Fidel por el Moncada: «era necesaria una arremetida final para culminar la obra de nuestros antecesores, y esta fue el 26 de Julio»

En el 66 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, el CAPAC reproduce el discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, en el Acto Central en Conmemoración del XX Aniversario, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1973.

por Fidel Castro. Tomado de Fidel, soldado de la ideas

Compañeros del Partido, del Gobierno y de las organizaciones de masa;
Familiares de los mártires del Moncada y de la Revolución
Héroes del Trabajo;
Obreros de vanguardia;
Estudiantes destacados;
Santiagueros;
Compatriotas:

Con fervor y con respeto nuestro pueblo generoso ha querido conmemorar este día en que se cumple el XX Aniversario del ataque al cuartel Moncada.

Con nosotros, en muchos lugares del mundo, los amigos de la Revolución celebran también con cariño este 26 de Julio. Nuestro más profundo agradecimiento a las numerosas y destacadas delegaciones de Estados y organizaciones amigas que vinieron a compartir con nuestro pueblo los actos de esta fecha.

El 26 de Julio ha pasado a ser una fecha histórica en los anales de la larga y heroica lucha de nuestra patria por su libertad. No era este alto honor, ciertamente, los propósitos que guiaban ese día a los hombres que quisimos tomar esta fortaleza. Ningún revolucionario lucha con la vista puesta en el día en que los hechos que se deriven de su acción vayan a recibir los honores de la conmemoración. «El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente», dijo Martí. El cumplimiento de un deber nos condujo a esta acción sin que nadie pensara en las glorias y los honores de esa lucha.

El deber nos impone igualmente reunirnos aquí esta noche para rendir tributo, no a los que aún vivimos y hemos tenido el privilegio de ver el fruto de los sacrificios de aquel día, sino a los que cayeron gloriosa y heroicamente por una causa, cuyas insignias triunfantes no tuvieron la dicha de ver desplegadas en el suelo querido de la patria que ellos regaron con su sangre joven y generosa.

Era necesario enarbolar otra vez las banderas de Baire, de Baraguá y de Yara. Era necesaria una arremetida final para culminar la obra de nuestros antecesores, y esta fue el 26 de Julio. Lo que determinó esa arremetida no fue el entusiasmo o el valor de un puñado de hombres, fue el fruto de profundas meditaciones sobre el conjunto peculiar de factores objetivos y subjetivos que imperaban en aquel instante en nuestro país.

Dominada la nación por una camarilla sangrienta de gobernantes rapaces, al servicio de poderosos intereses internos y externos, que se apoyaban descarnadamente en la fuerza, sin ninguna forma o vehículo legal de expresión para las ansias y aspiraciones del pueblo, había llegado la hora de acudir otra vez a las armas.

Pero hecha esta conclusión, ¿cómo llevar a cabo la insurrección armada si la tiranía era todopoderosa, con sus medios modernos de guerra, el apoyo de Washington, el movimiento obrero fragmentado y su dirección oficial en manos de gángsters, vendida en cuerpo y alma a la clase explotadora, los partidos de opinión democrática y liberal desarticulados y sin guía, el Partido marxista aislado y reprimido, el maccarthismo en pleno apogeo ideológico, el pueblo sin un arma ni experiencia militar, las tradiciones de lucha armada distantes más de medio siglo y casi olvidadas, el mito de que no se podía realizar una revolución contra el aparato militar constituido, y por último la economía con una relativa bonanza por los altos precios azucareros de posguerra, sin que se vislumbrara todavía una crisis aguda como la que en los años 30 de por sí arrastró a las masas desesperadas y hambrientas a la lucha?

¿Cómo levantar al pueblo, cómo llevarlo al combate revolucionario, para superar aquella enervante crisis política, para salvar al país de la postración y el retraso espantoso que significó el golpe traicionero del 10 de marzo y llevar adelante la revolución popular y radical que transformara al fin a la república mediatizada y al pueblo esclavizado y explotado en la patria libre, justa y digna, por la cual lucharon y murieron varias generaciones de cubanos?

Tal era el problema que se planteaba el país en los meses que siguieron al nuevo ascenso de Batista al poder.

Cruzarse de brazos y esperar o luchar era para nosotros el dilema.

Pero los hombres que llevábamos en nuestras almas un sueño revolucionario y ningún propósito de resignarnos a los factores adversos, no teníamos un arma, un centavo, un aparato político y militar, un renombre público, una ascendencia popular. Cada uno de nosotros, los que después organizamos el movimiento que asumió la responsabilidad de atacar el cuartel Moncada e iniciar la lucha armada, en los primeros meses que sucedieron al golpe de Estado, esperaba que las fuerzas oposicionistas se unieran todas en una acción común para combatir a Batista. En esa lucha estábamos dispuestos a participar como simples soldados, aunque solo fuese por los objetivos limitados de restaurar el régimen de derecho barrido por el 10 de marzo.

Los primeros esfuerzos organizativos del núcleo inicial de nuestro movimiento se concretaron a crear e instruir los primeros grupos de combate, con la idea de participar en la lucha común con todas las demás fuerzas oposicionistas, sin ninguna pretensión de encabezar o dirigir esa lucha. Como humildes soldados de fila tocábamos a las puertas de los dirigentes políticos ofreciendo la cooperación modesta de nuestros esfuerzos y de nuestras vidas y exhortándolos a luchar. Por aquel entonces, aparentemente, los hombres públicos y los partidos políticos de oposición se proponían dar la batalla. Ellos tenían los medios económicos, las relaciones, la ascendencia y los recursos para emprender la tarea de los cuales nosotros carecíamos por completo. Dedicados febrilmente al trabajo revolucionario, un grupo de cuadros, que constituyó después la dirección política y militar del movimiento, nos consagramos a la tarea de reclutar, organizar y entrenar a los combatientes. Fue al cabo de un año de intenso trabajo en la clandestinidad, cuando arribamos a la convicción más absoluta de que los partidos políticos y los hombres públicos de entonces engañaban miserablemente al pueblo. Enfrascados en todo tipo de disputas y querellas intestinas y ambiciones personales de mando, no poseían la voluntad ni la decisión necesarias para luchar ni estaban en condiciones de llevar adelante el derrocamiento de Batista. Un rasgo común de todos aquellos partidos y líderes políticos era que, a tono con la atmósfera maccarthista y con la vista siempre puesta en la aprobación de Washington, excluían a los comunistas de todo acuerdo o participación en la lucha común contra la tiranía.

