Cuba: ¿Cómo se llama la obra?
Sube el telón. Un dramaturgo crea un grupo en Facebook y allí comienza a articular un «movimiento». ¿El fin? Convocar una marcha «lícita y pacífica» para protestar por cosas muy nobles y entrañables, como la libertad, la justicia, la prosperidad…
CAPAC- Por Michel E. Torres Corona/ Tomado de Granma/ Foto: A. Pérez Meca/ Europa Press.
Gana muchos adeptos en las redes sociales. La gente empieza a compartir sus publicaciones, comienza a tener muchos likes, se habla de él. Ya líder del «movimiento», hace su «jugada maestra»: pedir autorización a los decisores para que permitan la marcha. Quizá pedir no es el mejor término; más bien exigir. Es una situación de ganar-ganar, da igual si el gobierno la permite o no. No hay derrota posible.
Baja el telón. Vuelve a subir.
Los intendentes de cada municipio donde se demandó el permiso para la manifestación, que se proyectaba a lo largo y ancho del país, se negaron a otorgarlo. La marcha escondía algunos fines no tan nobles: pretendían utilizarla como plataforma de cambio, para transformar el sistema según sus intereses. Invocaban, en resumen, un derecho regulado en la Constitución para ir contra la Constitución, contra el statu quo socialista refrendado en el ordenamiento jurídico vigente. Y luego estaban las compañías.
Resulta que el grupo creado por el dramaturgo tenía alianzas con otros «movimientos» que abiertamente abogaban por la restauración capitalista e incluso por la intervención militar en Cuba. Claro que el «artista líder» negaba todo eso: ellos agradecían el apoyo de cualquiera, sin compromiso alguno.
Baja el telón. Vuelve a subir.
El Gobierno cubano contraataca. El primer golpe devastador viene con la revelación de una llamada telefónica entre el dramaturgo y un connotado terrorista radicado en Miami. El artista niega que aquello fuera una relación seria. Y llega el segundo golpe: uno de los que asistió junto al dramaturgo a cierto taller de formación para «líderes de la transición democrática en Cuba» resultó ser agente de la Seguridad del Estado. Al tercer golpe, el «movimiento» tras la marcha «lícita y pacífica» se tambalea, como un boxeador a punto de ser noqueado: se muestran pruebas en televisión nacional de financiamiento desde el exterior, ya fuera por remesas o recargas de saldo. El «artista líder» tenía muchas madrinas, y lo consentían.
Baja el telón. Vuelve a subir.
El dramaturgo ya no quiere marchar. Ahora dice que caminará solo, por un par de cuadras, con una flor en la mano. No sale al final, según él, porque la policía se lo impide. «Mi casa está bloqueada (SIC)», escribe en un cartel que asoma por la ventana. Sin embargo, un corresponsal extranjero se acerca hasta su vivienda al otro día, fecha convenida para la «marcha lícita y pacífica». La suegra del artista informa que el líder del «movimiento» duerme, que no va a salir, está muy cansado. Sus acólitos, desesperados, convocan a un cacerolazo, a un aplauso simultáneo, a vestir de blanco: ninguna iniciativa tiene éxito. El «movimiento» no tiene pueblo.
Baja el telón. Vuelve a subir.
El dramaturgo está muerto, dicen unos. Secuestrado, dicen otros. La dictadura lo desapareció. «¡Asesinos! ¡Represores! ¡Queremos a nuestro líder con vida!». Pero el desaparecido aparece. Está en España, sano y salvo, con sus ideas «intactas», a prudente distancia del país que pretendió tomar con una «potente acción cívica». Sus seguidores no saben qué decir: algunos ni siquiera se creen la noticia. Colegas suyos del negocio antigubernamental lo atacan, por hacerlos lucir mal. Un cadáver político es lo que recorre Europa.
Entre bambalinas, los dueños del negocio comienzan a planear un nuevo casting. Hace falta otro líder. Si es artista, mejor.
Baja el telón. ¿Cómo se llama la obra?