Che Guevara: el tirador franco
Dice la autora de esta semblanza del Che: «Ernesto Guevara, el hombre que nació sin derecho a la pausa, jamás dejó de escribir». Y qué buen título el de esta reflexión, este otro costado de un hombre completamente Hombre.
por Lliena María Nieves. Tomado de Vanguardia
Algunos hombres nacieron sin derecho a la pausa. El Che fue uno de ellos. Primero, un asma bronquial que le estrujó el pecho desde la cuna y hasta el húmedo y fatal día de octubre del 67; luego, el hambre de saber, de leer, de observar; de levantarle la falda a América para trepar por su cintura fértil y pobre, malnacida y bella, cruda e inigualable. Lo imagino casi como un velero sin ancla, mas jamás perdido. Y ese Che, el que nació sin derecho a la pausa, tampoco dejó jamás de escribir.
Sus compañeros del fútbol rugby le decían el Chancho por su poca prestancia para el jabón y las lindezas: con 20 años sobran ciertos «detalles» si lo que se quiere es aprovechar bien el tiempo. A unos cuantos pibes se les ocurrió entonces crear algún medio especializado en el tema, y a suerte de puro entusiasmo fecundaron un par de páginas —con pretensiones de revista— que bautizaron como Tackle. Bajo el seudónimo de Chang-cho, el joven Ernesto escribiría sus primeras crónicas y notas de prensa.
Sin embargo, lo suyo no era jaleo momentáneo, sino una legítima vocación literaria que encontró su trigo en los extraordinarios hechos de la vida del rosarino. Con Alberto Granado y La Poderosa desvistió las rutas de Latinoamérica, cuyas memorias se recogerían más tarde en sus Notas de viaje. Incluso, en el periódico local de un pueblito perdido de Chile (Temuco), obtendría alguna plata para costearse unos cuantos kilómetros más de travesía.
Ese es mi Che favorito, el que retiene, en algunas líneas, la espesa nostalgia de los que han vivido más de lo que pueden contar. Detallista, minucioso, de prosa limpia, reflexivo e impresionado por lo que vieron y «palparon» sus ojos.
Más tarde, en septiembre de 1954 —escapando de Guatemala, sin trabajo como doctor, pero dispuesto a asentarse por un lapso más extendido— Ernesto llegaba a México con el dinero exacto para comprarse una cámara fotográfica. Más que alimento para el corazón, la fotografía lo sacó de varios apuros de bolsillo. Un día, de pura casualidad, conoció en la calle a Alfonso Pérez Vizcaíno, también médico y, además, jefe de la argentina Agencia Latina de Noticias. En rol de «tapón», Ernesto se movería por distintos ámbitos sociales, capturando imágenes para ilustrar revistas y periódicos.
No obstante, los días de «picaflor» no serían eternos, y el propio Vizcaíno le ofreció, en marzo de 1955, la cobertura oficial de los IV Juegos Panamericanos, desarrollados en la capital azteca. El gobierno peronista necesitaba destacar la actuación de sus atletas en medio del hostigamiento mediático y político, y allá se fue Ernesto durante un par de semanas, haciendo las veces de fotorreportero y redactor, aunque en las publicaciones no se le reconociera el crédito, según la costumbre del momento.
A su amiga cordobesa Tita Infante, le escribiría una carta que resume su parecer sobre aquellos días: «Tenía el preciado cargo de redactor deportivo de la Agencia Latina (…). Mi trabajo durante los Juegos Panamericanos fue algo agotador en todo el sentido de la palabra, pues debía hacer de compilador de noticias, redactor, fotógrafo y cicerone de los periodistas que llegaban de América del Sur».
En México, más que su formación marxista, filosófica y guerrillera, el futuro Che aprovecharía el momento para aguzar su capacidad analítica y profundamente anticapitalista. Su encuentro con Fidel, la irrevocable decisión de unírsele en la lucha armada por la liberación de Cuba y el pleno convencimiento de que una revolución legítima precisa de órganos de prensa consecuentes con la visión de su proyecto sociopolítico, hicieron del ya Comandante un proyecto más solidificado de periodista lúcido, testimoniante y previsor.
Con la incorporación de Geonel Rodríguez y Ricardo Medina, dos militantes de la clandestinidad que llegaron a las montañas con un mimeógrafo, el Che vio la oportunidad de concretar un antiguo anhelo: fundar un periódico producido totalmente en la Sierra Maestra. Bajo el seudónimo de El Francotirador, el Comandante Guevara firmaría sus artículos en El Cubano Libre.
Maduro, consecuente y evidentemente convencido del rol mediático contemporáneo y su incidencia en los procesos de lucha, el Che ampliaría constantemente la infraestructura comunicacional del ejército de los barbudos, con la posterior fundación de la emisora Radio Rebelde (con el mayor rating nacional de audiencia para finales de 1958).
En los días posteriores al triunfo revolucionario, el Comandante Guevara recibía personalmente a los periodistas argentinos Carlos María Gutiérrez y Jorge Ricardo Masetti, quienes, junto al Che y al escritor colombiano Gabriel García Márquez, serían los iniciadores de la agencia de noticias Prensa Latina. Se sumaría la revista Verde Olivo, producto igualmente de la perspectiva guevariana de legitimar a la prensa como portadora de valores y de una ideología inexorablemente revolucionaria. En esta última, firmaría de nuevo con su antiguo alias de la Sierra Maestra.
Con la publicación a fines de 1959 del libro Guerra de guerrillas, dedicado a su entrañable Camilo Cienfuegos, el Che fue a por todo, al constituirse como un llamado mundial hacia los partidos tradicionales de izquierda, en pos de reavivar la lucha armada.
Y el Che, hombre sin pausa a fin de cuentas, continuaría escribiendo y redactando verdades. Presidente del Banco y ministro de Industrias durante el día, analista de toda clase de sucesos de la geopolítica internacional en la noche. Robándole tiempo al tiempo, produciendo como nunca, El Francotirador opinaría sobre asuntos de orden nacional, regional y mundial; relatará, desde la meditación, sus experiencias en combate; tratará el tema de la unidad y el del hombre nuevo; apuntará sin clemencias contra el burocratismo; expondrá que Cuba va en serio y está dispuesta a luchar así sea sola.
No dejaría de lado ni la pluma ni la agenda, expresión gráfica de lo que movía a un hombre inmedible. Ni en el Congo, ni bajo la llovizna de la selva, ni siquiera mientras le acorralaba el pertinaz sobresalto de la tragedia.
Ética y verdad, sin oropeles. El periodismo del Che —su pensamiento, su acción— se enfocó en la nueva moral de la sociedad naciente, en los principios y derechos desenterrados para el pueblo por la justicia revolucionaria. Verdades duras como cincelazos, pero oportunas, exactas, preferibles… típicas de un tirador franco.