Entretanto, nuestra organización había crecido notablemente y disponía de más hombres entrenados para la acción que el conjunto de todas las demás organizaciones que se oponían al régimen. Nuestros jóvenes combatientes habían sido reclutados, además, en las capas más humildes del pueblo, trabajadores en su casi totalidad, procedentes de la ciudad y del campo, y algunos estudiantes y profesionales no contaminados por los vicios de la política tradicional ni el anticomunismo que infestaba el ambiente de la Cuba de entonces. Esos jóvenes llevaban, en su corazón de patriotas abnegados y honestos, el espíritu de las clases humildes y explotadas de las que provenían y sus manos fueron suficientemente robustas y sus mentes suficientemente sanas y sus pechos suficientemente valerosos para convertirse más tarde en abanderados de la primera revolución socialista en América (APLAUSOS).

Fue entonces cuando, partiendo de nuestra convicción de que nada podía esperarse de los que hasta entonces tenían la obligación de dirigir al pueblo en su lucha contra la tiranía, asumimos la responsabilidad de llevar adelante la Revolución.

¿Existían o no existían las condiciones objetivas para la lucha revolucionaria? A nuestro juicio existían. ¿Existían o no existían las condiciones subjetivas? Sobre la base del profundo repudio general que provocó el golpe del 10 de marzo y el regreso de Batista al poder, el descontento social emanado del régimen de explotación reinante, la pobreza y el desamparo de las masas desposeídas, se podían crear las condiciones subjetivas para llevar al pueblo a la revolución.

La historia después nos ha dado la razón. ¿Pero qué nos hizo ver con claridad aquel camino por donde nuestra patria ascendería a una fase superior de su vida política y nuestro pueblo, el último en sacudir el yugo colonial, sería ahora el primero en romper las cadenas imperialistas e iniciar el período de la segunda independencia en América Latina?

Ningún grupo de hombres habría podido por sí mismo encontrar solución teórica y práctica a este problema. La Revolución Cubana no es un fenómeno providencial, un milagro político y social divorciado de las realidades de la sociedad moderna y de las ideas que se debaten en el universo político. La Revolución Cubana es el resultado de la acción consciente y consecuente ajustada a las leyes de la historia de la sociedad humana. Los hombres no hacen ni pueden hacer la historia a su capricho. Tales parecerían los acontecimientos de Cuba si prescindimos de la interpretación científica. Pero el curso revolucionario de las sociedades humanas tampoco es independiente de la acción del hombre; se estanca, se atrasa o avanza en la medida en que las clases revolucionarias y sus dirigentes se ajustan a las leyes que rigen sus destinos. Marx, al descubrir las leyes científicas de ese desarrollo, elevó el factor consciente de los revolucionarios a un primer plano en los acontecimientos históricos.

La fase actual de la Revolución Cubana es la continuidad histórica de las luchas heroicas que inició nuestro pueblo en 1868 y prosiguió después infatigablemente en 1895 contra el colonialismo español; de su batallar constante contra la humillante condición a que nos sometió Estados Unidos, con la intervención, la Enmienda Platt y el apoderamiento de nuestras riquezas que redujeron nuestra patria a una dependencia yanki, un jugoso centro de explotación monopolista, una moderna Capua para sus turistas, un gran prostíbulo, un inmenso garito. Nuestra Revolución es también el fruto de las heroicas luchas de nuestros obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales, durante más de 50 años de corrupción, y explotación burguesa y dominio del imperialismo que intentó absorbernos culturalmente y destruir los cimientos de nuestra nacionalidad; es fruto de la ideología revolucionaria de la clase obrera; del movimiento revolucionario internacional; de las luchas de los obreros y campesinos rusos que en el glorioso octubre de 1917, dirigidos por Lenin, derribaron el poder de los zares e iniciaron la primera revolución socialista; del debilitamiento del poder imperialista y los enormes cambios de correlación de fuerzas ocurridos en el mundo.

Sin la prédica luminosa de José Martí, sin el ejemplo vigoroso y la obra inmortal de Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo y tantos hombres legendarios de las luchas pasadas; sin los extraordinarios descubrimientos científicos de Marx y Engels; sin la genial interpretación de Lenin y su portentosa hazaña histórica, no se habría concebido un 26 de Julio.

Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral y la legitimidad histórica de nuestra acción armada. Por eso dijimos que él fue el autor intelectual del 26 de Julio (APLAUSOS).

Céspedes nos dio el sublime ejemplo de iniciar con un puñado de hombres, cuando las condiciones estaban maduras, una guerra que duró 10 años.

Agramonte, Maceo, Gómez y demás próceres de nuestras luchas por la independencia, nos mostraron el coraje y el espíritu combativo de nuestro pueblo, la guerra irregular y las posibilidades de adaptar las formas de lucha armada popular a la topografía del terreno y a la superioridad numérica y en armas del enemigo.

Era necesario formar de nuevo el Ejército Mambí. Pero la Revolución ahora ya no podía tener el mismo contenido que en 1868 y 1895. Había transcurrido más de medio siglo. A la cuestión de la soberanía popular y nacional se añadía con toda su fuerza el problema social. Si la Revolución de 1868 fue iniciada por la clase terrateniente y proseguida en 1895 fundamentalmente por las masas campesinas, en 1953 ya existía una clase obrera; a ella, portadora de una ideología revolucionaria, en estrecha alianza con los campesinos y las capas medias de nuestra población, correspondía el lugar cimero y el carácter de la nueva Revolución.

¿Qué aportó el marxismo a nuestro acervo revolucionario en aquel entonces? El concepto clasista de la sociedad dividida entre explotadores y explotados; la concepción materialista de la historia; las relaciones burguesas de producción como la última forma antagónica del proceso de producción social; el advenimiento inevitable de una sociedad sin clases, como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo y de la revolución social. Que «el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa». Que «los obreros modernos no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital». Que «una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de los otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera». Que «la burguesía produce ante todo sus propios sepultureros», que es la clase obrera.

El núcleo fundamental de dirigentes de nuestro movimiento que, en medio de intensa actividad, buscábamos tiempo para estudiar a Marx, Engels y Lenin, veía en el marxismo-leninismo la única concepción racional y científica de la Revolución y el único medio de comprender con toda claridad la situación de nuestro propio país.

En el seno de una sociedad capitalista, contemplando la miseria, el desempleo y la indefensión material y moral del pueblo, cualquier hombre honesto tenía que compartir aquellas irrebatibles verdades de Marx, cuando escribió: «Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes existe para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad».

