Cuba: Gerardo Hernández Nordelo y el camino de la resiliencia
Con voz resuelta y jovial, que se quiebra cuando le tocan los pasajes y los seres más íntimos de sus 55 años de vida, el líder de la Red Avispa conversa con la revista Alma Mater.
CAPAC- Por Penélope Orozco Ortega y Mariana Monteagudo Fonseca/ Tomado de Revista Alma Mater/ Fotos: Yoandry Avila Guerra.
Desde que Gerardo Hernández Nordelo sintió en sueños que intentaban violentar la cerradura de la puerta del apartamento en North Miami Beach, hasta que la derrumbaron y los hombres del Special Weapons and Tactics (SWAT) lo esposaron, apenas sintió el paso de los segundos. Aquel 12 de septiembre de 1998, acorralado por ametralladoras en su sencilla casa, al oficial de la Dirección de Inteligencia cubana le revisaron hasta la boca con una linterna.
Más de dos décadas han transcurrido desde el suceso, tiempo en el cual su identidad falsa quedó atrás, y ya en la Patria es de nuevo el hombre que conversa con sus vecinos y que ha encontrado entre los jóvenes motivos para sonreír. Con voz resuelta y jovial, que se quiebra cuando le tocan los pasajes y los seres más íntimos de sus 55 años de vida, el líder de la Red Avispa conversa con la revista Alma Mater.
¿Es cierto que su padre fue un hombre recto? ¿Cómo era su relación con él y su madre?
Sí, mi papá era bastante recto, y le debo mucho por ello. Cuando hago una retrospectiva de mi vida me siento orgulloso de él por la persona trabajadora que era. El viejo siempre fue quien puso el orden en la casa. Me sobran recuerdos de mi mamá tocándome la puerta del cuarto los domingos a las siete de la mañana: “Gera, Gera, te llama tu papá para que lo ayudes”. Era para chapear el patio o limpiar el carro. Me sabían bien amargas aquellas levantadas después de haber estado en una fiesta por la madrugada.
El viejo siempre estaba haciendo algo en la casa. No era ni carpintero ni plomero, pero hacía de todo. Cada vez que le decían: “Gerardito está saltando techos de guaguas en su parque de diversiones privado” -un cementerio de guaguas viejas que había en Arroyo Naranjo-, allá iba a buscarme con chancleta en mano. Sin embargo, mi madre era un pedazo de pan; lo más que me decía era: “Tú vas a ver cuando venga tu papá».
«Mi mamá siempre fue ama de casa. Tenía buen sentido del humor y sentimientos muy nobles, rozando la inocencia. Cuando uno es muchacho no valora mucho a sus padres. No soy carpintero, pero sé manejar el serrucho y el taladro, habilidades que hoy le agradezco al viejo».
La verdad fui muy afortunado cuando niño, hasta llegué a tener mi propio caballo por un día – sonríe – . Recuerdo que tenía doce años y el potro se había escapado y aparecido a las horas en mi barrio. Me lo encontré de milagro y lo llevé, sin pensarlo, para mi casa. Cuando llegó mi papá y mi mamá le dijo que su hijo tenía un caballo en el patio, no lo podía creer, -se armó la de Caín-.
¿Cómo pensaba el Gerardo adolescente? ¿Cuáles eran sus prioridades?
Yo era un muchacho bastante tranquilo. Entre los amigos de la infancia estaban los “cabeza loca”, los calmados y yo, justo en el medio. Fue una adolescencia sin grandes contratiempos.
En esos años intentaba definir cuál era mi vocación y qué quería hacer con mi vida. Primero quise ser militar, como mi hermana. Después choqué con la realidad y comprendí que no tenía la disciplina suficiente para llevar esa vida. También quise ser pelotero, hasta hice el intento de apuntarme a clases, pero me destrozaron el corazón cuando me hicieron una prueba y acto seguido escuché la frase: “Tú no sirves para esto”. Durante el preuniversitario fue que atiné. Supe lo que era la carrera de Relaciones Internacionales y comencé a aventurarme hacia esa opción». — Quizá los desaciertos eran la excusa perfecta para convertirlo en héroe.
¿A qué argumentos apeló para justificar su ausencia a la hora de salir a cumplir su misión en la Florida?
