Argentina, locura y abismo

Para los argentinos el 2024 solo nos ha traído malas noticias: pobreza, deuda externa e interna, represión, pérdida de capacidad industrial nacional, pérdida de poder adquisitivo, debilitamiento del Estado, y más. Si el camino a recorrer es el de la confrontación junto a los países de la derrota inminente, nuestro futuro será de muerte y pobreza

CAPAC – por Fernando Roperto en Revista H

Hasta el momento para los argentinos el 2024 solo nos ha traído malas noticias: pobreza creciente, deuda externa e interna abultándose de manera atroz, represión callejera a legítimas protestas por parte de las fuerzas de seguridad, pérdida de capacidad industrial nacional, pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores y del sector pasivo, debilitamiento del Estado y desgüazamiento de áreas fundamentales para defender nuestra soberanía nacional tales como energía, auditoría en alimentos, medicamentos, pasos fronterizos… podemos seguir enumerando desgracias hasta completar todas las páginas de esta revista, pero para sintetizar remitiría a la fuente de la misma, que es el desquicio que representa que personas sin ningún tipo de capacidad administrativa ni proyecto de país se afincarán en las instancias de decisión del ejecutivo nacional con la venía del pueblo que votó sobre la base del reclamo a un gobierno fallido en su intento de construir una alternativa al macrismo desde la mediocridad y la tibieza de decisiones que no alteraran los ánimos de los dueños del país.

¿Qué queda cuando los números nos dicen que desde diciembre de 2023 a la fecha se perdieron más de 250.000 puestos de trabajo en blanco y más de 12.000 empresas? Que según el INDEC a cargo del mismo Lavagna (que estaba en el gobierno de Alberto Fernández) nos dice que se duplicó el número de jubilados pobres y se triplicó el de indigentes. En un año, los jubilados pobres pasaron de 17,9% a 35,7% y los indigentes de 1,8% a 6,6%.

Qué nos queda hacer cuando 7 de cada 10 chicos en nuestro país ya viven en situación de pobreza, que la tasa de indigencia, subió a 20,4%, unas 9,3 millones de personas con ingresos menores a una canasta básica alimentaria, 3,4 % más que en el último trimestre de 2023, pero 2,3 veces superior al primer trimestre 2023. En el GBA (conurbano bonaerense) supera el promedio nacional, alcanzando el 76%. Algo similar ocurre en el NEA y NOA que alcanza el 77% y 75%, respectivamente. Es decir, en esas regiones casi 8 de cada 10 chicos son pobres. Con una situación apenas mejor sobresale el resto de la provincia de Buenos Aires (64%) y la Patagonia (59%). Números que nacen de un país que tiene una producción de alimentos para más de 400 millones de personas, casi diez veces su población.

¿Qué nos queda sino organizarnos para vencer la locura que nos llevará a un abismo desde el que no podamos ya tener alternativa de dejar de caer? Qué nos queda sino limar asperezas y construir entre los sectores más comprometidos con las causas del pueblo un proyecto real, sostenido y a largo plazo de país donde quepan todos, donde todos trabajen, se eduquen, tengan acceso a salud, a una vivienda digna, sin la mezquindad de construir pobres para controlar desde la miseria ajena. ¿Cuán ajena es y será esa miseria construida? ¿Quién puede creer que vivir aislado y confortable salva y reconforta?

El futuro cercano, si este tobogán que representan las políticas del equipo presidencial continúan, será de desastre social. Nadie está a salvo, nadie está oculto a lo que pueda pasar. El caos que representa un mundo caminando hacia confrontaciones que escalan cada vez más y amplían fronteras (vemos lo que ocurre desde hace unas horas en El Líbano con el bombardeo Israelí, o la incursión de los países de la OTAN con más y más armamento y mercenarios operando contra la Federación Rusa) es una muestra de que no es tiempo de locuras, de experimentos de guerra interna y alianzas para guerras externas.

Si el camino a recorrer es el de la confrontación junto a los países de la derrota inminente en el campo de la economía y la guerra, nuestro futuro será el de muerte y pobreza, no hay otro resultado para una receta que nace perecida y enterrada.

Como argentinos nos queda la opción de construir puentes para salvar este tiempo, encontrarnos con sensatez a trabajar para nuestra patria, a acercarnos a experiencias exitosas en un mundo cada vez más difícil pero que sale raudo de la unipolaridad otantista de los 90 para encarar nuevas formas de relaciones, más justas, más sustentables, más propias del término ganar-ganar que del que nos ha llevado a esta debacle, el de ganar a costa de. Pensemos y actuemos, aún es posible.

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