El marxismo nos enseñó sobre todo la misión histórica de la clase obrera, única verdaderamente revolucionaria, llamada a transformar hasta los cimientos a la sociedad capitalista, y el papel de las masas en las revoluciones.

«El Estado y la Revolución», de Lenin, nos esclareció el papel del Estado como instrumento de dominación de las clases opresoras y la necesidad de crear un poder revolucionario capaz de aplastar la resistencia de los explotadores.

Unicamente a la luz del marxismo es posible comprender no solo el curso actual de los acontecimientos, sino también toda la evolución de la historia nacional y el pensamiento político cubano en el siglo pasado.

Cuando las naciones hermanas de este continente sacudieron el yugo español, Cuba permaneció uncida al carro colonial hasta casi 100 años después, y en tiempos en que aquellas se liberaban en enérgica lucha, ella recibió de los reyes absolutos de España el título dudosamente honroso de «la siempre fiel isla de Cuba». Las relaciones de producción basadas en la esclavitud, sistema espantoso de explotación, que echó profundas raíces en la vida colonial de este país, explican con toda nitidez aquel fenómeno político. La población criolla blanca poseedora de las riquezas y la cultura, en conflicto permanente de intereses con España, no estaba, sin embargo, en disposición de arriesgar el disfrute de los privilegios económicos y las prerrogativas sociales que le daba su condición de esclavista, a cambio de la independencia. El temor a poner en riesgo el propio régimen de la esclavitud la opuso sistemáticamente a la idea de luchar por la emancipación. Le horrorizaba una sublevación de los esclavos. Necesitaba el poder militar de España para mantener la sumisión de los explotados. Y España, apoyándose en esta realidad más que en las armas, mantuvo el dominio de Cuba.

El reformismo, doctrina política que predominó en el pensamiento político cubano durante más de medio siglo, tuvo también su origen en los mismos factores. Y la corriente en favor de la anexión a Estados Unidos, que en instantes cobró fuerza extraordinaria, nació del temor a la abolición que llevaba, a las clases dirigentes cubanas y a los propios españoles propietarios de esclavos, a buscar el amparo de sus privilegios por el camino de convertir a Cuba en un Estado esclavista de Norteamérica.

Arango y Parreño, José Antonio Saco y José de la Luz y Caballero, figuras prominentes en el pensamiento político cubano, durante la primera mitad del pasado siglo, no obstante su señalada preocupación por los progresos del país y sus sentimientos nacionales, conformaron totalmente su doctrina y su conducta a la trágica situación de una clase social que no podía luchar contra el amo español porque ella, a su vez, era ama de esclavos.

Las guerras de independencia comenzaron al fin precisamente en aquellos puntos de la isla donde la esclavitud tenía una base mínima en la vida económica y social, y continuó siendo a su vez un terrible freno a la lucha en las regiones donde era la forma absolutamente predominante de producción. Al rememorar que nuestro país fue en este continente, hasta hace solo decenas de años, escenario de esa forma odiosa de explotación del hombre por el hombre, sentimos el deber de rendir el tributo que merecen aquellos abnegados luchadores esclavos que el año 1843, en numerosos centrales de Matanzas, se sublevaron, lucharon y murieron por centenares en los combates, en el cadalso, o apelando al suicidio, para romper las inhumanas cadenas que ataban de por vida sus cuerpos al trabajo.

Poco se escribiría después sobre el extraordinario valor humano y político de estos hechos en las historias oficiales de los explotadores, y ningún monumento se erigiría en memoria de estos oscuros gladiadores, verdaderos héroes anónimos de las clases explotadas, que fueron como precursores en nuestra patria de la revolución de los que después de ellos fueron los modernos esclavos, los obreros (APLAUSOS).

Algunos de nosotros aun antes del 10 de marzo de 1952, habíamos llegado a la íntima convicción de que la solución de los problemas de Cuba tenía que ser revolucionaria, que el poder había que tomarlo en un momento dado con las masas y con las armas, y que el objetivo tenía que ser el socialismo.

¿Pero cómo llevar en esa dirección a las masas, que en gran parte no estaban conscientes de la explotación de que eran víctimas, y creían ver solo en la inmoralidad administrativa la causa fundamental de los males sociales, y que sometida a un barraje incesante de anticomunismo, recelaba, tenía prejuicios y no rebasaba el estrecho horizonte de las ideas democrático-burguesas?

A nuestro juicio, las masas descontentas de las arbitrariedades, abusos y corrupciones de los gobernantes, amargadas por la pobreza, el desempleo y el desamparo, aunque no viesen todavía el camino de las soluciones definitivas y verdaderas, serían, a pesar de todo, la fuerza motriz de la revolución.

La lucha revolucionaria misma, con objetivos determinados y concretos, que implicara sus intereses más vitales y las enfrentara en el terreno de los hechos a sus explotadores, las educaría políticamente. Solo la lucha de clases desatada por la propia revolución en marcha, barrería como castillo de naipes los vulgares prejuicios y la ignorancia atroz en que la mantenían sometida sus opresores.

El golpe del 10 de marzo, que elevó a su grado más alto la frustración y el descontento popular, y sobre todo la cobarde vacilación de los partidos burgueses y sus líderes de más prestigio, que obligó a nuestro movimiento a asumir la responsabilidad de la lucha, creó la coyuntura propicia para llevar adelante estas ideas. En ellas se basaba la estrategia política de la lucha iniciada el 26 de Julio.

Las primeras leyes revolucionarias se decretarían tan pronto estuviera en nuestro poder la ciudad de Santiago de Cuba, y serían divulgadas por todos los medios. Se llamaría al pueblo a luchar contra Batista y a la realización concreta de aquellos objetivos. Se convocaría a los obreros de todo el país a una huelga general revolucionaria por encima de los sindicatos amarillos y los líderes vendidos al gobierno. La táctica de guerra se ajustaría al desarrollo de los acontecimientos. Caso de no poder sostenerse la ciudad con 1 000 armas que debíamos ocupar al enemigo en Santiago de Cuba, iniciaríamos la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.

