Operaciones de bandera falsa: imprescindibles para el imperialismo (caso Hariri)
Hace muy poco estuvo en Argentina William Burns, el titular de la CIA, connotada organización terrorista internacional. Ojalá que la visita de este jefe terrorista no sea el preludio de los crímenes que la CIA sabe cometer, crímenes donde las operaciones de bandera falsa ocupan un lugar central.
por Leonardo Del Grosso – tomado del blog del autor
Es por lo que se explica en el copete que cobra actualidad este artículo del año 2011, que volvemos a postear ahora. Fue publicado originalmente en la primera versión de Periodismo Internacional Alternativo (PIA). Este que republicamos está tomado del blog del autor.
Introducción al artículo republicado el 20 de abril de 2014 en el blog del autor
Esta nota había sido escrita en marzo de 2011, cuando hacía pocos días que la OTAN había puesto en marcha la operación de destrucción de Libia. Desde aquel momento, el despliegue operacional de la estrategia militar del imperialismo sionanglosajón, con el empleo sistemático del terrorismo de bandera falsa en todos los escenarios donde actúa, hace que este artículo siga teniendo plena actualidad.
En diciembre de 2012 fue publicada por PIA (Periodismo Internacional Alternativo). Poco antes, el 19 de octubre de 2012, un coche bomba asesinó al General libanés de inteligencia Wissam al Hassan, una destacada figura del sunismo en El Líbano, asesinato sobre el que Sayyed Nasralá afirmó que fue «para alentar la división entre sunníes y shiíes del Líbano. Ellos querían mostrar que el responsable de inteligencia sunní más grande del Líbano había sido asesinado por un shií». Es justamente mediante esa operación de bandera falsa que el sionismo pretendía lograr el objetivo denunciado por Nasralá.
«Y la clase dominante, los multimillonarios que obtienen beneficio del sufrimiento humano, que sólo se preocupan en expandir su riqueza, en controlar la economía mundial, comprenden que su poder sólo yace en su habilidad para convencernos de que la guerra, la opresión y la explotación es por nuestro interés»
Mike Prysner, veterano de la guerra de Irak del Ejército de los Estados Unidos, hoy activista contra la guerra
Operaciones de bandera falsa: imprescindibles para el imperialismo (caso Hariri)
Las operaciones de bandera falsa, como lo expresa su nombre, son acciones encubiertas cuyo fin es atribuir la autoría de las mismas a un sujeto diferente del que las realizó. Quienes emplean estas tácticas de manera exclusiva son las oligarquías imperialistas, porque es coherente con su propia naturaleza apátrida, y por la propia naturaleza de su viabilidad política, que se basa estrictamente en la mentira y el miedo, en el engaño y la violencia.
Resulta lógico desde todo punto de vista que quienes someten a millones de personas a la explotación, quienes provocan las guerras genocidas, quienes depredan las riquezas naturales, o sea, los alienados del poder privado, constituyan su doctrina militar con los procedimientos más viles y despreciables.
Pero a pesar de que el razonamiento que acabamos de expresar se presenta como sólido y compacto, parecen ser escasas las personas que sacan todas las consecuentes conclusiones políticas que se derivan de él.
Es en este clima ideológico intoxicado dónde no se asume la magnitud que la línea de las operaciones de bandera falsa tiene dentro de la doctrina político-militar imperialista. Las operaciones encubiertas, y dentro de ellas las de bandera falsa, constituyen una línea operativa fundamental de los imperialistas, imprescindible, para construir sus mentiras creíbles, legitimar sus crímenes (no es casual que actualmente el gobierno Obama ha jerarquizado a las “operaciones especiales” dentro de sus planificación) y dividir a las fuerzas oponentes.
La mentira necesita ser verosímil para ser creída, caso contrario resultará inútil. El gran aguacero de falsedades que se abate sobre las mentes de millones de personas a través de las cadenas imperiales de comunicación de masas necesita hechos que hagan verosímiles las mentiras. Para poder criminalizar a determinados Estados y organizaciones el Imperio, las más de las veces a través de la ONU, necesita “armarles una causa”. En este sentido, lo más importante para los imperialistas no es tanto que sus fechorías se realicen con suma prolijidad para que su verdadero autor (ellos mismos) no sea identificado, sino que por lo menos no se realicen tan burdamente que dificulten la verosimilitud de la falsa acusación y, en relación con ello, la posibilidad de construir “opinión pública” al servicio de los fines imperiales. De lo demás, de la “investigación”, o sea, del encubrimiento judicial de atentados y masacres, se ocupan los «honorables» magistrados.
