Camilo Cienfuegos: Cuando un joven se vuelve legendario
Un recorrido virtual por la Casa Natal de Camilo Cienfuegos.
CAPAC- Por Andy Jorge Blanco/ Tomado de Cubadebate/ Foto: Archivo Granma.
Un pasillo conduce a la casa, una construcción ecléctica de 1927. En el patio, justo frente a la puerta de entrada, se alza un roble blanco de más de treinta años. Cuentan que lo sembró su mamá el día que inauguró como museo la pequeña casa donde nacieron sus tres hijos: Humberto, Osmany y Camilo Cienfuegos. “Simboliza la fortaleza y durabilidad de la personalidad del Héroe de Yaguajay”, dice la museóloga Caridad Michel Álvarez y agrega que “se ha podado muchísimas veces”.
A las diez de la mañana el follaje del árbol da sombra a la fachada y Caridad habla de Camilo en presente, quizás porque recordarlo en pasado no sería justo, a pesar del tiempo, y porque quiere “seguir creyendo que en cualquier lugar de este mundo él va a estar”.
Ochenta y nueve años después vuelve a ser sábado, como aquel 6 de febrero de 1932 cuando nació Camilo en la calle Pocitos No. 228, en una casa en la barriada de Lawton que sus padres –José Ramón Cienfuegos y Emilia Gorriarán– solo pudieron pagar hasta 1933. “Los padres, Camilo y Osmany dormían en el cuarto, y Humberto, que era el mayor, en un catre en el comedor”, cuenta Caridad mientras recuerda algunos de los alquileres por los que peregrinó la familia:
“De aquí van para un cuarto en una azotea en la calle O’Reilly de La Habana Vieja, donde vivieron un tiempo. Luego vuelven a la barriada de Lawton, después van a vivir a una casita de madera en San Francisco de Paula hasta que Camilo empieza el kindergarten. Más tarde regresan a esta zona, y aquí empieza en la escuela primaria No. 105 para varones ‘Félix Ernesto Alpízar’”.
Dicen que le gustaba cazar mariposas, que ahorró el dinero de su merienda y lo donó a los niños huérfanos de la Guerra Civil Española, que se fajó en la escuela por defender a los otros y que, si bien el béisbol era su deporte por excelencia, jugó voleibol, nadó, montó bicicleta… “Era una sola para tres hermanos y él siempre la tenía rota y ponchada”, comenta Caridad.
En la sala se conserva el televisor que Camilo le regaló a su madre con el primer sueldo, la máquina de coser utilizada por el papá que era sastre, imágenes de la familia. En el cuarto hay fotos suyas jugando pelota, montando bicicleta, otra con su papá en el monumento a Maceo en el Cacahual; a la entrada, está una fotografía en cuarto grado y, al lado, el premio “Beso de la Patria” que obtuvo como alumno integral en 1945 con 13 años.
Allí está también su carné de la Escuela Elemental de Artes Plásticas Aplicadas, anexa a la Escuela Nacional de Bellas Artes “San Alejandro”, donde matriculó tras culminar el octavo grado; y una de las pelotas utilizadas en el juego de los Barbudos.
“Algo significativo de ese partido, además de la anécdota de ‘contra Fidel ni en la pelota’, es el hecho de que Camilo fue el catcher y Fidel el pitcher, y a la hora de batear ninguno de los dos dio hit”, señala Caridad y se le escapa una risa.
En la tercera sala del museo se ubicaba el comedor, la cocina y el baño de la casa. Hay objetos utilizados por Camilo en su primer viaje a Estados Unidos con el fin de apoyar la economía familiar; un artículo suyo en el periódico La Voz de Cuba en el que condena la dictadura batistiana, y una carta enviada a su amigo José Antonio Pérez, quien era administrador del rotativo, donde se lee:
“Mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad y la hombría. Es imposible para mí permanecer alejado de los problemas. Cuba en estas horas negras, necesita de cada ciudadano, de cada hombre, su mayor esfuerzo; el mío fue, es y será pequeño, pero será íntegro para ella”.
En otra misiva de 1956 le escribía:
“A mi modo de ver las cosas, hay un solo camino digno de terminar la situación actual y con sus responsables: seguir la causa de Fidel. Llevar las cosas hasta un punto en que el gobierno se vea obligado a las elecciones generales con verdadera pulcritud. De lo contrario que corra la sangre. Fidel afirmó que este año seremos libres o él morirá. Yo desde hace mucho estoy con él, me lo había jurado y lo cumpliré”.
Caridad trabaja en la Casa Natal hace 12 años y aún así se sobrecoge cuando enseña la sala dedicada a la desaparición física del Señor de la Vanguardia.
“Mi hermano nació un 28 de octubre de 1967, el día que desaparece Camilo y el año que matan al Che, y se llama Camilo Ernesto. Y mi hijo nació un 6 de febrero. Era el héroe preferido de mi abuelo. Desde niña, incluso, después de adolescente, para mí él iba a aparecer en cualquier momento”.
La directora del museo, Silvia Vilma Hernández Sánchez, añade que Camilo “era un hombre extremadamente excepcional, cubanísimo, jovial, familiar, patriota, de una vida corta, pero muy intensa”.
Murió con apenas 27 años y fue legendario. Tuvo el respeto del enemigo y eso, en la vida como en la guerra, son palabras mayores. Cuando tomó el cuartel de Columbia los militares de la tiranía lo aplaudieron. Tras el triunfo de enero de 1959 siempre se le veía con los bolsillos llenos de papeles. “Inquietudes de la población e, incluso, cartas de amor porque era muy enamorado”, cuenta Caridad.
Es sábado, como aquel 6 de febrero de 1932. Una imagen del hombre de las mil anécdotas, como lo llamó el Che, finaliza el recorrido por el museo. Caridad comenta que, en las mañanas, la luz del sol entra por el pasillo y se refleja en el sombrero, como si se despidiera.
Dijo Vilma Espín que “si nosotros inventáramos un nombre para un personaje de leyenda le podríamos poner el nombre de Camilo Cienfuegos”.