Lo más difícil del Moncada no era atacarlo y tomarlo, sino el gigantesco esfuerzo de organización, preparación, adquisición de recursos y movilización, en plena clandestinidad, partiendo virtualmente de cero. Con infinita amargura vimos frustrarse nuestros esfuerzos en el minuto culminante y sencillo de tomar el cuartel. Factores absolutamente accidentales desarticularon la acción. La guerra nos enseñó después a tomar cuarteles y ciudades. Pero si con la experiencia que adquirimos en ella se hubiese planteado de nuevo la misma acción, con los mismos medios y los mismos hombres, no habríamos variado en lo esencial el plan de ataque. Sin los accidentes fortuitos que infortunadamente ocurrieron, lo habríamos tomado. Con una mayor experiencia operativa lo habríamos podido tomar por encima de cualquier factor accidental.

Lo más admirable de aquellos hombres que participaron en la operación, es que habiendo entrado en combate por primera vez, arremetieron con tremenda fuerza los objetivos que tenían delante, creyendo que se hallaban ya dentro de las fortificaciones, cuya configuración exacta ignoraban. Pero la lucha se había entablado por desgracia en las afueras de la fortaleza. Con aquel ímpetu con que descendieron de sus carros, ninguna tropa desprevenida los habría podido resistir.

Pero la estrategia política, militar y revolucionaria, concebida a raíz del Moncada, fue en esencia la misma que se aplicó cuando tres años más tarde desembarcamos en el Granma y ella nos condujo a la victoria (APLAUSOS). Aplicando un método de guerra ajustado al terreno, a los medios propios y a la superioridad técnica y numérica del enemigo, los derrotamos en 25 meses de guerra, no sin sufrir inicialmente el durísimo revés de la Alegría de Pío, que redujo nuestra fuerza a siete hombres armados, con los que reiniciamos la lucha. Este increíblemente reducido número de efectivos con que nos vimos obligados a seguir adelante, demuestra hasta qué punto la concepción revolucionaria del 26 de Julio de 1953 era correcta.

Cinco años y medio más tarde, el primero de enero de 1959, desde la ciudad de Palma Soriano, rodeada ya Santiago de Cuba y los 5 000 hombres de su guarnición por nuestras fuerzas, lanzamos la consigna de huelga general revolucionaria a los trabajadores. El país entero se paró de modo absoluto pese al control gubernamental del aparato oficial del movimiento obrero, y en horas de la tarde las vanguardias rebeldes ocupaban el Moncada sin disparar un tiro (APLAUSOS). El enemigo estaba vencido. En 48 horas todas las instalaciones militares del país fueron dominadas por nuestras tropas, el pueblo ocupó las armas, y el golpe militar en la capital, instigado por la embajada yanki, con que pensaban escamotear el triunfo, quedó deshecho. Los asesinos aterrorizados vieron surgir de los cadáveres heroicos de los hombres asesinados en el Moncada el espectro victorioso de sus ideas (APLAUSOS). Era la misma consigna de huelga general que pensábamos lanzar el 26 de Julio de 1953, después de tomada la ciudad de Santiago de Cuba. Es cierto que esta vez ya en posesión del poder revolucionario, fue que procedimos a aplicar el programa del Moncada, pero la concepción de que la lucha misma forjaría en las masas la conciencia política superior que nos llevaría a una revolución socialista, ha demostrado en las condiciones de nuestra patria su absoluta justeza.

Las leyes revolucionarias enfrentaron a los explotadores y explotados en todos los terrenos. Latifundistas, capitalistas, terratenientes, banqueros, grandes comerciantes, burgueses y oligarcas de todo tipo y su incontable cohorte de servidores, reaccionaron inmediatamente contra el poder revolucionario en contubernio con el imperialismo, privilegiado propietario en Cuba de grandes extensiones de tierra, minas, centrales azucareros, bancos, servicios públicos, casas comerciales, fábricas, amo y señor de nuestra economía, que ya no tenía un ejército a su servicio. Comenzaron entonces las conjuras, los sabotajes, las grandes campañas de prensa, las amenazas exteriores.

Pero el pueblo no había recibido solo los beneficios de las leyes revolucionarias. Había conquistado ante todo y por primera vez en la historia de nuestra patria, el sentido pleno de su propia dignidad, la conciencia de su poder y de su inmensa energía.

Por primera vez el obrero, el campesino, el estudiante, las capas más humildes del pueblo, ascendían a lugares cimeros de la vida nacional. El poder revolucionario era su poder, el Estado era su Estado, el soldado era su soldado porque él mismo se convirtió en soldado (APLAUSOS); el rifle su rifle, el cañón su cañón, el tanque su tanque, la autoridad su autoridad, porque él era la autoridad. Ningún ser humano volvería jamás a sufrir humillación por el color de su piel; ninguna mujer tendría que prostituirse para ganarse el pan; ningún ciudadano tendría que pedir limosna; ningún anciano quedaría en el desamparo; ningún hombre sin trabajo; ningún enfermo sin asistencia; ningún niño sin escuela; ningunos ojos sin saber leer; ninguna mano sin saber escribir (APLAUSOS).

Lo que la Revolución significó desde el primer instante para el decoro del hombre, lo que significó en el orden moral fue tanto o más que lo que significaron los beneficios materiales.

La conciencia de clase se desarrolló en forma inusitada. Bien pronto los obreros, los campesinos, los estudiantes, los intelectuales revolucionarios, tuvieron que empuñar las armas para defender sus conquistas frente al enemigo imperialista y sus cómplices reaccionarios; bien pronto tuvieron que derramar su sangre generosa luchando contra la CIA y los bandidos; bien pronto tuvieron que ponerse todos en pie de guerra frente al peligro exterior; bien pronto tuvieron que combatir en las costas de Girón y de Playa Larga contra los invasores mercenarios (APLAUSOS).

¡Ah!, pero ya entonces las clases explotadas habían abierto los ojos a la realidad, habían encontrado al fin su propia ideología que no era ya la de los burgueses, terratenientes y demás explotadores, sino la ideología revolucionaria del proletariado, el marxismo-leninismo (APLAUSOS). Y el capitalismo desapareció en Cuba. Haber derramado la sangre del Moncada y de miles de cubanos más para mantener el capitalismo, habría sido sencillamente un crimen (APLAUSOS).

