10 de enero – Un huracán llamado Julio Antonio
El 10 de enero de 1929 el ícono de la juventud revolucionaria cubana fue ultimado en la Ciudad de México, en el marco de los preparativos para desencadenar acciones insurreccionales en la Isla. Su muerte no logró, empero, hacer desaparecer la fuerza de sus ideas.
CAPAC – por Fabio Fernández – tomado de Cubadebate
El despegue de la década de 1920 estuvo marcado por la manifestación de los primeros compases de la crisis estructural de la república neocolonial y burguesa. El fin de la Primera Guerra Mundial supuso la cancelación del período de las vacas gordas y el arranque de una compleja coyuntura que demostró las falencias de un modelo económico anclado a la agroindustria azucarera, sostenido a las exportaciones de esta hacia Estados Unidos y constreñido por las cadenas de la “reciprocidad”. Los ajustes de posguerra implicaron la profundización de las desigualdades y de la situación de precariedad que definían la cotidianidad de las grandes mayorías.
En sintonía con tales circunstancias, la política cubana crujía a tenor de sus manquedades. La injerencia imperialista y el desgobierno de los “generales y doctores” representantes del bipartidismo liberal-conservador configuraban un escenario absolutamente ajeno al ideal de república sostenido por los sectores más radicales del mambisado. Cuba se encontraba bien distante del sueño de mármol de Martí.
Como respuesta a la profunda crisis nacional se produjo la progresiva movilización de la sociedad republicana, en un proceso que estuvo capitaneado por la nueva hornada generacional que para la fecha entraba en condiciones para erigirse en sujeto político. Los jóvenes nacidos en la confluencia de los siglos XIX y XX rompieron con el lamento de sus padres y se lanzaron a la aventura de refundar al país en sus más diversos aspectos.
Junto al universo obrero e intelectual, fue el campo estudiantil terreno fértil para la efervescencia. El estudiantado, en especial el universitario, se convirtió en unos de los principales impulsores de los proyectos de transformación en liza. La Universidad de La Habana, único centro de su tipo en Cuba, devino epicentro de un terremoto que llegó a impugnar los cimientos del orden vigente.
La casa de altos estudios vivía atada a las rémoras del pasado decimonónico. La enseñanza mecanicista, el imperio del dogma, la corrupción profesoral, las inconsecuencias administrativas y la ausencia de poder de decisión por parte de los estudiantes crearon las condiciones para el inicio de un proceso de transformación que, al igual que el resto de los acontecimientos de la etapa, se vio influido por relevantes hechos internacionales como la Reforma Universitaria de Córdova, la Revolución Mexicana y la Revolución Rusa.
Dentro del contexto de despliegue del movimiento reformista en la Colina destacó como figura central Julio Antonio Mella, quien en una ejecutoria política meteórica dejó una huella indeleble en la historia nacional. El dirigente estudiantil fue el artífice de la fundación en 1922 de la Federación Estudiantil Universitaria, plataforma política para el combate por la autonomía del centro docente, el adecentamiento de su vida institucional, la renovación científica de los presupuestos pedagógicos y la consecución del cogobierno por parte del alumnado.
A pocos meses de los primeros éxitos de la Reforma, Mella encabezó –en octubre de 1923– la organización del Congreso Nacional de Estudiantes, cónclave que por la profundidad de sus postulados asumió la denominación de revolucionario. Bajo la impronta de su magnética figura, la cita proclamaron –entre otras cuestiones– la Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante; la condena a todos los imperialismos; la censura a la intromisión yanqui en Cuba y la oposición a la Enmienda Platt, a la Doctrina Monroe, el Panamericanismo y el capitalismo universal. Asimismo, se envió un saludo a la Rusia soviética y se anunció la creación de la Universidad Popular José Martí; plataforma para estructurar un vínculo orgánico con la clase obrera y sus reivindicaciones.
En Mella corporizó –en una acelerada radicalización de su pensamiento– el tránsito de la reforma a la revolución, a partir de la certeza de que los problemas existentes en la Universidad reflejaban los dilemas de la nación en pleno y que por tanto la lucha debía tener como línea principal el cambio integral de las estructuras sociales en las que se asentaban relaciones de explotación.
«En Mella corporizó el tránsito de la reforma a la revolución, a partir de la certeza de que los problemas existentes en la Universidad reflejaban los dilemas de la nación en pleno y que por tanto la lucha debía tener como línea principal el cambio integral de las estructuras sociales en las que se asentaban relaciones de explotación»
Fabio Fernández
El accionar revolucionario del líder estudiantil se reforzó con su creciente cercanía al marxismo, nexo que desembocó en su presencia en la fundación del Partido Comunista en 1925. En Mella se evidenció una lectura original del marxismo desde la cual cuestionó concepciones y prácticas dogmáticas, justo cuando en simultáneo promovía imbricación de esta doctrina con la corriente más revolucionaria del nacionalismo cubano. Desde sus circunstancias, el volcánico Julio Antonio interpeló a Marx, a Lenin y a Martí.
La actividad revolucionaria de Mella se profundizó en los marcos de la gestión autoritaria de Gerardo Machado, quien desplegó contra él una feroz persecución político-judicial de la cual emergieron importantes acontecimientos como su encarcelamiento, la célebre huelga de hambre que conmocionó a la opinión pública, la definitiva expulsión de la Universidad y su exilio. En este último, su figura alcanzó con rapidez talla internacional y su presencia resultó trascendente dentro del movimiento comunista mexicano.
El afán machadista por acabar con Mella se consumó mediante el complot orquestado para asesinarlo. El 10 de enero de 1929 el ícono de la juventud revolucionaria cubana fue ultimado en la Ciudad de México, en el marco de los preparativos para desencadenar acciones insurreccionales en la Isla. Su muerte no logró, empero, hacer desaparecer la fuerza de sus ideas y por tanto resulta difícil no identificar a Mella dentro del torrente popular que a unos meses de su deceso dio inicio a la Revolución del Treinta. A su vez, su condición de referente ineludible del nacionalismo radical cubano en su versión marxista mantiene hasta hoy la vigencia de un ideario que buscó, en clave popular, los mejores destinos para la patria.