El capitalismo del siglo XXI: ¿quiénes controlan el mundo?
Poderosas multinacionales funcionan como entidades independientes que no necesitan de Estados nacionales fuertes.
CAPAC – por Raúl Antonio Capote – tomado de Granma
Como en los escenarios del cine ciberpunk, corriente de la ciencia ficción surgida a principios de la década de 1980, el capitalismo neoliberal concentra el poder en manos de una élite superrica que pretende controlar la vida de toda la humanidad.
Poderosas multinacionales funcionan como entidades independientes que no necesitan de Estados nacionales fuertes, tienen sus propios ejércitos, sus leyes internas, y mueven sus recursos por todo el mundo, en la búsqueda permanente de mercados laborables baratos que le proporcionen las mayores ganancias.
En el sector de las comunicaciones, desde finales del siglo XX se produjo, sobre todo en Estados Unidos, un avance espectacular en la monopolización de los medios. El proceso de desregularización que comenzó en 1996 abrió a la competencia desleal todos los mercados, incluyendo los de cable o satelitales, e internet.
Este fenómeno trajo como resultado que cinco conglomerados mediáticos controlaran el 90 % de todo lo que leemos, oímos y vemos, y que estos, a su vez, queden bajo el control de unas pocas megatransnacionales.
En estos momentos, en términos de capitalización de mercado, las empresas más poderosas del mundo son Apple, Google, Microsoft y Amazon, compañías que tienen una gran influencia en el ámbito tecnológico y comercial. ¿Pero quiénes son en realidad los principales accionistas de estas y muchas otras grandes entidades?
Cuando se trata de empresas que controlan buena parte del mundo, para no pecar de absolutos, podemos mencionar a BlackRock y The Vanguard Group Inc. Ambas tienen un control significativo en el ámbito financiero global, debido a su tamaño y a la cantidad de activos que gestionan. El dominio que ejercen implica una interacción compleja de múltiples actores y factores.
Son dueñas de planes de pensiones, rentas variables y fijas, activos inmobiliarios, son asesores y accionistas de la mayoría de las empresas matrices del mundo.
Poseen la propiedad de las refinerías de petróleo, de los mayores productores de energía limpia, de la industria automovilística, aeronáutica y armamentística, de las grandes compañías de alimentos, de las farmacéuticas e institutos científicos, de los almacenes y de los mercados en línea.
Estamos en presencia de dos grandes imperios del mundo financiero que se ocultan detrás de todas las Big Tech, de todas las grandes compañías, son dos fondos de inversión que gestionan un total de 17 billones de dólares, cifra que supera con creces el pib, no solo de muchos países, sino de regiones enteras; por ejemplo, es similar al de toda la Unión Europea.
Se estima que entre los propietarios de The Vanguard se encuentran las personas más ricas del planeta. Según el documental Monopoly: ¿Quién es el dueño del mundo?, del realizador Tim Gielen, entre ellas están los Rothschild, los DuPont, los Rockefeller, la familia Bush y la Morgan, por nombrar algunas.
Bloomberg se refiere a BlackRock como la «cuarta rama del Gobierno», debido a su estrecha relación con los bancos centrales, incluida la Reserva Federal, de la que es su principal asesor. Por sus oficinas pasan casi todas las decisiones sobre la economía global.
Un elemento sumamente interesante es que The Vanguard es el principal accionista de BlackRock, y viceversa, lo que puede significar que, en realidad, su bipolaridad, por decirlo de alguna forma, no es sino otra manera de mimetizarse y eludir el poco control que aún puede el Estado ejercer sobre ellas.
Nos referimos a un tema complejo y multifacético, porque si bien estas empresas tienen una influencia y un poder cada vez mayor, aún existen regulaciones y políticas gubernamentales que las «afectan». De ahí el empeño de los neoliberales por desregularizar y debilitar el papel del Estado.
Pocos pueden enfrentarse hoy al poder de estos imperios sin fronteras, representantes de la etapa final del capitalismo. Esperemos que así sea, y que la humanidad no termine viviendo una distopía estilo el mundo de Ridley Scott, en Blade Runner o, peor aún, un final catastrófico.
Fuentes: BBC, El Economista, Forbes, Climaterra, Xataka.