Así, el 16 de abril de 1961, nuestra clase obrera, cuando marchaba a enterrar a sus muertos con los rifles en alto, vísperas de la invasión, proclamó el carácter socialista de nuestra Revolución y en su nombre combatió y derramó su sangre, y todo un pueblo estuvo dispuesto a morir (APLAUSOS). Un decisivo salto en la conciencia política se había producido desde el 26 de Julio de 1953. Ninguna victoria moral pudiera compararse a esta en el glorioso camino de nuestra Revolución. Porque ningún pueblo en América había sido sometido por el imperialismo a un proceso tan intenso de adoctrinamiento reaccionario, de destrucción de la nacionalidad y sus valores históricos; a ninguno se le deformó tanto durante medio siglo. Y he aquí que ese pueblo se yergue como un gigante moral ante sus opresores históricos y barre en unos pocos años toda aquella lacra ideológica y toda la inmundicia del maccarthismo y el anticomunismo (APLAUSOS).

En la lucha aprendió a conocer a sus enemigos de clase internos y externos y en ella conoció a sus verdaderos aliados externos e internos. Frente al sabotaje de La Coubre y al embargo de armas de procedencia capitalista cuando más las necesitábamos, al criminal bloqueo económico de Estados Unidos y el aislamiento decretado por los gobiernos latinoamericanos a las órdenes del imperialismo yanki, solo del campo socialista, desde la gran patria de Lenin, se extendió la mano amiga y generosa (APLAUSOS); de allí nos vinieron armas, petróleo, trigo, maquinaria y materias primas; allí surgieron los mercados para nuestros productos boicoteados; de allí, recorriendo 10 000 kilómetros, llegaron las naves surcando los mares; de allí nos llegó la solidaridad internacionalista y el apoyo fraternal.

Bien poco quedaba en pie de todas las mentiras, la odiosa hipocresía, la humillante omnipotencia yanki en nuestra tierra, como no quedaba nada en pie de sus bancos, sus minas, sus fábricas, sus inmensos latifundios, sus todopoderosas empresas de servicio público, porque golpe por golpe frente a la agresión y el bloqueo fueron nacionalizadas todas (APLAUSOS).

En el programa del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó, estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo económico y social.

Como hemos dicho otras veces, aquel programa encerraba el máximo de objetivos revolucionarios y económicos que en aquel entonces se podía plantear, por el nivel político de las masas y la correlación nacional e internacional de fuerzas. Pero su aplicación consecuente nos conduciría a los caminos que hoy transitamos. Nosotros confiábamos plenamente en las leyes de la historia y en la energía sin límite de un pueblo liberado.

Ningún programa económico y social se cumplió jamás en este continente como se ha cumplido el programa del Moncada. Con el devenir del tiempo y la propia lucha se han superado con creces todas las esperanzas de entonces y avanzamos hace rato mucho más allá, por la senda gloriosa de la revolución socialista.

Martí, Marx, Engels y Lenin guiaron nuestro pensamiento político. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y demás patriotas del 1868 y el 1895, inspiraron nuestra acción militar. El pueblo de Cuba, en especial sus clases humildes, nos acompañaron en esta larga ruta; ellas engendraron nuestras luchas; ellas fueron los protagonistas verdaderos de la epopeya revolucionaria; ellas dieron sus mejores hijos que en el Moncada, en el Granma, en la Sierra, en el llano, en Palacio, en Goicuría, en el «Corynthia», en Cienfuegos, en todas las batallas y combates contra la tiranía, en las cámaras de tortura y en las manos de los verdugos, en el Escambray, en Playa Girón, en la lucha contra la CIA y sus agentes, en las aulas —como Benítez—, alfabetizando —como Ascunce—, en los puestos de trabajo produciendo para la sociedad o en otras tierras donde los llamara el deber internacionalista, entregaron sus vidas (APLAUSOS). Millones de cubanos humildes han trabajado abnegadamente en la producción, en la defensa, en la salud, en la educación, en los servicios, en la administración y en las duras y arduas responsabilidades del trabajo político y de las organizaciones de masa. A ellos corresponde el honor inmenso de haber llevado sobre sus hombros al país en la lucha que nos ha conducido a esta emocionante conmemoración del xx Aniversario (APLAUSOS).

El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo. Trincheras de ideas fueron más poderosas que trincheras de piedras. Nos mostró el valor de una doctrina, la fuerza de las ideas, y nos dejó la lección permanente de la perseverancia y el tesón en los propósitos justos. Nuestros muertos heroicos no cayeron en vano. Ellos señalaron el deber de seguir adelante, ellos encendieron en las almas el aliento inextinguible, ellos nos acompañaron en las cárceles y en el destierro, ellos combatieron junto a nosotros a lo largo de la guerra. Los vemos renacer en las nuevas generaciones que crecen al calor fraternal y humano de la Revolución; en nuestros estudiantes trabajadores que aquí vinieron a recibir su copa, en cada obrero de vanguardia, en los jóvenes que representan con honor a Cuba en el Festival Mundial (APLAUSOS), en los Camilitos que se educan para ser soldados como ellos (APLAUSOS), en los cadetes que juraron la bandera el día 22 (APLAUSOS).

¡Hace ya veinte años y muchos no tenían veinte años! Pero en todos los que no habían nacido todavía están ellos: en los niños que estudian en las escuelas creadas por la Revolución, en cada vida infantil que preservan de la muerte nuestros médicos revolucionarios; en cada victoria, en cada alegría, en cada sonrisa, en cada corazón de nuestro pueblo.

Sobre la sangre generosa que comenzó a derramarse el 26 de Julio, Cuba se levanta para señalar un camino en este continente y poner fin al dominio del «Norte revuelto y brutal» sobre los pueblos de nuestra América, marcando un punto de viraje histórico en el proceso de su ininterrumpido y arrogante avance sobre nuestras tierras, nuestras riquezas y nuestra soberanía, que duró 150 años.

En el instante en que tiene lugar la Revolución Cubana, ninguna región del mundo, ningún continente estaba tan completamente sometido a la política y los dictados de una potencia extraña como la América Latina.

Estados Unidos cercenó a México, intervino a Cuba, ocupó a Guantánamo, se apoderó de Puerto Rico, yuguló a Panamá, deshizo la unión de Centroamérica e intervino con las armas en sus repúblicas dispersas, envió la infantería de marina a Veracruz, Haití, Santo Domingo; se apoderó del cobre, del petróleo, del estaño, del níquel, del hierro del continente; dominó los bancos, el transporte marítimo, el comercio, los servicios públicos y las industrias básicas en todos nuestros pueblos; exigió y obtuvo convenios onerosos de intercambio; forjó por último con el rótulo de OEA un verdadero instrumento de administración colonial a cuyo amparo impuso el pacto militar de Río de Janeiro, la Junta Interamericana de Defensa, las maniobras militares conjuntas con las que trata de influir, adoctrinar y dominar los cuerpos armados: manejó gobiernos, fomentó golpes, armó tiranías sangrientas e impuso su ley soberana en todo el hemisferio, arrastrándonos a la guerra fría en su cruzada reaccionaria contra el socialismo y el movimiento de liberación de los pueblos.

