Falleció Francisco López Sacha, una de las voces más lúcidas de la cultura cubana
Este domingo falleció en La Habana, el destacado escritor y crítico, Francisco López Sacha. Deja un vacío inmenso en la literatura cubana. Su obra, marcada por una profunda exploración de la condición humana, el arte y la identidad, ha sido un referente en el panorama narrativo de la isla.
CAPAC.- tomado de Cuba en Resumen
Como cuentista, ensayista y crítico, supo construir un universo literario en el que el lenguaje y la memoria se entrelazan con una maestría inconfundible. Su muerte priva a la cultura cubana de una de sus voces más lúcidas y apasionadas.
Nacido en Manzanillo en 1950, López Sacha se destacó desde sus inicios como un narrador excepcional. Su cuentística, recogida en libros como El cumpleaños del fuego y Última rumba en La Habana, revela un interés constante por los dilemas existenciales y la impronta de lo cubano en sus múltiples facetas. Su prosa, incisiva y poética a la vez, captó con sensibilidad los matices de la realidad y la subjetividad de sus personajes.
Más allá de la narrativa, López Sacha tuvo una influencia notable en la crítica y el ensayo literario. Su mirada aguda y su vasto conocimiento de la literatura y la música le permitieron generar análisis profundos sobre la creación artística. Fue un apasionado defensor de la literatura como espacio de resistencia y reflexión, convencido de que el arte debía interpelar a la sociedad y dialogar con sus contradicciones.
Su labor como profesor en la Universidad de las Artes dejó una huella imborrable en generaciones de escritores y creadores. Su magisterio trascendió las aulas, pues siempre estuvo dispuesto a compartir sus ideas, a polemizar con agudeza y a estimular el pensamiento crítico en torno a la literatura y la cultura. Para muchos, fue un maestro no solo en la escritura, sino en la vida misma.
También fue un entusiasta promotor de la relación entre la literatura y la música, en especial el jazz, género que consideraba una de las máximas expresiones de la creatividad humana.
A lo largo de su carrera, López Sacha recibió numerosos reconocimientos, pero su mayor legado es la solidez de su pensamiento y la intensidad de su literatura. Supo captar con hondura las complejidades del ser humano, evitando maniqueísmos y simplificaciones. Su obra permanece como testimonio de un compromiso pleno con la cultura.
PALABRAS ANTE UN PREMIO
(Alex Pausides al recibir el Premio Nacional de Edición, el domingo 16 de febrero de 2025, en San Carlos de la Cabaña, sede de la Feria internacional del Libro de La Habana)
Recibir el aplauso de algunos colegas no es poco, es mucho. Los avatares de la vida cotidiana o el secreto placer que produce hacer lo que te gusta, poco espacio dejan para reparar en el posible efecto que surte la energía derrochada en dedicarle tiempo a algo que consideras ya parte de tus horas.
Hace ya mucho tiempo, hace digamos 65 anos, mi maestro hubo de regalarme una colección de novelas ilustradas. Los sucesos extraordinarios de pueblos lejanos y antiguos se revelaron no solo como la maravilla de la historia del hombre, sino también como una provocación para la imaginación del nino, que encontraba en las disímiles narraciones la encarnacion de la magia de lo desconocido, la pulsión maravillosa del conocimiento y el placer recién nacido que se atesoraba en aquellos objetos, frágiles y resistentes a la vez, los más bellos regalos de la infancia.
Si impresionante era leer aquellas exóticas leyendas medievales, casi todas europeas y especialmente del mundo anglosajón, en las que los hombres eran llevados y traídos por el torbellino de un destino siempre avasallador, como el que después pude apreciar que respiraba y se manifestaba como algo natural en la literatura, no menos cautivadora era la relación fisica con los libros, que guardaban entre sus tapas duras aquella realidad fabulosa.
