Fidel Castro y los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre
Fidel Castro brilló alto, como dijo el Che, en «los días luminosos y tristes de la Crisis de octubre» (también definido así por el Che). Fidel supo como nadie conducir la dignidad del pueblo cubano en su resistencia contra EE.UU. y también hacerla valer frente al comportamiento desconsiderado de Kruschev.
CAPAC – por Tomás Diez Acosta – tomado de Cubadebate
Amanecía el lunes 22 de octubre de 1962, el personal de guardia de las direcciones de Operaciones e Información del Estado Mayor General de las FAR, comenzaron a recorrer las oficinas despertando a sus compañeros que hasta altas horas de la noche habían estado trabajando, muy pocos pudieron ir a sus casas. La nueva semana presagiaba ser muy intensa, pues con los primeros rayos del sol comenzaron a recibirse noticias cada vez más alarmantes provenientes de los Estados Unidos.
El día anterior, al final de la tarde, un telefonema codificado del Ejército de Oriente puso a todos en guardia, pues daba cuenta del reforzamiento con tropas y equipos bélicos de la base naval de Guantánamo. Esta información incluía la noticia, obtenida por un canal confidencial, que el mando de ese enclave había dispuesto la salida inmediata de los civiles y familiares de los militares allí destacados. Desde mediados del mes el Comandante en Jefe Fidel Castro, había indicado al Comandante Sergio del Valle, jefe del EMG, mantenerse una vigilancia continua ante el incremento de las acciones militares de las fuerzas armadas norteamericanas en el Caribe.
Al mediodía del 22, se conoció que el secretario de Prensa de la Casa Blanca requirió un espacio al final de la tarde en las principales cadenas de radio y televisión de los Estados Unidos, para una alocución a todo el país del presidente Kennedy. A partir de ese momento los medios de prensa comenzaron a reportar reuniones que tenían lugar en el recinto presidencial.
El Comandante en Jefe apreció estas informaciones y concluyó que esos trajines en la Casa Blanca estaban relacionados con el descubrimiento de los cohetes soviéticos en nuestro país y, aunque no se podía predecir con exactitud el tipo de agresión que emprendería y el lugar por donde se llevaría a cabo, tuvo la certeza que esta ocurriría y, por consiguiente, ordenó, a las 15:50 horas, el paso a la fase alerta de combate a las fuerzas armadas, y un poco más tarde, a las 17:35, decretó la fase de alarma de combate para todo el país. Fidel puso en práctica una máxima, que siempre ha tenido en cuenta a lo largo de su vida, no dejarse sorprender por el enemigo, así lo explicó días más tarde a los jefes militares cubanos reunido con él.
Durante esa tarde, el Comandante en Jefe se reunió con el ministro de las FAR, Comandante Raúl Castro, y los comandantes Ernesto Che Guevara, Guillermo García Frías, jefe del Ejército de occidente, y Sergio del Valle. A Raúl le orientó partir de inmediato hacia Santiago de Cuba para ponerse al frente del Ejército de Oriente, indicándole que hiciera el viaje por carretera y, a su paso por Santa Clara se entrevistara con el Comandante Juan Almeida, jefe del Ejército del Centro, para explicarle la situación que determinó la movilización general del país y las medidas a tomar. El Che también saldría rápidamente hacia Pinar del Río para asumir la jefatura del Cuerpo de Ejército de esa provincia. Las instrucciones para todos fueron claras y precisas: tomar medidas urgentes para preservar la población, las tropas y principales objetivos militares, económicos y políticos de los posibles ataques aéreos enemigos; de producirse la intervención militar directa de los Estados Unidos, combatir sin tregua al invasor, y crear condiciones en las regiones montañosas del país para desarrollar la lucha guerrillera, si el enemigo lograba ocupar algún territorio.