Como nuestra patente de la nefasta influencia ejercida por los Estados Unidos en sus intervenciones militares están las satrapías que dejaron a su paso los marinos, en Haití, Santo Domingo, Nicaragua, Guatemala y otros países de Centroamérica. De tal modo impusieron el enervamiento, la corrupción y el atraso en estas repúblicas, que hoy entre sus gobiernos se encuentran los peones más incondicionales de Estados Unidos en Latinoamérica. Ellos constituyen, junto a los gobiernos de Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, la punta de lanza contrarrevolucionaria con que el imperialismo se propone aislar a los pueblos hermanos de Chile, Perú, Argentina y Panamá, cuyos procesos políticos están en conflicto con la omnipotencia del imperio.

Detrás del golpe de Uruguay y como parte de su estrategia continental están inconfundibles las manos de Estados Unidos y Brasil.

Igual que hizo en Europa, en Africa y en Asia, los Estados Unidos agrupa en este continente a los gobiernos más corruptos, impopulares y desprestigiados contra los estados progresistas y revolucionarios.

La política imperialista se comporta de la misma forma en todo el mundo frente a los pueblos que luchan por su liberación. Es por ello que no entendemos la extraña tesis que hace referencia a dos supuestos imperialismos, esgrimida por algunos dirigentes que se consideran parte del Tercer Mundo, pretendiendo semejar a la URSS con Estados Unidos, porque con ella sirven al único y verdadero imperialismo y aíslan a sus pueblos. Esta tesis reaccionaria en sí misma y fruto exclusivo de la ideología e intriga de los teóricos burgueses y del imperialismo tiene por objetivo alentar la división y la desconfianza entre las fuerzas revolucionarias a nivel internacional y alejar a los movimientos de liberación de los países socialistas.

Sin la Revolución de Octubre y sin la inmortal hazaña del pueblo soviético, que resistió primero la intervención y el bloqueo imperialista y derrotó más tarde la agresión del fascismo y lo aplastó a un costo de 20 millones de muertos, que ha desarrollado su técnica y su economía a un costo increíble de sudor y sacrificio sin explotar el trabajo de un solo obrero en ningún país de la Tierra, no habría sido en absoluto posible el fin del colonialismo y la liberación de decenas de pueblos en todos los continentes. No puede ni por un segundo olvidarse que las armas con que Cuba aplastó a los mercenarios de Girón y se defendió de Estados Unidos, las que en manos de los pueblos árabes resisten la agresión imperialista, las que usan los patriotas africanos contra el colonialismo portugués y las que empuñaron los vietnamitas en su heroica, extraordinaria y victoriosa lucha (APLAUSOS), llegaron de los países socialistas y esencialmente de la Unión Soviética (APLAUSOS). Alejar a los pueblos de sus aliados naturales es desarmarlos, aislarlos y derrotarlos. Política de avestruz. Ningún servicio peor se puede prestar a la causa de la liberación nacional.

El camino de los pueblos de América Latina no es fácil. El imperialismo yanki defenderá tesoneramente su dominio en esta parte del mundo. La confusión ideológica es todavía grande. Los Estados que han emprendido un curso de acción independiente de Estados Unidos y políticas de cambios estructurales aumentan en número, pero tienen aún que vencer grandes dificultades.

Pero el proceso de liberación nadie podrá detenerlo a la larga. Los pueblos de Latinoamérica no tienen más salvación posible que liberarse del dominio imperialista, hacer la revolución y unirse. Solo esto nos permitirá ocupar un lugar en el mundo entre las grandes comunidades humanas.

Solo esto nos daría las fuerzas para enfrentar los gigantescos problemas alimenticios, económicos, sociales y humanos de una población que ascenderá a 600 millones en 25 años más. Solo esto haría posible nuestra participación en la revolución científico-técnica que conformará la vida del futuro. Solo esto nos hará libres. Sin esto nuestras riquezas naturales se agotarán en beneficio exclusivo de las sociedades capitalistas de consumo y seremos los parias del mundo del mañana, ausentes de la civilización.

Luchar por estos objetivos debiera ser la tarea de una adecuada organización regional. Por mucho que la OEA se reforme y hasta cambie de nombre seguirá siendo la OEA. Mientras Estados Unidos permanezca en el seno de una organización regional de nuestros pueblos manejando los votos de sus títeres, ejerciendo poderosa influencia económica sobre los gobiernos individuales, intrigando, conspirando y tomándose la libertad de hacer en cada caso lo que más convenga a sus intereses, seguiremos teniendo una OEA.

La organización regional solo tendría razón de existencia como representante de nuestros pueblos en la defensa de sus intereses frente al imperialismo y luchar por la unión. Para que la familia en su conjunto pueda tratar con Estados Unidos no hace falta tener al imperio en el seno de la familia.

Si es cierto que en las actuales circunstancias, dada la correlación de fuerzas entre gobiernos progresistas y gobiernos reaccionarios en el seno de la familia latinoamericana, no es viable todavía crear esta organización regional propia porque Estados Unidos aún controla numerosos gobiernos, tampoco es posible revivir la vieja OEA, ni tiene sentido hacerlo. Dejémosla que fallezca de muerte natural (APLAUSOS).

Cuba sabrá esperar pacientemente. La solidez de nuestra Revolución es hoy mayor que nunca, y será joven todavía cuando ya ella haya muerto y, con ella, todo lo que significó de humillación y bochorno para nuestro pueblo. A su tumba llevará la vergüenza de los crímenes que se cometieron contra el pueblo guatemalteco, cuyo gobierno popular destruyeron los yankis con su complicidad y beneplácito; el oprobio de la invasión de Santo Domingo por las tropas de Estados Unidos que con cinismo aprobó, santificó y apoyó, incluso, unidades militares, para impedir la liberación de ese heroico pueblo, bajo la dirección de su inmortal paladín Francisco Caamaño (APLAUSOS); la infamia del ataque mercenario a Playa Girón, el aislamiento de Cuba, el bloqueo económico, los ataques piratas, las filtraciones, los lanzamientos de armas para equipar bandidos, los sabotajes y demás fechorías que con su apoyo realizó el imperialismo contra el pueblo de Cuba. Frente a todos los augurios nuestro pueblo con la solidaridad internacional de sus hermanos de clase, resistió y salió victorioso de todas las pruebas, y hoy las condiciones creadas para el esfuerzo revolucionario son mejores que nunca.