Había estudiado Relaciones Internacionales y había estado en Angola. Ya eran los años donde se comenzaba a hablar en Cuba de empresas mixtas, extranjeras, negocios y corporaciones, palabras que tiempo atrás no eran tan comunes. Eso nos facilitó un poco las cosas para desaparecer porque, en aquel tiempo, en el ISRI se daban casos de muchachos que se graduaban e iban a trabajar a determinada empresa. A algunas personas les dije que trabajaba en otras cosas, que no era raro, y a quienes me conocían les dije que estaba en el MINREX, pero que iba a Argentina a pasar un curso de posgrado.
A partir de febrero de 1994, Gerardo Hernández Nordelo extravió deliberadamente su identidad para ingresar a Estados Unidos. En lo adelante respondería por otro nombre de pila: Manuel Viramóntez; no había nacido en un hospital habanero, sino en uno de Texas; en lugar de Relaciones Internacionales, había estudiado Mercadotecnia; en su leyenda de oficial de la Inteligencia cubana era un hombre poco afortunado en el amor, todo lo contrario de su sólido matrimonio con Adriana Pérez O’Connor, con quien se casó en 1988.
Solo podía despojarse del personaje del boricua Viramóntez cuando se internaba en su apartamento, de apenas un cuarto, en 18 100 Atlantic Boulevard. Al menos entre aquellas cuatro paredes de concreto era Gerardo Hernández Nordelo.
¿Qué le resultó más difícil a la hora de asumir el personaje de Manuel Viramóntez?
«Fue difícil quitarse el cubano y asumir el acento y lenguaje puertorriqueños. Requirió de bastante preparación en Cuba y allá en el terreno. En general, tuve que hacerme no de una sino de varias identidades, y cada una con sus propios parientes, amistades, trayectorias laborales, sus propias escuelas, maestros» …
¿En qué escuela estudiaste? ¿Qué ómnibus abordabas? Las preguntas en ráfaga a Gerardo no vienen de nosotros. Recuerda que, plantado delante de él, aquella mañana del 12 de septiembre de 1998 se encontraba Héctor Pesquera, director del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) para el Distrito Sur de la Florida.
– Tu labor para el servicio de Inteligencia de Cuba ya terminó; la mejor posición tuya es pasarte de bando- le aconsejaba el hombre, de cara ancha y barba canosa de oreja a oreja.
– No sé de lo que usted habla. Yo soy puertorriqueño.
Justo ahí empezó a sulfatarse — rememora Gerardo — , hasta que no aguantó más y dio un puñetazo en la mesa: “Tú no eres boricua, boricua soy yo. Te vas a podrir en la prisión, Cuba no hará nada por ti; no reconocerá nunca que te mandó con pasaporte falso. Tú sabes lo que dice esta profesión: si te cogieron, te jodiste”, comentó.
«El objetivo era lograr que alguno de los Cinco se pasara de bando. La razón era sencilla: estábamos viviendo los años difíciles del período especial, cuando muchas personas no apostaban por la supervivencia de la Revolución Cubana; para algunos, nada más hacía falta darle el tiro de gracia. De ahí, la impotencia tan grande de ellos. Ninguno de nosotros se prestó para su juego».
Durante los tres años en los que no se había reconocido la existencia de los Cinco, ¿cómo dialogó con el vacío de saber que existía la posibilidad de que no los reconocieran nunca?
«Esa, precisamente, fue una de las cosas más difíciles. Cuando nos arrestaron, dos de los Cinco eran agentes especiales que tenían su propia identidad, y tuvieron el reconocimiento de sus familias e incluso recibieron cartas, pero el resto de nosotros éramos lo que se conoce, en términos de inteligencia, como oficiales ilegales. Nuestras identidades eran falsas y el manual básico de nuestra profesión dice que si eres descubierto no puedes comprometer jamás a tu país, y ese era nuestro compromiso. Durante tres años ni siquiera reconocimos que éramos cubanos, a pesar de que afirmarlo era la mejor defensa durante el juicio».
¿Puede decirse que ya usted se sobrepuso al hecho de ver frustrada la red que encabezó?
«Mucho de nuestro trabajo nunca fue descubierto; lo digo con toda modestia, no por mí, sino por lo que les corresponde a todos los compañeros que nos prepararon. Se hizo muy bien desde el punto de vista profesional. Oficiales de chequeo y contrachequeo que participaron en el juicio como testigos reconocieron que abortaron un número considerable de sus operaciones por nuestras medidas».
