Cuba: La Operación Peter Pan del otro lado del cristal
El 11 de noviembre de 1995 se estrenaba en la televisión cubana un documental que traía a colación un suceso ocurrido a inicios de los años 60 del pasado siglo: la Operación Peter Pan.
CAPAC- Por Pedro R. Noa/ Tomado de CubaCine.
El 11 de noviembre de 1995 se estrenaba en la televisión cubana un documental que traía a colación un suceso ocurrido a inicios de los años 60 del pasado siglo: la Operación Peter Pan, mediante la cual aproximadamente 15.000 niños y niñas cubanos, entre 6 y 16 años de edad, fueron enviados hacia Estados Unidos de América sin sus padres, quienes temían que les fueran arrebatados los pequeños, debido a la pérdida de la patria potestad.
La película, de 54 minutos de duración y producida por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) con la colaboración de otras instituciones, revive la experiencia de aquel acontecimiento, a través de la entrevista a ocho testimoniantes, todas mujeres, quienes rememoran las consecuencias que tuvo en sus vidas aquel suceso que las colocó, solas, en plena niñez, en una tierra y una cultura completamente desconocidas para ellas.
Del otro lado del cristal se realizó a ocho manos. La idea inicial estuvo a cargo de la realizadora Marina Ochoa, quien había presentado un proyecto sobre la Operación Peter Pan en el año 19932.
Ella ya había propuesto como fotógrafo para el filme a Guillermo Centeno (1945- 2015), pero dada su experiencia como director de documentales (Mamá se va a la guerra, Mientras el río pasa, Un poco de Consuelo) y su implicación en el proceso de investigación-realización, se quedó también como codirector.
A ellos dos se sumó Mercedes Arce, una entendida en el tema por su trabajo como psicóloga y funcionaria cubana en Naciones Unidas. Ella había conocido y tenía ubicados a decenas de infantes que habían sido llevados hacia Estados Unidos entre finales de 1960 y octubre de 1962. Por tal motivo, tuvo a su cargo, también, el diseño de producción.
Por último, se enrola Manuel Pérez Paredes (El hombre de Maisinicú, Páginas del diario de Mauricio), quien durante los años 90 había trabajado como asesor de proyectos dentro del ICAIC.
Pérez Paredes comenzó como asesor de Marina Ochoa y se fue sumando al proceso de pre y filmación del proyecto. Viajó con los otros tres a los Estados Unidos, donde se hizo una parte de la elaboración del largometraje y trabajó con todos en la edición.
La Fundación MacArthur de EE.UU. aportó dinero para poder viajar a ese país y a Puerto Rico, con el objetivo de entrevistar una selección ―hecha por Mercedes Arce― de los niños que vivieron la triste experiencia de ser “Peter Pan”.
El título del filme se refiere a la pared de cristal que durante aquellos años separaba a los viajeros de las personas que venían a despedirlos en el aeropuerto; pero en el texto audiovisual se convierte en la frontera física, emocional, que ha acompañado a aquellos miles de infantes durante toda su vida.
Del otro lado del cristal expone el peso que el entorno histórico y familiar puso en los hombros de esa infancia, y lo hace a través de ocho capítulos, cuyos títulos están tomados de frases dichas por las entrevistadas. Expresiones que matizan la evolución cronológica y los efectos psicológicos, ante una situación en la que ninguna tuvo la remota posibilidad de decidir.
El filme basa su narración en la hilvanación de las experiencias vividas, agrupadas en núcleos temáticos que le dan coherencia a cada sección, y de la que hay que destacar el trabajo de edición a cargo de Ricardo Miranda por mantener la progresión de la tragedia existencial de esas mujeres sin decaer durante todo el tiempo de duración de la película.
El primer capítulo, titulado “La nube que nos envolvió”, recoge las impresiones que rememoran las testimoniantes sobre lo que estaba ocurriendo a su alrededor, de cómo el ambiente de cambios revolucionarios entraba a sus vidas de niñas. En este, el uso de materiales de archivo sirve como contrapunteo de la memoria afectiva evocada, y entrega, al espectador, un entorno histórico que, en algunos casos, las entonces niñas recuerdan como conversaciones de adultos; pero también las imágenes hacen hincapié en la presencia de otros infantes en las tareas que se acometían en aquellos años, como la Campaña de Alfabetización.
El segundo, “¿Yo volveré?”, invoca la pregunta existencial asociada con la partida, con el momento de la separación de sus padres, de los objetos que formaron parte del recuerdo coligado a esa ruptura. Desde aquí, el empleo de los materiales de archivo es menor y son sustituidas por imágenes nuevas, relacionadas con las ciudades norteamericanas, pero sin ningún vínculo emocional con sus vidas.
