Entrevistando a Eduardo Galeano. Homenaje a 10 años de su fallecimiento. Por Stella Calloni

Esta entrevista fue realizada en 2001, es una de varias realizadas con él para un libro de entrevistas que preparo sobre Eduardo Galeano al que entrevisté varias veces, Elegí esta como un homenaje al recordar que se nos fue un 13 de abril de 2015. Stella Calloni

CAPAC – DESDE EL ALMA, entrevista de Stella Calloni

En el libro “Las palabras andantes” de la vasta obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano, con textos embarazados de magias, como el mismo podría decir, hay un párrafo que es la más acabada definición que uno podría hacer de él: “Por favor, se lo ruego, no me ofenda usted preguntando si esta historia ocurrió. Yo sé que la estoy ofreciendo para que usted haga que ocurra. No le pido que describa la lluvia aquella noche de visitación del arcángel: le exijo que se moje. Decídase señor escritor, y por una vez al menos sea usted la flor que huele en vez de ser cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe”.

Galeano ha aceptado largamente ese desafío y es por eso que podemos hablar con él de los temas más candentes que nos rodean, de una realidad que amenaza la cultura de la muerte y que millones de seres ignorados resisten con la casi increíble magia de la vida. Su gesto revela la obstinada decisión de no “ser un escritor en la caja de cristal”.

Los temas son variados y Galeano abre el juego hablando de la democracia. “La democracia debe desarrollarse a pleno pulmón, pero no vamos a tenerla mientras ésta continúe chocando con las estructuras que la niegan. Las democracias pueden ser secuestradas y, de hecho, lo hemos visto y lo estamos viendo”, dice.

¿Cómo ve el futuro de nuestros países en este mundo de la globalización?

No es sólo un problema de los países chicos, ni es un problema de la humanidad. Nunca el mundo fue tan desigual en las oportunidades que brinda y nunca fue tan igualitario en las costumbres que impone. Es una paradoja terrible que retrata el fin del siglo de no muy amable manera, donde se nos obliga a pensar todos iguales, a comer las mismas cosas. Incluso se ha ocupado el lugar de las comidas locales. Yo creo que hay que estar a favor de la autodeterminación en las comidas, como en todo, porque las comidas locales son una de las energías culturales más poderosas que los países contienen. El modo de comer, de disfrutar las comidas, como un alimento de la barriga que es una zona del alma. La posibilidad de diversidad en la comida y en otras expresiones de la cultura está siendo negada ahora por un mundo muy uniformizado, y la única igualdad que puede permitirse, es la igualdad de las costumbres, al mismo tiempo que se separa a los que tienen de los que necesitan. O sea, que por un lado hay desigualdad de oportunidades: nunca los pobres fueron tan pobres y nunca los náufragos quedaron tan abandonados. Nunca habíamos visto esta homogeneización atroz que tiene por protagonista principal a la televisión. La gran uniformadora de costumbres es la televisión que nos lleva a no pensar con nuestra propia cabeza, a no sentir y nos hace incapaces de caminar con nuestras propias piernas. No estoy confundiendo el cuchillo con el asesino, la televisión es un instrumento, tal como funciona y al servicio de quien funciona, cumple ese papel.

Esto marca una contradicción con aquellos sectores intelectuales que sólo ven uniformidad en el socialismo.

-Esa esa otra hipocresía La uniformidad se establece en nombre de la diversidad. Y es en nombre del puritanismo que prospera el vicio. Esto es siempre así, en Italia, por ejemplo, Silvio Berlusconi logra apropiarse de la televisión estatal en nombre de la diversidad democrática. Es decir, luchando contra el monopolio estatal estaba negando la diversidad y entonces, en nombre de ésta impone el monopolio de cuatro canales de TV privados y desde ese monopolio conquista el poder. Un poder que nace de la telecracia, del ejercicio de la dictadura de la televisión.

Existe un sector intelectual que señala como modelo del dogmatismo a las experiencias socialistas. ¿Qué piensa de esto?