Las tapas ilustradas con figuras legendarias de caballeros y feudos y castillos. Y los colores de las vestimentas y las costumbres de los pueblos y la prevalencia o muerte de los heroes que entraban en mi vida para siempre. Pero hay una prevalencia del mundo fisico, más cercana, que entra para siempre en los sentidos casi virgenes del nino, el aroma peculiar de los libros, como algo que se incorpora al mapa de los olores y alli permanece.
El cuidado para que se mantuvieran unidas las hojas, sin dobleces ni heridas ni manchas, como corresponde a un tesoro nuevo, llegado de las manos del maestro inolvidable. Despues vinieron más libros y más historias que acompañaron al nino en su juventud y su adultez. Pero estoy seguro de que aquella coleccion de novelas ilustradas abrió para mí no solo las puertas al conocimiento y la seducción que ejercería una vocacion, sino el misterio revelado de que para qué sirven los libros, qué utilidad tienen y quién los escribia y quiénes los confeccionan, cómo llegan a ti, plenos ya de color, cuerpo menudo que amarás y cuidarás como a una criatura que te acompaña, como un amigo, como una mascota, como una fuente para el entretenimiento, el placer, para la sed y el hambre del espiritu que habita en cada uno de nosotros, seres letrados, seres escritos por la historia y la fábula.
Mi relación con los libros se alimentó en un banquete interminable durante mi adolescencia y juventud manzanillera. No puedo olvidar mi asombro y mi júbilo ante la enorme biblioteca del medico Miguel Benavides en Barrio de Oro, gran amigo y consejero hasta el final de sus días. Aquella biblioteca se me ofrecía como un universo infinito de libros y estantes y más estantes y más libros, en un verdadero laberinto –como despues sabría que era la biblioteca para Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino. Benavides era además de un grande y reputado médico, algo que no sabía si cabría en aquella palabra nueva para mis oidos que me dijo un dia, Sovietólogo. Nunca habia escuchado esa palabra. El había estado vinculado de alguna manera al antiguo partido comunista y su biblioteca atesoraba libros que después supe tenian que ver con ese mundo de ideas, desconocidas casi para mi, en la primera etapa de mi vida.
Pero además de leerme allí a Maiakovski y a Eluard, Aragón, a Ilya Ehremburg y a Nicolás Guillén y los poetas manzanilleros del siglo veinte en sus primeras ediciones, una tarde de septiembre, en un ángulo perdido de la estancia, iluminado por un rayo de sol que entraba milagrosamente por una mínima separación que había entre dos piezas de la madera de la puerta, situada a varios metros del sitio en el que yo estaba hojeando unos volúmenes, extrañamente separados de los otros, por un pequeño cubo de madera lustrosa, di con lo que después se convertiría en joyas, al menos para mi memoria agradecida. Junto a las ediciones de Rainer Maria y Rilke y Francisco de Quevedo de la Colección Austral estaba allí, más bajo que sus pares, un librito titulado Cartas de la Vida Literaria de Arthur Rimbaud y nada menos que varias ediciones del que sería después una revelación junto a César Vallejo y Antonio Machado, los Rubayat de Omar Khayyam.
No sé qué sucedió después con esa biblioteca borgiana, a la muerte de mi amigo y mentor. La muerte tal vez daba miedo entonces al joven discípulo. Amigo de sus hijos, del también médico y del célebre actor del mismo nombre, tras la muerte del padre, aquella biblioteca se instaló en mi sueño y en mi memoria, como un espacio sagrado, sin llaves para acceder ya al laberinto, y sin el Virgilio amigo que durante esa etapa me guiara en la selva oscura que es la formación de un imaginario, una vocación, un gusto, unas preferencias que después permanecen para siempre, moldeando lo que seremos o lo que no seremos.
Y por qué esta historia íntima de mi tiempo de aprendizaje? Ah, tengo una respuesta muy sencilla. Sin Miguel Benavides, sin José Sarmiento, su cuñado procurador, que escribió a máquina, a instancias suyas, mi primer libro de los diecinueve años; no sería el lector que soy, el escritor, el editor que intento ser.