Por lo tanto, sistémicamente, las operaciones de bandera falsa constituyen un modus operandi que involucra a todo el sistema imperial, desde sus ejecutores directos hasta toda la pléyade de encubridores políticos y judiciales.
Rafic Hariri y la corbeta Cheonan
De la multiplicidad de operaciones de bandera falsa que se pueden inventariar (hundimiento del acorazado Maine, incidente del Golfo de Tonkin, «asunto Lavon», atentado de Bolonia, masacre de Bali, atentado en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, etc., etc.) hay dos que actualmente tienen especial relevancia, sobre los cuales pivotea la criminalización de Siria, Hezbolla en El Líbano, y de la República Popular y Democrática de Corea en el oriente de Asia. Criminalización previa y necesaria para viabilizar políticamente la agresión militar usionista contra esos bastiones antiimperialistas. Nos referimos al asesinato de Rafic Hariri, ex-primer ministro de El Líbano, el 14 de febrero de 2005 en Beirut, y al hundimiento de la Corbeta surcoreana Cheonan, en el Mar Amarillo, el 26 de marzo de 2010.
Ambas operaciones fueron ejecutadas por el imperialismo sionanglosajón. Como contracara necesaria de la maniobra de criminalización de sus objetivos, los sionanglosajones crearon sendas comisiones “investigadoras”, cuya función era proteger a los verdaderos autores de los atentados y dirigir la acusación contra quienes pretendían demonizar.
Sucedió antes de la invasión a Irak, cuando inventaron la mentira de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein; sucedió con Libia poco antes de los bombardeos que Reagan ordenó contra Trípoli en 1986 (donde asesinaron a una de las hijas adoptivas de Muammar Al-Gaddafi); sucede hoy, en mayor o menor medida, con Irán, Siria, Sudán, Cuba, Venezuela, Libia, Corea del Norte.
En este artículo sólo nos abocaremos al asesinato de Hariri. Queda para un próximo artículo lo referido al hundimiento de la corbeta surcoreana Cheonan.
El asesinato de Rafic Hariri
Rafic Hariri (gran burgués libanés, dos veces primer ministro, anfitrión de los tratados de Saif -ciudad de Arabia Saudita- de 1989 que, tras 15 años de guerra civil, estableció un nuevo acuerdo nacional expresado en la Carta Libanesa de Reconciliación Nacional) fue asesinado en Beirut mediante una fuerte explosión al paso de su convoy de autos blindados. Además del ex-primer ministro, murieron 22 personas, y más de cien resultaron heridas. Si antes del atentado las organizaciones pro-norteamericanas en El Líbano (y fuera de él) prepararon el terreno para criminalizar a Siria, inmediatamente después, sin esperar los resultados de ninguna investigación de los hechos, señalaron a Siria como culpable del magnicidio.
Inmediatamente, la ONU creó una misión de ayuda judicial ante El Líbano. El primer fiscal de esta «misión de ayuda» (que fue transformándose en comisión investigadora internacional, para ser luego instancia acusadora internacional, para ser ahora Tribunal Especial para El Líbano) fue el alemán Detlev Mehlis, quien cuenta como «mérito» en su foja de servicios haber conducido la «investigación» del atentado a la discoteca La Belle, en 1986 en Alemania -donde murieron dos soldados estadounidenses y una ciudadana turca y hubo cerca de 200 heridos-, por lo cual acusó a Libia y, por supuesto, encubrió a los verdaderos autores sionistas.
Esta vez, en El Líbano, este sujeto basó su acusación en falsos testimonios pagos de quienes, por diversas circunstancias, terminaron admitiendo sus mercenaria conducta, y en falsos testimonios obtenidos bajo tortura, como el del testigo Hussam Taher Hussam. Esto obligó a Mehlis a suprimir de apuro y groseramente (alegando «errores técnicos») ciertas partes de su primer informe incriminador contra Siria y Líbano. Mehlis tuvo como asistente al comisario alemán Gerhard Lehman, quien resultó directamente implicado en los vuelos de la CIA, donde se secuestraban y enviaban supuestos terroristas a centros de tortura en Europa y el resto del mundo. Todo esto, más el conocimiento público de que Mehlis trabajaba para institutos de investigación financiados por la CIA y relacionados con el AIPAC (American Israel Public Affairs Committee, lobby estadounidense pro-israelí), terminó por desacreditar completamente al fiscal alemán y provocar su renuncia a principios de 2006.