Esa es otra paradoja. En nombre de la lucha contra el dogmatismo se impone el peor de los dogmatismos que es el dogmatismo de mercado.  Fijate que ahora hay como una lucha universal contra los fundamentalismos con las que se justifican gastos en armamentos, cuando se han quedado sin enemigos. Una vez que el comunismo se derrumbó como un castillo de naipes, había que justificar el hecho de que la humanidad esté gastando en armas lo que debería estar gastando en medicamentos y en alimentos para los que mueran de enfermedad y hambre, y esto requiere una gran coartada. Ya pasaron los tiempos en que el general Cristino Nicolaides, (exjefe del ejército argentino e integrante de la cuarta Junta de la dictadura militar 1976-1983) podía proclamar que el marxismo viene amenazando a la sociedad occidental y cristiana desde hace dos mil años, nada menos. Ese tiempo acabó, pero como ya no hay enemigos a la vista se fabrican nuevos: el más poderoso es el fundamentalismo islámico, pero no dicen que el más poderoso, es el fundamentalismo de los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, que imponen una receta económica obligatoria a los países del sur dentro de los límites estrechísimos de lo que la idolatría de mercado permite. Es decir, una concepción de la economía y de la vida que coloca a las mercancías por encima de las personas, confunde calidad de vida con cantidad de cosas y niega todos los valores a lo que no tiene precio, en un mundo -al decir del poeta español Antonio Machado- cualquier necio confunde valor y precio.

Describe muchos aspectos perversos de un sistema, que como dice en sus textos, es un sistema que asalta, que roba las palabras. ¿Qué sucede con la cultura?

Bueno, pienso que todo esto lleva a valorar el sentido que tiene la aventura de escribir y devolverle a las palabras el sentido que han perdido, manipuladas como están por un sistema que las usa para negarlas. Hay una lección que el mundo ignora, que nos han dado los indios guaraníes a la hora en que crearon su lenguaje. En el idioma guaraní, palabra y alma se dicen igual. Hay una voz “ñ´e”, donde dicen que palabra y alma son lo mismo. Y en este sistema des-almado que ha logrado la casi unanimidad universal en nombre de la lucha contra el materialismo -que es el más materialista de los sistemas que la humanidad haya conocido- la palabra ha estado y sigue estando manipulada con propósitos comerciales o el engaño político. Su uso y abuso traiciona al alma. O sea, que esta identidad entre palabra y el alma se rompe todos los días, sufre traiciones.

En lo que podríamos llamar posmodernismo del subdesarrollo, hay quienes no quieren mencionar la palabra pobreza porque les parece algo anacrónico, y esto sucede a partir del llamado “fin de las ideologías”, anunciado por Francis Fukuyama. ¿Qué piensa de esto?

-Ese es el eje de lo que podríamos llamar la ideología del sistema, que, también para hablar de ese juego de paradojas, diría que es una ideología que se impone en el nombre del fin de las ideologías. Diciendo negarlas impone la más enmascarada de todas las ideologías. Una que niega la realidad y que sirve de coartada para un sistema enemigo de la naturaleza y del hombre, de la gente. Según esa ideología dominante, la pobreza no es como es, un resultado de injusticia, sino que es el castigo que la ineficiencia merece. Dentro de la escala de valores dominantes, que es la escala de valores del mercado, el mercado les dicta a las personas los valores de la vida. Las cosas son más importantes que la gente y la vida es una carrera de obstáculos, donde todo consiste en saber aniquilar al prójimo. Yo no creo que esa sea la única concepción del mundo, aunque en este fin de siglo, los medios de comunicación propagan todos los días esa visión. Si lo creyera así me suicidaría, porque, a mi juicio, los valores que valen la pena no son los valores rentables, son valores que tienen que ver con la solidaridad, con la voluntad de justicia, con la voluntad de belleza. No acepto la idea de un mundo reducido a mercado, donde sólo tienen derecho a la existencia los más fuertes, como si los más fuertes fueran los mejores. Se confunde calidad con cantidad, fuerza con músculo, la grandeza con lo grandote. Por eso todo lo que he escrito ahora tiene sentido con las cosas chiquitas, la reivindicación de los despreciados, de los vencidos, y, al mismo tiempo, la denuncia de lo grandote y del sistema que confunde la grandeza con lo grandote.