No soy un escritor profesional, tampoco soy un editor venido de la academia. Mi vocacion viene de lejos. Ahora mismo la vislumbro en ese instante en que Miguel Benavides me dio a acceso a su biblioteca inmensa en Barrio de Oro, en el litoral manzanillero; al momento anterior, de mis diez u once años, cuando Belisario VIcente Rivas, mi segundo maestro, despues de la Naly de mis siete años, me regaló mi primera coleccion de novelas históricas.
De mi primer encuentro, a los 19 años, con dos breves antologías, una azul y otra marrón, de la colección Los poetas del pueblo, que acompañaron mi noche de estudiante de Genética en Pinares de Mayari, camino al Instituto de Agroquímica de Guantánamo. Ah, pero esa compañía dual y definitoria, no era una compañía cualquiera. Junto al barrendero de la madrugada y a los pocos compañeros de aventura en aquel noviembre gélido, estuvieron esa noche junto a mí, César Vallejo y Ruben Dario. Tal vez, de esos instantes de soledad, caminando en la noche por las amplias planicies que iban desde la Mensura hasta los Fuertes, con mis nuevos maestros en la mente, rodeado de una naturaleza imponente de altas montañas y paisajes casi nórdicos, la protección y el refugio de los libros, delinearon lo que después fue aquel joven, que en cada librería compraba una y otra vez los mismos libros de que gustaba para regalárselos a los amigos.
Tal vez el editor es un escritor que quiere poner en manos de sus amigos, de los otros, de sus semejantes, el último libro que leyó y sació de alguna manera secreta sus ansias de dar o trasmitir el conocimiento, la belleza. Más, en un mundo como el que se nos ha echado encima, mundo de la codicia, la violencia y la caída de los valores universales en los que hemos creido siempre, y que ahora los poderosos, los hartos, los malvados, los hipócritas, los malignos, los abusadores del género humano, los imbéciles con el poder del dinero, convierten en nada.
Y entonces creo más en el valor del libro, que trasmite belleza y conocimiento, y atesora la sabiduria de nuestra civilizacion. Y me alegro entonces de mi oficio humilde, de preparar lecturas amenas o instructivas para la gente, que quiere, que necesita leerlas. Y me enorgullezco intimamente de haber tenido la vida que me dieron mis padres y la generosa Revolución Cubana, haber nacido y vivido aqui, y de poder defender esta inmensa obra colectiva, con lo que modestamente puede aportar desde las severas limitaciones del individuo –que ya sabemos, solo es nada–, mi entretenido y placentero trabajo de cada día, en el silencio fértil de las madrugadas y los atardeceres tranquilos. En una sociedad que considera el libro un bien de primera necesidad, como los alimentos y las medicinas. Un gobierno que dice Lee, antes que decir Cree. Una industria editorial que no excluye la experimentacion para privilegiar libros de autoayuda y que no publica un bestseller banal por encima de un libro bello y útil, que privilegia la literatura que viene de la oralidad y de la tradición, con la misma jerarquía de la que llega a nuestra mesa canonizada por la academia, o edita un volumen que por su asunto, desde el principio se sabe que es tal vez un libro importante, pero de lectores de preferencias muy peculiares; pero esos pocos lectores tienen también la posibilidad de leer lo que necesitan o ansían, sin exclusiones dictadas por el mercado. De ser editor para el pueblo. Y recordar entonces aquella oración jubilosa del maestro Antonio Machado: Escribir para el pueblo que mas quisiera yo! Y de estar contento con el premio y sentirme agradecido, enormemente agradecido. Y con alegria suficiente, para poder ofrecer testimonio de esta isla marrón, verde y azul, que nos entrega la pequeña gloria, a la medida humana, de crear y defender la belleza que es la libertad y la esperanza.
Muchas gracias.
Fuente: Periódico Escambray.