¿Cómo describiría el momento justo en el que los declararon culpables? ¿Qué pasó por su mente en ese instante?
«Sentí decepción, porque a lo largo del juicio, a pesar de saber que en Miami no podía haber justicia para cinco personas acusadas de trabajar para la Revolución Cubana, sabíamos que barríamos el piso con los fiscales. El juicio lo teníamos ganado en cuanto a evidencias y testigos. Nos quedaba la esperanza de que entre las doce personas que conformaban el jurado no prevalecieran el miedo y los prejuicios. Desafortunadamente las cosas no ocurrieron de esa manera. Nos tocaba afrontar lo que venía, la mayor condena posible en cada uno de los cargos». — Ni con dos vidas, Gerardo cumpliría su extrema sanción.
A más de 130 kilómetros al noreste de Los Ángeles, California, el Complejo Penitenciario Federal de Victorville parece una fortaleza militar encajada en el sur del desierto de Mojave: cercas eléctricas letales, torres de vigilancia por doquier, altos muros, puertas de metal y controles electrónicos. Necesario alarde para la máxima seguridad. Entre los convictos, asesinos, traficantes de drogas, líderes de bandas de crimen organizado, hasta un condenado por piratería aérea y, paradójicamente, el preso 58739–004, Gerardo Hernández Nordelo o «Cuba», guía de una red antiterrorista.
¿Cómo pudo sobrevivir a los 17 meses en el «hueco», en el Centro Federal de Detención, donde algunos prisioneros se volvieron locos literalmente?
«En la prisión comprobamos que el ser humano tiene capacidades inimaginables que salen en los momentos más difíciles. Me cuesta trabajo darme cuenta de cuántas reservas tuve que sacar para hacerle frente a aquella situación. No solo se trata de estar encerrado en un lugar pequeño: a veces sin la adecuada ventilación, como me ocurrió en Lompoc cuando me metieron en la “caja”: aguas albañales chorreando por la pared, sin saber si era de día o de noche, sin ventanas, la luz encendida las 24 horas, en calzoncillos, descalzo, sin nada que leer, sin nada con qué escribir».
«¿Cómo pude resistir? Hoy me hago la pregunta, pero cuando estás viviendo ese momento, sabes que no puedes flaquear. Sacaba la cuenta: si me da un ataque de pánico, me desmayo; si me rompo la cabeza y me desangro, el guardia ni se aparece por aquí. ¿Qué publicará mañana The Miami Herald? Eso será un bochorno para nuestra gente; ellos esperan que resistamos. ¡Qué clase de papelazo! Tenía que llamarme a contar: Gerardo, ¿qué te está pasando? No se te pueden aflojar las patas ahora».
Sancionado a dos cadenas perpetuas, y con más 15 años de cárcel cumplidos, Gerardo conoce la versión de los hechos de quien se atribuye la delación al FBI de la existencia de la red cubana, sobre cuyo número real de integrantes diversos medios de comunicación han hecho conjeturas.
Las evidencias hablan de cinco miembros — dos matrimonios incluidos — que optaron por «negociar» con la Fiscalía y declararse culpables a cambio de condenas menos severas: en el rango de tres años y medio a siete de prisión. Fue complejo ese momento — admite Gerardo — el único que los conocía a todos.
¿Qué opinión le refieren todos aquellos que sí negociaron en aras de reducir su condena?
«En los escasos momentos en los que los Cinco coincidimos en prisión, nunca hubo una expresión de desprecio: comprendíamos lo complicado de la situación. Nuestro resentimiento era con el sistema del cual ellos eran víctimas. Tomaron la decisión que, en mi opinión y mis principios, era la equivocada, pero puedo hasta entenderlos sin llegar a justificarlos porque, por ejemplo, aunque René también tenía a su niña pequeña, no traicionó. Aun así no me regocijo al hablar de ellos».
A mediados de febrero de 1998, Gerardo descifra, como de costumbre, las ediciones de El Nuevo Herald. Más tarde, puso oído al radio SONY de onda corta; el código en que transmitían desde Cuba era para él. Su hermana había muerto.
«De golpe, solo en aquel apartamento, fue que conocí la noticia de la muerte de mi hermana, María del Carmen, en un accidente de aviación. El telegrama explicaba los términos del accidente y que, si yo lo quería, se hacían todos los arreglos para regresar a Cuba, pero sabía que sería en extremo difícil, por lo cual decidí permanecer allá y evitar los riesgos».