Los hechos le dieron la razón a Fidel. Casi una hora y media después de decretada la alarma de combate, el presidente Kennedy anunció, con tono recriminatorio y lacónico que los soviéticos, de manera súbita y clandestina, estaban instalando bases de misiles ofensivos en Cuba, cuyo objetivo afirmó: “(…) no puede ser otro que montar una fuerza de ataque nuclear contra el hemisferio occidental”, lo que “(…) constituye una evidente amenaza a la paz y a la seguridad de todos los americanos (…)”. A continuación, aseveró: “Esta acción contradice también las reiteradas seguridades dadas, pública y privadamente, por los portavoces soviéticos, de que los armamentos instalados en Cuba conservarían su primitivo carácter defensivo y de que la Unión Soviética no tenFidel Castro brilló alto, como dijo el Che, en «los días luminosos y tristes de la Crisis de octubre» (también definido así por el Che). Fidel supo como nadie conducir la dignidad del pueblo cubano en su resistencia contra EE.UU. y también hacer valerla frente al comportamiento desconsiderado de Kruschev.ía necesidad ni deseos de situar misiles estratégicos en el territorio de ninguna otra nación”. [1]
Con esas palabras, meticulosamente preparadas para influir y justificar psicológicamente, ante la opinión pública norteamericana y del mundo, el presidente Kennedy había ordenado a sus fuerzas armadas las ilegales medidas militares de bloqueo naval a Cuba las cuales provocarían la más grave crisis ocurrida en la segunda mitad de la pasada centuria, pues nunca antes la humanidad había estado tan cerca de la guerra nuclear.
Cuba no fue sorprendida
La posibilidad de una agresión militar directa de Estados Unidos no fue una sorpresa para Cuba. La máxima dirección política militar del país, encabezada por el Comandante en Jefe, apreció acertadamente que el imperialismo, después de la aplastante derrota sufrida en las arenas de Playa Girón, no tenía otra opción en el terreno militar para poder destruir la Revolución, que el empleo de sus fuerzas armadas en una intervención directa y que haría todo lo posible para preparar las condiciones y justificar esta.
En consecuencia, se tomaron las medidas para garantizar la seguridad nacional y elevar la capacidad defensiva del país. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sin perder el espíritu guerrillero de su origen, experimentaron cambios sustanciales en su estructura y composición orgánica.
La estrategia cubana elaborada por la alta dirección de la Revolución, se basó en la creación de un dispositivo de seguridad nacional, con una participación masiva de todo el pueblo, para que, en caso de ocurrir la agresión militar directa de los Estados Unidos, hacerle una infranqueable resistencia, capaz de cobrar un alto precio en vidas y medios al invasor que los políticos de turno en ese país no estuvieran dispuestos a pagar.
La justeza de este esfuerzo de la Revolución no fue en balde. El gobierno de los Estados Unidos continuó su guerra secreta contra Cuba y con ese propósito se elaboraron nuevos planes agresivos y se intensificaron las acciones encubiertas y subversivas. En noviembre de 1961, la administración norteamericana engendró un nuevo proyecto denominado Operación Mangosta, cuya ejecución se extendería durante 1962. Este incluyó todas las formas posibles de agresión: bloqueo económico, aislamiento político diplomático, subversión interna, intentos de asesinatos de líderes cubanos –particularmente el de Fidel Castro-, guerra psicológica y finalmente, invasión militar.
El despliegue de cohetes soviéticos en Cuba
Este accionar contrarrevolucionario de Estados Unidos presagió, en la primavera de ese año, la agresión militar directa al país y sirvió de argumento para justificar la propuesta soviética de desplegar en Cuba cohetes de alcance medio e intermedio. Esta iniciativa, que tuvo en el máximo dirigente de la Unión Soviética de aquel entonces, Nikita S. Jruschov, a su principal mentor estuvo íntimamente relacionada también con la amenaza que significaba para la seguridad de la URSS la instalación de bases estadounidenses de cohetes Júpiter en Turquía e Italia. “Tenemos que pagarle con la misma moneda, darle a probar su propio remedio, y obligarlos a sentir en su propio cuerpo lo que significa vivir colimado por armas nucleares”,[2] repitió Jruschov en varias ocasiones a sus allegados más cercanos. Después de un proceso de consulta y discusión en el seno de la más alta dirigencia política y militar soviéticas se acordó realizar la propuesta a la dirección cubana.
Periódico Revolución informa sobre indicaciones de Fidel en la Crisis de Octubre. Foto: Fidel Soldado de las Ideas.
A finales de mayo de 1962 fue presentada esa iniciativa a la máxima dirección de la Revolución Cubana, que después de analizarla profundamente, tomó la decisión de aceptarla, pues esa medida sería un importante aporte internacionalista de Cuba al fortalecimiento de la capacidad defensiva del campo socialista en su conjunto y, de hecho, contribuiría a la defensa del país al ser un importante disuasivo.
