Haití: la épica de una gran insurrección popular
Por Carlos Aznárez. Tomado de Resumen Latinoamericano. Foto: Digital Democracy
Prácticamente hace dos semanas que el pueblo de Haití está protagonizando una insurrección a gran escala. Sí, dos semanas, por no decir dos meses, dos años o dos siglos.
Pero a pesar de ello el mundo sigue ignorando la bravura de estas mujeres y hombres que como bien dice el luchador haitiano Henry Boisrolin, “ya no tienen nada que perder porque hasta la vida le han quitado”.
El silencio sobre lo que ocurre en Haití es sobrecogedor, lastima la conciencia y el alma que justamente ese pueblo que protagonizó la primer gran revolución antiesclavista y el grito de Independencia en 1804, haya sido castigado de esta manera. No sólo por las consecutivas invasiones de Estados Unidos que convirtieron al país en una colonia otra vez esclavizada y de una pobreza sin límites sino porque los que a través de los años proclamaron su deseo de “ayudar” a paliar las necesidades de la población, como es el caso de las tropas de la ONU, alistadas en la Minustah, y ahora en la Minijusth, también se convirtieron en carceleros, violadores seriales de niños y niñas, envenenadores de ríos, provocadores de epidemias de cólera, voraces rapiñeros que no dejaron nada por robar ni destruir.
Actualmente la economía haitiana está quebrada, el salario mínimo de los poquísimos que aún tienen trabajo es de 5 dólares diarios y la tasa de desempleo es de alrededor del 70 por ciento.
Ni qué decir de la mayoría de los presidentes súbditos de esos mismos intereses impulsados por los invasores: Dartiguenave y Borno, simples virreyes de Washington durante la ocupación yanqui, Duvalier, el asesino “presidente vitalicio”, amo y señor de los feroces Tontons-Macoutes o «Voluntarios de la Seguridad Nacional» que dejaron un saldo de 30 mil asesinados; Aristide que intentó romper las cadenas y terminó encadenado él mismo a las pretensiones de Estados Unidos, y los últimos de la lista: Martelly, bufón, corrupto y represor y el actual, Jovenel Moise, mandamás, atornillado a un sillón que ya no le corresponde, y culpable de actos de corrupción ligados a meterse en su bolsillo y el de sus secuaces parte del dinero (más de 4.2 mil millones de dólares) que tan generosamente derivó la Revolución Bolivariana de Venezuela a través de Petrocaribe.
Actualmente la economía haitiana está quebrada, el salario mínimo de los poquísimos que aún tienen trabajo es de 5 dólares diarios y la tasa de desempleo es de alrededor del 70 por ciento, la falta de viviendas debido al terremoto y al robo descarado de las ayudas que de éste se derivaron, hace que gran parte de la población duerma aún en carpas improvisadas o directamente al ras del cielo.
Sin embargo, la casta en el gobierno resiste a marcharse y evitar más dolor del provocado. Moise y un gabinete puesto a dedo y no por el voto popular, ya que las últimas elecciones fueron escandalosamente fraudulentas, están cercados por la insurrección de los que Frantz Fanon denominara los “condenados de la tierra”, pero no ceden precisamente porque a nadie en el mundo parece interesarle Haití.
Así como Washington alinea a sus gobiernos títeres de Latinoamérica y al ministerio de colonias de la OEA para hostilizar e intentar asfixiar a la heroica Venezuela revolucionaria, así como hay centenares de diarios, radios y cadenas televisivas a toda hora para denostar a su presidente legítimo Nicolás Maduro, ese soez bullicio desinformativo se convierte en nada a la hora de hablar de la tragedia del pueblo haitiano.
Muy pronto esa desobediencia pacífica deberá pegar un salto cualitativo si realmente se quiere terminar con la dictadura de quienes los oprimen.
Por todo ello, es necesario que quienes desde la comunicación popular intentamos acercar la realidad de los que luchan por su libertad, no callemos, no ocultemos, no tergiversemos la gesta bravía que hoy está protagonizando Haití. Allí, donde estas dos últimas semanas cientos de miles se lanzaron a las calles para no irse ya más, marchando y marcando a fuego (literalmente hablando) las provocadoras instituciones del poder, los lujosos hoteles de los corruptos.
Todos los rincones de las grandes ciudades tienen olor a los neumáticos quemados de las barricadas, sólo basta ver los vídeos artesanales de los mismos protagonistas del levantamiento popular filman a diario. Gentes humildes ayudándose unos con los otros a socorrer a los heridos y enterrar como se pueda a los muertos de la represión gubernamental, pero que a pesar de todo no abandonan los espacios de territorio ya conquistados.
Jóvenes encapuchados para no asfixiarse por los gases peleando con piedras contra balas, pero también dándose cuenta que muy pronto esa desobediencia pacífica deberá pegar un salto cualitativo si realmente se quiere terminar con la dictadura de quienes los oprimen.
Todas estas acciones, acompañadas de varios días ya de huelga general, que este lunes volverá a paralizar todas las escuelas del país y será acompañada por una medida similar en cada uno de los establecimientos estatales.
“Fuera Moise” es el grito de guerra en el que coinciden todos los partidos de izquierda y organizaciones populares, “Fuera el corrupto Moise” amparado por Trump y Europa, pero también ese mismo reclamo significa un gigantesco “basta” de bandas parapoliciales que están generando masacres en distintos puntos del país y ya han obligado a desplazarse a más de dos mil campesinos en la zona de Arbonite.
Así están realmente las cosas en Haití o como dice muy bien el dirigente popular Camille Chalmers: “La situación es de absoluta ingobernabilidad” y el único que no quiere enterarse es el propio Jovenel Moise.
Haití, ese pequeño y admirado corazón de Africa en el Caribe, donde una gran mayoría, precisamente esos que han irrumpido con fuerza para recoger el legado revolucionario del libertador Jean Jacques Dessalines, no están dispuestos a admitir paños fríos ni atajos que terminen en nuevas frustraciones. A tomar nota: son pueblo alzado y quieren gobernar.