¿Qué será de Netanyahu sin su guerra en Gaza?
El primer ministro israelí sobrevivió políticamente en base al genocidio cometido por su gobierno en la franja de Gaza que le permitió mantener el respaldo de sectores de extrema derecha. Ahora que se estableció el cese al fuego, su futuro no aparenta ser promisorio.
CAPAC – por Gustavo Veiga
El futuro de Benjamín Netanyahu sin su guerra de exterminio en Gaza se anticipa complicado. La paz que se atribuye Donald Trump – aunque no le dieron el premio Nóbel que ansiaba – puede terminar con el blindaje político del primer ministro israelí en las tres causas que se le siguen por corrupción. Se lo acusa de recibir sobornos, fraude y abuso de confianza en procesos judiciales que inició en su momento el exfiscal general Avichai Mandelblit. Pero son imputaciones menores comparadas con las que sostiene contra él, la Corte Penal Internacional (CPI), por crímenes contra la humanidad y genocidio en Palestina.
No en vano el presidente de Estados Unidos, de modo directo y descontracturado, le preguntó en público al presidente israelí Isaac Herzog durante su discurso en la Knéset, el parlamento ubicado en Jerusalén: “¿Por qué no le concede un indulto a Netanyahu?”. Sin rubor, deslizó después: “¿A quién le importan unos cigarros y champán?”, refiriéndose a los regalos que le hizo el empresario Arnon Milchan, un productor de cine y TV, a cambio de favores relacionados con intereses comerciales y el otorgamiento de visados.
Las imputaciones contra Netanyahu por delitos dentro de Israel siguieron un camino dilatorio en la Justicia. Se debió a la operación militar en Gaza que dejó hasta el 13 de octubre 67.869 muertos y 170.105 heridos palestinos, sin contar a las decenas de miles de desaparecidos que yacen bajo los escombros de la Franja cuya infraestructura ha sido destruida casi por completo. Los plazos judiciales para el gobernante sionista del partido Likud, aislado y repudiado a escala global, se fueron corriendo a medida que profundizaba su ofensiva militar y se comprobaba el genocidio deliberado contra el pueblo gazatí.
Transformado en el primer ministro de la historia en Israel sometido a juicio por corrupción durante el ejercicio de su cargo, Netanyahu se mantuvo en el poder gracias a la guerra. Aglutinó tras de sí a aliados de la extrema derecha y partidos religiosos que le dieron su apoyo. Pero esa situación política un tanto desahogada en el plano interno, siguió el camino contrario en el exterior a medida que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) continuaban con sus matanzas en Gaza. Según la organización Save the Children a principios de septiembre pasado “al menos 20.000 niños y niñas —aproximadamente el 2% de la población infantil de Gaza— habían sido asesinados desde octubre de 2023”.
Por esos crímenes de guerra, el 21 de noviembvre de 2024, la CPI emitió órdenes de detención contra Netanyahu y Yoav Galant, su exministro de Defensa. Les imputó muertes por hambruna utilizada como recurso de exterminio y asesinatos, persecución y otros actos inhumanos durante la guerra en Gaza. A la demanda de la Corte con sede en La Haya, Naciones Unidas pidió que se agregara el delito de genocidio por violar la Convención para su prevención firmada en 1948.
El máximo responsable político de la matanza cometida en Gaza ganó tiempo en Israel para eludir una posible condena, aunque no se sabe qué pasara cuando salga de su país y eventualmente visite alguna de las 124 naciones que reconocen la jurisdicción de la CPI, entre ellas Francia, Alemania y el Reino Unido que integran el G7.
Viajó a Estados Unidos para la 80° Asamblea de la ONU donde fue repudiado por la mayoría del cuerpo diplomático acreditado y lo había hecho en abril pasado durante una visita oficial a Hungría, que se negó a detenerlo pese a que en ese momento adhería a la CPI. La explicación es que su primer ministro, Vikton Orbán, es un político de extrema derecha con el que se siente a gusto.
En julio de 2022, el político húngaro dijo que estaba en contra de “pueblos de raza mixta” durante un discurso en Transilvania. No era extraño. Su xenofobia es archiconocida. Una de las asesoras de su gobierno, la socióloga Zsuzsa Hegedüs, renunció horas después bajo el argumento de que las palabras de Orbán eran “dignas de Goebbels”. Antes de su muerte, en diciembre de aquel año, la mujer se arrepintió de la acusación. Había compartido con el jefe de Estado una larga amistad. Esta es la clase de políticos que, como Trump, sostienen al premier israelí.
Netanyahu parece muy cómodo cuando se victimiza. En su pasado discurso del domingo 12, declaró: “Todavía nos quedan por delante grandes retos en materia de seguridad. Algunos de nuestros enemigos están tratando de recobrar fuerzas para atacarnos de nuevo”. Sus palabras no fueron convalidadas en los hechos. Con el cese del fuego decretado y las fuerzas de Israel en paulatina retirada de Gaza, los asesinatos de palestinos no se detuvieron.
El periodista Saleh Aljafarawi, de 28 años, que documentaba la guerra en vídeos, murió tiroteado cuando el criminal de guerra daba su discurso a la sociedad israelí. Una comunidad dividida entre la aceptación y el rechazo a la invasión y ocupación de la Franja que duró dos años. Otro periodista como el asesinado Aljafarawi, el recién liberado de las cárceles sionistas, Shadi Abu Seido – en canje por los veinte rehenes israelíes que estuvieron dos años retenidos en la Franja – declaró que pasó hambre, se enfermó, fue acechado día y noche y recibió torturas físicas y psicológicas. Mientras las víctimas reconstruyen sus vidas como pueden, Netanyahu sigue en la mira de la Justicia de su país y de la comunidad internacional expresada en la CPI.