Al rememorar aquellos hechos, el Comandante en Jefe ha explicado que él percibió de inmediato en esa propuesta algo que podía mejorar el poder defensivo de todo el campo socialista o que contribuiría a ello. Desde ese punto de vista se inclinó a aceptarla, aunque estaba convencido de que para defender a Cuba no eran imprescindibles los cohetes, porque un pacto militar que expresara claramente que una agresión armada al país equivalía a un ataque a la URSS, hubiera obtenido los mismos fines. Y precisaba: “A nosotros no nos gustaban los cohetes. Si de nuestra defensa exclusiva se hubiera tratado, nosotros no hubiésemos aceptado los proyectiles”.[3] Al responder afirmativamente a la propuesta soviética, la dirección cubana expresó la necesidad de elaborar un acuerdo militar y hacerlo público en el momento más conveniente.
Jruschov era del criterio de no publicar el acuerdo hasta que los cohetes no estuvieran emplazados, y confiaba en que el traslado y despliegue de este armamento podía efectuarse de manera secreta y oculta. A diferencia de Fidel y Raúl que, al conocer con más detalles la magnitud de toda la operación y el tamaño de los cohetes, dudaron de la posibilidad de que los servicios especiales estadounidenses no los detectaran. Fue por ello que en julio el ministro de las FAR visitó la Unión Soviética para discutir los detalles del acuerdo militar y la operación. Llevaba una encomienda del Comandante en Jefe, preguntarle directamente a Jruschov, qué ocurriría si la operación era descubierta antes de que concluyera. La intención era alertarlo ante tal situación. La respuesta del líder soviético no fue muy convincente: si sucedía enviaría a Cuba la Flota del Báltico.
De finales de julio a octubre de 1962, se desplegó en Cuba un fuerte contingente militar soviético compuesto por aproximadamente 42 000 efectivos y todos los tipos de armas y fuerzas. La llegada de estos medios a Cuba provocó, desde mediados de agosto, un ascendente escándalo en la prensa y los círculos políticos de los Estados Unidos. La acertada evaluación de Fidel pronosticaba la génesis de una peligrosa crisis.
Ante aquellas circunstancias, el Comandante en Jefe se reunió con la máxima dirección política y militar cubana para analizar la conveniencia de salirle al paso a las campañas propagandistas norteamericanas que comenzaban a desarrollarse, con la publicación inmediata del acuerdo militar, pues su validez, justeza y legalidad eran indiscutibles. Por esa razón, acordó enviar a Moscú al Comandante Ernesto Che Guevara y al capitán Emilio Aragonés para discutir estos puntos de vista, directamente, con Nikita S. Jruschov. Nuevamente el líder soviético desestimó la alerta cubana.
Al tratar de mantener en secreto la operación, la dirección soviética cometió graves errores políticos y militares, en vez de enfrentar las presiones norteamericanas sobre la base del derecho de Cuba de adoptar las medidas que garantizaran su seguridad recurrió al engaño y la mentira.
Por ejemplo, el 11 de septiembre de 1962, la agencia de prensa TASS difundió una declaración del gobierno soviético que reafirmaba las intenciones de prestarle ayuda militar a Cuba en caso de agresión y llamaba a los Estados Unidos a mostrar cordura. Pero paradójicamente afirmaba: “(…) la Unión Soviética no necesita trasladar a ningún país, por ejemplo Cuba, los medios de que dispone para rechazar la agresión, para asestar el contragolpe”.[4] Este torpe y mal manejo político sirvió de pretexto al Gobierno de los Estados Unidos para justificar lo injustificable, el empleo de acciones militares, como el bloqueo naval a Cuba u otras medidas del mismo carácter si eran necesarias para lograr sus propósitos. Muy diferente fue la actuación de la dirección cubana, desde los primeros momentos enfrentó la propaganda estadounidense bajo el presupuesto legal y moral que Cuba, como país soberano e independiente, podía disponer del armamento que considerara conveniente para su defensa.
