidió abordar la toma del Capitolio? ¿Qué dice de nuestro presente?
– La frase de Foucault pone marco al libro, bajo la idea de que es una contribución modesta a entender nuestro presente. Creo que el asalto al Capitolio es una de las piezas que nos permiten entender la actualidad: qué es la extrema derecha, cuáles son los desafíos de la democracia, cuáles son los sufrimientos de una clase media que elige pertenecer a la ultraderecha y qué enfermedad está teniendo la comunicación con la verdad alternativa y la desinformación fogoneada por las redes sociales. Todo esto es un fragmento de nuestro presente. Me interesó trabajar alrededor de las mitologías: sobre qué ideas se sedimenta la derecha. Y bueno, desde el principio quise dejar en claro que el asalto al Capitolio no es un hecho más de la Historia: esto se va a repetir.
– «La era del conspiracionismo» recién estaba llegando a las librerías cuando se cumplió la tesis y el hecho se repitió con la toma al Planalto en Brasil.
– En Brasil, previo a la asunción de Lula, había preocupación: Bolsonaro no daba confianza, nunca reconoció explícitamente su derrota, se encerró en un silencio irritado de mal perdedor, no hizo declaraciones para evitar que sus partidarios se agolparan en las calles y, por último, esa huida a Florida (Estados Unidos) en la víspera de la toma de mando de Lula como se debe hacer en una democracia da cuenta de su rol. Entonces, uno podría pensar que los partidarios de Bolsonaro podían intentar algo. No imaginé que iba a ser una copia y además, prácticamente en la víspera del aniversario de la toma del Capitolio que fue el 6 de enero de 2021. Hay una gran responsabilidad de las autoridades encargadas de mantener el orden porque todo en la atmósfera indicaba que algo así iba a pasar.
– También hay una suerte de coincidencia en cierto «laissez faire» en el liderazgo: ni Trump ni Bolsonaro encabezaron las tomas, algo que hubiera sido más cercano al modelo de golpe de estado tradicional.
– Bueno, acá hay que matizar la cuestión. Trump provoca la concentración inicial. Normalmente, en ese día en Washington es feriado porque hay un procedimiento administrativo en el que el Congreso certifica el resultado electoral, algo que nunca generó un problema en toda la historia norteamericana. Pero Trump convoca a sus manifestantes y dice «eso será salvaje»; ahí hay responsabilidad clara. Asaltos anteriores en Berlín y en Roma que fueron matriciales, no tuvieron ese tipo de dirección. Y Bolsonaro, al menos públicamente, no lo hizo aunque seguramente sus exfuncionarios y seguidores estaban detrás del asalto. Lo nuevo acá es que un expresidente tenga esa actitud de pésimo perdedor y desarrolle sostenidas tesis conspiracionista, sobre todo en un país como Estados Unidos donde más allá de las críticas que se le puedan hacer al sistema hay una vasta experiencia en conteo de votos y en organizar elecciones. No habíamos visto jamás semejante mala fe y esto es inaugural en muchos aspectos.
– En el libro das cuenta de una «sobrecarga de información» y de un «sistema desinformativo» ¿Cómo informarse hoy? ¿Cómo garantizar el derecho a la información?
– Informarse siempre ha sido difícil. O los medios pertenecen al sector privado y monopolizado o el Estado domina el flujo de la información. Además, el acceso a la información cuesta dinero, hay que consagrarle tiempo y hay que tener una cultura para acceder. Con la llegada de internet, se logró la democratización de la información: todo pasó a ser gratuito y accesible. Y pensamos que con disciplina para buscar distintas fuentes era suficiente. Pero el surgimiento de las redes, que hoy son el primer informador, modificó todo. En las redes, se vuelve muy relevante que quien nos comparte la información es un amigo o un conocido y además los datos quedan mezclados con sentimientos, afinidades y cuestiones relacionales. Algo como la objetividad queda totalmente diluido. Las teorías del complot y la conspiración tienen en las redes un sedimento ideal para propagarse. Mi sentimiento, mi psicología, definen cómo me informo. Creo en lo que creen mis amigos, en un comportamiento tribal.
– Dedicás un largo apartado del libro a analizar la generalización de la prescripción de Prozac y también la crisis de los adictos a los opioides. ¿Por qué te pareció relevante darle tanta importancia a la salud mental y a esta dimensión subjetiva para entender la toma del Capitolio?
– ¿Qué tenían estas personas en la cabeza? ¿A qué categoría social pertenecen? La dimensión subjetiva de la crisis de las clases medias, algo universal y que fue provocada por el neoliberalismo en los últimos 40 años, ha generado el derrumbe de una parte de estos sectores. En Estados Unidos, es esencialmente blanca. Y ante la crisis del neoliberalismo, la derecha no ofrece una lectura de clase sino una lectura identitaria. Se les dice que están amenazados por los extranjeros. Ha tenido mucho arraigo y encontró argumentos de tipo mágico como la teoría de la conspiración.
– Citás el trabajo de Pablo Stefanoni en «La rebeldía se volvió de derecha». ¿Comparte esa mirada? ¿La izquierda abandonó las utopías?
– No creo que la izquierda las haya abandonado y se sigue movilizando cuando es necesario, lo que creo es que ahora la derecha saca la masas a la calle y le arrebata a la izquierda la épica de la insurrección. Claro que hay antecedentes: la derecha contra Chávez ha logrado sacar multitudes en contra de Chávez. Pero la nueva derecha está dispuesta a dar un golpe de otra forma: salen a la calle para generar caos y, así, catalizar la participación de las fuerzas armadas, en una suerte de convocatoria.