¿Podría resumir, según su vivencia, ese último periodo de cárcel en el cual incluso permitieron que Adriana quedara embarazada? ¿Ya en ese entonces percibía la cercanía de su liberación?
«Como estudiante de Relaciones Internacionales, y a la vez como cuestión personal, me apasioné por el tema de la política internacional y por la información; mi maestría es precisamente asociada al análisis de información, y es algo que continué haciendo en prisión. Analizaba toda la información que podía, leía muchísimo y me mantenía actualizado sobre las noticias de Cuba y el mundo. En un momento determinado, empecé a notar cierto crecimiento de conciencia en Estados Unidos sobre la necesidad de mejorar las relaciones con Cuba. Cuando llegó la administración de Obama, pensamos que podría ser una oportunidad de acercamiento».
«Hubo también momentos clave, como cuando arrestaron en Cuba al espía norteamericano Alan Gross. Sabíamos que esto nos ofrecería un posible intercambio. Demoró años, pero por diferentes razones y circunstancias que coincidieron con el estrechamiento de las relaciones entre ambos países, surgieron algunas negociaciones secretas que conllevaron a que se me permitiera iniciar un proceso de inseminación, gracias al cual pude tener a mi primera niña, Gema. Esto es único en la historia de un país como Estados Unidos, donde ni siquiera existe la visita conyugal en las prisiones federales».
¿Qué fue lo que más le sorprendió tras su regreso a Cuba? ¿Qué cambios positivos y negativos encontró en la Cuba que había dejado y que ya no era la misma?
«Si tuviera que señalar algo rápidamente, diría que me agradó el desarrollo de los negocios del sector privado. Encontré locales muy bonitos que eran negocios familiares y cafeterías nuevas, y a pesar de que había y hay mucho por avanzar, apreciamos una ciudad en mejor estado respecto a la que habíamos dejado».
«En cuanto a aspectos negativos, nos impactó cuánto se había resquebrajado la disciplina social. En la época en que nosotros salimos no era común encontrarse a alguien orinando en una vía pública en pleno día, o ver a una persona bajar la ventanilla del carro para tirar una lata a la calle. Al regresar después de tanto tiempo, para mí se hizo muy notable la deficiencia que existía en las normas sociales».
Basado en su experiencia como vicerrector del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, ¿cómo cree que debería darse la interacción y comunicación con los jóvenes de hoy?
«Pienso que es importantísimo reducir la brecha generacional que existe entre una generación y otra. Hay quienes tienen la tendencia de comparar a los jóvenes de hoy con los de décadas atrás, pero obviamente es imposible que estos se parezcan. El mayor reto de aquellos que no formamos parte de la juventud actual, es tratar de comunicarnos con esta y comprenderla. En todas las generaciones existen jóvenes con inquietudes, jóvenes rebeldes en muchos sentidos. No es correcto subestimarlos: se les debe dar participación en las tareas de una sociedad que también les pertenece».
¿Qué medidas cree que deberían adoptarse para acercar a esa juventud a la tarea de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR)?
«Los CDR surgieron en un momento muy específico de nuestro país, en el que nos encontrábamos bajo constantes amenazas. Al cabo de sesenta años han pasado por diferentes etapas y las circunstancias no son las mismas. Esto nos da a entender que una organización como la nuestra debe adaptarse a los nuevos tiempos y reflejar qué es lo que actualmente representa defender a la Revolución Cubana. Tal vez ahora mismo la solución no está en tomar las armas, pero eso no significa que estamos a salvo de otras agresiones».
«Tenemos el propósito de hacerles ver a los jóvenes que los CDR ofrecen una trinchera importantísima en la defensa de la Revolución. No me refiero solo a la rama militar: cualquier joven que tenga vocación de líder o presente inquietudes en su comunidad, puede encontrar apoyo en los CDR».
«Una de las cosas positivas que la COVID-19 nos aportó, es que permitió demostrar la utilidad de todas las organizaciones, tanto los CDR como la FEU, la FMC y la UJC. Las personas que visitaron casa por casa y llevaron la cuenta de aquellos más vulnerables y necesitados, los que se preocuparon por hacerles llegar medicamentos y alimentos en nombre de las organizaciones de masas, demuestran el lugar importante que estas ocupan en la sociedad. La cuestión es adaptarse a los nuevos tiempos y encontrar medios para integrar a los jóvenes».