Al torpe manejo político hay que sumarle, además, inconsecuencias en el terreno militar. Los soviéticos habían colocado convenientemente en todo el país unidades coheteriles antiaéreas que, de haberse empleado correctamente, constituirían un fuerte disuasivo para impedir que la aviación norteamericana realizara vuelos de reconocimiento sobre el territorio cubano, y preservar el secreto que querían mantener a todo trance; así como no realizaron un buen enmascaramiento y ocultamiento de los cohetes desplegados en Cuba. Las malas condiciones meteorológicas, que existieron en septiembre y principios de octubre, ayudaron a que los emplazamientos de los cohetes en construcción no se descubrieran tempranamente.
Estalla la Crisis
El 14 de octubre, cuando las condiciones meteorológicas mejoraron, se produjo el vuelo espía de un avión U2 que fotografió los sitios de los cohetes de alcance medio en la región occidental. El día 16 fue informado Kennedy de ese hallazgo. A lo largo de una semana se reunió la alta dirección político militar de los Estados Unidos para decidir la forma de eliminar esos sitios, si mediante un bloque naval, golpes aéreos o la invasión a Cuba. El 22 de octubre, el presidente norteamericano anunció públicamente su decisión de imponer el bloqueo naval y exigió la retirada incondicional y bajo inspección de los misiles soviéticos.
El Comandante en Jefe, en la noche del 23 de octubre, compareció, ante la radio y televisión cubanas, para explicarle al pueblo la situación existente y refutar las imputaciones hechas por el mandatario norteamericano. Fidel dejó claramente sentado que el gobierno cubano no tenía obligación de rendirle cuenta al vecino del norte y que ese país no tenía derecho a decidir la clase y el número de armas que Cuba debía tener. Advirtió categóricamente que se habían tomado las medidas pertinentes para resistir y rechazar cualquier agresión directa. También se opuso a la pretensión de Kennedy de inspeccionar el país, porque “(…) jamás renunciaremos a la prerrogativa soberana de que dentro de nuestras fronteras somos nosotros los que decidimos (…) y nadie más”.[5]
Las noticias públicas y secretas que llegaban a Cuba desde Moscú, ese día 23, mostraban la determinación de la dirección soviética de no permitir la materialización de las acciones norteamericanas y no ceder ante sus exigencias. A los cubanos nos quedaba claro que la tarea era prepararse bien para resistir con firmeza la agresión imperialista y así se hizo.
En la mañana del 24 el Comandante en Jefe se reunió con un grupo de altos jefes y oficiales, después de escuchar los informes sobre el cumplimiento de las medidas para la defensa del país, pasó analizar los aspectos fundamentales referidos a la protección del país contra los ataques aéreos. Fidel planteó que no se podía permitir que los aviones volaran impunemente, orientó estudiar los lugares donde era necesario fortalecer la defensa antiaérea y disparar en caso de vuelos rasantes.
Al concluir la reunión, el Jefe de la Revolución precisó la necesidad de trabajar en la solución de los puntos débiles de la defensa sin perder un instante, pues todas las precauciones que se tomaran era tiempo ganado. Impartió instrucciones sobre las medidas de defensa antiaérea.
En horas de la tarde, Fidel visitó un grupo coheteril tierra aire soviético al noreste de la capital. Allí observó la vulnerabilidad de esas unidades ante un ataque de aviones a baja altura. Ordenó que inmediatamente 50 baterías antiaéreas de su reserva se dislocaran para darle protección a esos grupos y a las instalaciones de cohetes de alcance medio.
La dirección cubana, desde los primeros momentos, comprendió el peligro de los vuelos rasantes. En la mañana del día 26, el Comandante en Jefe tomó la decisión de impedirlos, para eso ordenó, a partir del 27, abrir fuego contra todo avión enemigo que volara a baja altura, decisión que dejó dicha en un comunicado.
En la noche de aquel 26 de octubre, después de adoptar todas las medidas y puntualizar los más mínimos detalles del plan de defensa del país, Fidel se preguntaba qué faltaba por hacer y decidió escribirle un mensaje a Jruschov con el objetivo de exhortarlo a que mantuviera una firme posición y no cometiera irreparables errores en caso de que la guerra estallara.