Los gobiernos tiránicos y opresores, al servicio de los explotadores, esgrimen siempre el argumento de la paz y el orden para justificar la violencia contra el pueblo y combatir la rebelión. Para ellos las revoluciones son sinónimos siempre de anarquía y caos. La absoluta paz interna y el orden ejemplar de que hoy disfruta nuestra patria, emanados de la disciplina consciente y el apoyo pleno a la Revolución de nuestros obreros, campesinos, estudiantes, profesionales, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que nos permite dedicarnos por entero al trabajo creador, no existieron jamás en Cuba, ni han existido en grado semejante en ninguna otra sociedad latinoamericana.

Nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, orgullo de nuestro pueblo, porque ellas, sus soldados, sus oficiales y sus reservas, igual que los combatientes del Ministerio del Interior, son el pueblo uniformado, constituyen un modelo de disciplina, humildad, abnegación y lealtad a la Revolución, al Partido y a la Patria (APLAUSOS).

Cuando contemplamos el panorama convulso que reina en los países capitalistas y en casi todos los pueblos de América Latina, no podemos menos que meditar en el extraordinario avance que significó para nuestro país, en el orden moral, la abolición radical del sistema capitalista de producción y de toda forma de explotación del hombre por el hombre, con su secuela de vicios, de corrupción, injusticia y mezquino egoísmo que aparta a los hombres de todo sentimiento de solidaridad humana.

La solidez granítica de la Revolución Cubana surge de su propio carácter socialista, que ha traído a nuestro pueblo un inmenso caudal de equidad y justicia.

El sueño de Marx de una sociedad sin explotadores ni explotados, que la concibió como desenlace natural de los regímenes capitalistas desarrollados, es, incluso en los pueblos pobres y subdesarrollados, el único camino de avanzar económica y socialmente sin los horrores y los sufrimientos del desarrollo capitalista.

Hay algunos dirigentes de países pobres que, para excusar sus debilidades políticas, han dicho que no quieren socializar la pobreza. Pero incluso la pobreza socializada es mucho más justa que mantener las masas en la miseria y permitir que goce de la riqueza una minoría privilegiada (APLAUSOS). Capitalizar la pobreza es peor que socializarla.

Nuestra Revolución ha tenido que confrontar, y confronta todavía, las dificultades inevitables para llevar adelante su cometido en las condiciones de un país pobre y atrasado económicamente. Nuestra escasa riqueza apenas bastaba para satisfacer un mínimo de las necesidades inmensas de una población que crece además rápidamente. La provincia de Oriente que en 1953 tenía un millón y medio de habitantes tiene ahora 3 100 000.

Para obstruccionar nuestro camino, el imperialismo, que fue precisamente el responsable principal de nuestras miserias, aparte de que nos obligó a gastos extraordinarios en los servicios de la defensa nacional, nos impuso, con todo su poder de influencia mundial, un rígido bloqueo económico, llevándose además muchos de los pocos técnicos que existían en Cuba al servicio de la burguesía.

El hecho de que nuestra economía dependiera de un solo producto de carácter agrícola, con bajísima productividad por hombre, que se aseguraba con el ejército de los desempleados sometida a las irregularidades del tiempo y a las más increíbles oscilaciones del precio, complicaba la tarea. La ausencia total de fuentes energéticas, de industrias mecánicas y químicas, de producción de aceros, de maderas y otros productos básicos, constituían sin duda obstáculos muy serios en nuestro camino. Quizás por ello los imperialistas estaban completamente seguros de que la Revolución no sobreviviría a sus agresiones.

A sobrevivir tuvimos que dedicar el grueso de nuestras energías en los primeros años de la Revolución. Pero no solo hemos sobrevivido sino que también, con la generosa cooperación de nuestros hermanos soviéticos, hemos avanzado considerablemente en múltiples aspectos.

En nuestro país no existe ya el desempleo, y nuestro estándar de salud, educación y seguridad social supera al de todos los países de América Latina (APLAUSOS).

Nuestro pueblo conmemora este XX Aniversario trabajando intensamente y avanzando en todos los campos. Y se han creado todas las condiciones para el avance sostenido de nuestra economía año por año.

Como país pobre, sin grandes recursos naturales de fácil explotación, que tiene que trabajar duramente para ganarse el pan, en medio de un mundo donde gran parte de los pueblos viven en la mayor pobreza, cuya población total, hoy de 3 500 millones, ascenderá a 7 000 millones en las próximas dos décadas y media, mientras el lujo y el despilfarro de las sociedades capitalistas desarrolladas agotan recursos naturales no recuperables, como el petróleo, cuyo precio amenaza con elevarse extraordinariamente, los objetivos de nuestro pueblo en el orden material no pueden ser muy ambiciosos.

Será nuestro deber en los próximos años elevar al máximo la eficiencia en la utilización de nuestros recursos económicos y humanos. Llevar la cuenta minuciosa de los gastos y los costos (APLAUSOS). Y los errores de idealismos que hayamos cometido en el manejo de la economía saberlos rectificar valientemente (APLAUSOS).

Nuestro gran sueño es avanzar hacia la sociedad comunista en que cada ser humano, con una conciencia superior y un espíritu pleno de solidaridad, sea capaz de aportar según su capacidad y recibir según sus necesidades. Pero ese nivel de conciencia y las posibilidades materiales de distribuir la producción social acorde con esa hermosa fórmula solo pueden ser fruto de la educación comunista de las nuevas generaciones y del desarrollo de las fuerzas productivas.

Marx dijo que el derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica y al desarrollo cultural por ella condicionada, y que «en la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y con ella el contraste entre el trabajador intelectual y el trabajador manual, cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida sino la primera necesidad vital; cuando con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: «¡de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades!»