Mientras estuvo al frente de la «investigación», Mehlis descartó la «pista israelí» y enfiló su trabajo exclusivamente a incriminar a los enemigos de Israel. Basado en esos falsos testimonios, detuvo a cuatro generales del ejército de El Líbano, los que estuvieron en prisión casi cuatro años, luego liberados ante la falta de pruebas. Su asistente Lehman pretendió comprar, a cambio de la libertad, el falso testimonio de uno de los generales y pretendió chantajear a otro con montajes contra su familia para dañar su honor. Uno de ellos, el General Yamil Sayyid, exigió, al ser liberado, que se juzgue a quienes provocaron su encarcelamiento e hizo responsable a Saad Hariri (“Ha vendido la sangre de su padre”, dijo el General) (por el momento las acciones legales impulsadas por su denuncia no han avanzado en nada porque el Tribunal Especial para El Líbano se niega a facilitar las actas con los -falsos- testimonios de quienes lo acusaron).
Los fiscales que sucedieron a Mehlis (quien recibió de manos del presidente de Alemania, Horst Kohler, la Cruz Federal del Mérito como recompensa a sus servicios), primero el belga Serge Brammertz (hoy -por marzo de 2011- presidente del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia), y luego el canadiense Daniel Bellemare, continuaron la misma «línea de investigación»: encubrir al verdadero autor (principalmente el Estado de Israel) y apuntar hacia Siria. Ante la caída de las principales «pruebas» contra este país, la orientación fue acusar a la organización patriótica islámica Hezbolá. Más aún, el Tribunal Especial para El Líbano aprovechó su investidura para recabar información de inteligencia que nada tenía que ver con el asesinato de Hariri, sino con la alimentación de las bases de datos de Israel con información de la resistencia patriótica del Líbano.
El 17 de enero de 2011 el fiscal Daniel Bellemare entregó al juez instructor el informe con las acusaciones, que hasta el 2 de marzo de 2011 no se habían dado a conocer pero que se sabía que inculpaban a miembros de Hezbolá. Esta maniobra de criminalización contra Hezbolá es la que terminó desencadenando la caída del primer ministro Saad Hariri, hijo del asesinado Rafic Hariri. Lo que divide El Líbano hoy es la colaboración o no del Estado libanés con este tendencioso y fraudulento Tribunal Especial. Lo que divide al Líbano es la criminalización o no de los héroes de la Resistencia, encabezada por Hezbolá, que derramaron su sangre enfrentando al invasor sionista y garantizando la integridad de la nación libanesa.
En el año 2010 Hezbolá presentó testimonios de agentes del Mossad, detenidos en El Líbano, que reconocen que trabajaron en la organización del atentado (garantizar el itinerario de Hariri, entre otras tareas) y en las operaciones políticas y de inteligencia relacionadas con él. Presentaron además filmaciones y otras pruebas documentales donde se demuestra que drones israelíes (aviones teledirigidos, sin piloto) realizaron tareas de inteligencia para conocer la rutina de Rafic Hariri, e incrementaron su actividad el día del atentado.
El periodista alemán Jürgen Cain Kulbel (periodista colaborador de la Red Voltaire y autor del libro «El caso Hariri»; detenido -y liberado dos semanas más tarde- en Alemania en junio de 2008 por revelar documentalmente que Said Dudin, un provocador infiltrado en el movimiento alemán de solidaridad con Palestina, era un espía al servicio del Mossad) demuestra que los fiscales, y en particular Serge Brammertz, destruyeron las evidencias que podían incriminar a Israel, y a su vez descartaron investigar a los conspiradores libaneses, al servicio del sionismo, que colaboraron con el asesinato de R. Hariri. Además descartaron investigar el sistema de interferencia electrónico -de origen israelí- que usaba Hariri para proteger sus movimientos (sistema que debería haber impedido el activado de explosivos por control remoto).
