Operación Carlota – Cuba solidaria, a toda prueba
A 30 años de que retornaran nuestros últimos internacionalistas de Angola, el autor resalta ribetes de esta tremenda victoria cubana sobre los imperialistas.
CAPAC – por Pastor Bautista Valdés – tomado de Granma
A 30 años de que retornaran nuestros últimos internacionalistas de Angola, más me convenzo de que, además de militar, la victoria sobre Sudáfrica y sus aliados fue un triunfo profundamente humano.
Miles de testigos y protagonistas pudieran escribir libros enteros o permanecer horas reviviendo momentos trascendentales durante acciones y combates a lo largo de tres lustros.
A punta de pupila está el altruismo de Quifangondo, Cabinda, Ebo, Sumbe, Cangamba, Cuito Cuanavale, Calueque, cientos de caravanas y otros instantes en los que participaron directa o indirectamente más de 370 000 cubanos.
Ninguno fue obligado a ir. Ni uno solo de ellos lo hizo en busca de glorias personales, dinero, fortuna, prebendas…
Fue la respuesta de un país entero, nadie lo dude, ante la ayuda solicitada por el presidente Agosthino Neto al Comandante en Jefe Fidel Castro (1975), frente a la conjura entretejida por potencias extranjeras y la contrarrevolución interna, para tomar Luanda e impedir la independencia de Angola acordada en Alvor.
Carlota se llamó la operación de solidaridad cubana, en evocación a la esclava africana que en 1843 había liderado una revuelta contra la opresión española en el ingenio Triunvirato, de Matanzas.
Acerca de la experiencia militar y de la contribución política cubana para los destinos de aquel país (soberanía) y del continente (fin del apartheid en Sudáfrica e implementación de la Resolución 435/78 de la ONU para la independencia de Namibia), expertos e investigadores han escrito y pudieran hacerlo aún más.
Cada campanada del reloj, sin embargo, acentúa la convicción de cuánto nos falta por decir acerca de lo que el arte militar tal vez no haya podido mostrar jamás en el mundo: la huella humana dejada en cada palmo de tierra defendida.
No es imaginación: es la silueta real del médico cubano tratando de salvar al bebé que la nativa carga entre sollozos, es la garganta negada a que pase alimento mientras un grupo de angolanitos miran, con un vacío tan grande en los ojos como en el estómago.
Es la gratitud del niño que, con cinco años, fue hallado moribundo, sin familia, y nuestros hombres abrigaron, dieron nombre (Alberto Manuel Gómez), protegieron y convirtieron en magnífico joven.
Es el soplo de vida en cada parque infantil que manos cubanas levantaron para niños de pies descalzos, o los juguetes rústicos fabricados en refugios de Cuito Cuanavale, para desbordar, acaso por vez primera, la fantasía de la infancia en esa zona.
Son los soldados angolanos a quienes el sargento Alfredo Plascencia enseñó a leer y a escribir en Ruacaná, o los monumentos erigidos a la victoria, en lejanos parajes, previo a un retorno triunfal cuya total transparencia observaría la ONU.
Es la silueta de un hombre llamado Joao Isidro Sesse volteando la cabeza, en medio de la multitud que despide a nuestras tropas, para no ver las lágrimas de su esposa y, de paso, ocultar también las suyas.
Y es Raúl en El Cacahual, dos días después de que volviera el último combatiente, diciendo con voz firme lo que firme cumplió el pueblo de Cuba, «protagonista verdadero de esa epopeya», demostración colosal de cuanto puede un país, pequeño y solidario, movido por causas justas: «A nuestro pueblo y a usted, Comandante en Jefe, informo: ¡la Operación Carlota ha concluido!».