“Y vi dónde estaba Minnesota” aborda los efectos psicológicos del primer encuentro con otra cultura, con otros seres, con otras niñas que nunca antes habían formado parte de su círculo familiar o de amistades, y la ligereza y fragilidad de esos encuentros, pues todas constantemente se iban separando. Ligereza, fragilidad que en algunas de ellas comenzó a formar parte de su personalidad.
Le sigue “En la torre hay un fantasma”, en el que hablan acerca de la recolocación dentro de la sociedad norteamericana o puertorriqueña y el impacto sobre sus vidas. Principalmente, porque cada una tuvo que enfrentarse a lugares como orfelinatos y casas de acogida, donde no siempre fueron bien recibidas; pero también muestra cómo los entornos en que se criaron las llevaron hasta ser protagonistas de actos de crueldad con otras congéneres.
El reencuentro con los padres después de varios años de soledad es contado en “Todo lo borró la lluvia”, un título demasiado noble para las historias que algunas de las entrevistas recuerdan, pues las muchachas que encontraron a sus parientes ya habían vivido demasiadas experiencias solas, con lo cual se habían afectado sus sentimientos y, por ende, muchos de los reencuentros solo provocaron un desbarajuste familiar.
“Everything’s ok” es el momento, dentro del documental, de la evaluación crítica de la memoria, de los acontecimientos vistos en la distancia temporal y las huellas dejadas. El leitmotiv de este fragmento es la correspondencia sostenida con sus padres durante los años de soledad.
Después de esa valoración, los realizadores ponen a sus entrevistadas frente a la reconstrucción de sus nuevas identidades. Por eso lo titularon “Yo camino de una forma distinta”, frase dicha por la única que regresó o tuvo el valor de retornar a Cuba. Este es uno de los más interesantes y emotivos, pues ellas reconocen que nunca han vuelto a pertenecer a ninguna otra nacionalidad.
Las meditaciones de ese fragmento se unen con el concluyente “Esos niños nunca van al infierno”. Es el tramo donde se analiza más conscientemente ―pero siempre desde sus perspectivas― qué fue el hecho que llevó a tantas niñas y niños a la separación de sus padres. En él los directores vuelven a hacer uso de las imágenes de archivo para comentar los testimonios. El capítulo se convierte en un examen abarcador desde todas sus aristas, porque cada una se juzga no solo como la niña sufriente, sino también ponen en la picota a los padres como decisores y ejecutores. Unas los miran con compasión, pero otras los critican duramente.
No puede terminarse un acercamiento a Del otro lado del cristal sin hacer mención a la música original escrita por Edesio Alejandro y Juan Piñera para el filme. Ella contribuye a transmitir, en los intermedios y durante muchas escenas, el proceso de desgarramiento de la identidad sufrida por esas ocho mujeres durante la infancia.
En 2014, Marina Ochoa regresó sobre el tema nuevamente en Never Ever Neverland, pero en esta ocasión, más que dirigir un filme testimonial, aprovechó para ahondar acerca de los contextos en que ocurrió aquel triste y lamentable suceso, que no solo tuvo como escenario los Estados Unidos de América.
Notas
(1) Silvia Irigoyen (Artista visual. Puerto Rico); Ileana Fuentes (Ensayista. Nueva Jersey); Rosa Otero (Oficinista. Miami); María Massud (Profesora de español. Chicago); Flora González (Profesora de español. Boston): Lourdes Rodríguez (Psicóloga. Boston); Silvia Correa (Abogada. Washington. D.C.); Vivian Otero (Traductora. Nueva York).
(2) “En el año 1992 o 1993 le presenté un proyecto a Alfredo (Guevara), mi concepción de cómo sería el documental. Él recién llegaba de la UNESCO. Después de aprobada la idea es que se incorpora Guillermo (Centeno) y el proyecto lo concluimos juntos. Nuestras intenciones eran memorizar y relatar situaciones personales o familiares. Aunque fuese de modo informal, pero había que hacer un documental cubano. Ya en aquel momento existía una serie de televisión de muy mal gusto realizada en Estados Unidos. También habían estrenado el documental Thelostapple, que fue encargado por el gobierno estadounidense, en el que se visitaban los campamentos y entrevistaban a algunos protagonistas”. Romero R. (2015) “Para entender Peter Pan. Entrevista a la cineasta cubana Marina Ochoa”/ Cubadebate.