Estamos en la fase socialista de la Revolución en que, por imperativo de las realidades materiales y del nivel de cultura y conciencia de una sociedad recién emergida de la sociedad capitalista, la forma de distribución que le corresponde es la planteada por Marx en «Crítica del programa de Gotha: ¡de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo! (APLAUSOS)

Es cierto que muchos de nuestros obreros son verdaderos ejemplos de comunistas por su actitud ante la vida, su conciencia superior y su extraordinaria solidaridad humana. Ellos son la avanzada de lo que un día deberá ser toda la sociedad. Pero pensar y actuar cual si ya esa fuese hoy la conducta de todos sus componentes, sería un ejemplo de idealismo cuyo resultado se traduciría en que el peso mayor del esfuerzo social cayera injustamente sobre los mejores sin ningún resultado moral en la conciencia de los más atrasados, y se traduciría en forma igualmente adversa a la economía. Junto al estímulo moral hay que usar también el estímulo material; sin abusar de uno ni de otro, porque lo primero nos llevaría al idealismo y lo segundo al desarrollo del egoísmo individual. Hemos de actuar de modo que los incentivos económicos no se conviertan en la motivación exclusiva del hombre, ni los incentivos morales en el pretexto para que unos vivan del trabajo de los demás (APLAUSOS).

Quizás la tarea más difícil que se impone en un proceso de marcha hacia el comunismo, sea la ciencia de saber conciliar dialécticamente las fórmulas que nos exige el presente, con el objetivo final de nuestra causa.

En la educación está el instrumento fundamental de la sociedad para desarrollar los individuos integrales capaces de vivir en el comunismo.

Debemos trabajar en los próximos 10 años para hacer avanzar nuestra economía a un ritmo anual promedio no menor del 6%, continuar mejorando progresivamente nuestro nivel de salud pública, llevar el sistema educacional a un grado óptimo, con cientos de miles de jóvenes integrados en las magníficas escuelas de estudio y trabajo que estamos ya construyendo masivamente (APLAUSOS), elevar paulatinamente los niveles en la alimentación, ropa y calzado de la población, aumentar las construcciones de viviendas hasta un ritmo que satisfaga las necesidades fundamentales del país, e incrementar los servicios de transporte y demás atenciones generales al pueblo. Estas aspiraciones de desarrollo económico y social, que no son por cierto las de un pueblo movido por espíritu de consumo, pueden alcanzarse perfectamente.

Desde que el 26 de Julio de 1953 atacamos el Moncada hemos logrado e incluso rebasado los objetivos que nos propusimos entonces, aunque las tareas eran más difíciles de lo que en aquel tiempo fuimos capaces de suponer.

Pero si aquel día éramos un puñado de hombres, hoy somos un pueblo entero conquistando el porvenir (APLAUSOS).

Si antes nuestras manos, casi inermes, se enfrentaban al poder que nos tiranizaba, hoy disponemos de un formidable ejército que nació del esfuerzo tesonero de aquellos combatientes, equipado con los medios más modernos y del cual todos los compatriotas capaces de empuñar las armas son soldados.

Si antes nuestro aparato político era un reducido contingente de cuadros y los hombres que militaban en nuestras filas eran unos cuantos cientos, hoy tenemos un Partido de más de 100 000 militantes y miles de cuadros abnegados y firmes (APLAUSOS). De la unión de todos los revolucionarios nació ese partido. Unión que se forjó en el desinterés y el renunciamiento más ejemplar, como símbolo de que una nueva era surgía en nuestra patria. Así, de una forma admirable, comenzamos a recorrer el nuevo camino, sin caudillos, sin personalismos, sin facciones, en un país donde históricamente la división y el conflicto de personalidades fue la causa de grandes derrotas políticas. Como el Partido Revolucionario Cubano de la independencia, hoy dirige nuestro Partido la Revolución. Militar en él no es fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa revolucionaria. Por ello en él ingresan los mejores hijos de la clase obrera y del pueblo, velando siempre por la calidad y no la cantidad. Sus raíces son las mejores tradiciones de la historia de nuestro pueblo, su ideología es la de la clase obrera: el marxismo-leninismo. El es depositario del poder político y garantía presente y futura de la pureza, consolidación, continuidad y avance de la Revolución. Si en los tiempos inciertos del 26 de Julio y en los primeros años de la Revolución los hombres jugaron individualmente un rol decisivo, ese papel lo desempeña hoy el Partido. Los hombres mueren, el Partido es inmortal (APLAUSOS).

Consolidarlo, elevar su autoridad, su disciplina, perfeccionar sus métodos de dirección, su carácter democrático y elevar el nivel cultural y político de sus cuadros y militantes, es deber ineludible de todos los revolucionarios.

Junto al Partido, su organización juvenil, la Unión de Jóvenes Comunistas y las organizaciones de masa (APLAUSOS): los sindicatos, los Comités de Defensa de la Revolución (APLAUSOS), la Federación de Mujeres Cubanas (APLAUSOS), la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (APLAUSOS), la FEU (APLAUSOS), la FEEM (APLAUSOS), la UPC (APLAUSOS), constituyen la gigantesca fuerza política y social que lleva adelante la obra que iniciamos el 26 de Julio.

A los jóvenes me dirijo especialmente en este instante. A ellos ha consagrado la Revolución el máximo de su esfuerzo y en ellos ha puesto sus mayores esperanzas. Para las nuevas generaciones se trabaja con verdadero amor, para ellas se realiza fundamentalmente la Revolución; por ellos, por los que no habían nacido todavía el 26 de Julio, derramaron su sangre generosa y pura los jóvenes que cayeron en el Moncada (APLAUSOS), para ellos se construyen cientos de excelentes escuelas, para ellos se desarrolla una economía que no conocerá las limitaciones de hoy; con ellos trabajarán decenas de miles de técnicos que hoy se forman; ellos poseerán un nivel de cultura que hoy no somos apenas capaces de imaginar. Nuestra generación, que inició sus luchas cuando los sueños no podían siquiera expresarse sin riesgos de ser incomprendidos; cuando la palabra socialismo no podía pronunciarse sin suscitar temores y prejuicios, en ustedes deposita sus más puros ideales, en la íntima convicción de que sabrán recogerlos, llevarlos adelante y trasmitirlos a los que los sucedan, hasta el día en que la sociedad cubana puede inscribir en su bandera la fórmula fraternal y humana de la vida comunista (APLAUSOS).

Rubén Martínez Villena en encendidos versos patrióticos escribió un día:

«Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones,
para vengar los muertos que padecen ultraje,
para limpiar la costra tenaz del coloniaje,
para no hacer inútil, en humillante suerte,
el esfuerzo y el hambre, y la herida y la muerte;
para que la República se mantenga de sí,
para cumplir el sueño de mármol de Martí;
para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos,
la patria que los padres le ganaron de pie…» (APLAUSOS).

Desde aquí te decimos, Rubén: el 26 de Julio fue la carga que tú pedías.

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)
Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado

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