Trump y Wall Street hacen cuentas con el petróleo de Venezuela
Trump apuesta a la diplomacia de las cañoneras, escondiendo intereses económicos, junto a Wall Street, que aspiran a ampliar los márgenes de ganancias que genera el petróleo.
CAPAC – por Gustavo Veiga en Derribando Muros
Detrás de las amenazas de Estados Unidos al gobierno de Nicolás Maduro se esconden intereses económicos que aspiran a ampliar los márgenes de ganancias que genera el petróleo. Trump apuesta a la diplomacia de las cañoneras ya que no le dio resultado la guerra cognitiva. Ni a él, ni a su antecesor Joe Biden en el pasado. El Wall Street Journal le exigió al magnate que derrocara al presidente venezolano.
Venezuela es sometida hoy a una guerra de intereses privados que se nutre de ataques de diversa escala en simultáneo. La matriz económica de la ofensiva contra Caracas nace en Wall Street, huele a petróleo, pero esconde un negocio financiero colosal basado en la principal reserva mundial de hidrocarburos y las potenciales ganancias que apalancaría esa riqueza ajena. La quinta parte del crudo que tiene el planeta. No en vano, el influyente Wall Street Journal le exigió a Donald Trump que depusiera al presidente Nicolás Maduro a principios de diciembre y sugirió que era una torpeza mover la maquinaria militar de EE.UU en el Caribe solo para hundir lanchas con motor fuera de borda. Mientras tanto, el banco JPMorgan ya calcula el impacto político de una transición y cómo reaccionarían los mercados a un cambio de gobierno forzado.
Estados Unidos intensificó este año la opción militar que se desarrolla en el Caribe porque antes no le dio demasiado resultado la guerra cognitiva. La teatralización del conflicto es una especialidad de la Casa Blanca en tiempos de Trump, con drones que atacan embarcaciones civiles piloteadas por presuntos narco-terroristas. Algo bien a tono con la estética de Hollywood.
Su estrategia se basa en inocularle a Maduro “la fórmula Manuel Noriega” verificada con éxito en Panamá en 1989, pero con grandes diferencias que tornan inaplicable esa doctrina del aliado desechable. Hugo Chávez y su sucesor nunca fueron cortesanos del imperio y sí sus voces críticas. Por eso EE.UU desempolvó la vieja diplomacia de las cañoneras que sumergió en un laberinto marítimo al gobierno republicano y que hasta ahora no muestra más que prepotencia discursiva y escaramuzas bélicas.
Desde el fin de la Guerra Fría no se había visto nada parecido en la región a lo que sucede entre Estados Unidos y Venezuela. Un despliegue inusitado de la cuarta flota, la utilización del portaviones nuclear Gerald Ford – el buque más grande del mundo con sus 337 metros de eslora -, comandos especializados en invasiones de la Armada, aviones, drones y misiles solo para intimidar a un país soberano. Francis Ford Coppola, que estrenó este año Megalópolis, su fábula futurista sobre la decadencia del imperio americano, tendría material de sobra en el Caribe para reversionar Apocalypse Now. En lugar de vietnamitas en el delta del Mekong, pescadores venezolanos o colombianos.
La aventura belicista de EE.UU ya les costó la vida a 87 personas asesinadas en 22 ataques que Estados Unidos describe como una cruzada contra el narcoterrorismo. La palabra compuesta agrega un significante nuevo a narco. A juzgar por el indulto de Trump al expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, sería narco pero no le cabe la condición de terrorista. Solo así se comprende que haya sido liberado un condenado a 45 años de prisión en Estados Unidos y que había sido sentenciado por facilitar la introducción de 400 toneladas de cocaína en el país.
Trump sostiene que “cada una de estas embarcaciones (las que hundió su flota) es responsable, en promedio, de la muerte de 25.000 estadounidenses”. ¿Cuántos cientos de miles de víctimas habría provocado entonces el exmandatario hondureño en EE.UU perdonado por el político republicano?
Los asesinatos en el mar que Trump y su secretario de Guerra (antes de Defensa), Pete Hegseth contabilizan como estadísticas distópicas de un videojuego, son considerados por Naciones Unidas y especialistas en relaciones internacionales como “crímenes de guerra”. El funcionario a quien el presidente confía el manejo de la crisis con Venezuela es un exefectivo de la Guardia Nacional, trabajó en la cadena ultraconservadora Fox News y es un extremista de derecha de ideas ultramontanas. Sus tatuajes lo delatan. Lleva grabada en el pecho la cruz de las Cruzadas y en un bícep la frase “Deus vult” (Dios lo quiere).
Hegseth está en problemas pese a que lo sostiene Trump. Justificó los asesinatos de dos tripulantes de una lancha hundida el 2 de septiembre cuando se aferraban a partes destruidas de la embarcación tras un primer ataque. Heridos, los remataron después según revelaron varias investigaciones periodísticas. El presidente se desligó del episodio, su colaborador lo asumió a medias y responsabilizó al almirante Frank Mitch Bradley por la decisión final.
El embajador de Venezuela en Naciones Unidas, Samuel Moncada, calificó a los ataques como “ejecuciones extrajudiciales” y comentó en octubre pasado que “un asesino anda suelto en el Caribe”.
Citado por Democracy Now, David Cole, profesor de derecho de la Universidad de Georgetown, declaró: “Toda esta operación, desde su inicio, es ilegal. No es legal dirigir ataques de forma premeditada contra personas solo porque se presume que están involucradas en actividades delictivas. […] Además se está atacando a quienes logran sobrevivir a estos bombardeos, personas que no representan ninguna amenaza para Estados Unidos, que simplemente intentan luchar por sus vidas y a quienes las fuerzas armadasatacan y matan a sangre fría”.
La política guerrerista de Estados Unidos tiene una doctrina que no oxida y se mantiene vigente desde hace poco más de dos siglos. El quinto presidente de EE.UU, James Monroe, la estableció en 1823 y de ella devienen sus políticas de control hemisférico. Trump le dio otra vuelta de tuerca con su Estrategia de Seguridad Nacional 2025 para sometimiento de todo el continente que se adjudica por derecho propio. Es un texto de 33 páginas que posa su análisis en las “amenazas más urgentes” para Occidente con la egocéntrica mirada de su presidente sintetizada en una definición del documento: el llamado “Corolario Trump”.
En términos geopolíticos, es una especie de teoría del fin de la historia como la estableció Francis Fukuyama en 1992. El presidente de Estados Unidos se arroga ahora la paternidad de un ciclo que está por cerrarse. Sus disparates mesiánicos transforman a EE.UU en la amenaza que siempre fue para otras naciones durante todo el siglo XX antes que en una posible víctima de peligros externos.