Pero desde que Fukuyama habló del fin de la historia, muchos hicieron algo así como un salto en el aire y allí quedaron. ¿Se acabó la historia?

–  Ese fue uno de los síntomas del patético empobrecimiento cultural de fin de siglo. Que un señor haya podido decir que la historia terminó y que el mundo se lo haya tomado en serio es un retrato de la pobreza intelectual del mundo. ¡Hasta donde hemos caído! Desde los tiempos no muy lejanos en que el mundo estaba logrando niveles de creación y pensamiento, que posiblemente eran los más altos, hayamos caído en este indigno final, es más que terrible. La historia no puede terminar nunca. Es incesante y se alimenta de contradicciones. Es gracias a esas contradicciones que está viva. Solamente un “pensador” de calidad intelectual dudosa como Fukuyama propuso desde el capitalismo lo que propuso. Desgraciadamente propuso esos saltos al vacío. Pero hay muchas posibilidades de no saltar al vacío.

Además del llamado “fin de la historia”, parece haber también una ligereza en la información, una fiebre por lo coyuntural, que ha dejado de lado profundización y continuidad. De esa manera nadie recuerda ya, por ejemplo, los documentos de Santa Fe que delinearon una política estadounidense para nuestra región, una teoría de la Guerra de Baja Intensidad que hoy se aplica.  ¿Qué piensa de esta situación?

-Los procesos históricos son muy complejos, pero la historia no gira en círculos. A veces parece que se repite, pero es sólo una guiñada que la historia nos hace para despistarnos. No creo que estemos encerrados en un laberinto sin salida. Hay mucha gente con voluntad de cambio, aunque no parezca, porque no se la exhibe. El sistema que ahora dice ser unánime, y que ha dejado de llamarse capitalismo para buscar el más decoroso nombre de “economía de mercado”, es un sistema que estaba condenado a engendrar su propia negación. O sea, puede aniquilar sistemas alternativos, puede aniquilar las represiones que genera, cien mil veces, pero está condenado a darle nacimiento siempre a esos movimientos como sistema dominante que es incapaz de dar de comer a la gente. Puede otorgar prosperidad a un 20 por ciento de la humanidad, pero maldice el 80 por ciento restante. Es, además, un sistema cuyo crecimiento implica la progresiva extinción del planeta. Envenena la tierra, las aguas y envenena el alma. Es un sistema que condena a todos a la soledad. Ahí están las estadísticas de la FAO no tiene, ni puede tener datos que ninguna computadora podría registrar, son los que tienen que ver con las lastimaduras del alma. Si este sistema bendice al 20 por ciento y maldice al 80 por ciento de la humanidad en términos materiales, en términos espirituales condena al cien por ciento de la humanidad al hambre de los abrazos. Es decir, condena a todos a la soledad.

¿No resulta también una paradoja que mientras se alienta cada vez más al consumo, una buena parte de la población, según las cifras estadísticas del mundo, esté en la marginación y la pobreza y por lo tanto cada vez más lejos del consumo que les propone?

 – Si, hay también paradojas ilustrativas de las contradicciones del sistema, son como trampas inevitables que el sistema se tiende a si mismo. La publicidad es una necesidad de un sistema que tiene una capacidad de consumo limitada, pero una capacidad ilimitada de producción y que necesita ampliar artificialmente el mercado. Quien no consume cosas consume fantasías de consumo, pero desde la pantalla del televisor los niños pobres, los marginados, los jóvenes sin trabajo, reciben cursos muy acelerados de violencia para el ejercicio de la iniciativa privada en el único ámbito del delito. Todo eso fabrica delincuentes. La exhibición obscena del derroche, de la sociedad de consumo desde la pantalla chica, es algo así como un curso teórico práctico de delincuencia. Ahora las contradicciones sociales están más en las páginas policiales de los diarios que en las páginas de política.