Por su parte, el periodista francés Thierry Meyssan (presidente y fundador de la Red Voltaire, presidente de Axis por Peace, autor de los libros «La gran impostura» -I y II- y «El Pentagate», donde demuestra que los atentados de 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos fueron perpetrados por el complejo militar-industrial de ese país; debido a la persecución de Sarkozy debió exiliarse de Francia) analizó las características atípicas de la explosión (características de la onda expansiva, si hubo o no pulso térmico, si hubo o no pulso electromagnético, si se detectaron vestigios radioactivos, grado y tipo de destrucción perimetral, tipo de daño ocasionado a las víctimas, etc., etc.) y de ese análisis deduce que los rastros de la explosión no son compatibles con los explosivos militares conocidos comúnmente. Se puede suponer que fue utilizada un arma desconocida para la opinión pública pero que viene siendo desarrollada hace años por algunas de las potencias militares del planeta: un arma nuclear de pequeñas dimensiones y poder controlado, resultado de la combinación de la tecnología nuclear con la nanotecnología. Indudablemente que parece increíble para quien lo escucha por primera vez pero resulta totalmente posible considerando las evoluciones científicas y tecnológicas constantes. Según Meyssan, contra Hariri se empleó un arma de este tipo, provista por Alemania, un país que bajo la presidencia de Merkel ha establecido fuertes lazos de colaboración con Israel.
Daniel Estulín (periodista ruso de investigación, autor de «Operación Octopus», el «Imperio en las sombras», y «La verdadera historia del Club Bilderberg», entre otras obras) también denuncia la utilización de este tipo de armas, las mini-bombas nucleares, desde hace ya más de dos décadas, en todo tipo de operaciones de bandera falsa.
La consecuencia concreta del atentado de Rafic Hariri indudablemente no benefició a Siria, primer objetivo elegido por los apátridas para señalar como autor de la masacre. Es así que luego de la confusión y los enfrentamientos provocados por los sionistas usando el magnicidio como pantalla, éstos y sus aliados en el interior del Líbano lograron que Siria retire sus tropas del Líbano, las que funcionaban como fuerzas de paz para evitar la guerra civil. Son las mismas tropas que había bendecido el Acuerdo de Taif, del cual Rafic Hariri fue el anfitrión, y las mismas tropas que eran un obstáculo para la planificada invasión del Líbano por parte de Israel. Retiradas las tropas sirias, Israel invadió El Líbano en 2006, pero fue imprevistamente derrotado por Hezbolá, contra quien se dirigen hoy las calumnias sionistas, mediante el Tribunal Especial para El Líbano.
Recapitulando: 1, ejecutar la masacre terrorista; 2, tomando la operación encubierta como base, lanzar una agresiva campaña de acción sicológica para demonizar el objetivo enemigo; 3, garantizar que las «investigaciones» queden en manos de jueces afines (si es necesario crear un tribunal extranacional, por supuesto digitado por el club de los apátridas); 4, dirigir la instrucción judicial para destruir toda evidencia objetiva que pueda conducir a los verdaderos autores materiales e intelectuales del acto terrorista; 5, sobre la base de montajes, explotar estas pseudo-investigaciones de los criminales judiciales para seguir desarrollando el acoso demonizante y de esta manera justificar ofensivas político-militares. Tal la secuencia metodológica aplicada de manera idéntica en los Estados Unidos y en Alemania, en El Líbano y en Yugoslavia, en Kenia y en La India.
Hoy en nuestro país, Argentina, las filtraciones a través de Wikileaks confirman una vez más las groserías cometidas para encubrir a los verdaderos autores del atentado a la AMIA, y dejan en evidencia la colaboración de conspicuas personalidades sionistas autoerigidas en representantes del judaísmo (tan es así que ocupan cargos representativos en las organizaciones comunitarias) y la operatoria del embajador estadounidense en la Argentina para entorpecer el accionar judicial y así poder seguir criminalizando a Irán. Menem, gran amigo del Estado de Israel y esmerado lamebotas del sionista Kissinger y demás estafadores, fue uno de los responsables, como presidente, de tal encubrimiento.
Cualquier semejanza con el Tribunal Especial para El Líbano es, seguramente, sólo mera coincidencia.