Hace algunos años la Comisión de Candidaturas Nacional decidió proponer como candidatos a dos de los Cinco. Esto provocó opiniones encontradas en las redes sociales, pues muchas personas lo consideraron como la fragmentación de un símbolo. Cuéntenos qué significó para usted que lo tuvieran en cuenta para ser diputado del Parlamento y cómo fue su experiencia en ese momento en el que, a los ojos del pueblo, se podría estar estableciendo una diferencia entre los Cinco.
«Me sentí orgulloso de haber sido elegido diputado. En aquel momento hubo personas a las que les llamó la atención o se mostraron disgustadas por el hecho de que no nos propusieran a los Cinco. A nosotros, en primera instancia, tampoco nos pareció lo mejor, pero cuando lo analizamos con detenimiento nos dimos cuenta de que basta con que esté presente uno para representar los ideales que defendemos. Ninguno aspiró nunca a nada más que servir a la Revolución desde el lugar donde fuéramos más necesarios».
¿Cómo es la Cuba que sueña Gerardo?
«Es una pregunta un poco difícil. Sueño con una Cuba socialista y próspera; que se pueda transformar y adaptar según nuestras necesidades; un socialismo sin dogmatismos, donde el cubano pueda explotar su creatividad y su capacidad para vencer obstáculos. Sueño con una Cuba que no sufra las dificultades económicas que tenemos hoy, en la que cada vez más personas se sientan partícipes del destino de la nación, pero, sobre todo, una Cuba como la idearon Martí y Fidel: “Con todos y para el bien de todos”.
Por las calles todavía hay quienes los llaman espías. ¿Considera usted esa palabra como algo peyorativo?
«Curiosamente esa palabra nunca me ha insultado. Aunque haya quien la utilice con el objetivo de ofender, en realidad, cuando hablan de espías en películas o novelas usan el término para quienes hacen trabajos de forma encubierta. Según la ley de Estados Unidos nosotros no éramos espías, porque para ello tendríamos que haber obtenido información secreta con una intención dañina, y nuestra misión era evitar desastres mayores».
Después de su retorno a Cuba los Cinco han recibido críticas motivadas por cuestiones personales y/o familiares, esto nos hace pensar que tal vez las personas los observan como seres sobrenaturales o figuras de mármol, y por tanto esperan que se comporten como tal. ¿Cómo logra hacer su día a día con esa expectativa y presión social?
«La presión social existe. Nuestra historia se basa en una campaña que duró quince años y durante la que se le habló al pueblo de la vida de cinco personas injustamente presas por defender a su país. Puede que haya habido un punto en el que empezaran a idealizarnos. Se nos conoce como los Cinco Héroes, pero no somos héroes de capa y espada: somos personas de carne y hueso con los mismos o más problemas que los demás, y que pueden cometer errores».
«Recuerdo que en el cumpleaños pasado de Adriana, estaba en Holguín y un amigo me invitó a una paladar. Éramos varias personas y él compró una paella muy sencilla para compartir, y subimos fotos nuestras celebrando a mi esposa. Aquello salió en todos los medios contrarrevolucionarios imaginables. Es algo bastante ridículo, pero es del tipo de cosas que tienes que aprender cuando tu vida está bajo un microscopio. No niego que a veces extraño el anonimato y pasar desapercibido, es un precio que hay que pagar, porque por otra parte también es bonito y satisfactorio recibir el reconocimiento de mi pueblo».
¿Ha pensado alguna vez que quizás sus hijos pudieran cumplir misiones tan o más riesgosas que la suya? ¿Cuál sería su actitud entonces?
Mi esposa y yo estamos criando a nuestros hijos para que sean lo que quieran en la vida. Pienso que, si un día cualquiera de los tres me dice que quiere seguir mi camino, pues debo apoyarlo, aun conociendo los riesgos de la profesión. No se asume esa responsabilidad pensando que un día vas a ser héroe, lo que ocurrió con los Cinco fue un caso especial. Antes y después de nosotros hubo personas que cumplieron con este deber, personas que no se conocen pero a las que debemos un gran respeto. Mientras Cuba siga siendo amenazada, siempre existirán quienes estén dispuestos a sacrificarse por ella.