Pero lo que no conocía Fidel ni nadie en Cuba, era que desde el día 25 de octubre, Jruschov y Kennedy llevaban a cabo un intercambio de correspondencia secreta para la búsqueda de un arreglo entre ambas superpotencias. De estas cartas, las escritas por Jruschov los días 27 y 28 fueron emitidas apresuradamente y de manera abierta por Radio Moscú, por lo cual su contenido también se conoció en Cuba. En el mensaje de Jruschov del 28, de manera unilateral e inconsulta, el dirigente soviético se comprometía a retirar, con garantía de verificación, el armamento que los norteamericanos consideraban ofensivo, a cambio del compromiso hecho por el presidente de los Estados Unidos de no invadir a Cuba e impedir que sus aliados dieran ese paso.
Los términos de ese arreglo no resolvían el problema y eran inconvenientes para Cuba. Ese mismo día 28, en una declaración pública, Fidel comunicó la posición de la Revolución, basada en cinco puntos que posibilitarían el logro de una verdadera paz: “(…) que no existirían las garantías de que hablaba Kennedy, si, además de la eliminación del bloqueo naval que prometía, no se adoptaban las medidas siguientes:
Primero. Cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presión comercial y económicas que ejercen los Estados Unidos en todas las partes del mundo contra Cuba.
Segundo. Cese de todas las actividades subversivas, lanzamientos y desembarcos de armas y explosivos por aire y mar, organización de invasiones mercenarias, filtración de espías y saboteadores, acciones todas que se llevan a cabo desde el territorio de los Estados Unidos y de algunos países cómplices.
Tercero. Cese de los ataques piratas que se llevan a cabo desde bases existentes en los Estados Unidos y en Puerto Rico.
Cuarto. Cese de todas las violaciones del espacio aéreo y naval por aviones y navíos de guerra norteamericanos.
Quinto. Retirada de la base naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por los Estados Unidos”.[6]
Fueron cinco puntos concretos y sobre bases decorosas. Los gobernantes norteamericanos no quisieron considerarlos y, al mismo tiempo, exigieron la inspección del territorio cubano como forma de verificación del compromiso soviético. Fidel comprendió que esta exigencia tenía el marcado objetivo de humillar al país, debilitar moralmente al pueblo cubano y su confianza en la Revolución, así como, crear un precedente internacional que permitiera a las superpotencias aplicarlo contra cualquier nación débil y pequeña. Por eso se opuso intransigentemente.
Si bien es cierto que el llamado entendimiento Kennedy-Jruschov había encontrado una solución negociada a la grave crisis que amenaza a la humanidad con la guerra nuclear, esto no resolvía las causas profundas que la habían engendrado. Para Cuba el peligro de la agresión militar no había pasado. Vinieron nuevos días de tensión.
En aquella coyuntura difícil, el Comandante en Jefe defendió con dignidad y valor, la autodeterminación y soberanía del país frente a la actuación de las dos superpotencias de la época. Enfrentó con entereza la política de prepotencia y de fuerza de los Estados Unidos y discutió con la Unión Soviética sobre la base de la razón y el derecho del pueblo cubano, la discrepancia surgida por la forma unilateral empleada para la solución del conflicto.
Una mirada cercana a aquellos acontecimientos, nos permite tener una visión más objetiva y serena acerca de sus enseñanzas y significado para Cuba, pues reafirmó la concepción de Fidel de que la seguridad del país depende, en primera instancia, del valor, la decisión y la voluntad de todo el pueblo unido, para participar en su defensa y que la solidaridad mundial puede desempeñar un significativo papel en la misma medida en que la nación sea capaz de resistir la agresión imperialista.
De los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre, calificados así por el Che, se concluyeron amargas, pero aleccionadoras experiencias. Se puso a prueba la capacidad y decisión de victoria del pueblo cubano, quien respaldó a su líder que brilló muy alto.
[1] John F. Kennedy: Trece Días, pp. 129 y 131.
[2] Alexander Alexeev: Artículo publicado en la revista Eco del Planeta, Nº 33, Moscú, noviembre de 1988, pp. 26-33.
[3] Fidel Castro Ruz: Transcripciones de la Conferencia Tripartita sobre la Crisis de Octubre, La Habana, enero de 1992.
[4] Noticias de Hoy, La Habana, jueves 12 de septiembre de 1962.
[5] Fidel Castro Ruz: “Comparecencia por la radio y la televisión cubanas”, periódico Noticias de Hoy, 24 de septiembre de 1962, p. 5.
[6] Ibídem, p. 10.