¿No hace esto posible que también el mundo vaya quedando huérfano de creadores de un pensamiento, de elaboraciones alternativas? ¿lleva esto a la frivolización de los medios?

– Todo está montándose para no pensar. Pero existen las trampas que el propio sistema se pone, en una sociedad como la nuestra, en un mundo como el nuestro, dentro del marco de un desarrollo económico condenado a generar más náufragos que navegantes. La invitación al consumo es una invitación al delito, porque la cantidad de marginados en América Latina y el mundo entero es cada vez mayor. Fijate en los países centrales, la inmensa proporción de mano de obra desocupada. Y eso es lo que está en el trasfondo de esas oleadas de racismos que estamos viendo, por ejemplo, en Europa, la necesidad que la gente tiene de comprar un chivo emisario, y dicen que no hay trabajo porque desde afuera vienen “esos negros a quitarnos el trabajo”. Y ahí empiezan a renacer y prosperar algunos mitos característicos del racismo. Así vemos como el libro de más éxito en los Estados Unidos en estos tiempos es uno que propone una interpretación biológica de la inferioridad de los negros y de los pobres, que serían ignorantes por herencia y que resucita una terminología y metodología que no se veía desde hace un rato largo.

En estas circunstancias apareció tu libro “Las palabras andantes”, que muestra un Galeano igual pero distinto, soltándose sin límites.

Yo creo que este libro es un disparate que proviene de la imaginación colectiva. Muchos de los relatos de “Las palabras andantes” los recogí en los caminos que anduve por América, y otros son los productos de la imaginación. Pero tanto en un caso como el otro, yo creo que lo que el libro expresa es una porfiada fe del autor en un hecho humano fundamental, que es el derecho de soñar y que no está en la Carta de Las Naciones Unidas de 1948, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hay tantos derechos, pero entre ellos no figura el derecho a soñar, que es un derecho fundamental, sin el cual la pobre esperanza se moriría de hambre. O sea, si el sueño no nos permitiera anticipar un mundo diferente, si la fantasía no hiciera posible esta capacidad un poco milagrosa que el bicho humano tiene de clavar los ojos más allá de la infamia, ¿qué podríamos creer?, ¿qué podríamos amar?

El recuento en la década de finales de siglo XX nos deja momentos luminosos, pero también sombras intensas y dolorosas en nuestra región tan castigada, ¿qué sucedería si no pudiéramos anticipar y soñar un mundo diferente’?

 -En el fondo uno ama a partir de que la certeza de que este mundo triste, convertido en campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado de maravilla. Si uno no tuviera esa certeza a prueba de balas y de penas, a prueba de desencantos y traiciones, ¿qué sería de nosotros? Yo creo que esa estrella que alumbra al navegante o que le permite seguir navegando de naufragio en naufragio. Yo ando por los mares, me llaman los mares del mundo, la prodigiosa aventura de vivir. No creo que valga la pena una literatura que no te invite a vivir. Porque después de todo somos los que andan por ahí lanzados, buscando el calor de otros cuerpos. Me gustaría que las palabras que uno dice fueran capaces de invitar a los demás a vivir, a pesar de todo, porque siento que la vida está muy mutilada. Estamos muy reprimidos por los mil miedos que el sistema nos mete cada día, para que no seamos capaces de ser, capaces de amar, de pensar, de ver, de correr riesgos, de soñar en voz alta, capaces de locuras. En el fondo el acto de vivir a pesar de todo, es un acto sagrado de locura y todo te invita al miedo, a no darte, a no recordar. Las leyes de impunidad, por ejemplo, son un acta constitucional de prohibición de recordar, de decretar una amnesia colectiva. Es verdad que la memoria es una fuente de veneno, pero también es una fuente de alimento. Te golpea y te multiplica. Si no fuera por ella, no seríamos capaces de saber a dónde vamos. Yo creo que uno puede escribir sobre el pasado si uno puede convertirlo en vida viva.

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